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Evangelina Rodríguez: Le Guerisseur: Cuento Chino Bíblico Filosófico (cuento)
Evangelina Rodríguez: ¿Se tendrá mi castillo de naipes? (ensayo)
Evangelina Rodríguez: "La canción del bosque", "La canción del bosque" (poesía)
Antonio Zaglul: Despreciada en la vida y olvidada en la muerte
José Ramón López: Prólogo a "Granos de Polen"
Ángela Peña: Evangelina Rodríguez
Evangelina Rodríguez
Lo que voi a referir no es de mi pura invención, una parte es histórica i la otra, la tomé de una cinta cinematográfica que vi desfilar en Francia. Chan-solín es el terrible monstruo, fundador de la República China que en un día fusiló mil hombres para hacerse respetar; sin contar los jerentes de los bancos a quienes desapareció también porque despreciaron su moneda. Este hombre se apoderó de la mayor parte de los tesoros de la China; era terriblemente fiero; pero, como dice Maeterlink, no hai hombre que no tenga una fuente clara, unos la tienen a flor de agua, i otros la tienen profunda; mas no ahí hombre, por malo que sea, que no tenga esa fuente interior. Hai quien mata i no roba, hai quien roba i no mata, hai quien coje la mujer de su hermano, i no coje la mujer del amigo o viceversa. Chan-solín, ladrón usurpador i asesino, se hubiera hecho inmensamente rico, si se hubiera apoderado de los tesoros que contenía el sarcófago de la Emperatriz; pero que era de aquéllos que tienen respeto por los muertos; mientras yo sé de jentes que se precian de buena i que son dizque educadores i no soportan la parentela con un extrangero, ni tampoco lo toleran en el nicho de sus muertos. Hai quien cuida a los perros, i no cuida a los niños; i hai también quien no cuida a los niños ni a los animales ni a las plantas. Yo he visto a los perros escuálidos pasar la lengua en las llaves de los tanques, i a las gallinas comerse los bagazos de caña, i a las hojas de las plantas exhaustas ponerse como una tafeta por la falta de agua, mientras las amas de casas desperdician el agua i la arrojan a la tierra despoblada de plantas. Nuestras abejas no hacen casi mieles, i se van de colmena porque no tienen flores, i el campesino en su mayoría no se da cuenta del porqué de las cosas. ¿Que por qué hai escasez? ¿que por qué no llueve? porque la arboleda ha desaparecido, i el vapor que se levanta de la tierra no tiene condensación; i, más que todo, porque el vapor cálido de la fe se ha extinguido i el dulce frescor que se debía sentir esparcido por la fronda de las almas, se ha esfumado.
Hai hombres sutilmente espiritualistas, que hacen caer la lluvia i florecer las plantas. Todos sabemos que el níspero es tardío en florecer, i se toma a veces hasta ocho años; pero una amiga mía me refirió que su marido estaba mui achacoso i se comió un níspero de pulpa suculenta que solamente contenía un semilla; él plantó su semilla diciendo: „yo no comeré los nísperos, pero serán para mis hijos i mis nietos“; mas, como el infinito tiene oídos, al año justo la planta dio un solo níspero i el señor que lo plantó le puso una estaca a la rama que lo cargaba para que no rodara por el suelo; tan débil era la rama que lo contenía. ¡Su amo se comió el níspero; pero no vivió más de un año! Testigo de esto es doña Eloísa Araújo de Ramírez, en San Cristóbal. Sabemos también que en las grandes sequías, los sacerdotes sacan rogativas que no son sino el paseo de un santo acompañado de fieles creyentes que hacen oraciones.
Sucede muchas veces que, cuando la rogativa está entrando a la iglesia, el agua está cayendo.
La falta de fervor i la falta de oración aleja lo mejor.
