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EL DIA DE AMERICA

Hoy, doce de octubre, es cumpleaños del Nuevo Continente.

Hoy hace tantos años cuantos van transcurridos desde el doce de octubre de 1492 hasta este día, que nació el Nuevo Mundo para la Historia de la Civilización y de la humanidad occidental.

En aquellas horas indecisas de la noche que convienen a la consumación de un acontecimiento extraordinario, porque simbolizan el tránsito de un día a otro día, distinguió en el espacio el ojo seguro de Colón, la luz que su razón profética había estado viendo en la soledad de la creencia combatida.

La luz afirmaba una realidad; la realidad científica que Colón había sostenido en vano: La Tierra es redonda.

Si no hubiera sido por esa convicción científica, el navegante genovés no hubiera emprendido su pavoroso viaje, ni llegado a un término de viaje tan incalculablemente superior al que se había propuesto, como era superior a la noción teológica del mundo, la noción positiva que lo había impulsado, sostenido y dirigido.

Sí: la Tierra era redonda como es, y por eso llegó Colón a donde no pensaba. Partiendo de oriente hacia occidente la misma redondez del planeta le hubiera llevado a la parte de oriente que buscaba: Colón había calculado bien, y sin duda alguna habría llegado a la India, si entre el punto de partida y el de término no hubiera habido un continente. Mas como, a pesar de Colón y los cosmógrafos, que creían un tercio menos de lo que es en realidad el diámetro de la Tierra, podía caber un continente en el espacio que el error de ellos suprimía, América estaba en su puesto y cortaba el paso al navegante.

Así fue cómo su fe en una verdad científica hizo a Colón el descubridor de dos trascendentes realidades: la una, el diámetro verdadero del planeta; la otra, el mundo nuevo que tantas verdades estaba llamado a proclamar, tantas novedades llamado a establecer, con tanta ciencia llamado a mejorar el orden material, con tanta cantidad de conciencia llamado a transformar el orden político y social.

Mañana, cuando esa nación de Europa se apodere del centenario del Descubrimiento para hacer alardes a que tan propicias son la vanidad y la necedad de las naciones, estallará sin duda en el mundo de los propagadores de ruido, aquel siempre póstumo, siempre tardío concierto de alabanzas que recompensa en la Historia los sacrificios de una vida: tiempo será entonces de hacer de Colón lo que no fue: hoy nos baste pensar de su grandeza que fue tanta, que nos dio un mundo nuevo cimentado en la Verdad. Y tomando como base de juicio la idea de que el descubrimiento de América se debe a la Verdad, consagremos el aniversario del nacimiento a pedir rápida cuenta del empleo de su vida a nuestra patria inmensa.

I

Lo primero que la historia del Continente nos señala con su índice, es la diferencia de vida resultante de la diferente aplicación de la Verdad, que se ve en la formación, desarrollo y existencia de las dos grandes porciones que geográfica e históricamente lo constituyen.

Mientras la una empieza por adoptar el régimen municipal y regional que conviene a una soberanía más exacta que la establecida en Europa, la otra fracción se somete a todos los errores políticos y administrativos que importó de Europa. En tanto que la una continúa la evolución del libre examen hasta llegar con los católicos de Maryland a la libertad de cultos y con los disidentes de Rhode Island a la separación de las órdenes temporal y espiritual, la otra fracción obedeció tan pasivamente a la contrarrevolución religiosa y filosófica, que ni siquiera se espanta de que le traigan la Inquisición. Al paso que la una rompe la atadura que embarazaba su desarrollo, y el mundo le es deudor de la democracia representativa, la más elevada concepción política y el régimen jurídico más poderoso a que los hombres han llegado, la otra fracción se hace independiente de una metrópoli incapaz, para hacerse dependiente de los errores políticos en que la había imbuido el coloniaje, y de las incoherencias doctrinales que resultaban alternativa o simultáneamente de la mala influencia de la Revolución Francesa y de la mal aprovechada influencia de la Revolución Americana. Una fracción, pensando en los deberes y en las responsabilidades de su desarrollo, reacciona previsoriamente contra el exclusivismo, sacrifica leyes, instituciones, costumbres, modos ya tradicionales de su existencia colonial, y fabrica en la Federación la unidad nacional más extensa, más vigorosa, mejor articulada y más llena de fuerza orgánica que tiene el mundo: la otra fracción rompe la unidad tradicional a que durante más de tres siglos había vivido sometida, y en vez de labrar con ella la base de una existencia una y varia, nacional y regional, fabrica una porción de nacioncitas sin vigor, que están predestinadas por su propio origen y por la misma necesidad de su existencia colectiva, a pasar por vicisitudes perturbadoras, antes de encontrar la base de equilibrio y de reposo que en el primer momento malograron.

