SEGRE CUATRO AÑOS DESPUES
Quienes tuvimos la oportunidad de escuchar a Roberto
Segre en sus cuatro magnificas conferencias por allá por junio del 1985,
no podremos jamás olvidar toda la fluyente y continua información de "primera mano", cargada del discurso ideológico, que caracteriza sus planteamientos fustigantes sobre el estado
socio-económico del poder hegemónico del área que a la vez dictamina las formas y los
denominados "estilos" de la arquitectura. Aquello llenó las expectativas creadas en torno a su prestigio. Había venido desde Puerto Rico invitado por el Departamento de Arquitectura
de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y antes de llegar estableció contacto tanto telefónico como epistolar con nosotros.
El historiador, crítico y arquitecto
nació en Milán (1934), se formó en Argentina y se radicó en Cuba desde 1963.
A Segre le trajeron los vientos de la Beca Guggenheim,
un aval económico de $20,000.00 dólares que provienen del centro newyorquino donde está el Museo.
En ésta edición especial en ocasión del Día de la Arquitectura Dominicana (que fue ayer), su trabajo sobre Un Siglo de Arquitectura Antillana 1880/1980 viene a colación por la referencias a nuestra arquitectura dentro del contexto insular.
Es la más íntima aproximación hacia el conocimiento de lo que se ha hecho hasta
1980 en la región. Posteriormente, Segre, a manera de adenda, incluyó los años recientes en su trabajo para la Segunda Bienal de Artes Plásticas de La Habana en 1986 y volcó las novedades del
ambiente tanto proyectual, como construccional y crítico. En este último renglón hizo referencias al trabajo nuestro (nuevarquitectura) y de Arce y
Rigau en Puerto Rico.
Ahora, cuatro años después, Segre nos "visita" nuevamente, con éste trabajo de hace nueve años (detenido allí) y nos parece todo
tan reciente que un dejo de ignorancia nos permite aceptarlo como algo
proveniente de lo desconocido.
E. J. BREA GARCÍA Coordinador edición especial
Neoclasicismo y tradición
vernácula.
A pesar de la importancia que
reviste el Caribe en la historia de América, un punto de partida de la
conquista española del continente y escenario de enconadas luchas entre los
países europeos por la posesión de sus islas, su arquitectura ha sido marginada
en los ensayos especiales sobre el tema.
Si bien, algunos monumentos
coloniales aparecen citados en los análisis globales del desarrollo continental
—además de los exhaustivos estudios sobre la arquitectura colonial cubana y
dominicana de Joaquín Weiss y Erwin Walter Palm—, las obras antillanas
contemporáneas están ausentes de la temática tratada en las investigaciones
recientes (Castedo, "Historia del arte y de la arquitectura
Latinoamericana", Barcelona, 1969, y Bullrich, "Nuevos caminos de la
arquitectura Latinoamericana", Barcelona, 1969), e inclusive en aquellos
patrocinados por la UNESCO (Segre y otros, "América Latina en su
arquitectura", México, 1975, y Bayón/ Gasparini, "Panorámica de la
arquitectura latinoamericana", Barcelona, 1977). Algunas hipótesis pueden
asumirse en un intento para explicar las causas de este este vacío:
a) Las contradicciones del desarrollo económico de la región. En la división internacional capitalista del
trabajo, las Antillas son convertidas, primero, en plantaciones
aprovisionadoras de productos alimenticios básicos -azúcar, café, tabaco,
frutas tropicales, etc.—; luego, en centros de desarrollo del turismo
internacional. Mientras la primera función no requiere infraestructuras
arquitectónicas y urbanísticas complejas, la segunda se circunscribe a los requerimientos específicos
establecidos por las empresas transnacionales que controlan el turismo y el
marco de vida de las burguesías locales, lo que origina un fuerte desnivel
entre el hábitat popular y el hábitat de la clase dominante.
b) La atomización e introversión de las Antillas. Las
islas del Caribe, a pesar de su eufemística definición de "Mediterráneo de
América", constituyen la antítesis de la corona de islas de la Grecia
Antigua, España, Francia, Inglaterra y Holanda, países que dominaron sus
territorios durante siglos, mantuvieron las islas separadas entre sí, a través
del vínculo directo con las metrópolis. Ello impidió la integración económica,
social y cultural, que recientemente comienza a postularse como
aspiración de los países liberados del dominio colonial. Por ello, la dinámica arquitectónica se ha
visto restringida a la relación unívoca centro-periferia.
c) La asimilación mimética de los
modelos metropolitanos. La persistencia del poder colonial europeo hasta el siglo XIX y la relación de dependencia neocolonial impuesta a
diversos países —Cuba, Haití y República Dominicana— por Norteamérica, y su
apropiación de Puerto Rico, anuló, en la mayoría de los casos, el surgimiento
de obras representativas de una elaboración cultural propia de la clase
dominante, produciéndose, escasamente, algunas manifestaciones a nivel popular.
d) El enfoque clasista de la
arquitectura. El análisis de los monumentos representativos de las
principales tendencias artísticas burguesas hace obviar las manifestaciones
"provinciales" o aquellas "contaminadas" por la presencia
de las tradiciones populares.
e) La tendencia historiográfica canónica.
