LETRAS     PENSAMIENTO     SANTO DOMINGO     MIGUEL D. MENA     EDICIONES  

-Mario y sus advertencias
-Las galletas
-El bautismo de Mario
-Las fotografías
-Mario y sus proyectos
-Los poemas que espantan
-Rafaella
-Glooning
-Varias formas
-Mario y sus nostalgias gastronómicas
-El sacerdote
-No sé a qué se refiere, señora
-El diario de Mario
-Los amigos de Mario
-Lo perfecto que somos
-Mario y sus rabias
-El muerto
-La antítesis de Mario
-El amigo imaginario de Mario
-Del otro lado
-Mario y sus pesadillas
Ojos de tabaco

 

LAS FOTOGRAFÍAS

El odio con mas color, más feroz  me comía los dedos. Inevitable. Y él ahí, con su cabeza sumergida y apuntando a la mesa del comedor, hojeando una edición de Sucesos.  Una mancha roja atrás de su oreja derecha describía un mapa inexistente y solitario, y por un momento creí que cambiaba de color con mis latidos.

Al mismo tiempo que las manos y las rodillas me temblaban , la vista se me escapaba entre las rendijas de la ventana que daba al inmenso verdor del Mirador Sur, acorralado por una franja de mar, y otra mas grande de cielo, como un Rothko tropical.

El pescuezo  se presentaba desnudo, inadvertido, expuesto y frágil, listo para ser victimizado, esperando inconscientemente el golpe seco y directo, al mismo tiempo que sus ojos y su mueca, repulsivamente torcida, despreciaban las demás víctimas escondidas en las historias.  Sus párpados caídos y mojados se dirigieron primero hacia arriba, como buscando aprobación divina, y luego hacia mi.

-Que asco! como se atreven a publicar esta basura- balbuceó mientras hipócritamente perseguía la dicha de las desafortunadas imágenes y con la uña de su dedo meñique se rascaba la oreja. Yo me rasqué la nuca, la sobé como masa de harina, disfrutándola y sintiendo como mi mano me pedía precipitarla a tumbarle la suya, la nuca, desafiando todo comando y orden de mi cuerpo. Las patas de sus espejuelos, (ahora que me fijaba con mas detalle) hacían juego con la macha roja, y se convertían en una península plástica que daba mas apariencia de continente que de cuello.

-¿Entonces ya colgaste las fotografías en la pared?- preguntaba y afirmaba sin dejar espacio para respuesta mía.

-No deberías ponerlas tan cerca una de la otra, pierden estética e individualidad, además el centro de cada una debería estar a cincuenta y siete pulgadas del suelo, es ley principal de museografía-

A mi no me quedaba otra que morderme el labio de abajo para cerrarle paso al torrente de odio y furia que me provocaba el hombrecillo breve que era casi como otra pieza en la colección taina de la vieja.

A la falta de respuesta giró los ojitos saltones y se volvió a sumergir en la triste historia de la mujer que murió en agua hirviendo, después que el marido la encontrara en cama con el colmadero de la esquina.

Boris había venido a ayudarme con las fotografías, pero mi impaciencia no me permitió esperar al pulgarcito, y con toda mi tosquedad, un martillo y clavos de acero había terminado la tarea. Su  presencia me molestaba, ni siquiera sabía por que le había dicho que viniera, fue una de esas cortesías inevitables que se maldicen al mismo tiempo que dejan la boca, como proyectil que sale gracias a un disparador autónomo e inseguro, como cascada vergonzosa. Por la puerta de la cocina apareció Simona, con una bandeja plateada, un mantelito blanco bordado y dos vasos de limonada para -matá’ la calol-.

-Gracias, Simona- replicamos casi a unísono, lo que me desbordó por completo por el simple hecho de compartir un momento con nuestros sonidos y de alguna forma habitar juntos un solo espacio al mismo tiempo, convirtiendo dos palabras tan triviales en himno nacional.

Con una mano como de reptil  llevó el liquido a sus labios y el sonido de su garganta me hizo casi imposible beber de mi vaso que ahora parecía un conjunto infinito de repulsiones.

-¿Sabes? Yo siempre he creído que estas historias son ficticias, que les pagan a escritores macabros y de tercera  para que las escriban, montan las escenas para la fotografía como cualquier film teratológico- (le encantaban las palabras rebuscadas).

Abrí un poco más los ojos mientras seguía observando la parte trasera de su cabeza, la mancha roja palpitando, vibrando casi eléctricamente, ensanchándose y expandiéndose como bola de magma.

-Además, ¿a quién se le ocurre cometer un crimen así, sin pensarlo, a plena luz del día, con testigos de sobra ?-

Bajó de nuevo la cabeza, ahora con mas interés, para pasar a la historia del militar que acribilló a doce luego de que fuera vencido en un competencia de pulso. Sin despegar los ojos de la pronunciada mancha roja y su adyacente península, mi mano izquierda, que siempre fue la mano rebelde, se movió hasta el escritorio en mi espalda, retiró con toda delicadeza y precaución el vaso y el paquete de clavos, tentó por un momento y silenciosamente la superficie de madera rasa y agarró por el mango el martillo que se convertía repentinamente en elemento topográfico.

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