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‘‘PERRERÍA’’: UN POEMA ESCÉNICO
Mónica Volonteri

Obra: “Perrerías”.
Autora: Chiqui Vicioso.
Dirección: Carlota Carretero.
Elenco: Radhamés Polanco, Isabel Spencer, Micky Montilla y Paloma Acosta.
Sala: Casa de Teatro.
Hora:8:00 p.m.
La obra termina el próximo 19 de abril.

La verdad, no sé como empezar. Me siento sumamente comprometida con el tema, la forma, las creadoras, la tristeza, el abismo, en fin el desorden cósmico que provoca vivir. Y, no es que no tenga juicios que emitir, ni nombres técnicos para distanciar, no, no es eso... Sólo rebotan en el espacio virtual de mi cerebro unos versos de Juan Gelman, aquel poeta que finalmente encontró a su nieta en Montevideo: ‘‘Es infinito el daño que un hombre y una mujer pueden hacerse entre sí’’. Y agregaría: es aún más infinito el daño que una mujer puede dejarse hacer; y el daño que un ‘‘perro, machote o tíguere’’, validado por la tolerancia del arte, es capaz de generar no se cura ni con la vacuna de la rabia. Quizá se diluya con la muerte, siempre y cuando la reencarnación no reactive su tiempo mítico.
Chiqui Vicioso escribe un texto dramático-poético: ‘‘Perrerías’’ y Carlota Carretero lo decodifica pero es fiel. Fiel a la poesía. La directora es a la acción teatral como la escritora es a la palabra. Aún más, las leyes internas de la poesía y del sueño están en el escenario. La puesta en escena es un poema y opera con metáforas, repeticiones, ritmo, oposiciones, metonimias y demás figuras que se pueden encontrar en el diccionario de Ducrot y Todorov, dos rusos que se estructuralizaron, por cierto en París, donde la protagonista se ha perdido.
La historia es épica, pero una épica de estos tiempos, donde la heroína no vuelve, donde la búsqueda del santo grial no tiene nombre, donde la lucha de clases se desplaza hacia la lucha de géneros. Y como me dijo la misma Chiqui, esa también es lucha de clases. En este combate se encuentran ella, la loca, retardada o desaparecida, y el perro. Se enredan, se pescan, se seducen, se persiguen, se mueren, se matan. Además los condena la incomunicación y la parafernalia del imaginario colectivo, del que participan la madre, las amigas, la abuela, el médico y la adivina de la escritora. El pana del hombre en cuestión entre bocanada de marihuana y pase de cocaína agrega leña al fuego de los estereotipos. En fin, cada personaje está en su sitio inamovible y desde allí ve la parte que puede del mundo, intentando salvarse, justificándose, digamos, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no cambiar. Llegando incluso a la demencia, por el esfuerzo desmedido de represión que han hecho por evitarla.
Hay tres mujeres: Chiqui Vicioso, Carlota Carretero e Isabel Spencer que hacen que uno se emperre con el trabajo, que vibre con la historia y la palabra, con el dibujo espacial y con la trasmutación de la actuación. Hay tres mujeres y a cada una la encontraremos, cada una ha dejado su huella: en el papel, en el escenario, en el recuerdo del alma.