La primacía otorgada a los valores
estéticos y a la búsqueda de ejemplos identificados con el concepto de
"vanguardia artística" excluye las obras originadas en su
funcionalidad social o en su adaptación a condicionantes ecológicos o
materiales locales, situadas en las áreas periféricas.
Una mayor latitud interpretativa
de la arquitectura latinoamericana permite asimilar los elementos
sobresalientes alcanzados en el ámbito caribeño durante los últimos cien años.
El período comprendido entre finales del siglo XIX y comienzos del XX constituye
uno de los momentos más auténticos en la configuración del entorno caribeño
—sólo comparable con la homogeneidad arquitectónica urbana del período
colonial—, a causa de la proximidad existente entre la arquitectura
"culta" y popular. Los elementos formales y constructivos importados
de Europa y Estados Unidos se adaptan a las nuevas funciones, al medio natural
y al condicionamiento ideológico-cultural establecido por la incipiente
burguesía, aplicados por ingenieros, arquitectos y constructores locales, en
soluciones que no reproducen miméticamente los modelos metropolitanos.
La polivalencia de los códigos
neoclásicos, en su versión anglosajona —el neopalladiano inglés o
norteamericano, visible en Jamaica (Good Hope Great House, Trelawny) o en las
islas de habla inglesa—, en la interpretación elemental de los constructores
italianos o españoles o en sus abstractos contenidos ideológicos (modelados en
los ideales de la Revolución Francesa), permite a los nacientes Estados
republicanos —Haití y República Dominicana—, a la burguesía criolla o al
declinante poder colonial español —en Cuba y Puerto Rico—, construir, tanto las
nuevas mansiones suburbanas, requeridas por el incremento poblacional de las
ciudades en expansión, como los edificios públicos estatales o de instituciones
privadas, diseminados en el interior del país.
En Cuba, el mercado de Colón en la
Habana (1882/84), del arquitecto Emilio Sánchez Osorio; la estación del
Acueducto de Albear en Palatino (1890/1893), del ingeniero Joaquín Ruiz y Ruiz
y el cuartel de bomberos en Matanzas (1879/1900), del ingeniero Bernardo de la
Granda y Callejas, constituyen las últimas obras de servicios públicos erigidas
por el gobierno español, poco antes de la pérdida definitiva de la colonia.
Paralelamente, los criollos adinerados, propietarios de latifundios y centrales
azucareras, levantan sus lujosas residencias solariegas en el barrio Vedado de
La Habana, o en Matanzas, Cienfuegos,
Sagua La Grande etc. El uso de amplios pórticos conformados por columnatas y
entablamentos clásicos que se popularizan a escala urbana —su proliferación en
La Habana la define Carpentier como "la ciudad de las columnas"—, los
ventanales de piso a techo, los arcos de medio punto, los falsos techos de
madera, la transparencia de los espacios interiores y la ligereza del mobiliario,
configuran una tipología de la vivienda cubana que logra un equilibrio creativo
entre los elementos formales importados y los factores locales.
A partir del gobierno de Ulises
Heureaux, en la República Dominicana se impulsa la construcción de edificios
públicos en Santo Domingo —el Palacio Nacional—, y en otras ciudades. El
constructor Onofre de Lora realiza la iglesia de la Virgen de las Mercedes en
el Santo Cerro y el ingeniero Luis Bogaert, el Palacio Consistorial (1895/1896)
en Santiago de los Caballeros. Edificios neoclásicos surgen también en Puerto
Plata —el Ayuntamiento—, y el Centro Español, en San Pedro de Macorís.
