CUADRO CUARTO
(Guillermo
coloca sobre el armario una máquina de escribir y un montón de papeles.
Se sienta sobre un inodoro detrás del armario y empieza a teclear.
Sara se pone un delantal y empieza a realizar labores
domesticas. Alberto se
sienta en el suelo frente a un inodoro, saca agua con las manos
y se la echa en la cabeza repetidas veces.)
Guillermo (murmurando). - El juzgado de primera instancia... Ratificar como
en efecto ratifica que... Sellos de a peso… En audiencia contra
la parte demandada... ¡Sellos de a peso! (Detiene
el tecleo y observa a Sara
seriamente. Sara, muy
solícita, extrae sellos de un bolsillo del delantal y se los pasa
a Guillermo.) Litis entre esposos...
(Guillermo
continúa tecleando y Sara
realizando labores domesticas. Alberto se
deja caer hacia atrás y permanece acostado boca arriba con brazos
y piernas abiertos.)
Guillermo (murmurando). - El oficial del estado civil correspondiente... (Detiene el tecleo y busca entre los papeles
sin ningún cuidado, haciéndolos caer al piso.) Actas por sellar,
actas por firmar, actas por estrujar. Necesito cajas para organizar
las actas. (Continúa tecleando.) En audiencia contra
la parte demandada... ¡Necesito cajas para organizar las actas!
(Detiene el tecleo y observa a Sara seriamente. Ella vuelve a pasarle sellos.)
Litis entre esposos...
(Guillermo
continúa tecleando y Sara realizando
labores domésticas.)
Guillermo (murmurando). - El oficial del estado civil correspondiente... Una
pareja de novios juguetea en un bosquecillo de arbolillos oscuro...
(Niega con la cabeza, saca la hoja, la estruja
y la tira. Sara la recoge
y con ella limpia inodoros y lavamanos. Guillermo
introduce una nueva hoja en la máquina y teclea.) Ratificar
como en efecto ratifica que... Uno de los presentes mira su reloj
y refunfuña: “Vaina-coño”... (Nervioso, niega con la cabeza, saca la hoja, la estruja y la tira. Sara la recoge y limpia. Guillermo introduce una nueva hoja en la máquina y teclea.)
En audiencia contra la parte demandada... Y así, todos mueren felices
para toda la vida... (Muy
nervioso, niega con la cabeza, saca la hoja, la estruja y la tira.
Sara la recoge y limpia. Guillermo introduce una nueva hoja en la máquina y teclea.)
El juzgado de primera instancia... (Muy excitado, poniéndose de pie.) ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Yo soy mucho
más que el triste papel que el destino ha querido depararme! ¡Abomino
de la providencia y de la imposibilidad de ser algo distinto a lo
que se es! ¡Yo, Guillermo Nuñez del Villar, cambio el destino una
y mil veces! ¡Soy un artista! ¡Soy un artista! ¡Poborsky, mal nacido!
(Comienza a recoger papeles
y a organizarlos.)
Sara. - Qué triste y abandonada me encuentro.
Alberto. - Me encuentro abandonado y triste.
Sara. - Amor y ternura necesito.
Alberto. - Ternura necesito, amor también.
(Alberto
y Sara se miran y empiezan
a sonreírse tímidamente. Se acercan y juguetean con sus manos.)
Alberto. - Tú... yo... nosotros... aún podríamos revivir algo de lo inexistente.
Sara. - ¿Lo crees posible? Pero recrear
lo que tú y yo intentamos hace tiempo, sería como girar infinitamente
alrededor de la misma frustrada historia.
Alberto. - Sara, soy tu último recurso. Agótame.
Sara. - Qué lamentable es llegar a ese callejón cuya única salida es lo
que uno más desprecia, siempre a la orden del día, esperando a que
uno llegue. Entonces, vamos.
(Alberto y
Sara realizan una danza
erótica.)
Guillermo (iracundo, con papeles en las manos y mirando al público). - No eres
quien Poborsky para arruinar mi vida con tus juicios y prejuicios.
(Agarrando los papeles con violencia.)
Aquí tengo múltiples muestras de mi ingenio. ¡Envidia! Envidia fue
lo que te impulsó a descalificarme. ¡Claro! Si respondiste mi carta
es porque me envidias. Crees que eres el único a quien merece llamarse
genio ¡Pues no! ¡Ni eres genio... ni francés tampoco! ¡Arribista! Son of the bitch! ¡Figlio di putana! Y no te lo digo en checo porque no sé nada de tu pobre
lengua, desgraciado. Vuelve a Praga y abandona la ciudad luz. Allá
iré yo y los faroles de la cultura no tendrán más que reflectores
para mí. Tu misiva es la certeza de tu miedo y la confirmación de
mi talento. ¿Cómo no me había dado cuenta? (Pausa.
