CUADRO SEGUNDO
Guillermo. - Una pareja de novios juguetea
en un bosquecillo de arbolillos. Así comienza la película. Se les
ve reír, correteando, mirándose hacer pipí, tirándose besitos, sacándose
las lenguas. (A Sara.) El joven novio se arrodilla ante ti, la novia desafortunada, y
te dice: “Mi pequinecilla, yo te amo. Quiero hacerte mi esposa”.
Y tú le respondes, semblante encendido: “Sí Matías. Acepto”. Entonces,
de un pequeño cofrecillo, él extrae la sortija de compromiso que
te entra en el meñique. Se besan, se abrazan, y con los ojos bañados
en lágrimas, Matías dice: “La vida es un sueño cuando se es feliz
con quien uno ama”. ¡Funciona!
Sara (muy emocionada, habla como a un grupo de admiradores). - Volveré
a ser la diva ejemplar, la musa codiciada. ¡Oh, Dios! La belleza
física es transitoria, pero qué importante es. Dejaría yo a un lado,
enterrado y olvidado todos estos años de injustificado anonimato,
dejando atrás este presente gris al lado de estos dos...
(Mirando a Guillermo y a Alberto con desprecio.)
…dos. Oh, ¿dónde estará Shep Huntleigh? ¿Y el bebé?
Guillermo. - Plano general de una iglesia
colonial. En la calle, militantes de partidos políticos vociferan,
bailan, agitan banderines. En el interior de la iglesia se ven flores
por todos lados. Se escucha un coro celestial. Los presentes lucen
de gala. Todos se saludan con ademanes afectuosos. Dos ancianas
devotas conversan en primera fila. Una dice: “La novia está esplendorosa”.
La otra responde: “Cuando la vi, lloré de tanta belleza”. Y la primera
anciana: “Parece una santa”. La número dos rectifica: “Una virgen
santa”. Entonces, en un plano americano, (A Sara.) se te ve a ti preciosa, ofreciendo una espléndida sonrisa a todos
los parroquianos.
Alberto (dentro del pequeño baño del fondo). - Degollando un pollo medio vivo
siempre me espera ella. Voy tras ese asunto del sexo como perro.
Oigo improperio y golpe tras aleteo y cacareo. Voy al trote a la
cocina. Ella se deshace en muecas destripando el ave. Contoneándose,
altanera, me enseña el trofeo en sus manos. La peste desborda. Me
abre la bragueta con los dientes. Al segundo, envuelto el pito en
tripas de pollo. Lo manipula muy bien y sin quitarme los ojos de
encima. Olvida la cocina y se convierte en la puta de mis sueños.
(Ríe.)
Guillermo. - Uno de los presentes mira
su reloj y refunfuña: “Vaina-coño”. Otro dice igual. Luego otro
y otro más. Plano general de vaina-coños al unísono. Travelling
alrededor del exuberante obispo, o lo que sea. Camina a través de
los presentes pateando el piso con furia. (A
Sara.) Llega ante ti y su rostro ya no expresa
furor; ahora es horror. (Sara intenta sacarlo de escena y forcejean.) ¡Has
perdido tu encanto virginal! ¡Quien te viera ahora no dudara del
mal gusto de Matías, que te ha dejado plantada! ¡El mal humor te
hace ver vulgar y despreciable! (Sara, frustrada, se aparta.) Severo, el arzobispo,
o lo que sea, te dice: “La ceremonia debe comenzar ahora mismo.
De lo contrario, tendrán que pagar por horas extras. Lo siento,
pero son las normas del sindicato eclesial”. Entonces se escuchan
las notas de la marcha nupcial, y tú desfilas ¡SOLA! Plano general
del recinto abandonado. Y tú, allá en el fondo, a contraluz, inundas
el lugar con tu plañido. Contrapicado.
Sara (irritada). - Estoy cansada del olvido al que me hallo sometida. Me
repitió calumnias, historias viciadas cuando me lo encontré en Biscayne
Boulevard. (Misteriosa.) Con “ellos”… no volvería a filmar jamás, porque...