Si los códigos neoclásicos
enmarcan el ámbito simbólico—funcional urbano, representativo del Estado y del hábitat
burgués, a fines de siglo, el desarrollo de la explotación económica neocolonial,
de las estructuras productivas y de las infraestructuras técnicas, define la
caracterización del marco territorial antillano, que, unido a la tradición
vernácula, establece la nítida imagen ambiental creada por el sistema colonial
inglés y norteamericano. La necesidad de almacenes de mercancías, instalaciones
portuarias, estaciones de ferrocarril, centrales azucareras y asentamientos de
colonos extranjeros, con sus correspondientes servicios —iglesias, escuelas,
mercados, hoteles, etc.—, se resuelve con la importación de estructuras de
hierro y edificios prefabricados metálicos y de madera —balloon frame—,
provenientes de Norteamérica e Inglaterra. Su rápida difusión en todas las
islas de las Antillas convierte a las construcciones de listones, con techos
volados y cubierta de chapa de zinc, portales perimetrales de esbeltas columnas
y ventanales corridos en la fachadas, en la tipología cohesionan-te,
representativa de la intervención "espontánea" de los usuarios, a
partir de los modelos contenidos en los catálogos de unidades prefabricadas:
por ejemplo, las cien alternativas de bungalows difundidos en la República
Dominicana en los años 1880/90, por Radford Architectural Co. de Chicago.'
Si las edificaciones de ladrillo
con muros repellados y techos de tejas, tejieron la trama urbana colonial, las
construcciones de madera reflejan sobre el territorio de las islas antillanas,
la explotación neocolonial de plantaciones y latifundios agrícola-ganaderos. Al
igual que los códigos neoclásicos abarcan diferentes niveles de significación
cultural, la tipología de la madera se adapta, tanto a los valores simbólicos
del ámbito de vida de la burguesía como la tradición de la cultura vernácula
popular. Las grandes residencias —Las Delicias en Matanzas; Devon House, en
Kingston; los nuevos repartos de Miramar y Santurce, en San Juan—, los clubes
sociales —Playa de Marianao, La Habana—, los hoteles surgidos por el incipiente
turismo —Varadero, Cuba, y en Jamaica, a raíz de la Exposición Internacional de
1890 el Constant Spring Hotel (1888), el Hotel Río Cobre (1890) y el Tichfield
Hotel en Puerto Antonio (1905)—, las escuelas —primaria en Santiago de Cuba
construida por el gobierno de la Intervención Norteamericana; Mannings High
School, Westmoreland, Jamaica—, alcanzan soluciones arquitectónicas complejas,
diseñadas en el extranjero.
La alternativa popular se vincula
a los asentamientos productivos —las instalaciones de la United Fruit en Banes,
Cuba; los mercados de Puerto Plata y el desarrollo azucarero de San Pedro de
Macorís, República Dominicana—, que generan nuevos pueblos rurales o la
localización de colonos norteamericanos, ingleses o escoceses: "Gloria
City", en Camagüey o en la isla de Pinos, Cuba; Samaná o Sánchez, en
República Dominicana. La estructura tipificada de madera sostiene una gama
variable de combinaciones de elementos funcionales y formales. Puertas,
ventanas, celosías, lowers, barandas, aleros, etc., constituyen la respuesta
ecológica al clima tropical, mientras el encaje decorativo —gingerbread—,
creado por la repetición incesante de las recortadas figuras metálicas o de
madera, otorga a estas construcciones el valor artístico identificado con los
códigos eclécticos y Victorianos. El eco de la "alta" cultura
arquitectónica se diluye dentro de la tradición popular, cuya creatividad
establece el denominador común, unificador del marco antillano. Es la expresión
de la pobreza generada por la explotación, pero al mismo tiempo de la voluntad
popular de humanizar su propio ambiente de vida.
La
multifiguración del Eclecticismo
La maduración de una incipiente
arquitectura antillana, acorde a las tradiciones culturales de cada país,
gestada a lo largo del siglo XIX, se interrumpe
en las primeras décadas del siglo XX. La
intervención directa de Norteamérica en Cuba, República Dominicana, Haití y la
apropiación de Puerto Rico, impone no sólo la dependencia económica sino
también la adopción de los patrones culturales imperantes en la metrópoli. Las
burguesías locales, enriquecidas por los altos precios de los productos
agrícola-ganaderos durante la Primera Guerra Mundial, viven un período de
opulencia —denominado de "las vacas gordas"—, que precede las
consecuencias negativas de la gran crisis mundial de 1929. El concepto de
arquitectura-trama que vinculaba entre sí el ámbito urbano y rural retrocede a
las localizaciones puntuales y autónomas de las obras eclécticas situadas en las ciudades principales. Palacetes
monumentales, simbólicos conjuntos estatales y ostentosos edificios de la
empresa privada, se diferencian radicalmente del contexto urbano, en términos
de forma y de nivel técnico-constructivo .
