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PALABRAS DE RAFAEL EMILIO YUNÉN DURANTE LA PRESENTACIÓN DE DESDE LA ORILLA: HACIA UNA NACIONALIDAD SIN DESALOJOS, CO-EDITADO POR SILVIO TORRES-SAILLANT, RAMONA HERNÁNDEZ Y BLAS R. JIMÉNEZ. CASA DE LA RECTORIA DE LA UASD. SANTO DOMINGO, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2004.

Señoras y señores:

 

Hoy se pone a circular una publicación que recoge decenas de ensayos que se escribieron y discutieron en los últimos cuatro años. Este libro tiene, además, la particularidad de que los treinta y seis trabajos que aquí se recogen provienen de treinta y seis autores distintos, esto es, el grupo más diverso de profesionales que nunca antes se había reunido en una sola publicación dominicana para examinar un tema común desde variadas perspectivas.

La diversificación incluye desde testimonios personales hasta reportes de investigaciones y los autores se parecen y se diferencian tanto como sus nombres. Como no hay un solo nombre igual a otro, vale la pena mencionarlos: Silvio, Frank, Norberto, Mu-Kien, Sonia, Orlando, Miguel, Bernarda, Anthony, Lisa, Milagros, Roberto, Diógenes, Rafael, Nancy, Blas, Marcos, Sara, Virtudes, Daisy, Ramonina, Jacqueline, Denise, Isis, Yuderkis, Dulce, Tomas, Elka, Félix, Michel, James, Jorge, Yolanda, Josefina, Franklin, Ramona y Silvestrina. En lo único que se igualan es cuando buscamos la equidad de género: la mitad son hombres y la otra mitad son mujeres... aunque también se puede decir que la mitad de los nombres son femeninos y el resto de los nombres son masculinos.

“Juntos, iguales y diferentes”, la difícil trilogía que auspicia Touraine se consiguió en este proyecto de largo plazo. Esta obra es en sí un verdadero ejemplo de diversidad cultural y hace su aparición precisamente en un momento en que existe la necesidad de reconfigurar y re-imaginar la cultura contemporánea, tanto a nivel global, como a nivel local (Ybarra Frausto). El libro que hoy presentamos cierra una de las etapas de este proceso de intercambios para abrir nuevas fases en los próximos años.

Hay una reflexión inicial que comparten la mayoría de estos trabajos y que puede resumirse en la genial pregunta que hace García Canclini al abordar temas parecidos en otras publicaciones: “Y ahora: ¿quién nos va a contar el cuento de la identidad?”. Según este reconocido investigador, los estamentos que antes dirigían a cada imaginario colectivo nacional ya se han ido deslegitimando, en gran parte como resultado de las mismas tendencias de la globalización. La otrora gran influencia ejercida por instituciones como el Estado, la familia, la iglesia y la escuela se ha visto torpedeada por la saturación de informaciones y desinformaciones ofrecidas por medios mundiales de comunicación; por la proliferación en el mercado de artículos transnacionales de consumo rápido; y por el fenómeno de las migraciones con la subsecuente creación de comunidades transnacionales. Quizás como una reacción de autodefensa, las instituciones antes mencionadas han reforzado su tradicional discurso excluyente que insiste en definir nuestra identidad como monolítica, homogénea y anclada en un pasado que sólo reconoce a los mismos grupos dominantes de la actualidad.

Todos los autores manifiestan en sus ensayos una oposición total a esta visión almidonada y rígida sobre la formación de “la identidad” dentro del contexto de la cultura dominicana. Torres-Saillant lo explica más claramente cuando dice que la dominicanidad que tradicionalmente nos han vendido termina siendo una “entidad elusiva” definida en base a “protocolos de exclusión”. Estas formas de exclusión consiguen desalojar (tanto de manera simbólica como material) no sólo a determinados grupos y sectores sociales, sino hasta regiones y lugares donde vive una gran parte de la población dominicana. De igual manera, la visión tradicional persiste en desalojar (antes decíamos periferizar o marginalizar) a ciertas ideologías, manifestaciones culturales, y hasta determinado tipo de informaciones que nunca llegan a difundirse con libertad.

Para algunos autores, la intolerancia ante la diversidad es uno de los rasgos característicos de los dominicanos que todavía se conducen dentro de esquemas autoritarios y represivos.

Esta intolerancia se practica de muchas maneras, incluyendo aquella que Reyes Bonilla atribuye a algunos “humoristas dominicanos” que lo que hacen es mofarse de la diversidad reiterando así la intolerancia de manera risible y más aceptable para la mayoría población. También existen otros denominados conductores de programas radiales y televisivos que disfrazan la burla y la discriminación por medio de chistes crueles sobre determinados grupos sociales o personas que padecen de algún tipo de marginalización.

