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Ángela Peña
La dictadura de Trujillo la marginó de la sociedad dominicana. La borró del mapa. Fue excluida de los congresos médicos, eliminada del Directorio y de la Síntesis Bibliográfica que incluía los nombres de todos sus colegas. La revista Fémina, donde ella publicaba sus colaboraciones literarias, le cerró sus puertas. El doctor Moscoso Puello, que fue su compañero y conocía su capacidad y sus virtudes, escribió un libro y apenas la menciona. ¿Razones? La obra fue hecha en la Era de “El Jefe”. Y, pese a haber sido la primera médica graduada, con especialidad en pediatría y ginecología, llega a la República procedente de París y a quien se designa como primera maestra en obstetricia es a Consuelo Bernardino, sencillamente por la influencia que ejercían en el régimen sus hermanos, Minerva y Félix.
El doctor Santiago Castro Ventura hace el recuento y refiere que Evangelina Rodríguez Perozo fue acosada, perseguida, golpeada, encarcelada, por sus críticas a la tiranía. Cayó en desgracia y sus pacientes abandonaron la consulta. Esta situación, agrega, devino en una grave enfermedad mental que la llevó a deambular por las calles del Este vociferando consignas contra el terror. “Se decidió acentuar la represión sobre ella: fue confinada en la colonia Pedro Sánchez, en El Seibo. En la fortaleza México, de San Pedro de Macorís, después de interrogarla para saber si instigaba la huelga, y golpearla durante varios días, los guardias la dejaron abandonada en un desierto camino vecinal cerca de Hato Mayor...”.
Entonces, apunta, “comenzó a caminar, caminar, caminar, tal vez para olvidar su desgracia... En Higuey la encontraron en la puerta de la iglesia, con los brazos en cruz, pidiéndole perdón a la Virgen de La Altagracia porque Trujillo iba a convertir la República en un baño de sangre. Un cuadro típico alucinatorio donde oía las voces de los asesinos maldiciendo a sus víctimas”.
Muere el once de enero de 1947 “y la prensa de la época hizo mutis ante su defunción”. Fue una semana después cuando “un osado corresponsal de La Opinión, el joven Francisco Comarazamy, se atrevió a enviar una crónica de su muerte: “Recientemente ha dejado de existir en esta ciudad, tras dolorosos días de padecimiento, la doctora Evangelina Rodríguez, noble mujer que ejerció la medicina y la literatura con amor y comprensión humanista”.
El olvido, la ingratitud y la indiferencia la han acompañado más allá de la muerte: de la calle que rinde homenaje a su memoria desapareció el rótulo que fue retirado para enmendar el nombre mal escrito. Nunca ha sido repuesto y la vía lleva más de un año sin identificar. Por lo demás, a la meritoria y ejemplar dama sólo se le recuerda como la primera mujer médico dominicana sin resaltarse los valiosos aportes que ofreció al país, los programas que introdujo, aun vigentes, y la inestimable labor social, cultural y patriótica que desempeñó.
Esta ingrata actitud llevó al doctor Santiago Castro Ventura a publicar un libro sobre la abnegada profesional que, según él, resalta estos méritos ignorados y que viene a sumarse a los reconocimientos que otros dos eminentes médicos, los doctores Antonio Zaglul y Emil Kasse Acta ofrendaron a la que fue maestra y médico de sus infancias, autores, también, de dos volúmenes agotados en torno a la vida y la labor humanitaria de su comprovinciana. “Trato de reconocer valores que en el campo médico nunca se le habían reconocido, porque solamente se habla de que fue la primera, pero es también pionera que inicia programas básicos completos para el desarrollo de la medicina y los pone al día, como los de atención al niño sano y de cuidado prenatal a la madre. Cuando retorna al país, insiste en dar seguimiento a los infantes para ver como evolucionan la talla, el perímetro cefálico, el peso, lo que llaman puericultura, y es ella quien instala el Banco de Leche, para el sustento de menores”, manifiesta Castro Ventura.
Pero además de eso, agrega, “crea una maternidad en San Pedro de Macorís y pone en marcha planes para rehabilitar las cárceles. Yo tato todos esos aportes que sólo se enunciaban, y los desarrollo en base a documentación porque, a nivel de ejercicio médico y de la propia historia de la medicina, nadie se los reconoce”. El ejemplar es también recopilación de toda la obra literaria dispersa de la galena y un conmovedor recuento de las vicisitudes y progresos de la humilde muchacha vendedora de gofio, huérfana, que se sobrepuso a los obstáculos que la sociedad de su época imponía a los pobres, a los negros, a la mujer.
