Lo que no quiso decir el lírico quisqueyano (sobre José J. Pérez)
Salomé Ureña de Henríquez
Libro de Américo Lugo
Temas políticos (sobre el libro de Alejandro Angulo Guridi)
El
día de América
El propósito
de la Normal
Moral
social (FORMATO PDF, LIBRO COMPLETO)
EL
DIA DE AMERICA
Hoy, doce de octubre, es cumpleaños del Nuevo
Continente.
Hoy hace tantos años cuantos van transcurridos
desde el doce de octubre de 1492 hasta este día, que nació el Nuevo
Mundo para la Historia de la Civilización y de la humanidad occidental.
En aquellas horas indecisas de la noche que convienen
a la consumación de un acontecimiento extraordinario, porque simbolizan
el tránsito de un día a otro día, distinguió en el espacio el ojo seguro
de Colón, la luz que su razón profética había estado viendo en la soledad
de la creencia combatida.
La luz afirmaba una realidad; la realidad científica
que Colón había sostenido en vano: La Tierra es redonda.
Si no hubiera sido por esa convicción científica,
el navegante genovés no hubiera emprendido su pavoroso viaje, ni llegado
a un término de viaje tan incalculablemente superior al que se había
propuesto, como era superior a la noción teológica del mundo, la noción
positiva que lo había impulsado, sostenido y dirigido.
Sí: la Tierra era redonda como es, y por eso
llegó Colón a donde no pensaba. Partiendo de oriente hacia occidente
la misma redondez del planeta le hubiera llevado a la parte de oriente
que buscaba: Colón había calculado bien, y sin duda alguna habría llegado
a la India, si entre el punto de partida y el de término no hubiera
habido un continente. Mas como, a pesar de Colón y los cosmógrafos,
que creían un tercio menos de lo que es en realidad el diámetro de la
Tierra, podía caber un continente en el espacio que el error de ellos
suprimía, América estaba en su puesto y cortaba el paso al navegante.
Así fue cómo su fe en una verdad científica hizo
a Colón el descubridor de dos trascendentes realidades: la una, el diámetro
verdadero del planeta; la otra, el mundo nuevo que tantas verdades estaba
llamado a proclamar, tantas novedades llamado a establecer, con tanta
ciencia llamado a mejorar el orden material, con tanta cantidad de conciencia
llamado a transformar el orden político y social.
Mañana, cuando esa nación de Europa se apodere
del centenario del Descubrimiento para hacer alardes a que tan propicias
son la vanidad y la necedad de las naciones, estallará sin duda en el
mundo de los propagadores de ruido, aquel siempre póstumo, siempre tardío
concierto de alabanzas que recompensa en la Historia los sacrificios
de una vida: tiempo será entonces de hacer de Colón lo que no fue: hoy
nos baste pensar de su grandeza que fue tanta, que nos dio un mundo
nuevo cimentado en la Verdad. Y tomando como base de juicio la idea
de que el descubrimiento de América se debe a la Verdad, consagremos
el aniversario del nacimiento a pedir rápida cuenta del empleo de su
vida a nuestra patria inmensa.
I
Lo primero que la historia del Continente nos
señala con su índice, es la diferencia de vida resultante de la diferente
aplicación de la Verdad, que se ve en la formación, desarrollo y existencia
de las dos grandes porciones que geográfica e históricamente lo constituyen.
Mientras la una empieza por adoptar el régimen
municipal y regional que conviene a una soberanía más exacta que la
establecida en Europa, la otra fracción se somete a todos los errores
políticos y administrativos que importó de Europa. En tanto que la una
continúa la evolución del libre examen hasta llegar con los católicos
de Maryland a la libertad de cultos y con los disidentes de Rhode Island
a la separación de las órdenes temporal y espiritual, la otra fracción
obedeció tan pasivamente a la contrarrevolución religiosa y filosófica,
que ni siquiera se espanta de que le traigan la Inquisición. Al paso
que la una rompe la atadura que embarazaba su desarrollo, y el mundo
le es deudor de la democracia representativa, la más elevada concepción
política y el régimen jurídico más poderoso a que los hombres han llegado,
la otra fracción se hace independiente de una metrópoli incapaz, para
hacerse dependiente de los errores políticos en que la había imbuido
el coloniaje, y de las incoherencias doctrinales que resultaban alternativa
o simultáneamente de la mala influencia de la Revolución Francesa y
de la mal aprovechada influencia de la Revolución Americana. Una fracción,
pensando en los deberes y en las responsabilidades de su desarrollo,
reacciona previsoriamente contra el exclusivismo, sacrifica leyes, instituciones,
costumbres, modos ya tradicionales de su existencia colonial, y fabrica
en la Federación la unidad nacional más extensa, más vigorosa, mejor
articulada y más llena de fuerza orgánica que tiene el mundo: la otra
fracción rompe la unidad tradicional a que durante más de tres siglos
había vivido sometida, y en vez de labrar con ella la base de una existencia
una y varia, nacional y regional, fabrica una porción de nacioncitas
sin vigor, que están predestinadas por su propio origen y por la misma
necesidad de su existencia colectiva, a pasar por vicisitudes perturbadoras,
antes de encontrar la base de equilibrio y de reposo que en el primer
momento malograron.