Si bien la aplicación de las
nuevas estructuras de acero y hormigón armado es realizada por empresas constructoras
extranjeras —en Cuba, Purdy & Henderson ejecuta los principales edificios
de oficinas—, y algunas obras son proyectadas por arquitectos norteamericanos
—el hotel Nacional en La Habana, el mayor de la década del 30, de McKim, Mead
& White—, en Cuba y en la República Dominicana surge una generación de
arquitectos locales, formados en Europa o en Norteamérica, cuya capacitación
técnica y artística les permite afrontar los complejos temas planteados por la
clase dominante: capitolios, ayuntamientos, hospitales, escuelas, teatros,
hoteles, bancos, oficinas, apartamentos, etc. Se repiten ciertos modelos
estereotipados: el clasicismo francés, norteamericano o el Victoriano inglés.
Las severas formas de pilastras,columnas, cornisas y frontones clásicos son
reiteradas en el Royal Bank of Canadá o el Bank of Nova Scotia, situados en
Kingston, La Habana o Guantánamo. Las referencias góticas predominan en el área
de influencia inglesa: en Barbados, el Sam Lord's Castle de St. Philip o el
Queen's Royal College de Port-of-Spain, Trinidad Tobago, reproducen torres,
almenas y arcos ojivales europeos, trasplantados al trópico caribeño. La
influencia del pragmatismo norteamericano reduce el mínimo los atributos
simbólicos. Ello se evidencia en el edificio Diez, de Santo Domingo o en
"La Metropolitana", de La Habana, de Purdy & Henderson (1920/30).
En las obras de mayor valor
simbólico-expresivo, los códigos son utilizados en su acepción original, acorde
a la normativa Beaux-Arts. El neoclacisismo norteamericano y el clasicismo
francés predominan en los símbolos del Estado: el capitolio de San Juan (1925);
de Rafael Carmoega y otros; el capitolio de La Habana (1929), de Raúl Otero
(1883/1964), J.M. Bens (1893) y otros; el Palacio Presidencial y el Palacio de
Justicia de Port-au-Prince; el Casino de Puerto Rico (1918); el Instituto de
Segunda Enseñanza (1918), de B. de la Vega y la Colina Universitaria, de La
Habana (1928). Los códigos hispanizantes —neobarrocos y neorrenacimiento— o
recuperadores de la tradición colonial, son utilizados en los temas culturales,
como reafirmación de una seudocontinuidad de tradiciones que ha desaparecido
definitivamente: las viviendas aristocráticas en el reparto Miramar y la
Compañía Cubana de Teléfonos —primer rascacielos habanero—, construidos por
Leonardo Morales (1887/1965) y el Centro Gallego de Boileau y Mauri
(1877/1920); en Puerto Rico corresponden a esta tendencia el Ateneo
Portorriqueño, la Escuela de Medicina y la Torre Roosevelt de la Universidad
(1936/37), proyectada por los arquitectos Rafael Carmoega Morales y Williams Schimmelpfenning.
La megalomanía de los dictadores
de turno o la aspiración de la burguesía local de equiparar sus iniciativas con aquellas existentes en los centros
metropolitanos, también se hallan presentes en las Antillas.
El tirano Gerardo Machado desea
convertir a La Habana en una "Niza tropical" y aplicar el trazado
urbanístico del París haussmaniano. Entre los años 1926 y 1929, un equipo de
urbanistas y arquitectos cubanos, dirigidos por J.C.N. Forestier (1861-1930),
materializa el primer plan director de La Habana que transforma la suave
sinuosidad e irregularidad de la capital cubana en un rígido sistema de
avenidas, rondpoints, monumentos y columnatas. Este ejemplo será seguido por la
dictadura de Leónidas Trujillo, quien en 1932 inicia en Santo Domingo la
aplicación del sistema de ejes y avenidas: Avenida Colombina, Municipal, Máximo
Gómez y Fabré Gefrard. La República Dominicana atrae la atención mundial en
1929, con el concurso para el Faro a Colón, ambicioso monumento a la
"americanidad", que debía construirse en Santo Domingo. Participan
456 proyectos y el jurado —Horacio Acosta y Lara, Eliel Saarinen y Raymond
Hood— premia un grupo de proyectos eclécticos de origen europeo y
norteamericano, sin que ningún arquitecto de América Latina reciba una merecida distinción, como por ejemplo la interesante
propuesta de Flavio Rozen de Carvalho. Tampoco resulta galardonado ninguno de
los 23 proyectos enviados por la vanguardia soviética, entre los cuales se destacan
los diseños de Constantine Melnikoff y Nicolai Ladovksky.[1]
Mientras los códigos eclécticos
incontaminados son utilizados por los arquitectos de prestigio al servicio de
la alta burguesía, existe también una versión popular, aplicada por los constructores
en las viviendas y servicios de las clases medias, cuya expansión se produce en
este período. De la mezcla de elementos clásicos, coloniales y vernáculos,
surge lo "específico" del eclecticismo antillano, descubierto por el
novelista Alejo Carpentier en sus viajes por el Caribe, a quien la óptica del
surrealismo le permite aferrar los componentes expresivos que definen su
categoría de "lo real maravilloso", implícitos en esta nueva parafernalia
formal, contradictoria, desproporcionada, violenta y tosca, sobre la cual,
además, se superponen ancestrales representaciones pictóricas vernáculas: la
flora y fauna del Trópico, presentes sobre puertas y ventanas por obra de
Héctor Hyppolite en Haití.