Observa a Alberto y Sara danzando.) Nuestras propias vidas son historias fascinantes. Narrador:
“Cuando ella fue internada en el convento, se frustraron sus sueños
y ambiciones de amor y de shows. Entonces, perdió la distinción
entre lo que no era y lo que sí”. En una amplia panorámica del comedor
o del aula, fotografiado con un filtro de tonalidad rosa, se la
puede ver a ella, en plena clase o en pleno almuerzo, lógicamente
en un plano medio, siendo Blanche Dubois o Scarlett O’Hara.
Sara (interrumpe la danza; enérgica). - Me repitió calumnias, historias
viciadas cuando me lo encontré en Biscayne Boulevard. (Continúa danzando.)
Guillermo. - Narrador: “Cuando él fue llevado a la casa de citas...”
(Ahora Guillermo
es el Padre de Alberto.)
Padre. - Nuestro hijo: se le otorga
este armario que deberá cuidar como su propia vida o más. Este armario,
orgullo de la familia, lo ha poseído cada uno de sus ancestros,
y lo deberá poseer su descendencia, así como la descendencia de
su descendencia, hasta poseerlo el último de sus descendientes.
Con él iniciará su propia vida fuera del confortable nido del hogar,
porque estamos convencidos de que con la base educacional que se
le ha proporcionado, más las experiencias que le vendrán en lo continuo,
más la herencia del armario, saldrá de su escondite ese hombre que
hay oculto adentro suyo.
Alberto (interrumpe la danza). - ¡Papá, deme otra oportunidad! Le aseguro
que si volvemos a esa casa de citas, me comportaré como todo un
hombre, papá. Ya no me quedaré lloriqueando como un niño ante la
perspectiva de un polvo, papá.
Padre. - Usted ha puesto en riego el
honor de la familia. Ahora se le brinda la oportunidad de levantarlo.
Alberto (alegre, nervioso). - ¡Oh, papá, cuán sabio es! Me asusta para hacerme
comprender. ¡Qué atinado! Pues alégrese, papá. Le ha funcionado.
¡Soy un hombre! ¡He aprendido la lección! (Con
los brazos al cielo en señal de triunfo.) ¡Ya lo sé, lo sé!
¡Lo tengo como un hombre! Señor, volvamos a esa casa de citas. Usted
será testigo de mi heroísmo erótico.
Padre (amable). - No, no, no. Nuestra decisión es irrevocable.
Alberto. - Pero señor, soy un hombre.
Usted me lo demostró a mí, permítame demostrárselo yo a usted.
Padre. - ¡Deseamos que se largue de la casa como un perro!
(Sara y
Alberto continúan danzando.)
Guillermo. - Narrador: “Ella se dio
a la fuga del convento y, cegada por el deseo de vengarse de mamá
y hermano, tomó al azar al primer hombre que encontró. Y así, Sara
contrajo nupcias con Alberto. Primerísimo plano del beso al sellar
la boda, y luego, close-up de los labios del cardenal, o lo que
sea, diciendo: “hasta que la muerte los separe”.
(Sara y
Alberto interrumpen la danza.)
Sara (a Alberto, nerviosa). -
Tenemos seis meses de matrimonio y todavía no me places.
Alberto (a Sara). - Es que tengo poca cosa entre las piernas.
Sara. - Todo tiene límites. Mi paciencia también.
Alberto. - Sabes que quiero darte el alimento del sexo y nutrirme yo también.
Sara. - ¡Pues dámelo!
Alberto. - Es que... no tengo casi nada.
Sara. - Tienes lo que tienen todos. Ni más ni menos.
Alberto. - No es cierto. En una revista
porno vi un personaje al que le llegaba a las rodillas.
Sara. - Eso no es normal. Lo normal
es esto. (Señalando con ambos
índices hacia el sexo de Alberto.)
Alberto. - Sólo necesito tiempo.
Sara. - ¿Cuanto?
Alberto. - Dos.
Sara (pícara). - ¿Días?
Alberto (con temor). - Eeeeeh...
años.
Sara. - ¡Nos divorciaremos, nos divorciaremos, nos divorciaremos!
(Sara y
Alberto continúan danzando.)
Guillermo. - Narrador: “Alberto y Sara
se divorciaron. Pero no fue hasta algunos años después. Antes ellos
lo intentaron muchas veces, y siempre terminaron fracasando”.
(Sara y
Alberto interrumpen la danza.)
Sara (al público, a gritos). - ¡Me estaba matando cada nervio! ¡El se obsesionó
con la pendejada esa del sexo! ¡A mí ya no me importaba nada!