Ampliando el análisis de esta situación, Giddens ha advertido en otras publicaciones sobre el enorme poder antidemocrático de los medios de comunicación cuando ellos trivializan las informaciones sobre la situación política y cuando se prestan para dirigir la opinión pública usando mecanismos manipuladores.

La exposición de todos estos temas dentro del libro no se queda en la simple denuncia o ejemplificación de las formas de discriminación, sino que los autores señalan que los “desalojos culturales” sirven también para provocar una exclusión de algunos sectores en determinadas áreas del mercado laboral y además intentan justificar la explotación que sufre la mayoría de la población dominicana. Como dice Espinosa Miñoso, “cuando no se reconocen las diferencias culturales se aumenta la desigualdad social”, haciendo alusión a las profundas vinculaciones que tienen estos fenómenos de exclusión con otros elementos socioeconómicos y políticos que conforman todo el contexto de análisis.

Y es precisamente ahí que reside el principal aporte de esta publicación ya que al relacionar la cultura con la sociedad y la política, el libro se convierte en una herramienta indispensable para la profundización del estudio y del debate serio sobre identidad nacional y cultura dominicana, buscando así aumentar la integración conceptual y práctica de la diversidad cultural como un medio para reforzar actitudes y acciones democráticas.

Frente a una perspectiva totalitaria, monolítica e intolerante, los autores plantean examinar la identidad “como una realidad cambiante que se niega a caber en moldes rígidos” (Duany). La aplicación y desarrollo de este concepto ocasionaría el surgimiento de nuevas formas y estrategias culturales para “re-inventar y re-dirigir el discurso oficial dominicano sobre la identidad cultural y nacional” (Torres-Saillant), y también para “pensar y construir una nueva idea de la nación dominicana en la que se dé cabida a todos los grupos y sectores de la población” (Espinosa Miñoso).

Si el libro que hoy presentamos cumple estos propósitos, entonces estamos ante la aparición no solamente de una serie de opiniones personales y monografías académicas, sino también frente a las bases documentales para realizar una iniciativa inusual en nuestro país: la proposición de un proyecto de base cultural diseñado para llevar a cabo una acción política que redunde en el mejoramiento del orden social. De ahí que Reyes Bonilla proponga que “se necesita un diálogo nacional sobre la diversidad, la ciudadanía, los derechos civiles y la tolerancia, así como el rol crucial que ellos tienen para el desarrollo de una sociedad más justa”. Y luego añade: “la educación sobre la ciudadanía, tanto en la escuela como en el hogar, debe incluir el respeto por los derechos del otro y la acción responsable ante el mundo”.

Stevens-Acevedo, por su parte, aspira a que ese proyecto sociocultural y político debe orientarse a la construcción de una etnicidad dominicana más inclusiva y democrática para que se pueda obtener la disminución de la desigualdad social, el distanciamiento y la exclusión interna, de manera que todos podamos gozar de aceptación, respeto y reconocimiento social y político. Estas ideas sobre la posibilidad de formular una nueva etnicidad nacional (es decir, “la manera de ser colectiva de los dominicanos”) aparece también en Torres-Saillant con la propuesta de reformular o reconstruir una dominicanidad democrática.

Sean cuales sean las denominaciones utilizadas en este libro, lo cierto es que claramente se trata de una invitación para utilizar la etnicidad como estrategia de cambio social. Esta perspectiva no es nueva en América Latina y el Caribe.

Para Rasnake, “la etnicidad es una estrategia que se adopta cuando grupos sociales entran en interacción”, mientras que Knight afirma que “más que un atributo inevitable, la etnicidad representa una opción política”. Según el documento de la UNESCO titulado Nuestra diversidad creativa, “la etnicidad, la política de la etnicidad, la construcción de una nueva etnicidad, se trata de una estrategia grupal con miras a la representación de la etnia frente a otras culturas, estados, naciones y comunidades”. Y, precisamente por todo eso, Stevens-Acevedo considera en este libro que “la etnicidad sólo parece definible y construible por medio de un consenso colectivo negociado de modo que logremos vivir una cultura nacional lo más democratizada posible y sin imposiciones. Nuestra etnicidad debería ser una construcción cultural más que una construcción moral... una construcción bien flexible para que pueda admitir la mayor diversidad de formas posibles definiendo la manera cómo vamos a enfrentar las conductas agresivas, manipuladoras, explotadoras de algunos dominicanos contra o sobre otros dominicanos”.