Racionalismo
vs. Monumentalismo
Paralelamente a la imposición de
los códigos eclécticos, se desarrollan los intentos de asimilación de los
movimientos de vanguardia provenientes de Europa. El Art Nouveau llega al
Caribe a principios de siglo a través de los constructores catalanes, la
importación de piezas de herrería y de los objetos de uso traídos de Francia o
Estados Unidos: los jarrones y platos Gallé o las lámparas emplomadas Tiffany
son asimilados por los miembros de la burguesía culta. A partir de 1925 el
Art-Decó se convierte en el sistema figurativo de transición entre el
academicismo y la renovación cultural que se produce en las primeras décadas de
este siglo. En La Habana, en los años '30, el arquitecto E. Rodríguez Castells
construye las oficinas de la empresa Bacardí, revestidas en su exterior con un
refinado tratamiento de mayólica y en su interior decorado con los mármoles
oscuros y las figuras de bronce típicas de los códigos Art-Decó.
A pesar de que en los años 30's
existe un fermento cultural en las Antillas, similar al que se produce en el
resto de América Latina, en el que el rechazo de la academia corresponde a la
toma de conciencia política de las nuevas generaciones de artistas, la
recuperación de los valores de las propias tradiciones nacionales y el intento
de liberación de la relación de dependencia cultural, su expresión en términos
arquitectónicos resulta restringida. El movimiento moderno es conocido por
medio de revistas o algunos profesionales vinculados a los maestros europeos, o
extranjeros, que, perseguidos por el nazifascismo, se radican en el Caribe: en
La Habana, los miembros de GA-TEPAC español, Martín Domínguez y R. Fábregas; en
Santo Domingo, los republicanos españoles, Benítez y Rexach, y el discípulo de
Le Corbusier, Dunoyer de Segonzac. En Cuba, los profesores de historia de la
arquitectura, Alberto Camacho (1901/1929) y Joaquín Weiss (1894/1963); difunden
las principales obras del racionalismo alemán y otras. En la República
Dominicana,, Guillermo González (1900/1970) es el principal impulsor e
intérprete del racionalismo, seguido por los arquitectos Ruiz Castillo, Caro Álvarez,
los Hnos., Pou Ricart y otros. Dentro de este proceso también incide la influencia
de Wright, ejercida a través de su contemporáneo de origen checo, Antonin
Nechodoma, discípulo de Sullivan y diseñador de múltiples viviendas en la
República Dominicana y Puerto Rico, acordes a los principios tipológicos de las
Casas de la Pradera. Muere prematuramente en 1928 y será sucedido por Henry
Klumb (1905/1984), alemán, alumno de Wright en Taliesin, quien difunde la
arquitectura "orgánica" en Puerto Rico.
Con anterioridad a la Segunda
Guerra Mundial, los códigos racionalistas son aplicados como alternativa
"moderna" en el diseño de residencias, carentes de toda implicación
social, técnica o ideológica. Las escasas iniciativas estatales, más proclives
hacia las expresiones monumentales, permiten que se filtren sólo dentro del
sistema académico algunos destellos "funcionalistas" aislados. El
arquitecto Emilio de Soto, si por una parte construye en La Habana apartamentos
de un funcionalismo casi ortodoxo, en la Clínica de Maternidad Obrera de
Marianao (1939) combina la clásica monumentalidad mussoliniana con las bandas
curvas de ascendencia mendelhsoniana. A partir de la década del 40, al terminar
la guerra, por una parte la dinámica renovadora de Wright y por otra, el contenido equilibrio del neoempirismo
nórdico, se unirán a la influencia del racionalismo, presente a través de los
arquitectos europeos radicados en Estados Unidos. Aunque circunstancialmente,
pasan por el Caribe, Wright, Mies —autor del proyecto de la sede de Bacardí en
Santiago de Cuba (1958)—, Neutra —quien diseña un plan de escuelas y hospitales
en Puerto Rico y concluye en 1958, en La Habana, la casa Schulters—, Gropius y
Albers, imparten conferencias en la Universidad de La Habana. En Santo Domingo,
Guillermo González se mantiene fiel a los cánones lecorbuserianos en la casa de
los Fiallo y en diversos hoteles, cuyo ejemplo más maduro es el Jaragua,
realizado en 1942. En Cuba se produce una gama de soluciones que varía desde la
aplicación de los preceptos funcionalistas en las residencias —arquitectos Max
Borges (n. 1918) y Mario Romañach vinculados a Gropius y la Escuela de
Harvard—, o en los primeros conjuntos polifuncionales —Radiocentro (oficinas,
radio, cine, comercio, etc.) 1947), Emilio del Junco, Miguel Gastón y Martín
Domínguez—, hasta la recuperación de los componentes coloniales, adaptados a
los códigos contemporáneos, llevada a cabo por Eugenio Batista (n. 1900)
—residencia de Eutimio Falla Bonet (1940)—, y patrocinada por la tradicional
oligarquía terrateniente, en un intento por diferenciarse de las ampulosas
manifestaciones de políticos o flamantes burgueses enriquecidos en los
negocios.
