Miguel D. Mena
Si
todo se hormiguea allá abajo, con las luces de Santo Domingo
apagándose y los cinturones aquí apretados, algún
poema tiene que ver. Tiene que producirse el consuelo de las imágenes,
la fluidez de alguna palabra estableciendo las líneas aureáticas,
las sombras que nos dan la sensación de densidades en el alma.
Chiqui Vicioso tiene que aparecer por esa puerta. Tiene que ver su
poesía, su teatro, su presencia. Tiene que estar algo ahí
redefiniéndonos, sacándonos chispas, moviéndonos
por esos terrenos clandestinos de la amistad blindada.
Titulada en ciencias sociales, pedagoga de profesión, poeta,
diplomática de la creatividad local, sus logros ponen a la
deriva todos aquellos clavos con los que la dominicanidad oficial
se sustenta. Nacida en Santiago a finales de los 40 dentro de una
familia donde la Poesía Sorprendida se respiraba por parte
de la madre, ella también una gran poeta, su vida se constituiría
en ululares extrañísimos.
El Nueva York de los setenta sería la primera estación
de un mundo que se ha estado cruzando palmo a palmo de este lado del
hemisferio. Guinea-Bissau, Brasil, Nicaragua, Cuba, Bolivia, son algunos
de los planos donde se han formado esas coordenadas. La mujer ha sido
uno de sus pilares. Gracias a ella nos adentramos en el mundo de Julia
de Burgos, y de paso, se produjeron importantísimas revelaciones
de uno de los amantes de la autora puertorriqueña, Juan Isidro
Jimenes Grullón. Luego vendrían traducciones
de Sylvia Plath, pensamientos sobre los problemas de género
desde los años 80. Al mismo tiempo que la promoción
de estas autoras y sus temas se producía, también había
una gran labor de aglutinamiento de artistas en un trabajo multidisplinario.
Produciría entonces una serie de trabajos con los creadores
plásticos más reveladores del momento, Tony Capellán,
Belkys Ramírez y Jorge Pineda. Redescubrimos el libro como
objeto de arte, el valor de las texturas, los colores, las formas.
El libro no sólo era para ser leído, sino para verse,
agudizando ese gusto cuasi-infantil que de repente perdimos alguna
vez.
Sensible para todo lo que significara creación, ahí
estaban las teorías al lado de la lírica, la consejería
en proyectos educativos nacionales y extranjeros, y su irrestricta
solidaridad con proyectos revolucionarios. Sin tener que ponerse alguna
bandera en el pecho, Chiqui fue una de nuestras Juanas de Arco. Ahí
estaba la conciencia del compromiso, la materialización de
una voluntad y las ganas de pluralizarse en todo lo que conllevara
una mejor condición humana.
Un buen día la poesía llegó a sus últimas
costas. Nuestra autora había publicado "Un extraño
ulular traía el viento". La conciencia de lo mágico
caribeño había logrado una de sus apuestas fundamentales.
Tomás Hernández Franco y su "Yelidá"
ya no estaban solos en el parnaso dominicano. Más de cincuenta
años tuvimos que esperar para tener un texto poético
que nos enlazara a los aires de Aimé Cesaire, Derek Walcott
y Cos Causse.
Después de ahí las flotas tomaron otros cursos. No contenta
con el ensayo y la poesía, las nuevas aguas serían las
del teatro y el ballet. Luego de un primer proyecto a partir de textos
de Emily Dickinson, Chiqui Vicioso escribiría "Whiskey
Sour", quizás la obra de teatro de más éxito
en el último decenio del siglo XX. Si con "Un extraño
ulular..." accedíamos a nuevos ámbitos de lo caribeño
en nuestra insularidad, con esta obra se estaba pensando en álgunos
ámbitos de la modernidad. El acto de pasar a nuevas edades,
el sentido de la finitud de la existencia, se presentaban de una manera
hilarante, cómica a veces, lírica siempre.
La mujer fue una y fueron muchas. Parecía que a "la mujer"
había que irle descubriendo sus niveles para llegar a su estadio
más desexuado, a su condición de ser, ser así,
simplemente.
Entonces llegamos a sus variaciones sobre Salomé Ureña,
nuestra poeta por excelencia, el arrebato por eso que está
por ahí aunque cierto sentido común trate siempre de
ocultarlo.
Todos tenemos un poquito de Salomé. Está la vida sin
oropoles, las tensiones extremas del ser, esas flechas que siempre
salen y que al verse tan lejos disipan todo sentido de la corporalidad.
Chiqui Vicioso ha logrado poner marcas sustanciales en esas direcciones
por donde nos hemos movido. Sus cartografías son difíciles
de conceptuar en una fórmula. La sensación de su obra
es que las palabras muchas veces no son suficientes. Buena representante
de 1968, lo suyo -y lo nuestro- está en el viento, en un mundo
donde los girasoles también dan cuenta de un estado espiritual,
de una búsqueda que es encuentro.
El viento sigue trayendo sus murmullos. Todo Santo Domingo está
hormigueando allá abajo. El mar, lo que suponemos es el mar,
es como un cielo al revés y sin luna. Ahora puede uno quitarse
los cinturones, moverse un poco, confirmar que muchas almas de uno
mismo se han quedado flotando en algún lugar, como aquellos
personajes de "Perdidos en el espacio".
Uno sabrá, sin embargo, que no importan tanto estas levitaciones.
Aquí tengo los poemas de Chiqui Vicioso. Con seguridad que
los compartiré con ustedes alguna vez.
Claro que los compartiré.