LETRAS     PENSAMIENTO     SANTO DOMINGO     MIGUEL D. MENA     EDICIONES  

-Mario y sus advertencias
-Las galletas
-El bautismo de Mario
-Las fotografías
-Mario y sus proyectos
-Los poemas que espantan
-Rafaella
-Glooning
-Varias formas
-Mario y sus nostalgias gastronómicas
-El sacerdote
-No sé a qué se refiere, señora
-El diario de Mario
-Los amigos de Mario
-Lo perfecto que somos
-Mario y sus rabias
-El muerto
-La antítesis de Mario
-El amigo imaginario de Mario
-Del otro lado
-Mario y sus pesadillas
Ojos de tabaco

 

MARIO Y SU NOSTALGIA GASTRONÓMICA

Hace ya una semana y pico que no escribo con el pecho. Soy víctima de un drenaje apático sin filtros ni perdones. Creo que está directamente relacionado con mi comportamiento alimenticio, ya que hace aproximadamente ese mismo tiempo que no como lo debido. Ayer sólo ingerí tuna enlatada con pan tostado, no me quejo, pero no es ningún placer, además el olor a tuna invade el aire y todo el apartamento huele a perro muerto por días. El Domingo (hoy es martes) fui invitado de Michael y Nelson a comer en Hard Grove, y ya que no tenía ni un peso encima me limité a lo más barato del menú; unas tostadas francesas, que la verdad no estaban malas, pero no cumplían con los caprichos comestibles del primer domingo soleado en una ciudad tan fría y puerca como Jersey City. El sábado comí dos pedazos de pizza de la pizzería de la esquina; Bella Pizzera, que prepara las pizzas como si estuvieran montadas en dos pedazo de tela vieja con salsa de tomate. Y así puedo seguir mencionando los cinco huevos sancochados, la sopa de lata (la peor de todas,  gracias a su sabor alumínico mezclado con apio, y una pizca amarga no identificable), el arroz pastoso y vacío, blancoblancoblanco, etc..

La ultima saboreada satisfactoria (de caprichos no de hambre, porque hasta el pan viejo cumple con esa función) fue una sopa de camarones indiscutiblemente deliciosa, con arroz en el fondo y los camarones como submarinos comestibles, acompañada de un servicio de tostones y un merengue que después de tanto tiempo puede saber a champagne dulce y campesino. Llego a recordar también en algún momento de la semana pasada las croquetas de tempe con salsa tahini de zanahorias, auyama, batatas, espinacas al vapor y arroz integral con jugo de cebollas, además de una sopa de lentejas verdes y trocitos de perejil y  papas, todo esto acompañado de un dulce jugo de remolachas y un pastel de apricot con tofú en vez de queso crema. Ya hoy  vuelvo a la digestión apática de la pasta recalentada y a crédito de la pizzería al por mayor de la esquina, abajo del estudio,  y ahora que lo pienso tengo el mismo tiempo que no pinto. Tiene que ser la comida. Quisiera estar en mi isla, en mi casa, en mi mesa, donde Simona prepara un chillo frito en salsa de coco que es para morirse. Primero se fríen los filetes del pez, y aparte se hace un sofrito de ajíes, tomates, cebollas en trocitos y ajo en pasta con un poco de aceite de oliva (preferiblemente). Luego se mezcla el pescado con el sofrito antes descrito. Después de unos minutos se añade la salsa de coco, un poquitico de salsa de tomate y algunos cuadritos de piña. Este plato, como lo sabe Simona, debe ser acompañado con un moro de guandules también con coco, pero ya que a María no le gusta mucho dicha salsa a veces la dejamos pasar. Unos tostones le van muy bien y mas aún con escabeche, y aunque parezca extraño una copita de vino tinto da un buen toque, pero debe ser un vino fresco y joven, un Beaujolais Nouveau si aparece. Mi familia come toda junta, entre dos y dos cuarenta y cinco de la tarde. Todos. Yo, María, Alicia, Juango, papi y mami. Ultimamente la reunión se ha hecho difícil. Yo aquí en el imperio, Juango en Alemania como estudiante de intercambio y María ahora suele comer primero por las responsabilidades de trabajo.

Pero ya pronto nos juntamos todos, Juango vuelve como en Julio y a mi sólo me quedan seis semanas en el cemento, que son como cuarenta y pico de días que pasan rápido si no los voy contando. Mientras tanto me conformo con llenar la panza de pan o hasta de galleticas de la fortuna, pero no  me puedo quejar o al menos no debo, sólo que a veces la queja nos agranda los placeres que dejamos atrás y nos llena de nostalgias la barriga.

© Ediciones del Cielonaranja ::webmaster@cielonaranja.com