Guillermo (interrumpiéndola). - Interior de un destacamento. Dando brincos,
el joven novio grita: “¡En este momento debería estar posando con
Magalis -(a Sara.) tu nombre en la película- junto al pudín nupcial” (Sara
intenta sacarlo de escena y forcejean) Un agente, tosco e insolente,
le responde: “Bueno, yo namá toy cumpliendo oldene, y la-soldene
han sio clara: Ahora en la-selecione, trancá-cualquiera que ande
sin su cédula”. (Sara,
frustrada, se aparta.) Sacando su billetera, el joven novio
le dice: “Pues querido agente, preciso será que acepte un buen soborno”.
A lo que el agente responde: “Déjeme decile al salgento a vé”. Entonces
Matías, feliz de repente, le dice: “¡Espere!” ¡Casualidad! Mientras
buscaba veinte pesos, encontró la cédula. (Sara
se acerca y le da una bofetada
que lo hace caer sentado.)
Sara (riendo satisfecha). - Y pensar que otras ocupan el sitial que tuve
antaño. Justamente cuando pensé que mi suerte estaba echada a perder,
me invita a un crucero en yate por el Caribe.
Alberto. - Degollando un pollo medio
vivo en la cocina. Relincho de placer. Cubierta sólo con una vieja
franela desmangada, se nota el relieve de su cuerpo. Su vientre
es un alto cerro agrietado sobre un bosque húmedo. Me encabrito.
Ella intenta domarme. Rodea mi cuello con sus manos grasientas.
Mana su cuerpo salsa exquisita. Me estrangula. Me le libero y salgo
sin control. A galope tendido por toda la casa. Para controlarme,
ella me enseña el pasto oculto entre sus piernas. (Grita extasiado; abatido.) La sensación
es intolerable. Sin duda alguna existo. (Permanece
exhausto tirado sobre el inodoro.)
Sara. - Creo que el cine languidece.
Hacen falta estrellas, coherentes guionistas, verdaderas luminarias
como… como yo. Lejos están los tiempos de una Vivian Leigh, una
Bette Davis, o una... una yo. Ahora es todo pura obscenidad, reconocibles
lugares comunes. Hacen falta auténticos estetas del séptimo arte.
(Pausa.) ¿Quieres decir
que nos quedaremos solos toda la noche?
Guillermo. - El joven novio llega en
taxi a la iglesia, ya desierta y cerrada. Cara rolliza del monseñor,
o lo que sea, durmiendo, en un largo close-up. Ronca como un demonio
realizando exquisitas musarañas. Al borde del paroxismo, el joven
novio ordena al taxi conducirlo a casa de la novia, o sea,
(A Sara.) tu casa en la película. (Sara intenta sacarlo de escena y forcejean.) Cuando llega, una doña gorda cincuentona, brazos al
cielo, sale gritando: “¡Mi hijo! ¿Dónde tú estabas? Magalis estaba
inconsolable. Llegó gritando y se trancó en su aposento sin dejar
que nadie entrara. Parece ya que se durmió, hace rato que no se
oye nada”. Matías va corriendo a tu habitación. Intenta abrir la
puerta. No abre. Toma impulso dos pasos atrás, se lanza y cae la
puerta sobre ti, sobre Magalis quiero decir, que aparentemente se
había dormido en el suelo, haciéndote añicos la cabeza, perdón,
a Magalis quiero decir. (Sara, frustrada, se aparta.) El joven novio
se levanta turbado. Lo observa todo muy bien. Calmadamente, toma
su cédula, y con ella, con mucho dominio de sí mismo, extrae de
las órbitas sus propios ojos. De pronto, la imprevista cámara nupcial
se ve abarrotada de la gente de la casa. Sobre el griterío general,
se destaca la voz del joven novio: “Señores, señoras, que pasen
una feliz noche. La recepción estuvo insuperable”. Extiende la mano
con sus ojos hacia el padre de la novia, y dice: “¿Me sostiene alguien
esto por favor?, y si no es mucho pedir, ¿me conduce a la puerta?”.
