LETRAS     PENSAMIENTO     SANTO DOMINGO     MIGUEL D. MENA     EDICIONES  

-Mario y sus advertencias
-Las galletas
-El bautismo de Mario
-Las fotografías
-Mario y sus proyectos
-Los poemas que espantan
-Rafaella
-Glooning
-Varias formas
-Mario y sus nostalgias gastronómicas
-El sacerdote
-No sé a qué se refiere, señora
-El diario de Mario
-Los amigos de Mario
-Lo perfecto que somos
-Mario y sus rabias
-El muerto
-La antítesis de Mario
-El amigo imaginario de Mario
-Del otro lado
-Mario y sus pesadillas
Ojos de tabaco

 

DEL OTRO LADO

Ya en el continente americano, la certeza de tu ausencia se hace más completa e irrefutable. La certeza de que, ni por casualidad, me estrellaré con tu rostro, como antes lo hacía a bordo del Mistral, y como mágicamente lo repetí en un pequeña trattoria de Venecia. Ahora en Santo Domingo me dejas más solo, más contagiado de tu ausencia, más lleno del deseo de que me ilumines y más arrepentido de no haber puesto mi mano en la parte trasera de tu cabeza, para que, mientras te acariciara el pelo, conectáramos las bocas para bailar con las lenguas hasta  quedar exhaustos e intoxicados de algo; de lo que sea.

Miente el que niega la distancia.

De repente hasta tu imagen se ve un poco más borrosa. Quizás tenga algo que ver con tus vibraciones, con tu luz.

El primer paso hacia el avión de regreso fue el más duro de todos. Pues con él me supe solo, de espaldas, más solo que antes donde tampoco estabas. Fue como si a una bañera de repente y sin motivo le quitaras el tapón del desagüe y la dejaras secar en la incertidumbre sedienta de algunos peces.

Cada paso que avanzaba mi cuerpo independiente hacia la puerta del avión se siente más expuesto a tu distancia, a tu nariz, a tu olfato, a tus ojos como almendras, mas lejos de todo lo que abarcas, entonces, en ese momento me gusta Neruda o Benedetti, y gritarlo en medio del avión, aunque seguramente todos pensarían que estoy loco, y probablemente me obligaran (debido a mi  volumen y persistencia) a desmontarme de la nave. Yo seguiría gritando a Neruda o a Benedetti o a Manuel del Cabral, y pediría un trago, un poco de vino u otro libro de poesía, para seguir gritando un poco más tu ausencia y mi dolor, mientras probablemente para ese entonces ya  la policía española del Aeropuerto de Barajas me tendría agarrado por los brazos, y quizás sellado la boca, pero el sonido de los poemas seguiría saliendo de mi cuerpo, por los poros, por los labios sellados, y cerraría yo mis ojos para dibujarte, porque sería más fácil en el mismo continente, además los gritos nos hubieran acercado un poco. Y te dibujaría radiante, espléndida, y me hubieran metido, ante el estupor de todos los otros viajeros, en un carro policial o en alguna otra jaula, como ejemplo, para que nadie se vuelva a enamorar así, con tanto ruido y alboroto, y que lo hagan en silencio, sin Neruda, ni Benedetti, ni poemas, ni vino, ni gritos y mordidas.

Pero no puedo callar, porque grito y amo hasta que se rompan los cristales, hasta que sangren los oídos, hasta que a algún perro de esos policiales se retuerza de dolor, porque ni el algodón ni el acero podrán con mis llantos, y quizás llegue al quinto poema, seguramente de Roque Dalton, definiendo amores sin proponérmelo. Y saldré en la prensa como el loco enamorado de ti, y todos los periódicos me retratarán, morbosamente, curiosos, espantados para lectores que se indignen (y más en Europa) de tanto alboroto sólo por enamorarse. Y se dará a conocer tu nombre (siempre averiguan todo), y tu foto también saldrá en los periódicos, tu rostro en la página, tu sonrisa que no cabe en papel. Entrevistarán a tus padres, a tus amigos, a tus profesores y hasta a tus vecinos, y todos dirán que TÚ eres una chica normal, estudiosa, aplicada pero un poco distraída; que yo tengo que ser un loco, que de hecho soy un loco, que no queda otra opción. Que te conocí hace una semana, y sin entender acertaran que mi nueva locura es amarte. Pero tu callarás, no dirías que estoy loco, aunque lo pensarás, aunque lo pienses. Tal vez después de mucho gritar te convenzas de ir a verme a la cárcel, al manicomio o al museo de historia del hombre.

Toda Europa estaría pendiente de mi caso, “ El loco caribeño que se enamoró perdidamente de una italiana”. Y tú irás perseguida por cámaras y periodistas intrigados, y no responderás a las preguntas, mirarás al cielo, o por lo menos distantemente hacia arriba. Caminarás hacia la celda que seguramente será blanca y a prueba de sonido, y entonces al sentir tu olor y el peso de tu mirada que ya se acerca por el pasillo, dejaré de gritar, por primera vez en semanas, y un silencio enorme arropará la institución, y la garganta me dolerá y caeré exhausto sobre mis rodillas. Cuando la puerta se abra todo se hará más liviano, y tú me tocarás la cabeza, y me besarás sumamente despacio en la frente (porque mis labios aún estarán sellados y no vale la pena besar plástico) y levitaremos juntos en movimientos circulares, los dos como un tornadito de carne, y será imposible tocarnos o siquiera mirarnos por miedo a la ceguera, y romperemos el techo de hormigón armado como taladro humano hasta llegar más allá de Ícaro, sin alas de cera, hasta unirnos por la piel, fusionarnos por ósmosis. Pero ya ves querida Africa, fui cobarde y me quedé en el avión callado y tranquilo. Y ahora tú  estás en un continente y yo tristemente en otro.

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