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UN PUENTE LLAMADO SALOMÉ Y CAMILA

Chiqui Vicioso

Durante la década de los años treinta y cuarenta, un grupo de jóvenes asimilados de las colonias portuguesas en Africa coincidió en Europa. Paradójicamente, allá descubrieron el concepto de la libertad y el nacionalismo, sentimientos que casi todos expresaron (como si la libertad fuese innata a la poesía) en una hoy paradigmática “Antología Poética” compilada por Leopoldo Senghor.

De ese grupo, conformado entre otros por Mario de Andrade y Agostino Neto (de Angola), y Samora Machel (de Mozambique), tres llegarían a ser líderes de los movimientos de liberación de sus países respectivos, y otro se convertiría en uno de los teóricos africanos de mayor trascendencia: Amilcar Cabral.

Con su libro, ‘‘El Retorno a la Fuente'', Amilcar Cabral tendió un puente entre los miles de jóvenes africanos que estudiaban fuera de sus países y el Africa, incluyendo los de su tierra natal: Guinea Bissau, donde dirigió el movimiento independentista, ascendió a la Presidencia y fue posteriormente asesinado.

Hace dos años, la Dra. Daysi Cocco De Filippis, nuestra crítica literaria más importante y presidenta de la Asociación de Académicos Dominicanos en los Estados Unidos, me planteó que ‘‘En el Nombre de Salomé'', de la escritora Julia Alvarez, en la versión inglesa, ha sacado (como en el caso de las hermanas Mirabal) a Camila y Salomé de los barrotes de esta isla, y que debía ser material obligatorio de lectura de todos los programas de estudio del Caribe de las universidades norteamericanas, porque tiende el puente necesario entre los y las jóvenes de nuestras islas en Norteamérica y su tierra natal: el Caribe.

También porque tiende un puente entre nuestros jóvenes y nuestras grandes figuras femeninas; piedras fundacionales de esa gran nación que se construye haciendo por debajo y encima de la mar lo que Eugenio María de Hostos, José Martí y Máximo Gómez comenzaron a conformar como la Gran Patria de las Antillas Mayores.

Pájaro no de dos, sino de múltiples alas, porque, como esta obra demuestra, no se puede hablar de nuestras islas sin también referirnos a sus mujeres más connotadas, como la patriota cubana Dulce María Borrero; la líder sindical puertorriqueña Luisa Capetillo, y la inmensa y aguerrida Concepción Bona, entre muchas otras.

Vida y país

‘‘La historia de mi vida comienza con la historia de mi país'' (pág. 25). Con esta frase se inicia en este libro nuestro retorno a la fuente, esa fuente que para las dominicanas son Salomé Ureña y su hija Camila, dos de las mujeres más señeras de nuestra historia.

Una historia que germina con una mirada infantil: ‘‘Nosotros, los niños, no teníamos la menor idea de por qué se peleaban los adultos'', dice Salomé como cualquier niño o niña de hoy frente a los adultos que amenazan con destruir su, nuestro, planeta.

La patria como mujer

Pregunta que motiva a Salomé a plantearse qué clase de mujer es esa patria por la que todos en apariencia se sacrifican, y cito: ‘‘Qué es esta idea de nación que empuja a tantos a dar la vida por su liberación para que luego otros la vuelvan a encadenar?'' (pág. 38). Y continúa: ‘‘¿Qué es la patria en cuyo nombre se hacen cosas así, asesinar a la mujer que confeccionó nuestra insignia nacional, desaparecer a tu padre...?'' (pág. 40).

Es el mismo cuestionamiento que se hace Camila y que le responde a Eisenhower, cuando éste interroga: ¿Qué clase de revolución es esta?, refiriéndose a la revolución cubana de 1959, y ella contesta: ‘‘El tipo que tenemos en nuestros países pobres'' , recreando en su presente la pregunta original de su madre frente a las revueltas de su tiempo.

Admirable como en este libro se rescata la ley de la dialéctica en el estudio y conocimiento de la Historia. Dialéctica entre dos tiempos: el presente de Camila y el pasado de Salomé, y entre dos procesos históricos: el del Caribe y el de los Estados Unidos. Herramienta fundamental para entender el desenvolvimiento de nuestra nación dentro de un marco mayor, el de los Estados Unidos y el resto del mundo.

‘‘Trajeron cadáveres apilados sobre carretones y los acostaron al lado de la plaza'' (pág. 218); ‘‘Meriño se había declarado dictador y se había virado contra los Positivistas''... ‘‘Parecía que el mundo se derrumbaba. Ese verano el presidente norteamericano Mister Garfield fue baleado...en la Casa Blanca. Los hombres buenos estaban desapareciendo... mientras tanto los ricos y avaros tenían el control...'' Y ‘‘... un tal Mr. Vanderbilt había dicho menos yo y los míos, que se joda el resto del mundo''.

