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Estrategias de etnicidad y formación de identidades culturales en el Caribe.

Rafael Emilio Yunén,

Director General del Centro León y Profesor Titular de la PUCMM

 

Cuando hablamos de identidad, hay que advertir que existen muchas formas de definirla:

  1. Antiguamente, el concepto de identidad se refería básicamente a los elementos distintivos de una entidad (personal o social) que provienen desde el origen de ese ser y que al cabo de los años se mantienen estables, iguales, unidos y homogéneos. Siguiendo esta visión, para encontrar la identidad de algo tenemos que ir exclusivamente a su pasado, a su raíz y entonces comenzar a “rescatar” lo que queda de dicho pasado y tratar de conservarlo lo más puro posible para así fortalecer la coherencia de ese único conjunto de elementos identitarios que andamos buscando. Como se puede ver, esta perspectiva teórica considera a la identidad como algo incambiable, inmutable, y cuya principal fuente de referencia es el pasado. Además, esta visión considera que cualquier posible influencia o impacto proveniente de otro contexto puede desvirtuar, obstaculizar o eliminar los elementos identitarios.
  2.  Actualmente, no se habla de LA identidad como un elemento único que viene dado por su origen y que no cambia. La nueva perspectiva prefiere hablar del proceso de formación de identidades que se verifica en una entidad. Reconoce que este proceso tiene raíces en el pasado que van trascendiendo hasta el presente, pero también afirma que, a través del tiempo, ese proceso sigue en constante transformación recibiendo el impacto de diferentes contextos sociales y territoriales. Además, se considera que “toda formación de identidad implica el reconocimiento de la diferencia y se realiza por oposición a ella” (Barreto). En síntesis, “la identidad” puede ser transformada continuamente de acuerdo a las maneras como somos representados y tratados en los sistemas culturales que nos rodean. Por lo tanto, un sujeto puede poseer múltiples identidades que coexisten y se manifiestan en función de diversos factores, tanto externos como internos al propio sujeto.

Todos los colectivos sociales van generando un proceso particular de formación de su identidad o identidades en el plano cultural. Cada familia, asentamiento humano, zona, país, o región continental van creando una serie de elementos que los identifican y los diferencian de los demás. Según Huezo Mixco, “los lazos de identidad” se establecen “cuando una comunidad renueva en la vivencia cotidiana intereses que le son comunes, encontrando en su contexto social expresiones de solidaridad que la refuerzan humanamente, e identifica en su devenir histórico (a través de la educación o de la tradición) símbolos que fortalecen su sentido de pertenencia”.

No obstante, hay que recordar que estos procesos no son estáticos sino mutantes, precisamente porque ellos evolucionan alrededor de algunos elementos básicos que se van manifestando de diversas maneras a través del tiempo. Pero, ¿cómo se han ido conformando las culturas nacionales con sus correspondientes identidades?; ¿quién o quiénes han sido los encargados de explicar, de legitimar, de mantener o de imponer la identidad cultural de una nación o de un colectivo social?

La historia del Caribe demuestra que en cada isla el proceso de formación de un Estado precedió al proceso de formación de una nación. Un Estado es un órgano administrativo y de control a nivel territorial, mientras que una nación supone cierto grado de consenso político, de cohesión social y cultural entre los habitantes de un Estado. La formación de una nación implica que todos sus habitantes se sientan como si fueran verdaderos ciudadanos, con plenos derechos y con acceso garantizado tanto a su nación como a su aparato estatal.

Para darle forma a un proyecto de Estado-nación se necesita crear una o varias estrategias de etnicidad que asumen ciertos elementos como propios y distintivos de un conglomerado humano y los difunden en un discurso sobre la nación que se quiere forjar. En cada isla caribeña se fue creando un “discurso nacionalista” para justificar su propio aparato de Estado, su manera particular de concebir la ciudadanía y su propia forma de expresar su identidad. Sin embargo, no necesariamente se puede decir que cada uno de esos nuevos Estados que se iban definiendo se correspondía con una verdadera nación.

Así, en cada isla se verificó la construcción de un discurso de su etnicidad de parte de los grupos dirigentes con la intención de cohesionar y centralizar el control económico y la gestión sociopolítica para beneficiar sus intereses, excluyendo a otros sectores sociales. De esa manera, en cada isla se formó un “imaginario nacional o territorial” que destacó aquellos aspectos culturales que luego servirían para justificar, consolidar y perpetuar las formas de organización social que han causado las grandes desigualdades entre grupos poblacionales que hoy predominan en casi todos los países de la región caribeña.

