Lo que no quiso decir el lírico quisqueyano (sobre José J. Pérez)
Salomé Ureña de Henríquez
Libro de Américo Lugo
Temas políticos (sobre el libro de Alejandro Angulo Guridi)
El
día de América
El propósito
de la Normal
Moral
social (FORMATO PDF, LIBRO COMPLETO)
HOSTOS Y BOSCH EN LA DOMINICANIDAD
Diómedes Núñez Polanco
Ellos se encontraron en el bosque de libros
de la Carnegie. Don Adolfo fue el testigo de excepción en aquella biblioteca
de sueños. Hostos y Bosch, dos vidas y un pueblo solamente. Era el San
Juan de 1938. No sólo se trataba de patriotas, forjadores de mundos
nuevos. Además, amazonas de amor, generosidad, ternura. De sus aventuras
brotaban libros, escuelas, periódicos, tribunas, auroras. Fueron inmigrantes,
caminantes, peregrinos, como Bolívar, Martí, José de San Martín, Duarte,
Gómez, Luperón, Benigno Filomeno de Rojas...
Bosch se impregnó tanto y fue tal la conmoción
que recibió en lo más hondo de su ser al conocer la obra del Maestro,
que lo marcó hasta la eternidad. Por eso, en su “Hostos, el sembrador”,
advierte:
“Si mi vida llegara a ser tan importante que
se justificara algún día escribir sobre ella, habría que empezar diciendo:
‘Nació en la Vega, República Dominicana, el 30 de junio de 1909, y volvió
a nacer en San Juan de Puerto Rico a principios de 1938, cuando la lectura
de los originales de Eugenio María de Hostos le permitió conocer que
fuerzas mueven, y cómo la mueven, el alma de un hombre consagrado al
servicio de los demás’ “.
De ahí que no extrañe el que ambas vidas llegaran
a encontrarse en los caminos de la inmortalidad. Y coincidencias de
la historia: Cuando Hostos decidió fundar en Puerto Rico el primer capítulo
de su Liga de los Patriotas, no lo hizo en San Juan ni en Mayagüez,
sino en Juana Díaz, el pueblo natal de Ángela Gaviño Costales, la madre
de Don Juan.
Llegó por primera vez a tierra dominicana,
el 30 de mayo de 1875. Luego escribiría: “Ignoraba que allí había yo
de conquistar algunos de los mejores amigos de mi vida”.Conoció al general
Gregorio Luperón, a Segundo Imbert, a Federico Henríquez y Carvajal...
Aunque en agosto de ese año, elabora el plan de Escuelas Normales para
la República, es el 5 de marzo de 1876 que funda La Educadora, sociedad-escuela
destinada a “popularizar las ideas del derecho individual y público,
el conocimiento de las constituciones, dominicana, norteamericana, latinoamericanas,
y los principios económicos-sociales; en resumen: educar al pueblo”.
Pero sería en el segundo período (1879-1888) de sus tres permanencias
en nuestro país, cuando la Escuela Normal de Santo Domingo abrió sus
inscripciones, el 14 de febrero de 1880, en la calle de Los Mártires
(hoy Duarte) número 34. Las labores se iniciaron el día 18. “La instalación
de la Escuela Normal -escribe el Maestro- se hizo como se hacen las
cosas de conciencia: sin ruido ni discurso. Se abrieron las puertas
y se empezó a trabajar. Eso fue todo.”
En vísperas de una de las salidas de Hostos
del país, en diciembre de 1888, Salomé Ureña expresó: “Vengo a cumplir
un deber sagrado, vengo a satisfacer en leve parte una deuda de inmensa
gratitud. (...) Hablo, señores, de la deuda contraída con el Director
de la Escuela Normal, con el implantador sincero y consciente del método
racional de la enseñanza moderna en la sociedad dominicana.” Y resume
ella toda la constelación de aportes a su Quisqueya:
“Le vi aparecer trayendo por séquito los rayos
de las nuevas ideas, de las ideas redentoras, de las ideas de la civilización
actual, y yo, que siempre he suspirado, que suspiro aún, que suspiraré
mientras aliente, por el engrandecimiento moral y material de mi país,
batí palmas de gozo y esperé.(...) Te vas; pero germinará la simiente
que dejas en el surco, y los frutos del porvenir se fecundarán con la
savia de tus doctrinas pedagógicas.”
Para Pedro Henríquez Ureña, más que de una
enfermedad biológica, “Hostos murió de asfixia moral”. Y en esa dirección
hubo de recordarlo su compatriota José Ferrer Canales: “Si Bolívar es
la conciencia política de América, Hostos es su conciencia moral.”
Amó tanto nuestro país, que aunque vivió y fue reconocido en otras naciones
de América del Sur, con niveles socio-económicos superiores a los nuestros,
prefirió la patria dominicana; incluso, centros académicos de varios
puntos y presidentes de Chile le solicitaron que permaneciera en sus
territorios. En realidad, era parte de nuestra piel y de nuestra sangre.
Su abuela paterna, doña María Altagracia Rodríguez y Velasco, había
nacido en República Dominicana. Hostos permaneció entre nosotros casi
la cuarta parte de su vida; de sus sesenta y cuatro años, estuvo aquí
cerca de catorce. De sus seis hijos, cuatro nacieron en nuestro país.
Los otros dos, en Chile. A uno de ellos lo nombró con el apellido del
Padre de la Patria dominicana: Filipo Luis Duarte. ¿Acaso lo hiciste,
Maestro, por las palabras de Salomé al despedirte?: “¡Adios! Cuando
en las horas tranquilas que te esperan bajo otro cielo, acuda a tu memoria
un pensamiento amargo en el cual palpite el nombre de mi patria piensa
también que hay en ella corazones amigos que te recuerdan y almas agradecidas
que te bendicen”. En la fragua de su magisterio brotaron las semillas
del ideal transformador y liberal de nuestra nación. Anduvo por casi
toda la geografía de la República. Se dejó embriagar por el verdor de
los campos y la magia de los arcoiris de nuestros cielos. Se constituyó,
por derecho propio, en uno de los fundadores de la nacionalidad dominicana.
Ya avanzado el otoño de sus días, el 11 de enero
de 1998, Juan Bosch escribió, de puño y letra, su último testimonio
de amor y veneración sobre el Maestro, en el libro de visitantes distinguidos
de este Panteón de la Patria: “Eugenio María de Hostos no ha muerto
ni morirá mientras los pueblos del Caribe mantengan su imagen de creador
de la enseñanza que lo convirtió en padre de todos los hijos de nuestras
tierras”.
Suplemento Biblioteca del Listín Diario, 9
de febrero 2003
Pedro
Henríquez Ureña: Sociología de Hostos
Chiqui Vicioso: Eugenio
María de Hostos: Otra mirada
Chiqui Vicioso:
Hostos, el periodista
Diómedez Núñez
Polanco: Hostos y Bosch en la dominicanidad
Basilio Belliard: Bosch y
Hostos