En conclusión, si bien la
asimilación del movimiento moderno pone en crisis los códigos académicos, el
cambio se manifiesta en las formas, sin que ello implique el surgimiento de
nuevos contenidos, ni la búsqueda de un equilibrio dialéctico con el medio
local. La primacía del tema de la vivienda individual y de las obras promovidas
por la iniciativa privada, coloca la decisión formal en manos del comitente,
quien elige las alternativas "estilísticas". En Cuba, mientras la
Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País construida por Govantes
y Cabarrocas (1946), conserva su tradición centenaria a través del monumental
moderno, la exclusiva clínica Miramar (1947), de Rafael de Cárdenas, identifica
la parquedad funcionalista con la eficiencia técnica de la función. El Estado
burgués, dirigido en Cuba por Fulgencio
Batista o Grau San Martín, en la década del 40, o por Leónidas Trujillo, en
República Dominicana, realiza obras en las cuales prima la esencia demagógica y
publicitaria sobre el auténtico contenido social. Ello justifica la
persistencia de los conjuntos y edificios monumentales, que prolongan la
academia en el "monumental moderno". El eje axial de la plaza Finlay
en Mariano (1940) y el Palacio de Justicia (1952) de Pérez Benitoa, los
proyectos presentados al concurso para el monumento a José Martí en La Habana
(1939) y el plan de obras públicas de Leónidas Trujillo —los ministerios, la
Cárcel Modelo, el Archivo General de la Nación, el Banco de Reservas de la
República y el Palacio de Gobierno (1947, Guido D. Alessandro), versión
trasnochada del prototipo norteamericano—, conforman la anodina expresión de un
poder político ajeno a las necesidades populares y a las manifestaciones
auténticas de la cultura nacional.
La búsqueda del modelo tropical
En la segunda mitad del siglo XX se produce una fuerte expansión urbanística y
arquitectónica en la mayoría de los países antillanos. La modernización de las
estructuras productivas, un incipiente proceso de industrialización,
determinado por las empresas transnacionales en Cuba y Puerto Rico y la creación
de las infraestructuras turísticas, ocasionan el incremento de la población
urbana ubicada a las actividades terciarias: en la década del 60 La Habana
supera el millón de habitantes, mientras San Juan, Santo Domingo y Kingston,
pasan de 500 mil. Mientras en estos países la población urbana alcanza más del
50% del total, Trinidad-Tobago, Barbados o Haití conservan aún la primacía de
las actividades agrícolas.
El tema de la ciudad asume gran
importancia en este período. El flujo masivo de turistas y las exigencias
funcionales de la burguesía demandan una clara definición de las áreas urbanas
ocupadas por las diferentes clases sociales. El proletariado y subproletariado
es expulsado de los tugurios centrales hacia las áreas periféricas donde
predominan los asentamientos precarios y excepcionalmente se les asignan
estereotipados bloques colectivos o anónimas viviendas individuales. Sobresale
el positivo proyecto de realojamiento de pobladores en el barrio "La
Puntilla" (1968), en San Juan, de Jan Wampler y O. Oxman, a partir de
elementos prefabricados ligeros, mientras resulta idealista e irrealizable la
propuesta de hábitat, elaborada por Moise Shafdie en 1968.
Surgen ambiciosos planes
directores que proponen la "planificación integral", o sea, la
remodelación de los centros comerciales-administrativos, la recuperación del
casco histórico para el turismo o la creación de asentamientos residenciales y
hoteleros, utilizados por la burguesía local. La Junta de Planificación de
Puerto Rico, bajo la dirección de Rafael Picó, se convierte, en la década del
50, en el centro irradiador de las nuevas ideas aplicadas en el área caribeña.