Los Estados caribeños surgieron sin naciones consolidadas, pero en cada uno de ellos se creó un “discurso nacionalista” caracterizado por: (a) la valoración de ciertas características de su origen étnico; (b) una noción de “ciudadanía” que excluía de derechos a una gran parte de la población; (c) un concepto ficticio de “unidad nacional” y (d) la formación de una “identidad cultural” para diferenciarse de otros pueblos, pero no basada en el reconocimiento de la pluralidad ni en la integración de todas las manifestaciones culturales de los distintos grupos sociales.

Este proceso no ocurrió de manera simultánea ni similar en todas las islas. Hubo territorios (como Haití y República Dominicana) que se independizaron primero que otros y que formaron sus Estados, sus ciudadanías y sus identidades mucho antes que los demás. En otras islas del Caribe hispano (Cuba y Puerto Rico), los grupos dirigentes locales temieron la pérdida de sus privilegios si se definían como Estados independientes y por eso retrasaron integrarse a las luchas nacionalistas.

Finalmente, las islas pequeñas (Jamaica, Trinidad, entre otras) reaccionaron aún más tardíamente como consecuencia del contexto neocolonial vigente, del pequeño tamaño del territorio, de las grandes diferencias étnicas internas y de los flujos migratorios de ese entonces que aumentaban la dependencia de la metrópolis.

A mediados del siglo XX, en estas pequeñas islas del Caribe moderno se produjeron (y todavía se están produciendo) varias estrategias de etnicidad con la intención de construir una “cultura afro-americana” o “afrocaribeña”. Sin embargo, detrás de ese denominador común se esconden realidades muy distintas. Aunque las ideas básicas son “volver a la madre Africa” (como si ella fuese un continente étnicamente homogéneo) e inspirarse en “la rebeldía de los cimarrones”, en realidad cada grupo que enarbola estos principios lo hace con estrategias distintas.

Por un lado están los movimientos que intentaron crear una identidad nacional por medio de una ideología de enfrentamiento de lo negro vs. lo blanco: la negritude, el Black Power y los rastafari. Estas maneras de rebelarse frente a la discriminación racial y social enfatizaron el origen étnico, pero, aunque han sido movimientos importantes a nivel ideológico, no han funcionado para la acción política. Por otro lado están las clases medias que le disminuyen la importancia a los valores étnicos y buscan asimilarse a los contextos socio-culturales de la sociedad blanca. En el medio de los dos grupos antes mencionados, hay una variedad de posturas, actitudes y matices que son asumidos por una población que luce “neutral”, pero que se presenta “más negra” o “menos negra” dependiendo de los fines sociopolíticos que se persiguen (Baud et al).

Además de estas estrategias, en varios países del Caribe se ha utilizado cada vez con más fuerza el concepto de mestizaje cultural aplicado a la “criollización” (ya sea como “mulatismo”, “creolité”, o “antillanité”) para resaltar que “lo caribeño” significa la creación de algo nuevo, algo propio, algo que aunque tenga raíces fuera de la región, no tiene por qué estar sujeto a los orígenes individuales de cada una de sus raíces. El movimiento de la creolité, por ejemplo, supera al de la negritude en cuanto a que establece que “no somos ni europeos, ni africanos, ni asiáticos… nosotros nos proclamamos créole y con este término queremos que nuestra identidad arranque y se vaya haciendo” (Blanco, citando a Glissant).

También hay que señalar a las estrategias de etnicidad que usan el sincretismo propio de las religiones afro-caribeñas (el vudú, el winti y el candomblé) “como movimientos de conciencia étnicos o redes locales con las que se intentan alcanzar ciertos objetivos sociales y políticos” (Baud et al).

Sin embargo, no se puede negar que muchas de las estrategias étnicas antes mencionadas excluyen otros valores de la “herencia africana” y también no integran los aportes de otros grupos étnicos dentro del Caribe (descendientes de chinos, árabes, europeos, norteamericanos, etc.), ni tampoco aceptan los nuevos elementos culturales que se generan desde la diáspora fuera del Caribe. 

Hay, además, dos estrategias de etnicidad que se han asumido en el Caribe y que han ocasionado grandes impactos en la formación de identidades culturales. Una es la etnicidad que se define “hacia dentro”, como pasa en aquellos países que tienen una gran diversidad étnica y que utilizan la homogenización cultural como estrategia. Este es el caso de Trinidad que ha optado por privilegiar el carnaval como un vehículo cultural capaz de lograr una representación de todos los grupos étnicos que viven en la isla y, al mismo tiempo, ha encontrado un excelente instrumento económico que ayuda a generar divisas por medio de la atracción de turistas de todas partes del mundo.

