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josé madera

Risita blues (con paraguas)

El frio domingo después de la juerga y dos gramos de coca se hizo cama junto a Fred, cobarde con ojos de globo sorprendido en plena vigilia. Como una araña gigante su pasado recorría su cuerpo trémulo. Superficie de pijamas y otros objetos. Enajenada espera de un yo cansado y sin armas. Fred Zero, hombre tarde en un mundo bep-bop. Con solo abrir el paraguas detiene la lluvia. Microbio sabio listo para volar, solo que el olor blanco de la pared, donde también fue un niño, hace su vuelo minúsculo.

De manera extraña Fred está encerrado desde adentro, es decir sus vísceras cuelgan del cielo, los días, los pájaros y un calendario largo. Rio de aguas vivas. Ojo profundo, la vida. Cuando Dios sospecha de un hombre flaco, que pueden hacer los santos y las velas. Risita seca. Carcajada infinita dibujada en la tarde, arcoíris que flota en el viento, mate como formas de muerte. Aunque la vida ha picado su rostro con disimulada furia, este hombre aún conserva huellas que recuerdan un lejano perfil humano: dos hoyos en la nariz regalo del viento, sus conocidos ojos de zepelin y una boca sostenida débilmente por una piel acartonada.

Lejos, en la fatal distancia que lo separa de los hombres, maternal y cruel, bosteza la luz el sol. Piaf desde su tumba-c.d. -¿dónde termina lo humano? ¿dónde nace la muerte?- balbucea Le Vieux Piano y Fred, jeringa en mano, presenta una risita fuera de foco. Hombre en paraguas y un domingo sin tiempo. Fred con las ganas del prohombre explota una espinilla. Sus yos giran en trance, buscando a oscuras ese yo vertebrado, listo a coger la vida por los cachos. Pobre Quijote.

Con la receta para las pastillas se marchó Julia, la compañera de ataúd. Cansada de la trinchera, contado las ovejitas que cerrarían sus ojos, un febrero bisiesto, olvidando la brújula y el paraguas, salió a caminar y nunca volvió. Con su equipaje de hojalata busca la ciudad de Calvino.

Volcanes, pezones de tierra
pecho planeta donde sedientos
iremos a mamar fuego

Y los fantasmas y amigos calaveras, ¿qué puta geo-grafía ocupan hoy? Mientras piensa, Fred acaricia sus muñecas con la flor de su cuchilla y reconoce la cercanía de todo principio y final. Esboza con algodón una sonrisa.

Hace toda una botella que estás despierto. Inmensa la espera. No haces más que mirar por la ventana la porción de mundo, el estrecho encuadre sin horizonte ni tic-tac. Haces bolitas de moco que arrojas al pasado. Quisieras pajearte pero se te hace tarde. Fred del espejo, Tic-tac-tic-tac. Planeta de mamafuegos. Donde esperamos el semen final de dios como al barredor de tristezas al que canto Silvio. Mordiendo el cigarro, Fred echa a andar la moviola y pronto descubre el celuloide virgen. Donde debió estar el film de su existencia, unos fotogramas en silencio lo dejan sin memoria. Días como partituras de música para músicos-sin-música. Fred, héroe manso de una vida sin el más leve movimiento up or down. Ninguna excusa para el amor, la rabia o la bolsa de valores. Ningún Braque o Pessoa que traigan incienso. Destino que se desvanece en los tibios golpes de un corazón que aprendió a ser ojo. Isla muda.

Presto y vacío, esta invernal mañana, como Zaratustra has decidido poner a prueba el camino. Atrás quedó el laberinto, logrando volar tan alto hasta alcanzar el retorno. Ahora cuelgas y tu postindiferencia te defiende de todo el mapamundi y la fauna. Cuelgas y una sonrisa de algodón congela tu rostro. Fred y el lazo. Agujas del inmenso reloj que con cascara urbana del seis a los pies, del doce a la cabeza, marca las seis en punto de un tiempo que solo es puente. El horizonte y la lluvia crucifican tu cuerpo de Cristo virgen. El ataúd donde mañana viajara tu cuerpo será la libertad, porque está, como todo lo nuevo, también trae su estuche, Fred.

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