Alberto (al público, a gritos). - ¡Yo quería arreglar la vaina, pero cuando
lo intentaba, ella se quedaba como muerta, hablaba de otra vaina,
se reía a carcajadas y me lo manoseaba sin cadencia!
Guillermo. - “Hasta que un día...”
Alberto (a Sara, con mucha cortesía). - ¿Un divorcio?
Sara (a Alberto, con mucha cortesía). - Sí, gracias.
(Sara y
Alberto continúan danzando.)
Guillermo. - “Entonces fue cuando ella
conoció y se enamoró del gran amor de toda su vida: aquel artista
especializado en asuntos de divorcio que los divorció, se casó con
ella y la hizo feliz.
(Sara y
Alberto interrumpen la danza.)
Sara. - ¡Eso no es cierto!
Guillermo. - Lo sé. Es que ando detrás de un happy-end.
Alberto (a Guillermo). - ¡Ni media
palabra más! ¡Ustedes, putos artistas, convierten en diversión la
vida mierda de la gente! ¡No es justo! ¡De la crueldad de la vida
hacen espectáculos para gozar!
Sara. - Alberto.
Alberto (ignorando a Sara). - Bellas
obras sobre la desgracia del mundo, y la suya, y la nuestra. ¡Aves
de rapiña son los cagados artistas!
Sara. - Alberto.
Alberto. - Dime.
Sara. - Fracasaste nuevamente.
Alberto. - Sara, ¿pero qué dices? No,
no fue un fracaso. No. Fue sólo, sólo... una pequeña derrota, y
nada más.
Sara. - Procuraré, por cualquier medio,
jamás caer tan bajo.
Alberto. - Sara, ¿qué estás diciendo?
Si soy el hombre de tu vida. Jamás nos debimos divorciar.
Sara. - Presuntuoso. Ni siquiera eres
un hombre. Eres más bien una vergüenza. Si me llegué a casar contigo,
no fue más que por error de juventud. No debí ser joven.
Guillermo. - Yo en mi juventud no cometí
errores.
Sara. - Tú eres un error.
Alberto. - Yo evito cometer errores
haciendo nada.
Guillermo. - Ese es otro error.
Sara (a Alberto). - Habías dicho
que se puede aprender de los errores, y que, por lo tanto, mientras
más errores se cometan, mejor.
Alberto. - Jamás he dicho eso.
Sara (irritada). - Sí lo has dicho. En cada ensayo lo decías. Cuatro y
hasta cien veces. Cada noche de maldito ensayo. Me tenías harta.
Alberto. - Ese era texto de otra obra.
Tienes que aprender a distinguir y a respetar al público presente.
Sara. - Yo distingo bien. Eres tú quien
no distingue que me aburren tus idiotas explicaciones.
Alberto (con pesar). - Yo soy un
idiota.
Sara. - En eso aciertas.
Alberto. - Mi vida se descarga en los
inodoros de este baño como si de chorizos fecaloides se tratara.
Guillermo. - ¿Llevamos cuántos años
viviendo en este baño? ¿Cuánto tiempo más será necesario?
Alberto. - ¿Necesario para qué?
Guillermo. - Necesario, simplemente.
Alberto. - Creo que estoy harto.
Guillermo. - Los meses son muy largos.
Sara (rascándose). - ¡Aaaay, no encuentro la manera de arrancarme este
dúo de garrapatas de encima! (Tiende
una manta en el piso y le tira encima algunos vestidos traposos.)
No puedo seguir en este tedio que destruye lo creativo y bello que
me queda. ¡Me largo! Quédense ustedes dos aquí con sus frustraciones
y sueños imposibles. ¡Adiós!
Alberto. - Sara, sé que estás molesta por lo sucedido, pero no puedes marcharte.
¿Qué haría yo solo en este baño?
Sara. - No te quedarás solo. Te quedarás
con Guillermo. Tal vez hasta puedan formar buena pareja.
Guillermo. - ¡Sara, soy tu esposo, y
exijo vehementemente que dejes tu escena de arrebato! Todo cambiará.
Sara. - Los cambios pueden ser para peor.
Alberto (acongojado). - No puedes, no puedes dejar a tu marido, a tu ex-marido,
es imposible. Somos tus hombres, la gente que te quiere y celebra
tus locuras y...
Sara. - ¿¡Locuras!? ¿A qué llamas locuras?
¿A mi arte? ¿A mi talento? ¿A mi fabulosidad femínea? (Da trapasos a Alberto mientras éste, sollozando, va con paso acelerado
a encogerse junto al armario.) ¡Vergüenza de hombre! ¡Impotente!
Guillermo. - Quédate.
Sara. - ¿Es eso una orden?