Otra estrategia es la etnicidad que se construye por “oposición a lo de afuera”, es decir en contra de un enemigo externo. Según Baud et al, este es el caso de la República Dominicana donde se ha desarrollado una estrategia étnica nacional dirigiendo la atención en contra de Haití y de sus valores culturales. Aunque más del 70% de la población dominicana es mulata afro-caribeña, se prefiere utilizar el término “indio” para la auto-identificación ciudadana, lo cual conlleva una negación o rechazo del elemento negro en la identidad dominicana. La asociación del primitivismo afro-caribeño con Haití ha perdurado a través de los siglos y esto se debe a múltiples factores económicos, políticos y culturales. Para Baud et al, los prejuicios raciales en República Dominicana no se enfocan en la situación interna sino casi exclusivamente en el “peligro extranjero”, llegando a considerar al antihaitianismo como una parte integral de la cultura dominicana.

 No obstante, en estos tiempos de globalización, se está observando una pérdida de poder y de capacidad de legitimización de parte de los estamentos que antes dirigían a cada imaginario colectivo nacional. La otrora gran influencia ejercida por instituciones como el Estado (de corte represivo-militar), la familia, la iglesia y la escuela se ha visto torpedeada por la saturación de informaciones y desinformaciones ofrecidas por medios mundiales de comunicación; por la proliferación en el mercado de artículos transnacionales de consumo rápido; y por el fenómeno de las migraciones con la subsecuente creación de comunidades transnacionales. Quizás como una reacción de autodefensa, las instituciones antes mencionadas han reforzado su estrategia de etnicidad con el mismo tradicional discurso excluyente que insiste en definir a cada identidad cultural como monolítica, homogénea y anclada en un pasado que sólo reconoce a los mismos grupos dominantes de la actualidad.

Sin embargo, es ineludible el hecho de que en estos nuevos contextos regionales y mundiales que últimamente se están formando, cada entidad y cada esfera de la cultura deberá tener conciencia de su propia identidad, tendrá que entender qué la distingue de las otras y así aceptar que su diferencia no es un impedimento, sino que contribuye a la variedad del mundo (Huezo Mixco). Estas ideas a favor de nuevas formas de conciencia étnica han surgido principalmente entre intelectuales y artistas que han tenido que vivir en contextos influenciados por los flujos migratorios que caracterizan a todos los pueblos caribeños. Las nuevas estrategias de etnicidad en el Caribe están surgiendo desde la diáspora porque las migraciones contemporáneas han causado: (a) una proyección post-nacional; (b) una expresión de las comunidades transnacionales; y (c) que la noción misma de identidad se vea más dinámica y relacional (Mosquera).

Por estas razones, García Canclini pregunta: “Y ahora: ¿quién nos va a contar el cuento de la identidad?”. Hay quienes creen que este es el momento de impulsar un nuevo proceso de construcción de lo nacional en cada uno de nuestros países. Según Hugo Achécar, ya es posible de-construir el discurso oficial de la etnicidad que apoya el viejo proyecto de creación de un imaginario nacional. Siguiendo a este autor, hoy en día los dueños de la memoria, los dueños de la palabra y los dueños de la nación ya no son los mismos de antes. Actualmente, tanto la memoria, como la palabra y la nación tienen muchos y diversos dueños, incluyendo entre ellos a representantes de distintos sectores sociales y culturales.

En esta época de transacciones mundiales diarias, la integración de todas las tendencias multiculturales de una sociedad es considerada como el factor que facilita definir una prospectiva nacional en el siglo XXI. Es más, desde principios de los años noventa, Anglade ya consideraba el nivel cultural como “una totalidad material, simbólica y espiritual que nos da poder de negociación en el mundo global”, coincidiendo con Torres-Saillant cuando señala que necesitamos “reconocer todas las diferencias, la diversidad de género, sexo, social, cultural y étnica para integrarlas todas en la nación con el fin de negociar en la sociedad global”.