II

No obstante la diferencia de conducta, desarrollo y carácter que se patentiza en la vida particular de cada una de las fracciones del Continente, comunes a ambos son los más trascendentales beneficios que debe la Humanidad al descubrimiento del Nuevo Mundo, puesto que del nacimiento de ese mundo nuevo se han derivado las transformaciones que desde entonces ha estado realizando la Civilización.

Si oportuno es este aniversario para indicar severamente las faltas de la gran vida colectiva que empezó en 1492, oportuno sea para enumerar con sobrio regocijo los bienes con que nuestro Continente de Colón ha contribuido al desenvolvimiento físico e intelectual de la Humanidad.

Así completaremos el examen de conciencia con que debemos consagrar éste y todos los grandes días de la patria continental.

III

En el momento de aventurarse el Descubridor en las "tinieblas" del Atlántico, este camino de la civilización yacía desierto. La humanidad no había sabido utilizar la fuerza civilizadora que, en el plan de la naturaleza, era él, como son todos los océanos. Tan pronto como Colón lo recorrió, el Atlántico fue un elemento de civilización. Este, el primero de los grandes beneficios con que saludó América a la Historia, desde el primer momento equivalió a un aumento de fuerza física para la Humanidad.

La aplicación, en grande escala, de la brújula, que sólo había servido para tímidas experiencias de los chinos y para ineficaces experimentos de los mareantes del Mediterráneo; el examen de la desviación de la brújula, que substancialmente equivalió al descubrimiento del Polo magnético; la forma esferoidal del planeta y su diámetro efectivo, beneficios inmediatos son que, con sólo nacer para la Historia, hizo a la ciencia el Nuevo Continente. Y como todas las varias consecuencias, así del orden material como intelectual, así sociales como religiosas, que han tenido en la vida humana aquellas verdades, son bienes reales para el Hombre, bienes han sido y son que debe a América.

La afectividad no debe a continente alguno el noble desarrollo y la portentosa cantidad de materia poética y estética que debe al Mundo Nuevo, donde una raza inocente es víctima de su inocencia en las Antillas; donde una raza, generosa por realmente valerosa, perece, defendiendo su inteligente civilización, en Méjico; donde una raza benévola llora todavía, en las altiplanicies de los Andes bolivianos y peruanos, la asombrosa civilización a que quichuas y aymarás habían llegado bajo la conducta de los Incas; donde el prototipo del aborigen, el nobilísimo araucano, personifica con épico heroísmo la fuerza de resistencia opuesta a la invasión de hombres, instituciones, costumbres y gobiernos desconocidos, junto con la rápida apropiación de medios y recursos de ofensa y de defensa, para sostener su inquebrantable independencia.

El arte, que sigue en Europa manoseando formas viejas y manipulando estrechos moldes, tiene en la ante-historia, en el Descubrimiento, en la Conquista, en el Coloniaje, en la Independencia, en la variedad de razas, en la diversidad de tipos, en la compenetración de lo nuevo por lo viejo, en la transformación de lo viejo por lo nuevo, en la grandeza imponente del escenario y en el espíritu nuevo del actor, los elementos de una lírica descriptiva y subjetiva; de una dramática social o familiar, de una épica narrativa o filosófica que, una vez reunidos e incorporados por cultivadores profundos de cada una de esas ramas de la poesía, darán a la dulce admiración del mundo y a la plácida complacencia de la humanidad futura, una poesía completa, no sólo porque recorrerá toda la variedad de formas y toda la variedad de géneros, sino porque la materia poética que está obligada a manejar y transformar, por ser más humana, es más universal.

Tres razas madres, la autóctona, la conquistadora y la africana, han regado con su sangre el Continente y han peleado y pelean en él la durísima lucha de la vida; y las otras dos ramas de la especie humana que en un principio no habían tomado parte en las agitaciones de nuestra vida, vienen, representadas por el paria de la India (el coolie) y por el desheredado de la China, a poblar de lamentos nuestra atmósfera. Los dolores de la raza aborígena, exterminada en las Antillas, peor que exterminada, envilecida y azotada en el Continente, desde los hielos del Canadá y las praderas del Far West hasta las soledades del Amazonas y las pampas de la Patagonia; las inquietudes de la raza civilizadora, responsable de una nueva civilización en el Norte, enferma de pasado en Centro y Sur; las angustias de la raza etiópica, así cuando gime bajo el látigo y la cadena del esclavo, como cuando la hacen solidaria de una civilización que no comprende; las agonías del paria y del chino, condenados a incesante trabajo, como la hormiga, y sañudamente perseguidos porque desarrollan en su trabajo barato las virtudes de la hormiga, no piden otra cosa que un alma verdadera de poeta, que condense en su sollozo el vario lamentar de esa humanidad adoptada por América, para producir la lírica más bella, más profunda, más racional y más humana.