En mi sed de mejoramiento i perfección he tomado este personaje oriental, porque si hai perfección en el hombre, no puede ser más que en un oriental, porque es el estoico que se atreve a reírse del dolor; porque solamente él lo experimenta sin sensación ninguna; pero a los cobardes los aterroriza de una manera espantosa.
Al pasar por el sendero de la vida, son muchos los que van dejando en los zarzales, según la expresión de Milito Morel,“una gota de sangre temblando en cada espina“. I según la otra expresión del poeta Gastón Delígne, son muchos los que van „cardo silvestre, si erizado espinas, sustentando una flor“.
Además, este es un homenaje debido a un chino, que presidió Familia de Naciones. En el gobierno anterior cuando estaba la administración de don Horacio Vázquez, después de la intervención americana, yo estaba en París cuando se reunió por primera vez en Ginebra, capital de la gentil Suiza, la Familia de Naciones. El representante por por Sto. Domingo era mi ilustre amigo el malogrado Dr. Manuel L. Betances, sabio experimentador que estaba pasando por el primer hematólogo europeo. Yo trabajaba con él en el colegio de Francia, donde estaban los discípulos de Ramón i Cajal, donde trabajaban también mentalidades japonesas i de todas las naciones. La Familia de Naciones estaba presidida entonces por un chino de una mentalidad extraordinaria i de una sutileza i finura de modales como el oriental solamente lo sabe ostentar.
A la República Dominicana le pidieron varias veces por cable cuál era la cantidad de droga narcótica que consumía al año, como ella está casi siempre en defecto a pesar de ser nuestra madre, no contestaba, porque parece que no tenía las estadísticas bien arregladas. Pasado el tiempo requerido la Familia de Naciones dijo que no se le daría droga; pero el chino se paró i peroró hora i media en defensa de República Dominicana. Alegó, que era pobre, que era enferma, que era pequeña i a los pueblos pequeños les sucede todo eso; alegó, que acababa de salir de una intervención i que por eso tenía que estar en desorden, etc. En fin, me dijo Betances: "somos los sinvergüenzas más afortunados", pues consiguió que se le diera la droga a la República Dominicana.
"Si la gratitud forma parte del honor", me honro honrando a la China llena de GRATITUD PARA ELLA.
Anda i come tu pan con gozo i bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras son gratas a Dios.
En todo tiempo sean blancos tus vestidos i no te falte ungüento sobre tu cabeza.
El Eclesiastés, Capítulo 9, versículos 7 i 8.
Lejos, muy lejos, en los confines del lejano Oriente, hai un país encantador, hecho para acrecentar la fantasía de las mentes soñadoras, en donde el lecho del sarcófago de una emperatriz muerta tenía doce pulgadas de perlas sobre las cuales ella dormía. La almohada se alzaba ocho pulgadas sobre el lecho i era de perlas también. La cabeza reposaba sobre un jade de valor incalculable de forma de melón i los pies sobre otros dos jades del tamaño de dos melones también de regulares proporciones. Cuatro vueltas daban los collares en derredor de su garganta i los extremos de las vueltas venían a morir a los pies de la emperatriz. Esto era sin contar el valor de los brillantes topacios, amatistas i rubíes de la corona de las ajorcas, zarcillos i prendedores de la real princesa; capaz era tal riqueza de sostener un imperio por muchos años.
En ese encantado país habitaban hombres de estatura regular o baja, de piel cobriza o ambarina, de figura muchas veces simiesca; pero en su mayoría con el alma levantada del estoico incomparable, que el alma de Buda ha modelado de tal manera, que aquellas almas se expanden dándoles a aquellos rostros una expresión de timidez, de suavidad, de bondad i de dulzura inusitadas.