“Se ha cuestionado que el rector del Instituto Profesional, monseñor Apolinar Tejera, públicamente se opuso a la graduación de Heriberto Pieter porque, mientras él presidiera los destinos de esa casa de estudios, ningún negro se graduaba. Evangelina tenía dos factores en su contra: además de ser negra, era mujer. Hay un elemento importante que advertí en mis investigaciones: ella se examina treinta días después que renuncia Tejera, lo que me lleva a especular que no lo había hecho temiendo a ser rechazada”, dice Castro.
La inteligencia de la muchacha, añade, se sobrepuso a estos prejuicios. “El profesor Octavio del Pozo, famoso por su aversión a las mujeres, fue precisamente el presidente del jurado de su tesis y Evangelina es la única que tiene sobresaliente, es decir que ese médico, polémico, pese a su proverbial tradición, actuó con sinceridad”. Castro Ventura destaca el carácter hostosiano, superior, de la educación de Evangelina Rodríguez y la precoz aptitud de la adolescente desde que empezó sus estudios elementales. “Cuando se gradúa de Maestra Normal, son tres las de su promoción y es a Evangelina a quien escogen para dar las gracias. Eso significa que ya sobresalía por sus facultades, por su capacidad. Incluso, su maestra de graduación, Luisa Ozema Pellerano, significa que ya desde su pueblo natal Evangelina traía una preponderancia por encima de las demás, pese a su condición humilde”.
En su niñez vendía gofio y, al estudiar en la Universidad siguió este negocio para poder cubrir sus gastos. “Ella se gradúa oficialmente de médico en 1911, un mes después de la muerte del Presidente Ramón Cáceres, pero es en 1919 cuando le entregan su diploma, cuando pudo ejercer, por la sucesión de las revoluciones de Concho Primo. En ese lapso, ofrecía atenciones médicas en San Francisco de Macorís y Salcedo”. Después, expresa, “decide ir a Francia, influenciada porque todos sus profesores eran egresados de escuelas de París. Fue un gesto atrevido pues sabía que no contaba con los recursos económicos suficientes, pero trazó un plan de cuatro o cinco años de ahorros y pudo costearse su especialidad”.
“Evangelina es un producto directo, concreto, de las prédicas de Hostos. Hay que ver las dificultades para estudiar que tenían las mujeres de su época. La iglesia se oponía considerando que su vocación principal era el hogar, el esposo, los hijos y en esa actitud es elocuente el padre Castellanos. Esta postura fue superada por la acción de Hostos, que inició un plan nacional de alfabetización en contra de los sectores eclesiásticos que consideraban podía perjudicarles que disminuyera el acto porcentaje de analfabetismo. Cuando Evangelina ingresa a la universidad, en 1903, ya el problema educativo de las mujeres iba venciendo esos prejuicios, con la erección, en 1880, del Instituto de Señoritas de Salomé Ureña. Por eso cabe preguntarse, con curiosidad: ¿por qué había tardado tanto el ingreso de la mujer a la carrera profesional?”, cuestiona el historiador.
Andrea Evangelina Rodríguez Perozo nació el diez de noviembre de 1880 en San Rafael del Yuna, hija de Felipa Perozo y de Ramón Rodríguez. Realizó sus estudios en el Instituto de Señoritas de San Pedro de Macorís, del que luego sería directora, a la muerte de Anacona Moscoso.
Además de médico y maestra fue autora de cuentos y poesías que dejó dispersos en revistas y periódicos dominicanos. Publicó Granos de Polen, “un cuento esencialmente sociológico”, al decir del doctor Castro, y dejó inédita la novela Selisette, dedicada a la hija que adoptó a ruegos de una paciente fallecida. “Aunque no se casó, educó esa niña, que vino a la capital cuando era adulta, y declaró que cuando la tiranía empezó a perseguir a la doctora, conminaron al padre a que se la quitara”.
Castro Ventura considera que “la sociedad dominicana de entonces no comprendió el carácter emprendedor y la capacidad de trabajo de Evangelina” a quien atribuye “un alto nivel de inteligencia y dinamismo”. Contrario a Zaglul y a Kasse Acta, no la considera despojada de encantos físicos, “pero hay que quedarse con la opinión de ellos, que la conocieron, porque no puedo contrarrestarlos partiendo de una foto”.