La dramática miseranda que los dramaturgos europeos están reduciendo a crítica rimada de las malas costumbres europeas o a comentarios versificados de artículos de códigos penales, nacerá más persuasiva, más convincente, más ejemplar que fue en boca de los grandes poetas cómicos de China, Grecia, Roma, España, Francia, Inglaterra y Dinamarca: más lúgubre y patética que la hicieran Esquilo o Shakespeare, cuando haya en el Continente un poeta tan profundamente objetivo que reproduzca exactamente la completa realidad social del Continente; y tan noblemente subjetivo, que cuando salgan los personajes a la escena, se vea que salen de su conciencia.

Sin duda fueron grandes motivos épicos la evolución de la raza helénica que Homero o los homéridas cantaron; sin duda que fue grande el prototipo nacional que cantó el épico de Roma; sin duda que Allighieri, al consignar en su Divina Comedia las evoluciones luctuosas de la Edad Media de Italia, consagró el pensamiento épico de una edad entera; sin duda que las luchas de las dos personificaciones soberanas del mal y el bien fueron una concepción épica tan sublime como el sublime ciego que le dio forma en Paradise Lost; sin duda que Klopstok acertó con una de las transformaciones más épicas de la sociedad occidental, cuando concibió y dio cima a la Cristiada; sin duda que los dos poemas dramáticos, de Goethe el más bello, de Byron el más épico, corresponden a la misma épica congoja del espíritu individual en todo tiempo; sin duda que, por encima de todos esos poemas, se levanta, como en la soledad ardiente del desierto líbico se eleva la pirámide de Cheops, aquella construcción monumental del Ramayama o aquella colosal conglomeración épica del Mahabarata; pero un día será cierto en la Historia de la Literatura universal, que el Descubrimiento, la Independencia, la vida compendiada de toda la humanidad en América y el ideal americano de una civilización universal, son elementos épicos tan superiores a todos los utilizados por los poetas épicos de Europa y Asia, como es más humana, más extensa, más completa la vida del Nuevo Continente.

Ya, aún sin llegar a completo desarrollo el embrión poético de América, Heredia, Bello y Matta, han comprendido la lírica descriptiva, como ningún europeo contemporáneo; Longfellow, Guido Spano y J. J. Pérez se han lanzado a la verdadera fuente de inspiración lírica, a llorar los dolores de la familia humana avecindada en América o nacida en ella; Olmedo encontró una personificación épica de América; y Ercilla, el buen Ercilla, la mejor personificación de las virtudes del carácter ibérico, empezó a realizar en La Araucana, la más justiciera de todas las concepciones épicas, uno de los fines que el poema debe realizar, no el endiosamiento de una familia humana, sino el entronizamiento de la justicia.

IV

Los servicios que, con sólo ser venero de materia poética y estética, ha hecho a las Bellas Artes el Nuevo Continente, no pueden todavía pesar tanto en la gratitud del mundo, como los servicios que le ha hecho con la aplicación del vapor al movimiento, con la aplicación de la electricidad a la comunicación del pensamiento y los sentidos, o con la omnímoda aplicación de las ciencias a las artes de la vida, y es natural que estos servicios materiales sean mejor apreciados que aquellos servicios intelectuales y morales.

Pero lo incomprensible es que no sean en general bien apreciados los dos mayores beneficios que el Nuevo Continente ha hecho al porvenir de la Humanidad.

Esos dos beneficios, complemento el uno del otro, coinciden tan exactamente con el probable destino del Hombre en el planeta y con la secular tendencia de su naturaleza, que harán de América el centro de gravedad del mundo, el fundamento de todas las civilizaciones, el seno común de la Humanidad del porvenir.

Esos dos beneficios son el descubrimiento del océano Pacífico y el descubrimiento de la Federación.

El descubrimiento del Pacífico fue como un símbolo de la vida; la Federación fue como la expresión orgánica del símbolo. E1 camino del Pacífico era el camino del ideal americano; la fusión de las razas en una misma civilización. La Federación era la meta del ideal del Nuevo Mundo; la unión de todas las naciones.

Sean todos los doce de octubre, día de conmemoración de ese ideal.

(Obras Completas, Vol. X: La Cuna de América. 1939)