El padre de la novia toma una pesada estatuilla de Buda. La agarra
fuertemente y da con ella al rostro del joven novio las veces pertinentes
para quitarle la vida. Aplica el mismo tratamiento a su mujer, luego
a sus hijos. Luego a sus parientes y familiares, a sus conocidos
y amigos, y por último, a sí mismo. Y así, todos mueren felices
para toda la vida. (Pausa.) Es cuanto.
(Silencio. )
Guillermo (a Sara; orgulloso). - ¿Y
bien? ¿Qué te parece?
Sara. - ¡Necio! ¡Lunático! ¡Borracho!
Alberto. - Parece no le gustó.
Guillermo. - Pero Sara, nunca bebo, y ni siquiera me deleita contemplar la
luna.
Sara. - ¡No me importa si no bebes o sí! ¡Eres un borracho para mí! ¡Un lunático!
Guillermo. - ¡Ay no! ¡Sin insultos por favor!
Sara. - Hace tiempo que debiste comprender que no haces nada bien.
Guillermo. - Sabes bien lo susceptible que soy a tus insultos.
Sara. - Parece extraído del diario de algún esquizofrénico.
Guillermo. - ¡Dios santísimo! ¡Necesito ir con mamá!
Sara. - ¡Disparate semejante hasta debería premiarse!
Guillermo. - Necesito mi psiquiatra.
Alberto. - Ningún psiquiatra tienes.
Guillermo. - Lo tenga o no, necesito mi psiquiatra.
Sara. - Ni haciendo un esfuerzo sobrenatural lograría nadie tanta idiotez.
Guillermo. - ¡Oh, qué hago, me rechaza con pasión!
Sara. - Debes ser brillante. ¿Pero cuando
empezarás a comportarte como un normal hombre mediocre?
Guillermo (excitado). - Diabólico, agazapado, relamiéndose, Tom esperaba que
Jerry cayera en la trampa. Jerry no cayó, y llovieron sobre Tom
catástrofes incontables. (Solemne.) Tomado de “Cartas de Mamá”, Julio Cortázar.
Sara. - Pretender que un tal Chaikowski
se interese por esa porquería.
Guillermo. - Poborsky, Sara. Todos los
derechos quedan reservados. No Chaikowski, Poborsky. Absolutamente todos.
Sara. - No interpretaría a esa tal Magalis ni por todos los oscares del mundo.
Guillermo. - Multitud de trampas colocó
el coyote al correcaminos, pero sólo él mismo resultaba víctima
de ellas.
Sara. - Devolverme a mí la gloria con tal horror.
Alberto. - ¿Gloria? ¿Cuál gloria? ¿Alguna vez fuiste gloriosa?
Sara. - ¡Silencio! ¡Claro que lo fui! ¡No vengas a confundir el drama, envidioso!
Guillermo. - Cualquier divulgación total
o parcial de la obra está terminantemente prohibida.
Sara. - ¡Esto se acabó!
Guillermo. - Es justo señalar que ninguno
de los personajes del filme representa a ninguna persona real, viva,
muerta, a punto de nacer o en gestación.
Sara. - Necesito una vida de glamour. ¡Me marcho!
Guillermo. - And now, our feature presentation.
(Sara,
exaltada, se prepara para marcharse. Puede recoger una cartera,
introducirle algunos vestidos traposos, pintarse los labios, etc.
Guillermo entra al pequeño baño del fondo, Alberto
se levanta y ambos se toman
de las manos.)
Guillermo. - Mi buen amigo Alberto,
¡cuánto te agradezco que vivas con nosotros!
(Los dos hombres
empiezan a acercarse muy lentamente para darse un beso en la boca.
Mientras tanto, Sara va hacia la puerta, la abre, titubea en salir y exclama):
Sara. - ¡Qué mierda! (Cierra la puerta estrellándola, arroja la
cartera con violencia, se dirige al pequeño baño del fondo y entra,
interrumpiendo el acercamiento de los hombres.) ¿¡Qué están
haciendo!? ¡Afuera los dos!
Alberto (bajándose rápidamente los pantalones y sentándose en el inodoro).
- Espérate un poquito, que no tardo ni un segundo.
Sara (lo levanta por las axilas con mucha violencia). - ¡Párate inmediatamente
y súbete los pantalones! ¡Impúdico!