Su filosofía es irónica, según Claude Farrel. Ellos se enorgullecen de su abolengo. Su leyenda los hace parecer los más antiguos del globo, i su historia se remonta a no se sabe dónde. Sus industrias antiguas i sus inventos, los más ingeniosos. Ellos tenían imprenta antes de aparecer la de Gutenberg, i tenían loza de porcelana que llamaban de China antes de aparecer Bernardo de Palisy. Dice Claude Farrell: "Es inútil vijilar a un chino que trabaja: este hombre es hecho de tal manera, que sería capaz de no tocar un solo centavo de su salario antes de recibir un reproche por haber incurrido en un error".
En ese lugar de sueño de opio i de leyenda, existía un castillo señorial habitado por un noble señor, sabio i estoico, de porte gentil, de costumbres inalterables i de modales suaves. Su alma se había modelado de tal manera, que desbordaba en un efluvio de bondad. Su rostro eternamente sonreído, i benévolo era como el de su dios Buda.
Sus jardines estaban maravillosamente decorados, más que por la experta mano del jardinero, por el capricho de Natura, el hada portentosa i sortílega, mar de luz, de belleza i armonía, donde su espíritu como una gaviota sutil, mojaba la punta de sus alas.
Eran lotos nacarados i amarillos i rosados i morados que decoraban el lago i temblaban con el paso del esquife de los cisnes al halago.
Madreselvas odorantes se empinaban para espiar a los amantes, se mezclaban en constante aspiración de entregarse a los amores. I también eran las rosas, las sultanas del parterre, las hermosas casquivanas, sobre todo, son las blancas, las que se hacen más hermosas porque son las que roban toda el alma de las cosas.
Crisantemos, margaritas, que aparecen en los tiempos nordestales en que el viento en los pinares siempre zumba, se apresuran los mortales a comprar sus ramilletes con que adornan a sus tumbas.
Eran dalias mui coquetas, las que no tienen amores, no las quieren los poetas porque su alma no se siente como el alma de otras flores.
Las violetas enlutadas que se mueren de colapso, cobijadas por la hojas, con las rosas no hacen pacto, porque el céfiro las veja, cuando ya se ponen viejas i al besarlas las deshoja.
Las alegres mariposas que se visten con las galas de Natura, i son puras; son amigas de las flores, pues sin ellas no ahi amores. Son las regias heliotropos, las vestidas de ambrosía, las eternas adoradas, son las dulces bien amadas, del soberbio rei del día. I es que el ánimo del chino lo besaba, lo besaba lo divino, lo mimaba la fortuna, i era su alma un lago terso, acariciado por la luna, abitado por las musas, sacudido por el ala cadenciosa de la reina de sus versos.
A la sombra de los tilos florecidos, bajo el aura de los nidos, lo besaba la poesía que cantaba los amores de los pájaros i flores, i de toda cosa amante, sus parterres odorantes, lo mecían en el ala de su dulce fantasía. I es por eso que la sombra de sus hojas no le hacía ningún enojo, pues su alma se sentía aureolada por las palmas.
Las poesías del gran oriental habían sido recopiladas i enviadas al hijo del sol, el que las encontró tan sublimes, que las hizo imprimir i publicar con una serie de proverbios majistrales de moral, suyos también, en un hermoso libro dorado, en premio de su sabiduría, i le envió la escritura de un palacio superior al que él habitaba, con jardines primorosos semejantes a los suyos. Fue un desfile majestuoso de empleados i de esclavos, conduciendo los regalos, semejantes a los desfiles que formaron los esclavos misteriosos de aquel mago de Aladino. Eran cuarenta pavos reales para los jardines, diez parejas de cisnes blancos y negros; quinientas piezas de telas de colores diferentes; eran sedas de las tiendas orientales que llevaban estampadas las miríadas de formas animadas de la fauna i de la flora orientales, i jugaban los colores con las vestes de los soles, i una gama de zafiros i de azules que contrastan con el velo de los cielos, i rubíes que compiten con los múrices de tiro. I los verdes sempiternos, los oscuros i las tiernas que semejan a las algas de los mares i la fronda de los lagos.