II
No obstante la diferencia de conducta, desarrollo
y carácter que se patentiza en la vida particular de cada una de las
fracciones del Continente, comunes a ambos son los más trascendentales
beneficios que debe la Humanidad al descubrimiento del Nuevo Mundo,
puesto que del nacimiento de ese mundo nuevo se han derivado las transformaciones
que desde entonces ha estado realizando la Civilización.
Si oportuno es este aniversario para indicar
severamente las faltas de la gran vida colectiva que empezó en 1492,
oportuno sea para enumerar con sobrio regocijo los bienes con que nuestro
Continente de Colón ha contribuido al desenvolvimiento físico e intelectual
de la Humanidad.
Así completaremos el examen de conciencia con
que debemos consagrar éste y todos los grandes días de la patria continental.
III
En el momento de aventurarse el Descubridor en
las "tinieblas" del Atlántico, este camino de la civilización
yacía desierto. La humanidad no había sabido utilizar la fuerza civilizadora
que, en el plan de la naturaleza, era él, como son todos los océanos.
Tan pronto como Colón lo recorrió, el Atlántico fue un elemento de civilización.
Este, el primero de los grandes beneficios con que saludó América a
la Historia, desde el primer momento equivalió a un aumento de fuerza
física para la Humanidad.
La aplicación, en grande escala, de la brújula,
que sólo había servido para tímidas experiencias de los chinos y para
ineficaces experimentos de los mareantes del Mediterráneo; el examen
de la desviación de la brújula, que substancialmente equivalió al descubrimiento
del Polo magnético; la forma esferoidal del planeta y su diámetro efectivo,
beneficios inmediatos son que, con sólo nacer para la Historia, hizo
a la ciencia el Nuevo Continente. Y como todas las varias consecuencias,
así del orden material como intelectual, así sociales como religiosas,
que han tenido en la vida humana aquellas verdades, son bienes reales
para el Hombre, bienes han sido y son que debe a América.
La afectividad no debe a continente alguno el
noble desarrollo y la portentosa cantidad de materia poética y estética
que debe al Mundo Nuevo, donde una raza inocente es víctima de su inocencia
en las Antillas; donde una raza, generosa por realmente valerosa, perece,
defendiendo su inteligente civilización, en Méjico; donde una raza benévola
llora todavía, en las altiplanicies de los Andes bolivianos y peruanos,
la asombrosa civilización a que quichuas y aymarás habían llegado bajo
la conducta de los Incas; donde el prototipo del aborigen, el nobilísimo
araucano, personifica con épico heroísmo la fuerza de resistencia opuesta
a la invasión de hombres, instituciones, costumbres y gobiernos desconocidos,
junto con la rápida apropiación de medios y recursos de ofensa y de
defensa, para sostener su inquebrantable independencia.
El arte, que sigue en Europa manoseando formas
viejas y manipulando estrechos moldes, tiene en la ante-historia, en
el Descubrimiento, en la Conquista, en el Coloniaje, en la Independencia,
en la variedad de razas, en la diversidad de tipos, en la compenetración
de lo nuevo por lo viejo, en la transformación de lo viejo por lo nuevo,
en la grandeza imponente del escenario y en el espíritu nuevo del actor,
los elementos de una lírica descriptiva y subjetiva; de una dramática
social o familiar, de una épica narrativa o filosófica que, una vez
reunidos e incorporados por cultivadores profundos de cada una de esas
ramas de la poesía, darán a la dulce admiración del mundo y a la plácida
complacencia de la humanidad futura, una poesía completa, no sólo porque
recorrerá toda la variedad de formas y toda la variedad de géneros,
sino porque la materia poética que está obligada a manejar y transformar,
por ser más humana, es más universal.
Tres razas madres, la autóctona, la conquistadora
y la africana, han regado con su sangre el Continente y han peleado
y pelean en él la durísima lucha de la vida; y las otras dos ramas de
la especie humana que en un principio no habían tomado parte en las
agitaciones de nuestra vida, vienen, representadas por el paria de
la India (el coolie) y por el desheredado de la China, a poblar
de lamentos nuestra atmósfera. Los dolores de la raza aborígena, exterminada
en las Antillas, peor que exterminada, envilecida y azotada en el Continente,
desde los hielos del Canadá y las praderas del Far West hasta las soledades
del Amazonas y las pampas de la Patagonia; las inquietudes de la raza
civilizadora, responsable de una nueva civilización en el Norte, enferma
de pasado en Centro y Sur; las angustias de la raza etiópica, así cuando
gime bajo el látigo y la cadena del esclavo, como cuando la hacen solidaria
de una civilización que no comprende; las agonías del paria y del
chino, condenados a incesante trabajo, como la hormiga, y sañudamente
perseguidos porque desarrollan en su trabajo barato las virtudes de
la hormiga, no piden otra cosa que un alma verdadera de poeta, que condense
en su sollozo el vario lamentar de esa humanidad adoptada por América,
para producir la lírica más bella, más profunda, más racional y más
humana.
