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Eugenio Maria de Hostos:  ¿Un intelectual ancilar?

Chiqui Vicioso

                                               A Ivelisse Pratts, compañera de viaje.

En su ensayo sobre Eugenio Maria de Hostos:  Las luces peregrinas, el catedrático puertorriqueño de Lengua y Literatura, de la Universidad de Puerto Rico, y director del Instituto de Estudios Hostosianos, Marcos Reyes Dávila, se hace eco de la critica de José Marti a escritores que basan su significancia en el prestigio cultural de las metrópolis, el cual siempre ha deslumbrado, según el, y seducido al “aldeano americano”.  Dice Dávila:  “los caminos de la critica han presumido demasiado con las anteojeras de teorías europeas de la producción cultural americana.  A principios de siglo desvariaron estos conceptos occidentalizantes por los cabos cenagosos de las teorías del arte por el arte, del purismo aburguesado, de la torre de marfil, del esteticismo y estilismo críticos.  Envilecieron la comprensión del fenómeno verdadero de un arte que surgía lacerado, encarcelado o sangriento, porque poco podía aplicarse sobre una realidad que no contribuyo a corroborar sus formulas y sus categorías”.

En ese mismo ensayo, Dávila antepone al mexicano Alfonso Reyes, (considerado junto con Pedro Henríquez Ureña como el mas importante ensayista de América), al también ensayista Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Americas, y cita: “Alfonso Reyes, en una de sus obras mas deslumbrantes titulada EL DESLINDE, (entre la literatura y no literatura), considera como no literatura a aquellas expresiones que desempeñan lo que el llama asuntos ajenos, literatura como servicio.  Roberto Fernández  Retamar le responde a Alfonso Reyes al afirmar que, precisamente, “la línea central de nuestra literatura parece ser la amulatada, la hibrida, la “ancilar”, y la línea marginal vendría a ser la purista, la estrictamente y estrechamente “literaria”,  mencionando los casos cenitales de José Marti y los casos capitales de la literatura hispanoamericana, cuya militancia, o "ancilarismo”, con la causa de la justicia y la libertad los hizo grandes e imperecederos”.

Y, añade Dávila:  Esta (nuestra) literatura instrumental, de emergencia escrituraria si se quiere, la literatura comprometida que surge a pesar de la amenaza, la obstaculización y el desamparo, es la constante del proceso cultural latinoamericano que no ha podido desembarazarse de sus apremios, de sus penurias y no se averguenza de su estirpe misionera.

En ese debate iba reflexionando, cuando subía rumbo a la casa paterna de Hostos, hoy Museo Eugenio Maria de Hostos, en Rio Cañas, Mayagüez, donde (Oh ironías de la vida) la ciudad me acaba de declarar, junto con Doña Ivelisse Prats, quien era la oradora principal por nuestro país, pero no pudo asistir, como "Hija Distinguida".

Entre hileras de helechos gigantes, árboles de pana, platanales, jengibre rojo y rosado, heliconias, sobre la espalda ondulante de las suaves lomas de Mayagüez, con la playa y la pequeña isla de Desecheo (que nadie habita excepto los condenados de la tierra que en ella, momentáneamente desembarcan) como telón de fondo, no me fue difícil imaginar el apasionado amor de un jovencito Eugenio Maria de Hostos cuando andaba a caballo por ese pequeño país terrenal, por su isla madre Puerto Rico.

Si, además, ese jovencito tenia como abuelos a un cubano y a una dominicana:  Doña Maria Altagracia  Rodríguez y Velazco, de quienes heredaba otras nostalgias, tampoco era difícil entender su fervor antillano, ese que mas tarde lo conduciría a luchar por una Federación de las Antillas, a casarse con una cubana y a tener una familia dominicana.