Sonreído i benévolo se inclinó ante los majestuosos presentes del Emperador; i en versos sublimes cantó su esplendidez i generosidad.
Llevaba en la mano derecha siempre un caprichoso abanico de plumas, con las que renovaba en derredor de su figura un aire enlo ligero ifresco.
Este filósofo,escritor i poeta incomparable, poseía tal encanto que atraía a todo el que le conocía, i se insinuaba no sólo en el alma del emperador, sino en la de todo mortal que tenía la dicha de conocerle. Era una especie de encantamiento la que ejercía en el ánimo de sus amigos. Su compañía tenía una especie de frescor, de sutileza i de suavidades, semejantes a las de las brisas del Sur.
En presencia de él, parecía, que las ánforas de las horas no vertían acíbar, sino que poco a poco i lentamente vertían néctar azucarado i vinos generosos. Es el divino hechizo, que no poseen todos los mortales i es que inconscientemente nos adherimos a todo lo que es noble, grande i bueno.
La Inmortalidad es una deidad, que sólo teje coronas para el talento, la virtud i la belleza.
Una noche, mientras él i sus amigos entretenían la velada con historias romancescas de guerreros victoriosos i de ruidosas campañas, se dejó oír un ligero ruido en las habitaciones contiguas a las que ocupaba el príncipe, i era que sus criados habían sorprendido a un bandolero sentenciado a muerte por asesino i estafador; escapado de la cárcel, venía atraído por las riquezas del gran señor; lo condujeron delante de él. Éste, enterado de quién era, se conmovió; pues comprendió que era uno de esos desgraciados que quizás son perversos por falta de dirección. Le escribió al Emperador pidiéndole el perdón i lo obtuvo; pero mandó que le dieran, de sus famosos armarios, ocho piezas de lienzo de géneros i colores diferentes i dos bolsillos de monedas, que eran saquitos de seda atados a la boca con un cordón del mismo género. Lo despidió encomendándole la enmienda de sus faltas i el perdón de las faltas de aquellos que lo habían inducido a pecar.
Ha pasado algún tiempo: en una mañana en que a las blusas del príncipe les faltaba un broche de oro, el que había dejado en un cofrecillo de ébano, al buscarlo, sus dedos tropezaron con un pomo de cristal que contenía unas maravillosas gotas que había comprado largo tiempo hacía, en uno de esos sokus orientales donde se encuentran toda clase de cosas raras i maravillosas.
Sus ojos no se habían apagado todavía, cuando por curiosidad entró una mañana en el sokus. Una marejada humana se arremolinaba en busca, de qué comprar i otros se iban a buscar a quién venderles entre la aglomeración de productos venidos de allende los rincones del Oriente i del Occidente, la voz de los pregones que vociferaban, queriendo hacer prevalecer la validez de sus productos, se hacía realmente imponente destacándose la uno que decía: „Dos solamente dos; dos, solamente dos“.
La curiosidad lo atrajo i se encaminó hacia el lugar de donde salía la voz, descubriendo a un simpático Guerisseur, que mostraba un diminuto i bien cincelado pomo que contenía maravilloso colirio, el cual el Gueriseur anunciaba que eran dos gotasnada más las que se podían usar en caso de ceguedad. Sus ojos aún daban paso a la luz; pero podía suceder que tan maravillosa oportunidad no se presentara otra ocasión para obtenerla cuando fuese necesaria. Él se cegó i aquel pomo había quedado durante años sepultado i olvidado en aquel cofre.