Estas ideas que buscan la participación plural en las nuevas estrategias de etnicidad y en la definición de las identidades culturales dentro de los nuevos proyectos nacionales, han sido reforzadas por el documento de UNESCO titulado Nuestra Diversidad Creativa. Esta interesante publicación destaca los siguientes puntos que, de alguna manera, se relacionan con las nuevas perspectivas para la(s) emergente(s) identidad(es) cultural(es) caribeñas que rechazan las exclusiones sociales y los desalojos culturales, buscando nuevas formas de convivencia democrática:

  1. Ninguna cultura está cerrada sino influenciada por otras culturas y viceversa.
  2. Ninguna cultura es inmutable ni estática, sino que más bien viven impulsadas por fuerzas internas y externas.
  3. Ninguna cultura es rígida, sino elástica.
  4. Ninguna cultura es monolítica, sino porosa.
  5. Todas las culturas suscitan cambios y ellas mismas también cambian.
  6. Las culturas intolerantes, excluyentes, explotadoras, crueles y represivas NO son merecedoras de respeto y deben ser condenadas.
  7. Hay que celebrar las diferencias culturales, intentar aprender de ellas y no considerarlas extrañas, inaceptables u odiosas.
  8. La diversidad y pluralidad de las culturas implican beneficios comparables a los de la diversidad biológica.
  9. Hay que celebrar la diversidad, pero conservando normas absolutas para poder juzgar lo que es justo, bueno y verdadero.
  10. Los modelos de desarrollo deben prestar atención a las complejidades étnicas y culturales, así como su relación con las clases sociales y las ocupaciones dentro de otras categorías funcionales.

Lo anterior demuestra que en cada isla se necesita la construcción de nuevas estrategias de etnicidad para orientar el proceso de formación de las identidades culturales en el Caribe y para utilizar la etnicidad como estrategia de cambio social. Esta perspectiva no es nueva en América Latina. Para Rasnake, “la etnicidad es una estrategia que se adopta cuando grupos sociales entran en interacción”, mientras que Knight afirma que “más que un atributo inevitable, la etnicidad representa una opción política”.

En este sentido hay que destacar los recientes esfuerzos desplegados por intelectuales, profesores, artistas y animadores culturales de la diáspora dominicana quienes, en coordinación con algunos colegas que viven en el país, plantearon una extensa discusión sobre la posibilidad de construir “una nacionalidad sin desalojos” que luego fue publicada en el libro Desde la Orilla. Planteamientos parecidos han surgido en otras islas caribeñas porque todas las diásporas han resaltado las exclusiones que se dan en el discurso nacionalista de sus respectivos países. También han sido las diásporas caribeñas las más proclives a destacar la diversidad cultural, social y racial de sus respectivas naciones. La marginalidad que sufrieron en su país, la historia de su desarraigo y la lucha por sobrevivir en el exterior han determinado que las diásporas caribeñas tengan una gran influencia en la nueva definición del imaginario nacional de sus respectivos países.

Volviendo al caso dominicano, encontramos algunos capítulos Desde la Orilla que tratan a la etnicidad como un concepto que se define no sólo en base al origen étnico sino también como “un sentimiento de comunalidad, una preocupación por un pueblo, una esperanza de que ese pueblo se superará a sí mismo y por sí mismo en el futuro”. Stevens-Acevedo considera que se puede construir una “conciencia de etnicidad” que ayude a la redefinición de la dominicanidad como “un conjunto de sentimientos, recuerdos y expectativas de vínculo, que le hacen a uno desear una mejoría para esa identidad colectiva que se llama República Dominicana y que le hacen a uno esperar un trato cívico acogedor e igualitario de parte de esa misma entidad étnica”.

Esta manera de definir la etnicidad dominicana supera el alcance de la vieja concepción de la identidad cultural dominicana. Antes, se reconocía que alguien tenía identidad dominicana cuando esa persona podía “cumplir con ciertos ritos simbólicos” como saberse el himno, bailar merengue o comer sancocho. Pero ahora la nueva definición de etnicidad conlleva que, para que una persona pueda ser reconocida como dominicana, ella debe “reproducir conductas a favor de la dignidad de la etnia dominicana”, además del cumplimiento de los denominados ritos simbólicos.

La construcción de una nueva etnicidad dominicana más inclusiva y democrática es un nuevo proyecto sociocultural sobre identidad nacional y cultura dominicana que también busca la disminución de la desigualdad social, el distanciamiento y la exclusión interna, de manera que todos podamos gozar de aceptación, respeto y reconocimiento social y político. Estas ideas sobre la posibilidad de formular una nueva etnicidad nacional (es decir, “la manera de ser colectiva de los dominicanos”) aparece también en Torres-Saillant con la propuesta de reformular o reconstruir una dominicanidad democrática.

