LA
MEDIA NARANJA: OBSESIONADO CON FREDDY MILLER.
Ángela Peña
Desde Berlín, Miguel D. Mena hace un valioso aporte a la
intelectualidad dominicana con su página en Internet que ofrece extensas
biografías ilustradas de escritores nacionales de casi todos los géneros
y épocas. Pero de vez en cuando se apasiona con determinados personajes
ignorados, desconocidos, olvidados y remueve mar y tierra en busca de
obras inéditas y datos personales que los revivan, haciéndolos presentes
y vigentes. Ahora satisface curiosidades de su adolescencia
desentrañando el recuerdo de Freddy Miller Otero, de cuya desaparición
se han publicado decenas de escritos, más no de su obra. Investiga,
solicita direcciones, teléfonos, visita bibliotecas y archivos, pide
informaciones. Freddy Miller lo absorbe y yo le cuestiono por esta
secreta obsesión literaria de juventud que hoy pretende saciar,
descifrando el misterio de esa ausencia.
Llegó imaginariamente a Miller a través del cuentista y
novelista Ramón Lacay Polanco quien, “en sus momentos de lucidez hablaba
de él como si fuera alguien a quien tuviese que ver en el colmado de la
esquina, seguramente para bajar un par de tragos. Se refería a su
extraña muerte –desapareció en el mar-, a su bohemia junto a otro autor
también olvidado, Héctor J. Díaz. Con el correr de los años el nombre me
timbraba, pero no encontraba nada de él. En ninguna antología aparecía
nada. Finalmente, en el Instituto Iberoamericano de Berlín, que tiene
tantos libros dominicanos como la Biblioteca Nacional, aparecieron sus
cuentos “Antología para el año 46” y “Cuentos de Color Sepia”. Pero
antes de eso, ya había leído poemas suyos en la “Antología biográfica de
la juventud de Santo Domingo en la poesía contemporánea, 1924-1942”, de
Iván Alfonseca, la primera antología moderna de literatura dominicana...
En la introducción, Alfonseca destaca un elemento esencial en Miller
Otero: el humor”.
Miguel piensa que “tal vez por su experiencia
periodística, Miller fue escritor de trazos precisos, como en
Aguafuerte. Trató lo mágico de una manera como iluminada, como si fuese
un discípulo de William Blake o de Lautremont. En él no hay simple
humor: mejor sería hablar de acidez, de exploración de los estados de
locura, de ruptura con los órdenes de Bien Nacional que proclamaba el
trujillato. No escribió mucho. Hizo teatro, poemas, cuentos. En su
narrativa exploró estados de alucinaciones, como si por otra parte
dialogara con H. P. Lovecraft...”.
Quiere publicar los cuentos de Miller en sus “Ediciones
de Cielo Naranja”, pero aun no contacta a Jeannette Miller, hija del
intelectual, para la correspondiente autorización. Mientras, celebra que
el inquieto y acucioso doctor Santiago Castro Ventura le transmitiera
“algo de ese mundo mágico” de Freddy Miller. “Nuestra crítica lo ha
marginado. Nadie lo menciona. A veces pienso que nuestros críticos se
van tirando la bola unos a otros y luego todo se queda en familia. Se
barajan los mismos nombres, las mismas teorías... Creo que Miller Otero
tiene textos memorables. Ya los tres poemas seleccionados por Alfonseca
te dan una pista: “Poema del loco aburrido”, “Canción Número cinco” y
“Poema del prólogo para mi universo”. Su cuento “La mecedora azul” es
toda una ensoñación”.
(Periódico HOY. Santo Domingo, República Dominicana, 2
de Abril 2003).