La dramática miseranda que los dramaturgos europeos
están reduciendo a crítica rimada de las malas costumbres europeas o
a comentarios versificados de artículos de códigos penales, nacerá más
persuasiva, más convincente, más ejemplar que fue en boca de los grandes
poetas cómicos de China, Grecia, Roma, España, Francia, Inglaterra y
Dinamarca: más lúgubre y patética que la hicieran Esquilo o Shakespeare,
cuando haya en el Continente un poeta tan profundamente objetivo que
reproduzca exactamente la completa realidad social del Continente; y
tan noblemente subjetivo, que cuando salgan los personajes a la escena,
se vea que salen de su conciencia.
Sin duda fueron grandes motivos épicos la evolución
de la raza helénica que Homero o los homéridas cantaron; sin duda que
fue grande el prototipo nacional que cantó el épico de Roma; sin duda
que Allighieri, al consignar en su Divina Comedia las evoluciones
luctuosas de la Edad Media de Italia, consagró el pensamiento épico
de una edad entera; sin duda que las luchas de las dos personificaciones
soberanas del mal y el bien fueron una concepción épica tan sublime
como el sublime ciego que le dio forma en Paradise Lost; sin
duda que Klopstok acertó con una de las transformaciones más épicas
de la sociedad occidental, cuando concibió y dio cima a la Cristiada; sin duda que los dos poemas dramáticos, de Goethe el más bello,
de Byron el más épico, corresponden a la misma épica congoja del espíritu
individual en todo tiempo; sin duda que, por encima de todos esos poemas,
se levanta, como en la soledad ardiente del desierto líbico se eleva
la pirámide de Cheops, aquella construcción monumental del Ramayama
o aquella colosal conglomeración épica del Mahabarata; pero un día será
cierto en la Historia de la Literatura universal, que el Descubrimiento,
la Independencia, la vida compendiada de toda la humanidad en América
y el ideal americano de una civilización universal, son elementos épicos
tan superiores a todos los utilizados por los poetas épicos de Europa
y Asia, como es más humana, más extensa, más completa la vida del Nuevo
Continente.
Ya, aún sin llegar a completo desarrollo el embrión
poético de América, Heredia, Bello y Matta, han comprendido la lírica
descriptiva, como ningún europeo contemporáneo; Longfellow, Guido Spano
y J. J. Pérez se han lanzado a la verdadera fuente de inspiración lírica,
a llorar los dolores de la familia humana avecindada en América o nacida
en ella; Olmedo encontró una personificación épica de América; y Ercilla,
el buen Ercilla, la mejor personificación de las virtudes del carácter
ibérico, empezó a realizar en La Araucana, la más justiciera
de todas las concepciones épicas, uno de los fines que el poema debe
realizar, no el endiosamiento de una familia humana, sino el entronizamiento
de la justicia.
IV
Los servicios que, con sólo ser venero de materia
poética y estética, ha hecho a las Bellas Artes el Nuevo Continente,
no pueden todavía pesar tanto en la gratitud del mundo, como los servicios
que le ha hecho con la aplicación del vapor al movimiento, con la aplicación
de la electricidad a la comunicación del pensamiento y los sentidos,
o con la omnímoda aplicación de las ciencias a las artes de la vida,
y es natural que estos servicios materiales sean mejor apreciados que
aquellos servicios intelectuales y morales.
Pero lo incomprensible es que no sean en general
bien apreciados los dos mayores beneficios que el Nuevo Continente ha
hecho al porvenir de la Humanidad.
Esos dos beneficios, complemento el uno del otro,
coinciden tan exactamente con el probable destino del Hombre en el planeta
y con la secular tendencia de su naturaleza, que harán de América el
centro de gravedad del mundo, el fundamento de todas las civilizaciones,
el seno común de la Humanidad del porvenir.
Esos dos beneficios son el descubrimiento del
océano Pacífico y el descubrimiento de la Federación.
El descubrimiento del Pacífico fue como un símbolo
de la vida; la Federación fue como la expresión orgánica del símbolo.
E1 camino del Pacífico era el camino del ideal americano; la fusión
de las razas en una misma civilización. La Federación era la meta del
ideal del Nuevo Mundo; la unión de todas las naciones.
Sean todos los doce de octubre, día de conmemoración
de ese ideal.
(Obras Completas, Vol. X: La Cuna de América. 1939)