Y, precisamente por todo eso, Stevens-Acevedo considera que “la etnicidad sólo parece definible y construible por medio de un consenso colectivo negociado de modo que logremos vivir una cultura nacional lo más democratizada posible y sin imposiciones. Nuestra etnicidad debería ser una construcción cultural más que una construcción moral... una construcción bien flexible para que pueda admitir la mayor diversidad de formas posibles definiendo la manera cómo vamos a enfrentar las conductas agresivas, manipuladoras, explotadoras de algunos dominicanos contra o sobre otros dominicanos”.

La política de la etnicidad conlleva entonces una estrategia grupal con miras a la representación de la etnia frente a otras culturas, estados, naciones y comunidades. En el caso específico dominicano, encontramos ya propuestas (muchas provenientes de escritores de la diáspora) que auspician el surgimiento de nuevas formas y estrategias culturales para “re-inventar y re-dirigir el discurso oficial dominicano sobre la identidad cultural y nacional” (Torres-Saillant), y también para “pensar y construir una nueva idea de la nación dominicana en la que se dé cabida a todos los grupos y sectores de la población” (Espinosa Miñoso).

El caso de la diáspora dominicana concentrada en los Estados Unidos es un ejemplo de cómo esta comunidad transnacional ha ido adquiriendo un gran potencial para ejercer poderes y definir políticas con respecto a su país de origen. La estrategia para construir una nueva forma de dominicanidad no es más que uno de los primeros proyectos que la diáspora dominicana está proponiendo.

No hay dudas de la enorme importancia que tiene el encuentro de la diáspora dominicana con su pueblo para que juntos puedan tomar un camino que les devuelva la confianza en las potencialidades humanas y naturales de la nación. Todas las diásporas son componentes básicos de la etnicidad que se construye en un pueblo, son una especie de “provincia transterritorial” capaz de colaborar con la proyección de su país en el mundo debido a su carácter multicultural y plurilingüístico. Como dice mi colega y hermano haitiano, Georges Anglade, “cada diáspora asegura la trascendencia de su nación originaria... si eventualmente el país desaparece, siempre quedará su diáspora”.

 

Rafael Emilio Yunén

Santiago de los Caballeros.

9 de noviembre de 2004.

 

Referencias
  • Achécar, Hugo. Citado en “República Dominicana: identidad, cultura y nación”, en la sección Areíto del periódico HOY. 21 de agosto de 2004. Pág. 7.
  • Anglade, Georges. Cartes sur la table. (Montreal: 1993).
  • Barreto, Margarita. “Los museos y su papel en la formación de la identidad”, en la Revista Ciudad Antropológica. www.naya.org.ar
  • Baud, Michiel, et al. Etnicidad como estrategia en América Latina y el Caribe. (Quito: Ediciones Abya-Yala. 1996).
  • Blanco, Delia. “Signos de identidad en la plástica contemporánea del Caribe francófono”. Conferencia pronunciada en el Centro León. Octubre 5 de 2004. (Disponible en DVD).
  • Espinosa Miñoso, Yuderkys. “Homogeneidad, proyecto de nación y homofobia”, en Desde la Orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos. (Santo Domingo: Editora Manatí + Ediciones Librería La Trinitaria. 2004).
  • García Canclini, Néstor. “Globalizarnos o defender la identidad”, en Nueva Sociedad, No. 63.
  • Huezo Mixco, Miguel. “El Salvador y la construcción de la identidad cultural”, Colección Encuentros, No.34. Centro Cultural del BID. Octubre de 1999.
  • Knight, Franklyn W. The Caribbean: genesis of a fragmented nationalism. (New York: Oxford University Press. 1990).
  • Mosquera, Gerardo. “Esferas, ciudades, transiciones. Perspectivas internacionales del arte y la cultura”, en Art Nexus, No. 100.
  • Pérez de Cuellar, Javier. Nuestra diversidad creativa. (París: UNESCO. 1996).
  • Rasnake, Roger N. Domination and cultural resistance: authority and power among an andean people. (Durham + Londres: Duke University Press. 1988).
  • Stevens-Acevedo, Anthony R. “La dominicana itinerante”, en Desde la Orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos. (Santo Domingo: Editora Manatí + Ediciones Librería La Trinitaria. 2004).
  • Torres-Saillant, Silvio. “No es lo mismo ni se escribe igual: la diversidad en lo dominicano”, en Desde la Orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos. (Santo Domingo: Editora Manatí + Ediciones Librería La Trinitaria. 2004).


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