Los urbanistas José Luis Sert y Paul Lester Wiener (España y EE.UU.) realizan
en 1956 el Plan Director de La Habana, adecuado a las funciones terciarias
—casinos, casas de juego, hoteles night-clubs, etc. — asignadas a la ciudad por
las corporaciones que controlaban el triángulo Las Vegas—Miami—La Habana, en
combinación con la dictadura de Fulgencio Batista. En ese año, Leónidas
Trujillo en República Dominicana promueve la construcción de un costoso
conjunto urbano, la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, dirigida
por el arquitecto Guillermo González, autor del Palacio del Congreso, que
combina edificios monumentales con algunos modernos, caracterizados por el
expresionismo estructural. Aunque el objetivo demagógico de la Feria no se
cumplió, estableció una nueva directriz del desarrollo urbano de Santo Domingo.
En Puerto Rico, el área central de
San Juan repite la misma tipología de la city norteamericana, basada en la
concentración de oficinas, bancos, comercio, etc.: allí se apiñan los bosques
de cristal del Banco Popular, el Pan American Building, el National City Bank,
el Chase Manhattan Bank, etc.
En Jamaica, la afluencia de
turistas en la década del 60 originó el proyecto de Brooke Riley para un
complejo de hoteles, centro comercial, atracadero de barcos y yates, que
conforma una estructura de edificios escalonados y basamentos interrelacionados
en el waterfront de Kingston, frente al downton de la ciudad tradicional.
En 1969, el equipo Torres,
McMorris, Sibley y Robinson, realizan el proyecto de Ocho Ríos New Town, con un
esquema tradicional de torres aisladas entre sí a lo largo de la costa.
La arquitectura de las últimas décadas
puede agruparse en tres tendencias básicas: a) la arquitectura comercial,
diversificada en el estándar anónimo y la topología decorativa kitsch de origen
norteamericano; b) la reproducción de los sucesivos modelos metropolitanos,
desde el purismo posracionalista hasta el brutalismo de los años 60's/ 70's; c)
la búsqueda de una expresión local, acorde a las condicionantes ecológicas y
culturales, que, a pesar de sus intenciones positivas, en términos de diseño,
no comprende al colectivo social, al resultar aisladas experiencias accesibles
sólo a la élite burguesa.
La especulación de la vivienda y
el turismo de masas han originado una arquitectura estereotipada, carente de
significación cultural en términos de diseño. Las torres que se levantan en el
barrio Vedado, de La Habana, en la década del 50; en el Condado, San Juan,
décadas del 60 y 70; los hoteles de las cadenas norteamericanas —los Hilton, en
La Habana de Welton Peckett; el Caribe de San Juan de Toro Ferrer y Torregrosa
(en sus tres etapas) y el Sheraton Kingston Hotel de Shearer & Morrison—,
constituyen los estereotipos repetidos en las islas del Caribe. Para atraer a
usuarios y consumidores de la pequeña burguesía se ha instrumentado el kitsch
arquitectónico en hoteles, centros comerciales, casinos, etc.
Las Antillas, bajo la influencia
del eje Las Vegas—Miami, han sido un campo fértil para esta subcultura del
diseño. Citemos algunos ejemplos: en la década del 50, en Cuba, los hoteles
Capri (1957, José Canavés) y Habana Riviera (1957, N. Cabrera y M. Gastón); en
la década del 60, en Puerto Rico, el Ponce Intercontinental Hotel, de Wiliam B.
Tabler, J.C., Mayer y J.B. Robinson y el Americana Hotel, de Morris Lápidus y
Lorenzo Ramírez de Arellanos. Entre estos centros sobresalen el Plaza de las Américas,
de Capacete, Martín & Asociados y el Centro de Convenciones del Condado, de
Toro y Ferrer, San Juan, ambos híbrida mezcla de elementos arquitectónicos
modernos y coloniales.
La asimilación de las corrientes
estilísticas predominantes en los países metropolitanos —Europa y Estados
Unidos—, se evidencia en gran parte de la arquitectura caribeña. Ello se debe a
la influencia directa de los maestros del movimiento moderno y a los estudios
cursados en universidades de los países citados por los profesionales locales: Max Borges estudia en Harvard,
Miguel Ferrer en la Cornell University, Osvaldo Toro en Columbia, Guillermo
González en Yale, Henry Klumb en Taliesin, Dunoyer de Segonzac con Le
Corbusier, etc.
