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-Mario y sus advertencias
-Las galletas
-El bautismo de Mario
-Las fotografías
-Mario y sus proyectos
-Los poemas que espantan
-Rafaella
-Glooning
-Varias formas
-Mario y sus nostalgias gastronómicas
-El sacerdote
-No sé a qué se refiere, señora
-El diario de Mario
-Los amigos de Mario
-Lo perfecto que somos
-Mario y sus rabias
-El muerto
-La antítesis de Mario
-El amigo imaginario de Mario
-Del otro lado
-Mario y sus pesadillas
Ojos de tabaco

 

NO SÉ A QUÉ SE REFIERE, SEÑORA

Ya tenía tres meses en Nueva York. Becado en New School for Social Research para el programa de Dramatic Arts. Vine recomendado por el gobierno Dominicano, el cual  me había preparado una pensión en Williamsburg compartida con un miembro del Consulado Dominicano en Nueva York, que no dejaba de comer moro de gandules ni tostones, y era incapaz de probar ni de favor algún plato de procedencia geográficamente diferente a la isla del Caribe aunque salpicaban la ciudad todas las opciones, desde cocina Tailandesa hasta el chef Etíope en Thompson esquina Bleeker. En realidad a mí no me gustaba para nada esa ciudad terca y gomosa, llena de catálogos y humo, y ese olor agrio que se impregnaba en toda pieza de vestir, en los cabellos y en la piel con insecto suramericano.

Me era difícil establecer una conversación de más de un minuto con cualquier ser viviente que no fuera del sur del mundo, no por el inglés, (ya que la Señorita Rossi del Liceo Pedro Henriquez Ureña me había enseñado bastante bien las bases de la gramática inglesa, y la pronunciación, aunque un poquito Tony Montana, no era mala), sino por la sonsera y las palabras áridas que más que palabras eran herramientas de negocio. Tengo que admitir que el acento “montana” lo exageraba un poco adrede, para sentirme más exótico y además me di cuenta que con él me presentaba mas tough y misterioso. Tenía clases de lunes a jueves, y me tomaba como 45 minutos llegar hasta el Campus en el Greenwich Village, así que siempre que tomaba el tren “L” iba recitando uno de los guiones de clases o jugando a reconocer los rostros de los otros pasajeros sólo con mirarle los zapatos. Casi siempre adivinaba, por ejemplo; si veía unas piernas femeninas con zapatos de tacones altos y de algún color llamativo, rápidamente asumía que probablemente la propietaria llevaba puesto mucho maquillaje, que la nariz era puntiaguda y que los pómulos era pronunciados; pero si en cambio las mismas piernas femeninas llevaban puestos zapatos negros o marrones, con taco bajo o sin taco, me la imaginaba con un peinado simple, cabello corto y aretes de botones. Daba resultado siempre!. Casi siempre. Así conocí a Amanda, con el juego de los zapatos. Llevaba unos tenis blancos con franjas diagonales azul marino y pantalones de gabardina, y entre las dos piernas una mochila de las que se usaban en el bachillerato del Loyola. No me adiviné su cara. Me sorprendió con unos labios amenazantes y  dos ojos amenazados, (quizás cansados tomando en cuenta que eran las siete de la mañana), el pelo recogido sin mucho cuidado y los pómulos como guardianes de las mejillas color café. A esa hora de la mañana no había tanta gente en el tren, y aproveché la ausencia de intrusos para sentarme más cerca de ella. No sé de dónde saqué el coraje de dirigirle una palabra acompañada de signos de interrogación y una mirada curiosa.

-¿Cansada?-

-Claro, no dormí mucho, no sé a quien se le ocurre poner clases a esta hora-

Quedé sorprendido por la atención y elaboración de la respuesta, aunque después me recordé que suelo imaginarme cosas.

-Es verdad, ¿Y qué estudias?-

Me enteré que estudiaba Historia del Arte en NYU, y que tenía un double major que quiere decir que además de Historia también cursaba Psicología. Los 45 minutos se convirtieron en dos respiros, y llegamos a la estación de la calle 14, donde por coincidencia los dos nos quedábamos. NYU quedaba a solo 6 cuadras de New School así que con un acento latino picado y un poco de imaginación la convencí para que me acompañara a almorzar en un restaurante vegetariano en la calle 21 entre la Avenida Quinta y la Sexta.

*

-Bueno Cristian, aquí es, solo recuerda; no le hables a mamá de Fidel ni de ningún otro comunista, te guardas todos esos ideales, por lo menos por ahora, hasta que se lo digamos- 

Yo sólo respondía que no había problema, mientras me tronaba constantemente los nudillos de ambas manos.

-Buenos días Señora Payne, How are you doing?

La mujer tenía algunos 45 años , (joven diría yo, considerando que Amanda tenía 23), y conservaba el encanto de una venteañera. Tenía una piel con aspecto de fruta y unos ojos que narraban sabiduría (o quizás experiencia),  los dedos de las manos marcados con azules verdosos que se contrastaban maravillosamente con su pelo naranja y sus ojos miel.

Nos hizo pasar, o mejor dicho me hizo pasar, porque Amanda entró inmediatamente le besó la mejilla izquierda a la Señora Payne. Nos sentamos en la sala, eclécticamente decorada, con una chimenea extinta y un florero enorme que presentaba flores plásticas imitando girasoles. Amanda sirvió Coors Light, en unos vasos de un vidrio finísisimo (de grosor no de calidad), que hacía todavía mas insoportable el sabor acuoso y amargo de la cerveza gringa.

La Señora Payne me miraba extraño, me analizaba sin aprobación y me inspeccionaba desde el rotico en los jeans negros hasta el lunar que se centralizaba en mi frente. No creo que le gustaran los Latinos, es más, me atrevería a apostarlo luego de que pasaron aquel comercial de Pepsi con Sammy Sosa, y ella se refiriera a él como “that damn banana boat man again?”

Amanda no estaba cómoda, se rascaba la cabeza y meneaba el dedo pulgar como un trompo, me miraba de reojo y cuando la Señora Payne se distraía, me guiñaba un ojo con un gesto de resignación. Luego pidió permiso y se retiró al bathroom. La Señora Payne y yo nos quedamos solos. Me miró de pies a cabeza, mientras yo me hundía en el sofá revolcándome entre un miedo mojado y forrado de taquicardias martillantes,

-Mister Cristian, no me gusta la influencia que usted tiene en mi hija-

-No sé a qué se refiere Señora Payne-

-No crea que no me doy cuenta, las últimas veces que me ha visitado, que son pocas desde que anda con usted, se la ha pasado leyendo a eso revoltosos suramericanos-

-No sé a qué se refiere Señora Payne-

-No creo que usted sepa lo que mi hija necesita, y creo que no se da cuenta que usted es solo un plato exótico que pronto caducará como cualquier otra aventura de su clase-

-No sé a qué se refiere Señora Payne-

-Le aconsejo que deje para otra sus supuestos encantos de latin lover, y se busque una muchachita de su clase-

-No sé a qué se refiere Señora Payne-

En ese momento se oyeron los pasos de Amanda que volvía del baño, cuando ya se escuchaban casi encima de nosotros, Mrs. Payne se me acercó, me puso la mano izquierda en el pecho, la derecha en mi muñeca, y cuando  Amanda asomó la cabeza por el pasillo la Señora Payne me besó mejor de lo que nadie lo había hecho y luego me dió una inolvidable y deliciosa trompada justo abajo del ojo izquierdo. Me quedé por tiempo indefinido en el piso, con los ojos cerrados e intentando diferenciar el beso del golpe.

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