Guillermo. - No. Es... es... una súplica.
(Se tira al suelo y se abraza
de las rodillas de Sara.)
No soportaría que te fueras. No soy tan fuerte.
Alberto (sollozando). - No... yo
tampoco.
Sara (amenazándolo con un trapo).
- ¿Tú tampoco qué?
Alberto. - ¡No! Que yo tampoco...
Guillermo. - Ten piedad. Quédate aún cuando solamente sea por lástima.
Alberto. - Sí, por lástima.
Guillermo. - Ni siquiera te pedimos comprensión.
Alberto. - ¡Sí, sí!
Guillermo. - Ni siquiera amor.
Alberto. - No, ni siquiera amor. ¡Sí!
Guillermo. - Sólo quédate.
Alberto. - Sí, sólo...
Guillermo. - Aún cuando solamente sea para que me insultes.
Alberto. - Sí, para que me insultes, sí.
Guillermo. - Y trapees el piso con mi persona.
Alberto. - Sí, el piso, sí.
Guillermo. - Quédate aún cuando solamente sea para avergonzarte de mí.
Alberto. - Sí, sí.
(Sara permanece
mirándolos. Cambia de actitud a medida que transcurren las súplicas.
Termina compadeciéndose y comienza a acariciarle la cabeza a Guillermo. Se escupe la mano y continúa acariciándole
la cabeza. Alberto se
acerca gateando y también le hace lo mismo.)
Sara. - Tal vez he sido algo impulsiva, pero es que estos meses son tan largos.
Guillermo. - ¿Meses o años?
Sara. - Da lo mismo. El tiempo es largo y pasa lento.
Alberto (tímido). - ¿Te quedarás?
Guillermo (tímido). - ¿Ya no te
irás?
Sara (los mira por un instante).
- Sí, seguiré aquí. Total… no tengo adonde ir.
Alberto. - ¡Bravo!
Guillermo. - Congratulations!
Alberto. - ¡Gracias Jehová!
Guillermo. - ¡Gracias mi Dios!
Alberto. - ¡Si hay un Dios oculto por ahí!
Guillermo. - ¡Bravo!
Alberto. - ¡Maravilloso!
Guillermo. - ¡Fabuloso!
Alberto. - ¡Enhorabuena!
Guillermo. - Great moment of the story!
Alberto y Guillermo. - ¡Bravoooooo!
Guillermo. - ¡Pronto yo descansaré en
el regazo de la fama, y a ti, oh Sara mía, te recuperaré la gloria
perdida!
Sara. - ¡Eres un inútil y yo una hembra de shows!
Alberto (observando a Sara con lujuria).
- Desearía ser caballo. (Entusiasmado.) Ahora preparemos unos huevos pasados por agua
y friamos queso. Este drama me abrió el apetito.
Sara. - Yo prefiero acostarme. Estoy cansada y necesito ordenar mis pensamientos.
Alberto. - Pero yo deseo comer.
Guillermo. - A mí me da igual.
Sara. - ¡Ahí está! ¡Por eso me iba!
¡Uno intolerante y posesivo, y el otro sin carácter y adulón! Debí
haberme casado con el mismísimo diablo o haberme vuelto lesbiana.
Peor no me hubiera ido.
Alberto (lamentándose). - Nunca
nos podremos comprender.
Guillermo. - Es mejor no hablar.
Sara. - Es mejor dormir. Ahora lo que
procede es (Bostezando.)
descansar, escansar, cansar, ansar, sar, ar. ¡A dormir!
(Toman el armario
como cama y le ponen encima una sábana. Se desvisten y se acuestan;
Sara en
medio de los hombres.)
Alberto (a Sara, intentando acomodarse).
- Dile a Guillermo que se eche un poco para allá. No quepo bien
en la cama.
Guillermo (a Sara). - Dile a Alberto,
que digo yo, que él tiene el mismo espacio que yo, y que sepa acomodarse.
Que simplemente es cuestión de aprovechar de modo exitoso el espacio
que a cada cual le está destinado.
Sara. - ¡Malditos sean! Las discusiones
en cualquier otra parte, pero la cama se respeta. Es el lugar donde
ensayamos cómo morirnos cada día. Vamos a dormir.
Alberto (bosteza). - Tienes razón.
Nos amenaza un nuevo día.
Guillermo. - Los secundo. (Bostezando).
Buenas noches.
Alberto. - Buenas noches.
Sara. - Buenas noches, queridos. (Sara
se sienta y hala el cordón del interruptor de la luz que cuelga
del techo. Se apagan las luces y una sola luz permanece iluminándole
el rostro; suspira.) Que vida tan larga. (Se
acuesta y apagón.)
FIN