El papel

Si echamos un vistazo sobre las tres piezas de Chiqui Vicioso encontramos, obviamente, un hilo conductor: la mujer protagonista de su tragedia, de su destino endemoniado del cual intenta huir y muere en el intento. Salomé hace su último viaje para aliviarse, para escapar de la insoportable verdad y vuelve hecha poesía. En ‘‘Wish ky souer’’ Elena no logra sobreponerse a la edad, al abandono del marido y se pare a sí misma para encontrar en la otra el pasaporte al suicidio. Y, ahora, ‘‘Perrerías’’ desarma sin temor todo romanticismo telenovelesco y el ‘‘tiguere’’ pobre es el ‘‘malo’’ y la joven poeta sensible de clase media es la víctima.
El texto se nos presenta estructurado de manera tal, que la dramaturgia del director no encontrará otra posibilidad que el relato fragmentado, inconexo. No existe un sólo guión de diálogo, ni una aclaración sobre qué personaje dice qué cosa. Pero se entiende. El diálogo habita en el monólogo y el monólogo participa de la poesía, el humor y la cotidianidad. Es más, cuando la protagonista define la novela, está definiendo la propia obra. Cito: ‘‘Procede como una telaraña, que conduce a un eje central o núcleo de la historia. Así escriben algunas mujeres de hoy. Con diálogos creíbles, claro está...’’
Existen catorce estampas o estrofas: la loca, el desorden, el polvo, la maestra, mística, la retardada, el bobo, metiéndoselo, la intelectual, la trampa, la luz, emperatriz, Rasputín y el perro. Coinciden en el espacio estos personajes: el perro, la desaparecida, la mística, la amiga de la desaparecida, la madre de la desaparecida, el médico, el español amigo de la desaparecida y el amigo del ‘‘tíguere’’. Todos se refieren a ella y ella se refiere a él: ‘‘Ese ‘‘tiguere’’ no es tigre Moira’’. En el texto no hay resolución al conflicto de la desaparición. En el escenario, en la esfera del ensueño, sí.

El escenario

Carlota Carretero se mete en la telaraña y es inmediatamente atrapada por las leyes del deseo, que son parecidas a las de la poesía. Escribe su poema escénico con el cuerpo, la voz y las propuestas de los actores. Usa las luces y la música para fragmentar. El vestuario para neutralizar y el humo y la imagen gráfica gigantesca para angustiar.
Básicamente respeta el orden de las estampas que plantea la autora con sus palabras y todo. Remarca la incomunicación con este juego de contrapunto entre monólogos, más que diálogos. La metáfora se pasea por la escena y se clava en la espalda de la desaparecida cuando es cazada por el perro, harto de no ‘‘rapar’’. La reiteración se asoma en los movimientos, en los gestos, en la mujer tendida en el suelo, en la música y hasta algunas imágenes que constituían a los personajes, por ejemplo la madre apuntando con el dedo o cociendo, la abuela rezando. Las oposiciones se hacen patentes en la forma de construir los personajes: el texto no es ilustrado por el cuerpo, las acciones físicas antecedieron a la palabra, pero la verdad de cada personaje primó y eso se nota.
Más allá de la calidad completa del trabajo, que podríamos calificarlo de minimalista y fragmentado, el gran acierto de Carlota Carretero está en la dirección de los actores. Y esto es muy importante tener en cuenta a la hora de cualquier juicio, ya que ésta no es una compañía que trabaja constantemente, sino que es un elenco seleccionado entre profesionales con diferente formación, edad e incluso búsquedas personales.

El recuerdo del alma

Cuando vamos al teatro vemos y escuchamos a los actores. Ellos son los que nos dejan huellas en el alma, ellos son los que nos llevan al lugar del recuerdo y la evocación. En el caso de ‘‘Perrerías’’, Isabel Spencer es quien clava el aguijón de la certeza, la seguridad y el dominio total de la representación, paradójicamente percibido en la apertura total. Ella es la madre, la adivina, la amiga, la abuela. Ella es todas al mismo tiempo y sólo gestos, posturas y movimientos nos atrapa, nos invita a montarnos con ella en este cruce cuadruple, que si bien no es el clímax de la historia lo es de la actuación.
Rhadamés Polanco, el perro, deconstruye a este personaje conocido y siempre estereotipado (sobre todo en el teatro), para construirlo con ciertos elementos del Tai Chi y el Butoh. Maneja muy bien la energía de la catarsis y el distanciamiento, ya que logra que el público se identifique y se aleje trágicamente.
Micky Montilla fluye, se acerca a los personajes y los atrapa por detrás y se viste con sus ropas. Funciona muy bien como partener, es receptivo. Paloma Acosta se volatiliza un poco frente a sus compañeros. Es correcta, la dirección sobre ella ha sido eficiente, pero notamos que no tiene aún un cuerpo de actriz madura, nos brinda una desaparecida quizá más joven de la cuenta.

Suplemento Ventana, del Listín Diario, 14 de abril 2002.

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