¿Cómo vino su ceguera? ¿quién lo sabe?: puede ser que las vigilias prolongadas, las lecturas inacabables en busca de los grandes secretos científicos, fatigaran sus ojos; quién sabe si la divina providencia intervino como una prueba, pues algo debía acontecer a un protegido como él por el hada del caballo con los arneses color de rosa, como es la suerte. Fueron tantas las ovaciones a su libro, que el deseo de verlo le aguijoneó su voluntad, i una mañana después de su ablución matinal i de haber concluido su toilette; tomó el misterioso pomo, se extendió sobre el lecho, i, haciendo lo que hacemos los médicos, que ponemos los colirios en el ángulo interno del ojo, mentalmente repitió las palabras del Guerisseur: „dos, solamente dos“, i aplicó en los ojos las gotas; a los pocos minutos los abrió, el contorno de apareció primero impreciso, pero poco a poco fueron si como dentro de una nube.
Una luz suave se extendió en el aposento, la luz se había hecho. Era tanta su divina abstracción de las cosas que jamás se daba cuenta de la fecha. (Así me pasó a mí.) Lo primero que hizo fue mirar al calendario. Se encaminó hacia un ventanal que daba a los jardines i al abrirlo, un airecillo fresco i perfumado que de allí se esfumaba, i de los prados en flor, vino a acariciarlo suavemente. El hada de los pastos extendía su velo por la campiña, hecho con las aljofaradas perlas del rocío.
Sus oídos fueron heridos por un discreto murmullo que se alzaba del fondo del jardín, cerca de la ventana. Se inclinó para ver de dónde salía el murmullo, i en un banco que envolvían las caprichosas madreselvas, hallábase el lujurioso cuplo en donde se entrelazaban la traición de la amistad i la infidelidad de su esposa desleal. En ese momento del amanecer, la alondra cantaba en los rosales:
"Soi la virgen soñadora,
confidente de la brisa,
que el miosotis enamora,
soi la dulce poetisa
de la aurora".
"En sus ondas borda el río
para mi flores de espuma
i en su amante murmurío
salpicando va mis plumas
de rocío".
"Ve el sinsonte mi hermosura,
gala i prez de la campuiña,
i en su trinos asegura,
que la alondra es una niña
de alma pura".
"¿Quién al ver que raudo giro,
persiguiéndome levantó
rayos de ópalo i zafiro,
no ambiciona...? Cesó el canto...
sonó un tiro...
i, ¡oh rigor del hado impío!,
en el musgo un ala rota
i arriba el nido vacío..;"
JOSÉ ASUNCIÓN SILVA
Aquel tiro desunió por un momento su dualidad espiritual, como quedaba desunida la dualidad del cuplo matrimonial. I en la mente del poeta, el ave canora tenía un ala partida, i en el corazón, el nido de los amores se quedó vacío!
El estoico señor se apartó sigilosamente del ventanal, atravesó pausadamente los salones que lo separaban de su camaraescritorio, i al entrar en ella divisó en su mesa de trabajo el lujoso libro de poesías, lo tomó, i al abrirlo, lo que vieron sus ojos fue que su secretario también firmaba dicho libro. No había podido tolerar él que la gloria meciera solamente al príncipe. Ya comprendo, dijo éste, por eso era que los presentes enviados por el Emperador venían a nombre de mi secretario i a nombre mío.
Ojeó el libro con indiferencia, leyó una poesía, i lo puso de nuevo sobre la mesa sin decir más palabras. Después se entregó a sus ocupaciones ordinarias i pasó el día de costumbre.
Los dioses lares o manes que velan el hogar i que preceden las diarias ocupaciones i organizan las costumbres, se condujeron como siempre. Recibió las habituales visitas, las que despidieron a la hora que lo acostumbraban a hacer todas las noches, sin que ni los del exterior ni los del interior se dieran cuenta de que la luz atravesaba sus pupilas. Sólo una superioridad espiritual inusitada es capaz de tamaña labor voluntaria. La mentira es un baldón, pero así como hai mentiras que vejan, hai otras que vivifican i ennoblecen. Los músculos de aquel rostro habían adquirido tal inmovilidad; es como si el lago terso de su alma se hubiera estereotipado en aquel semblante ambarino semejante al del divino Buda.