Tampoco es de extrañar que en esta época de transacciones mundiales diarias, la integración de todas las tendencias multiculturales de una sociedad sea considerada como el factor que facilita definir una prospectiva nacional en el siglo XXI. Es más, desde principios de los años noventa, Anglade ya consideraba el nivel cultural como “una totalidad material, simbólica y espiritual que nos da poder de negociación en el mundo global”, coincidiendo con Torres-Saillant cuando señala que necesitamos “reconocer todas las diferencias, la diversidad de género, sexo, social, cultural y étnica para integrarlas todas en la nación con el fin de negociar en la sociedad global”.

Fenómenos relativamente recientes, como los flujos migratorios, pueden conducir también a nuevas formas de conciencia étnica. Esta publicación es el mejor ejemplo de cómo la diáspora dominicana concentrada en los Estados Unidos se ha convertido en una comunidad transnacional que tiene un gran potencial para ejercer poderes y definir políticas con respecto a su país de origen. La estrategia para construir una nueva forma de dominicanidad no es más que uno de los primeros proyectos que se están proponiendo a esta orilla, en base al potencial y a la experiencia que existe desde aquella orilla.

Por esta razón es que la primera parte de este libro es un llamado al descubrimiento y a la aceptación de la diversidad cultural dominicana y se denomina “Migración e Identidad Cambiante”, la cual presenta ensayos sobre migrantes cocolos, chinos, árabes, domínico-haitianos, domínico-puertorriqueños, domínico-españoles, domínico-holandeses y, por supuesto, domínico-americanos. La segunda y la tercera parte tratan sobre raza, clase, instituciones, sexualidad, género y nación, tanto en la realidad dominicana, como en la domínico-americana. La última parte nos presenta una serie de ensayos sobre el aquí y el allá, escritos por autores dominicanos y de varios países caribeños que auspician la búsqueda de todas las vinculaciones posibles entre las poblaciones que habitan las dos orillas con el fin de definir mejores formas de desenvolvimiento para cada una de esas poblaciones.

No hay dudas de la enorme importancia que tiene el encuentro de la diáspora dominicana con su pueblo para que juntos puedan tomar un camino que les devuelva la confianza en las potencialidades humanas y naturales de la nación. Todas las diásporas son componentes básicos de la etnicidad que se construye en un pueblo, son una especie de “provincia transterritorial” capaz de colaborar con la proyección de su país en el mundo debido a su carácter multicultural y plurilingüístico. Como dice mi colega y hermano haitiano, Georges Anglade, “cada diáspora asegura la trascendencia de su nación originaria... si eventualmente el país desaparece, siempre quedará su diáspora”.

Coincido totalmente con la gran mayoría de los planteamientos expresados en esta publicación. Como síntesis de estas ideas, recogí cada expresión que aparecía en los ensayos referentes a la comparación entre esta orilla y aquella orilla. Aquí se las resumo en siete oraciones:

 

  • No nos conocemos ni allá ni aquí.

  • Hay una constante tensión entre el aquí y el allá.

  • Tanto aquí como allá se niegan y se imponen identidades.

  • Desde esta orilla se excluye más fácilmente a los de aquella orilla.

  • Los de allá siempre están atentos a incluirse con los de aquí.

  • Tanto aquí como allá las exclusiones, los escapes y las expulsiones las reciben casi siempre los pobres.

  • No hay garantías ni allá ni aquí.

 

... Pero hay que buscar un punto de partida y este libro propone que es desde la diáspora que debemos estudiar todos estos fenómenos porque, Desde la Orilla, hay más sensibilidad para detectar las exclusiones y para aceptar la diversidad cultural. Lamentablemente, como dice el libro, los estudiosos dominicanos de aquí no  comprenden la influencia de los emigrados en el imaginario nacional; viven de espaldas al rol que desempeña el dominicano fuera de su país; no comprenden la magnitud del fenómeno migratorio; no miden con propiedad el impacto de los flujos financieros que produce la diáspora al extremo de que somos uno de los 12 países del mundo que recibe más remesas del exterior, pero eso no se refleja en nuestro PIB; no se toman en serio los problemas de los yoleros ni se diseñan políticas encaminadas directamente para frenar la emigración forzada.

No debe extrañarnos entonces el reclamo de los que están en aquella orilla con respecto a los que vivimos aquí. Sin embargo, hay que decir que, a veces, nuestros hermanos de la diáspora hacen fuertes señalamientos y nos acusan duramente por nuestra indiferencia con respecto a su realidad. Quizás esta actitud haya que repensarla porque las recriminaciones pueden también fomentar el rechazo o la inhibición en vez de suscitar una mayor colaboración. Con todo el respeto que se merecen, permítanme sugerir una revisión del tono en que se presentan algunos de los ensayos Desde la Orilla, de manera que se llegue a un estilo más invitacional, más motivador, evitando así que alguien pueda o quiera excluir estos importantes planteamientos argumentando (aunque sin base) que se pueden confundir con vanos resentimientos.