Otra razón para que este libro se incluya en el currículo no ya de las clases de literatura del Caribe, sino también de Historia. La historia del anónimo y cotidiano heroísmo de nuestras mujeres, y la historia de las ideas preclaras en hombres como Duarte, Hostos, Martí, Betances, Luperón o Lincoln.

Abraham Lincoln

Así, describe, por ejemplo, Salomé a su padre la muerte de Lincoln: ‘‘...exclamando casi sin aliento ¡Han matado a Lincoln!'', y narra el estupor de su familia frente al magnicidio de ‘‘el barbudo presidente de nuestro vecino del norte que había luchado por la liberación de la gente de nuestro color''. Improbable conciencia epocal sobre el racismo, en una población que aún hoy se desriza el pelo y donde un sector de la intelectualidad plantea la migración haitiana como causa de nuestro ocaso como nación dominicana.

Es la República Dominicana de 1880-1886, cuando Salomé retrata a Eugenio María de Hostos como un hombre ‘‘con hermosa cabeza y sonrisa triste'', que con sus ideas, y cito: ‘‘Había sido corrido de Puerto Rico, Perú, Europa y Venezuela''; un hombre de quien ella ‘‘se había enamorado moralmente'' y que a menudo sentía un deplorable vacío porque (y cito) ‘‘estamos forjando al nuevo hombre, pero no a la nueva mujer'' (pág. 208). ‘‘De hecho, sin el uno no podemos realizar el otro''.

Y es la misma República Dominicana donde otro hombre, también de hermosa cabeza y triste sonrisa, el compañero y esposo de Salomé, Francisco Henríquez y Carvajal, reclama sus derechos a la Presidencia durante la primera ocupación norteamericana, ‘‘aún cuando todo su gabinete se había desbandado''.

La triste saga de los patriotas

Triste saga de los patriotas de Las Antillas, dentro y fuera de nuestros países, descrita por Salomé en una de sus cartas a Pancho, cuando hace una referencia a ‘‘La edad de oro'' que publica Martí en Nueva York; a Betances en Brooklyn y Hostos en Chile. Penson camino al exilio, y exclama: ¡Todo nuestro Caribe vive en otros lugares!'' (pág. 266).

Es hacia ese Caribe que ‘‘En el nombre de Salomé'' tiende los puentes. Un libro donde, a dos voces, Salomé y Camila nos narran la historia del país: ‘‘Durante 1878, tuvimos ocho gobiernos y el mismo número de batallas...'' ‘‘Y tuvimos guerras de nuevo...'' ‘‘Los verdes contra los colorados, y los colorados contra los azules'', ‘‘Hasta que el único color que dominaba era el color de la sangre derramada''. Mientras, y cito: ‘‘... en el norte los Estados Unidos celebraban sus primeros cien años y el presidente Grant organizaba su gran fiesta, nuestro presidente Espaillat no pudo asistir porque tenía demasiadas revoluciones entre manos'' (pág. 127).

Reflexión sobre nuestro acontecer histórico que sigue teniendo vigencia, y que comienza con la nostalgia de los poemas del regreso en ‘‘Homecoming'' sobre el único país posible: el de la memoria; continúa en las juveniles y refrescantes voces de las muchachas García y sus intentos por perder el acento para sobrevivir en un mundo hostil a los inmigrantes; encuentra su razón de ser en la historia política reciente de nuestra isla y en la sacrificada generación del 1J4, con sus heroicas mujeres, en un tiempo donde todavía volaban las mariposas; y ahora concluye con ‘‘En el nombre de Salomé'', en una trilogía que -sin proponérselo- abarca 150 años en el devenir de las mujeres dominicanas.

Y todo en el nombre de Salomé. ‘‘Rosa desatada en la brisa que envuelve / triunfo del verbo sobre los oscuros límites de la pizarra / amarilla conjura de velos y tules / decapitando del no ser lo que somos”. Y todo en el nombre de Salomé.

La mejor Salomé, la que habita en todas nosotras. La que a fuerza de generosidad y tesón ganó todas las batallas, aún las que perdió en apariencia. Fuente del país que imaginamos y retorno hacia esa isla de dos mitades indisolubles en el doloroso viacrucis de nuestra historia republicana, que son ella: Salomé y la más brillante intelectual dominicana de todos los tiempos, su hija Camila Henríquez Ureña.

Suplemento Ventana, Listín Diario, domingo 16 de Junio del 2002

 

 

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