El alma es todo. ¡La materia es nada! Solo la lucha terrible que sostenemos con la vida puede llevarnos a esa virtud suprema que no es más que una partícula nirvánica i que se llama ecuanimidad. Esta virtud era tan estimada del romano, que Cicerón se atrevió a decir que en Roma sólo podía ser senador el hombre que estuviera enriquecido por la experiencia i la ecuanimidad, que no son sino parte de la sabiduría. En el indostánico, el yogui que llega a encontrar en sí mismo la fórmula expresiva de voluntad triunfadora, es el que puede exclamar: „¡Yo soi Brahma!“ Es el supremo aniquilamiento de toda la hojarasca de vicios i pasiones que se arremolinan en el alma humana. Hai edificios que se desmoronan para levantar con su mismo material otro de arquitectura diferente, más duradero, más sólido, más perfecto, más hermoso; eterno, como eterna e inmutable es la Verdad.
Cuando se despidieron sus invitados en la noche, se encaminó a sus aposentos. El que ha recibido un golpe de guadaña en el amor i en las ilusiones, i en el honor, no puede dormir.
Solamente hubo una cosa que le acusó satisfacción en medio del desastre, i era el no tener sucesor. Había llenado demasiado su tarea, i no necesitaba un obrero que viniera detrás para concluirla. Soi del mismo parecer, i digo con el sabio novelista francés: „Si la tache s'accompli a quoi un otre ouvrier“.
Pasada la medía noche, se dejó oír un ruido del lado donde estaban sus famosos armarios repletos de todo lo útil, hermoso i bueno, sin despreciar el lujo, si no necesario a la virtud, necesario al arte que vive en el hombre como el amor, pues el arte es expresión de belleza, i la belleza como „el amor son pueden profanarse“.
Se levantó cautelosamente i encaminó sus pasos hacia el lugar de donde salió el ruido i al apartar un pesado cortinón a la indecisa luz de un fanal que había alguien llevado para guiarse, lo que vieron sus ojos fue el pérfido bandolero, que no había mantenido su palabra, i volvía engolosinado por la riqueza del Príncipe que lo había hecho perdonar i lo había quitado al garrote justiciero. Se sirvió a su gusto, tomó todas las talegas de monedas que le plugo i se encorvó bajo el peso de las piezas de tela que llevaba en los hombros, i decía: „Mírenlo, al avariento, con tantas piezas de tela, i sólo me dio ocho; i con tantas talegas, i sólo medio dos“. Así es el alma humana; dijo el oriental, carga tu costal, que yo descargo el mío.
A la mañana siguiente se levantó sin hacer el menor ruido, tomó del velador el misterioso pomo con el colirio que había dejado allí, se extendió sobre el lecho, i vació en sus dos ojos el resto del contenido del frasco; i la luz se extinguió en ellos para siempre. „He visto demasiado“, dijo, no quiero ver más; pero la divina lumbre celestial, había encendido en aquella alma un nuevo fanal. Mas la sublime delectación interior descorrió el velo de un nuevo panorama que apareció como una mística visualización interior desconocida hasta entonces, i venida de no se sabe dónde.
I un nuevo i misterioso guérisseur apareció sin forma ni color, i que no es más que una contorsión en la martirización material, i en lo espiritual, una radiación azulada i opalina como la de un sol que comienza a aparecer, i que no es más que la divina Transfiguración operada por su magestad el Dolor.
I en el lugar del chino apareció un lago de cristal de movimiento tan sutilmente rápido que simulaba la quietud, donde flotaba un lotus azulado que giraba en busca del gran sol que dirige la arquitectura de la gran urdimbre universal.
I con los sagrados versículos del Eclesiastés, te digo sabio lector: „que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni de los sabios el pan, ni de los prudentes la riqueza; ni de los elocuentes el fervor, sino que tiempo i ocasión a todos les aconteció“.
Versículo 11, Capítulo 9, del Eclesiastés.