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-Mario y sus advertencias
-Las galletas
-El bautismo de Mario
-Las fotografías
-Mario y sus proyectos
-Los poemas que espantan
-Rafaella
-Glooning
-Varias formas
-Mario y sus nostalgias gastronómicas
-El sacerdote
-No sé a qué se refiere, señora
-El diario de Mario
-Los amigos de Mario
-Lo perfecto que somos
-Mario y sus rabias
-El muerto
-La antítesis de Mario
-El amigo imaginario de Mario
-Del otro lado
-Mario y sus pesadillas
Ojos de tabaco

 

VARIAS FORMAS

En medio de tanta oscuridad es difícil imaginar que estemos rodeados de líquido, y además de rodeados también tan llenos y cubiertos de él.  Solo llego a ver las luces de otro barco, quizás a 30 o 40 millas, pero en realidad no tengo ninguna idea o concepto de la distancia, y menos en el mar, donde no existe ninguna referencia de tamaño o ubicación. Ya me quito un poco las manchas de la cara, en el agua salada se disuelven mejor. Es increíble como logramos adaptarnos a tantas situaciones, (yo a este barco que tanto tiembla y a este mar tan temperamental), y sin embrago con las personas no pasa igual, adaptarse a ellas digo. Si algún espectador, desde afuera de esta escena y con una visión redonda del tiempo que nos ha pasado por encima, quisiera ver como en una pantalla todos los eventos,  no se encontraría sorpréndete el resultado de tantas coincidencias, hasta se lo encontraría predecible. El abuelo de Ambar siempre dijo que yo era capaz de hacer algo así, es más, llegó a decir que no me moría sin hacerlo. Viejo boca de chivo! Cuando zarpamos de Atenas yo no me lo hubiera imaginado.

(¿De que nacionalidad será ese otro barco?)

Para ser sincero, nunca me faltaron ganas, no con él, si no desde siempre, en general.. Siempre sentí ganas de arrebatar vidas como lazos de un paquete. De rabia, de cólera, pero nunca antes con tanta planificación, con tantos detalles y predicciones, con justificaciones prácticas y decisiones morales. Como un proyecto tan ambicioso, como si se tratara de una construcción arquitectónica, con los planos enrollados bajo el brazo y el lápiz detrás de la oreja para marcar errores y nuevos pasillos, pero así son las cosas, y hay que aprender a sentir las leves necesidades que pide el cuerpo, aunque debo confesar que antes no me creía capaz de semejante tarea. Se siente tan ajeno el tiempo antes de mi victoriosa ocurrencia, como si alguno de los dos tiempos, el de antes o después fuera ficción, como si la concepción de mi proyecto marcara el nacimiento de los años, Antes.Concepción, D.C…

Hace seis meses A.C. me llevaba muy bien con él, compartíamos incontables botellas de Napoleón, y el mar era nuestro compañero de póker. Hasta cierto punto sentía en ese entonces aunque sea migajas de gratitud, pero un viaje cambia las sogas que halamos y soltamos para manejarnos como los auto-títeres que somos. No puedo negar que dejarme abordar al Elena haya sido generoso, pero ni tanto huele la flor como para dejar pasar semejante insinuación sin su debida consecuencia.

Fui descubriendo sus tendencias a medida que conversábamos en las noches.

Le contaba mientras iba recogiendo material para mi diario, iba inventando líneas, versos, imágenes y metáforas para ir deleitándome del recuerdo de Martha. Me excitaba ir dibujandome su cuerpo desnudo, ir tocando el papel haciendo como si fuera su piel. Entonces se me iba moj´åndo la frente, luego las axilas y un poco más tarde el sexo. Saboreaba el jugo de fruta que emanaba de su piel, y todo se me iba mojando. No conversaba con el, sino con mi diario, pero en voz alta, iba repitiendo las frases que me dictaban de alguna parte, algún angel enviado por Martha. El mar me parecía un pizarrón seco ante tanta humedad en mi cuerpo, en tanto movimiento en mis huevos.

En los días cada uno se encargaba de sus quehaceres y vicios. El manejaba su barco, que si las velas, que si la dirección del viento, la proa, la popa y todas esas cosas marinas. Yo me pasaba el día contando los bulticos que salían en el mar, la cantidad de espumitas que me pasaban por el lado, los chorritos de agua y luz que se desprendían del barco y de vez en cuando ojeaba una revista francesa de accesorios de pescadería o una vieja edición argentina de “Gracias por el Fuego”.

El Elena estaba pintando de blanco, lo cual hacía todas las manchas más evidentes. No que a nadie le hubiera importado, pues no había más nadie en la nave, pero iba envolviéndome en una neurosis, una pesadilla de dálmatas rojos que planchaban toda la superficie del barco.

Hay maneras tan diferentes de ver las cosas, de percibir cada detalle, ya sean cosas triviales como la forma exacta de las corrientes, o por ejemplo cosas diminutas en el comportamiento de los que nos rodean. Y aquellas manchitas rojas iban vibrando, emitiendo sonidos, acercándose, alejándose, bailando entre ellas como celebrando su razón de ser. Topé una con los dedos, la que estaba más cerca de mi pie izquierdo. La probé, la moví con la lengua por todo el techo de mi boca. Estaba caliente, dulce, y en efecto vibraba por todo mi boca.

Poco a poco comencé a sentir paz. Se me hacía cada vez más lógico el darle muerte a ese hijo de puta, cada vez era más evidente que me había dejado sin opciones. O lo mataba o lo mataba.

Aquella mañana nos levantamos tarde. Habíamos bebido mucho la noche anterior y mis descripciones habían sido más pasionales que nunca, esa noche habría jurado sentir a Martha besando las tetillas. Amanecimos en cubierta, mi rostro estaba salado y mi boca seca. Me levanté para lavarme la cara. El descansaba detrás del mástil. Podía ver uno de sus pies y sus ridículas medias blancas con franjas azules. Me lavé la cara, me mojé el pelo y me fui acercando.

Ahí lo vi. Durmiendo, vestido con mi ropa, mi diario en el pecho y una mano sobre la mancha mojada en su sexo.

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