Guillermo (tímido). - Sara bonita, (Tose.)
¿no quieres usar un inodoro de ahí afuera? No te quiero molestar,
pero él ya estaba aquí.
Sara. - ¡No! ¡Me gusta este! ¡Además yo debo tener privilegios por ser la
hembra!
Alberto. - Pero si hay mejores y más.
Algunos son muy bonitos. Como ese rosa por ejemplo. ¿No es así,
Guillermo?
Guillermo. - Sí. Y combina muy bien con su calidad femínea.
Sara (un poco calmada; reflexiva).
- ¿Y ése crema? ¿Me combina bien?
Guillermo. - Muy bien.
Sara (ocultándose la boca con la mano como para decir un secreto). - Pero
es que hay gente ahí delante, y me aterra el qué dirán. (Cuenta los espectadores en voz alta.)
Alberto. - Ellos comprenderán. (Guiña
un ojo al público.)
Guillermo. - Este es nuestro baño.
Alberto. - Aquí se eliminan orina y heces.
Guillermo. - Aquí vivimos como Dios manda.
Alberto. - Si Dios manda algo.
Sara (entusiasmada). - ¡Pues voy!
Alberto. - ¡Eso!
Guillermo (al mismo tiempo). -¡Muy
bien!
(Sara se
dirige al inodoro escogido. Nuevamente, los dos hombres se toman
de las manos y empiezan a acercarse muy lentamente para darse un
beso en la boca. Mientras tanto, Sara
llega al inodoro escogido y grita, interrumpiendo a los hombres):
Sara. - ¿¡Quién fue el último en usar
este inodoro!? ¿¡Quién fue el último en usar este inodoro!?
Guillermo (a Alberto). - ¿Fui yo? ¿Fuiste tú?
Alberto (a Guillermo, al mismo tiempo). - ¿Fuiste tú? ¿Fui
yo?
Guillermo. - No sabemos quién fue.
Alberto. - ¿Qué pasa?
Sara. - ¡Que no está ningún inodoro
el maldito inodoro! ¡Razones sobran para que no lo esté! (Señalando el interior del inodoro.) ¡Ahí están!
Guillermo. -¡Dios mío!
Sara. - ¿Quién lo dejo sin descargar? ¿Quién no le dio a la jodida palanquita?
Alberto. - Pero Sara, sólo tienes que
hacer esto. (Descarga el inodoro
del pequeño baño del fondo.)
Sara. - ¡No! ¡No debiste descargar ese!
¡Era este y cuando lo ensuciaste, pendejo maldito! ¡Eres tú quien
no descarga los jodidos inodoros!
Alberto. - Pero Sara, si hace días que no deshago heces.
Sara. - ¡Jodido pendejo! ¿Tú sabes cuánto
paga Guillermo por un camión de agua? ¡No! ¡No sabes, no! ¡Porque
te es gratis! ¡Todo es gratis para ti, maldito! ¡Te lo dan todo,
pendejo!
Guillermo (muy nervioso, sale del pequeño baño del fondo y sirve un vaso de agua
de uno de los inodoros). - Sara, cálmate. No le digas así. (Le pasa el vaso.) Toma, bebe un vaso de
agua. Un vaso de agua siempre hará pensar mejor.
Sara (da un golpetazo al vaso que se lo hace caer). - ¡Cállate! ¡Me hartas
con tu condescendencia estúpida!
Guillermo. - Pero Sara, tuya fue la idea de arrimar a Alberto aquí.
Alberto (muy altanero). - Soportar estas dificultades hace que se acreciente
mi autoestima, porque muy al revés de lo que se cree, hay que tener
un temple grande para ser un vago.
(Sara entra
en el pequeño baño del fondo haciendo salir a Alberto a empujones; se dispone a sentarse en el inodoro,
lo observa y dice a gritos):
Sara. - ¡Alguien le anexó esperma a
la tapa! (Calmada, a sí misma.)
Ah, ya estoy a gusto. Voy a echarle. (A
Alberto, a gritos.) ¡Largo! ¡Largo de aquí!