Y ya que me permitieron esa sugerencia un tanto atrevida de mi parte, entonces me voy a tomar la libertad de hacer otras:

Se necesita respaldar a los equipos transdisciplinarios de allá y de aquí que se han organizado (o que están organizándose) con el fin de trabajar juntos. Hay que seguir pensando en estos temas, pero, sobre todo, se tienen que profundizar los niveles del análisis socioeconómico de algunas problemáticas identificadas. Es cierto que los asuntos culturales son más proclives para los análisis cualitativos, pero sería importante una combinación de los mismos con técnicas cuantitativas y con métodos de investigación-acción participativa de manera que se pueda “recoger desde abajo” las experiencias de las mayorías. Por otro lado, aunque resulte un poco difícil de tratar, tenemos que incluir también otras temáticas como la de las razones socioeconómicas que influyen en la creación y mantenimiento del estereotipo de los “dominicanyorks” en el imaginario dominicano de aquí y en la percepción que de ellos tienen los otros migrantes y residentes en Estados Unidos. Es cierto que se da la exclusión aquí y allá, sobre todo de aquellos compatriotas que se exhiben como “dominicanyorks”, pero también es verdad que dicha exclusión se recrudece por la experiencia conductual que mantienen algunos dominicanos con ese perfil.

Ojalá que los equipos transdisciplinarios que se dediquen a abordar estos asuntos puedan completar esa travesía sin naufragar, aunque no estarán libres de grandes tempestades. Para que tengan una idea de los niveles de dificultad que esta empresa conlleva, les invito a leer solamente 5 páginas de este libro (desde la 158 a la 162) en las que Stevens-Acevedo genialmente formula 43 preguntas sobre “conciencia de identidad”. Este excelente ensayo concluye diciendo que: “la dominicanidad es un conjunto de sentimientos, recuerdos y expectativas de vínculo, que le hacen a uno desear una mejoría para esa identidad colectiva que se llama República Dominicana y que le hacen a uno esperar un trato cívico acogedor e igualitario de parte de esa misma entidad étnica”.

Esta definición supone que aquella persona “que cumple con ciertos ritos simbólicos” como saberse el himno, bailar merengue o comer sancocho, no será más dominicano que aquella otra persona que sí puede “reproducir conductas a favor de construir el ideal de la dignidad de la etnia”.

Hay muchos otros aspectos que ameritan reconocerse y destacarse en este libro, pero por razones de tiempo solamente nos fijaremos en el señalamiento de Ramona Hernández en cuanto a que en los próximos trabajos se necesita identificar claramente los orígenes y los actores causantes de la expulsión y la exclusión, tanto aquí como allá. Y para justificar esta necesidad ella nos lleva a entender una realidad escondida: la segunda generación de dominicanos en Nueva York no posee mejores indicadores socioeconómicos que los primeros inmigrantes. Allá hay también marginalización social. Aquí la pobreza empeora. En ambos lugares hay expulsión y exclusión. Ojalá que estos sean los temas básicos de un próximo seminario y de las próximas publicaciones que van a aparecer para motivar nuevas acciones sociales.

Felicitamos a todos los que unieron sus esfuerzos para publicar este libro y, especialmente, a los excelentes compiladores responsables de la atinada edición de estos ensayos. A ellos les dedicamos las siguientes palabras que una vez escribió Luis Brea Franco y que en esta ocasión vuelven a ser apropiadas: hay que “reconocer colectivamente a quien siembra en el imaginario colectivo ideas, métodos, símbolos, imágenes, metáforas, melodías que inciten a la creación, a la autoconciencia, a despertar capacidades dormidas, a descubrir nuevas dimensiones del ser, a ser mejores...”.

Mientras tanto, la nueva dominicanidad va construyéndose, aunque el nivel de reflexión y sistematización actual está por debajo de las mutaciones actuales de esa dominicanidad... Ella misma ya empezó a asomarse a todo el mundo durante las pasadas Olimpíadas cuando la vimos en la imagen triunfante de Félix Sánchez escuchando emocionado el himno nacional y al levantar la bandera dominicana por encima del podio de oro olímpico exclamó: ¡yes!

 

Rafael Emilio Yunén

Santiago de los Caballeros

Septiembre 8 de 2004  

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