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-Mario y sus advertencias
-Las galletas
-El bautismo de Mario
-Las fotografías
-Mario y sus proyectos
-Los poemas que espantan
-Rafaella
-Glooning
-Varias formas
-Mario y sus nostalgias gastronómicas
-El sacerdote
-No sé a qué se refiere, señora
-El diario de Mario
-Los amigos de Mario
-Lo perfecto que somos
-Mario y sus rabias
-El muerto
-La antítesis de Mario
-El amigo imaginario de Mario
-Del otro lado
-Mario y sus pesadillas
Ojos de tabaco

 

EL MUERTO.

Estábamos cocinando el famoso pescado al coco de Simona y bajando el tiempo con unas cervezas frías. Desde el baño sonaba el disco de Paolo Conte y su "gelato al limón" paralelo a las gargantas. El sonido del timbre interrumpió la melodía y Miguel se dirigió a la ventana frontal con el propósito de averiguar quién visitaba. Allí no había nadie. Ni en la puerta ni en las escaleras ni en la calle. Pero de repente se abrió la puerta de la pieza y apareció Zamira con los ojos como cebollas y un truño con aspecto de túnel automovilístico. Saludó vagamente, tomó una cerveza del freezer, sin emitir sonido reconocible, y se trancó en el estudio al lado de la habitación. Obviamente algo andaba mal, pero ni yo ni Miguel nos atrevíamos a preguntar, temiendo destapar alguna fuente de quejas femeninas. Intercambiamos miradas interrogatorias y proseguimos con nuestra tarea culinaria. Al rato salió Zamira con la nariz tapada entre los dedos, quejándose del, según ella, horrible olor a pescado y con los ojos mojados.

-Allí en frente mataron a un tipo- murmuró entre dientes.

No sabíamos nosotros si era una metáfora, un hecho o una locura zamiresca pero interrogamos y atendimos.

Yo siempre he sido súbdito de la curiosidad y no creo lo de la muerte del famoso gato. Disimuladamente para no parecer macabro fui a la habitación de Miguel de donde se veía el edificio del frente. Efectivamente algo raro había ocurrido. Las luces policíacas palpitaban su color sangre y una señora del cuarto piso lloraba desconsoladamente en la ventana de la cocina. Zamira y yo nos agachamos para observar con más detalles la situación, y sólo asomamos los ojitos como hipopótamos en el agua, acechando el orden de los acontecimientos. El timbre vuelve y suena y ahora retumba como campana de catedral y damos un brinco como pollos. Me asomo por la ventana para ver quién toca, y ya que me siento en todo mi derecho aprovecho para brechar mas descaradamente la situación que se desarrolla en frente. Le tiro las llaves a Ulises que trae una funda plástica negra en cada mano. Odio las fundas negras. Dos six-packs de Sapporo que serían destinados a suplantar las ya extintas Presidentes. Zamira y yo seguíamos en nuestro plan detectivesco-observador al que pronto (naturalmente) se nos unió Ulises, lleno de preguntas y suposiciones.

-Ustedes son una partía de metíos!- relinchaba Miguel desde la cocina, mientras seguía volteando el arroz y meneando las habichuelas.

–Atiendan sus asuntos-.

 En el frente la mujer seguía llorando y uno de los cuatro policías se esmeraba en consolarla de tal manera que en otra situación hubiera parecido dudoso. Los otros tres seguían anotando cosas y alumbrando en todas direcciones con lamparitas misteriosas y pequeñas. De vez en cuando se agachaban, entonces sólo le veíamos el lomo y luego de nuevo la cabeza que resurgía como el monstruo de Lago Ness. Uno de los policías, el más joven, parecía habernos visto, y rápidamente Zamira apagó la luz, acción que aunque obvia y delatante, interrumpía la visión del otro lado y tumbaba el puente de luz que nos señalaba. Otro de los de la ley sacó una gran bolsa plástica negra, y entonces todos dimos un saltito y un suspiro que nunca exhalamos. El macabrómetro subió repentinamente de nivel y atendimos como entre los tres oficiales cargaban un bulto inmenso y lo colocaban donde debía ahora de estar la bolsa negra. (Odio las bolsas negras). Definitivamente había un muerto, y todo el aire se puso denso y resbaloso. La mujer seguía llorando y abrazaba a un niño que debía tener entre seis u ocho años. Los policías volvieron a agacharse y mostrar su lomo redondo y volvieron a emerger esta vez con el muerto dentro de la gran funda negra, excepto los pies enmediados que salían de uno de los extremos como un error de la imagen agathachristy. El muerto se había muerto con medias blancas y se veían estupendas, contrastadas con el gran bulto negro, y las tres verticales que formaban los policías alrededor, como columnas romanas en un panteón de alguna parte. Los agentes cargaron por las escalera el gran paquete que parecía estarse riendo gracias a  los dientes blancos de tela que salían en uno de los extremos. Lo montaron en una ambulancia que silenciosa partió hacia alguna parte llena de muerte y de risa. Uno de los policías se quedó con la mujer y el niño de entre seis u ocho años y anotaba en una libretica también negra, algo ó todo. Ya terminado el espectáculo, volvimos sin comentarios a nuestra cocina donde no había muertos más que el pescado, y las fundas negras estaban llenas de cerveza.

El pescado quedó bueno, pero no como el de Simona. El arroz pastoso y las habichuelas saladas.

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