Mientras dictaba una conferencia sobre la “Vigencia del pensamiento Hostosiano en la dimensión del desarrollo educativo, social y político de la mujer”, escuche a una jovencita de quince años, ganadora del Premio de Oratoria Eugenio Maria de Hostos, decir que mientras existiera una sola persona que recordara a Hostos este no moriría, y rememore las palabras del Prócer y Maestro puertorriqueño, (citadas por Don Juan Bosch), cuando dijo (refiriéndose a Placido), en 1872:

“La eternidad hace bien en ser paciente.  Los momentos pasan; pasan con ellos los hombres; pero siempre llega el dia de la victoria de la justicia.  Que no lo vea el que por ella ha sucumbido, eso ¿Qué importa?  El fin no es gozar el dia radiante; el fin es contribuir a que llegue ese dia”.

Como cada aniversario del nacimiento de Hostos que se celebra en su ciudad natal, Mayagüez, allá no podían faltar los dominicanos y las dominicanas, porque aunque su peregrinar lo llevo a España, Nueva York, Panamá, Perú, Chile, Buenos Aires, Brasil y Venezuela, nuestro país fue su segunda patria y aquí reposan sus restos junto a los de Salome Ureña de Henríquez, esa “mujer heroica”, a decir del prócer, que fue su contraparte intelectual y de el,  y  su  bellísima y joven esposa  : Inda, con quien procreo cuatro hijos durante su estadía en Santo Domingo, la mejor amiga.

A la Republica Dominicana arriba Hostos por primera vez en 1875, y se radica en Puerto Plata, la ciudad mas parecida a Mayagüez que tanto amara, y bajo la protección de su amigo, el patriota Gregorio Luperon, funda tres periódicos que le fueron cerrados uno a uno hasta prohibirle el ejercicio del periodismo, practica común aun  hoy, cuando medramos bajo la dictadura  de lo conveniente.

Empero Hostos era inmenso como un rio que sabe buscar otros cauces y avenidas cuando le cierran el paso, y en 1876 funda LA EDUCADORA, sociedad escuela destinada a la difusión del pensamiento moral  social y dirigido a armonizar los intereses generales de las tres Antillas hermanas. 

El 14 de febrero funda la escuela Normal de maestros, y en 1881 la normal de señoritas, dictando durante su estadía (de nueve años) en nuestro país cátedras de Economía Política, y Derecho Constitucional.  Influye en la formación de la Asociación del Cuerpo de Profesores y publica un libro sobre Derecho Constitucional y un Tratado sobre Moral Social.  E 1889, sufriendo de “asfixia moral”, como diría Pedro Henríquez Ureña, se embarca hacia Chile donde elabora un proyecto de Ley General de Enseñanza Publica y se hace cargo de la Rectoría del Colegio de Chillan y otras múltiples acciones educativas, entre ellas una campaña por la educación científica de la mujer, por lo que la primera generación de egresadas le dedica la ceremonia de graduación.

Por eso no podíamos faltar los dominicanos y dominicanas a la celebración de otro aniversario del nacimiento de Hostos el once de enero de 1839,  y no solo porque somos antillanos , como dijo Hostos:  “Ni norte ni sudamericanos, antillanos:  esa es nuestra divisa, y ese sea el propósito de nuestra lucha, tanto la de hoy por la independencia, cuanto la de mañana por la libertad”, sino y particularmente como mujeres dominicanas, para quienes Hostos ejerció el mas enérgico y amoroso de los apostolados, proclamando que:
“Una de las razones que tiene el verdadero hombre para mirar con indignación y desden a los físicamente hombres que componen nuestra especie, es la indiferencia con que las sociedades han mirado la educación de la mujer”, porque “aritméticamente la mujer es la mitad del movimiento social, mecánicamente es el todo”.

Postulados que puso en practica en su segunda estancia en Santo Domingo (1900=1903), cuando crea una Normal Mixta, y reafirma su determinación de promover la “única revolución que no se había intentado antes, la revolución de la enseñanza”, provocando la conmovida devoción de Camila Henríquez Ureña, quien dijo:  “Si no formo héroes para la conquista de la libertad, formo soldados para los combates oscuros, los de la ignorancia”.

Apostolado que nos lleva a concluir que Hostos era, como José Marti, o Juan Bosch, un intelectual ancilar, y que el problema no es ser o no ser ancilar, sino la causa por la cual optamos (que como siempre es evidenciada por nuestra practica) y la causa a la cual hemos servido y realmente servimos.


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