En las décadas de los años 50's y
60's predominan el racionalismo miesiano y el brutalismo lecorbuseriano. En La
Habana se contraponen la fría fachada de cristal de la ampliación del Instituto
Edison (1954, Arquitectos Unidos), con la réplica de la capilla de Ronchamp en
la vivienda individual de Ricardo Porro en Alturas del Vedado y los
quiebrasoles de Le Corbusier en Argel, en el Retiro Odontológico de Antonio
Quintana, mientras la planta en Y de la Unesco de París, es agigantada en la
pantalla del bloque de apartamentos Focsa (1956), de Ernesto Gómez Sampera. En
Santo Domingo, Dunoyer de Segonzac construye la Basílica de Higüey con arcos
parabólicos de hormigón a la vista, reminiscencia del Palacio de los Soviet de
Lecorbusier. Henry Klumb, en Puerto Rico, reinterpreta las casas Usonia de
Wright en la residencia Fullana y asimila la experiencia de Ronchamp en la
iglesia del Carmen en Cataño, mientras el rigor de la modulación miesiana
aparece en la sede de la Suprema Corte de Toro Ferrer.
En la década del 70, la influencia
proviene de los arquitectos de la "segunda" y "tercera"
generación: Saarinen, Johnson, Rudolph, Stone, Yamasaki, Roche, etc. E. Stone
construye el Museo de Ponce, Lorenzo Ramírez de Arellano proyecta La Escuela
Elemental María Libertad Gómez en Cataño y la Biblioteca de la Universidad Interamericana
de San Germán, reelaboración de las escuelas secundarias de Rudolph y las oficinas
John Deere de Saarinen, Mc. Morris, Sibley y Robinson, retoman el casetonado de
Marcel Breuer en la sede de la IBM en Francia, en las oficinas IBM de Kingston.
En Santo Domingo, la monumentalidad de la época de Trujillo es sustituida por
una arquitectura de fuertes miembros constructores, con superficies textuales y
amplios espacios portificados exteriores que se continúan en el interior de
edificios elaborados cuidadosamente en sus detalles formales y constructivos.
El Centro Cultural Juan Pablo Duarte es una obra de prestigio que intenta
recuperar una imagen social positiva de la iniciativa gubernamental. Está
constituido por la Biblioteca Nacional, de Danilo A. Caro; el Museo del Hombre
Dominicano, de José A. Caro —macizos edificios brutalistas—; el Teatro
Nacional, de Teófilo Carbonel —rememoración del Lincoln Center— y la Galería de
Arte Moderno, de J.A. Miniño, la obra más auténtica y creativa del conjunto.
Dentro de esta línea se encuentra la sede del Banco Central, de los arquitectos
R. Calventi, P. Pina, L. Schiffino y otros, cuyo volumen bajo porticado se
integra en una plaza abierta concebida a escala del peatón, equipada con
elementos del mobiliario urbano.
La búsqueda de una expresión
acorde a las tradiciones locales y los factores ecológicos ha sido desarrollada
por algunos diseñadores interesados en definir la especialidad formal y
cultural de la arquitectura antillana, como parte integrante del tronco
latinoamericano.
Se trata de reinterpretar y
madurar en clave contemporánea, la articulación espacio exterior-inferior, el
vínculo con la naturaleza, la tamización de la luz tropical, la primacía de los
espacios sociales, etc., atributos que caracterizaron las estructuras
ambientales del período colonial.
En Cuba, en la década de los años
50, la lección contenida en las obras de Eugenio Batista, fue asimilada por
Mario Romañach, Max Borges, Moenck y Quintana, Fernando Salinas y otros.
Romañach, en en algunas viviendas —Noval
(1951), Vidaña (1953) y resiencia en el reparto Biltmore (1953)—, desarrolla el
tema de las tramas semitransparentes de madera, ladrillo y cerámica y el uso de
la luz para cualificar los diversificados espacios interiores. Max Borges,
logra, en el Cabaret Tropicana (1953), una escenografía basada en la mínima
definición constructiva del espacio y el máximo aprovechamiento de la
vegetación tropical. Capablanca y Quintana, en dos edificios céntricos en La
Habana —el Tribunal de Cuentas y el Retiro Médico— utilizan los quiebrasoles de
origen brasileño y lecorbusierano para tamizar los rayos solares, los
materiales naturales, los colores vivos y la integración arquitectura-artes
plásticas. Los diseñadores jóvenes, Salinas, González Romero, Tosca, Dacosta,
recuperan en las viviendas individuales la quietud del patio interior y la
integración entre arquitectura y naturaleza.
Esta temática es recurrente en el
Caribe. En Puerto Rico, la trayectoria de Henry Klumb evoluciona hacia una
progresiva caracterización de los componentes tropicales: las tramas, los
espacios sombreados, la articulación obra-paisaje. Los diversos edificios de la
Universidad de Puerto Rico, en San Juan, representan un camino positivo,
seguido en realizaciones recientes: por ejemplo, los laboratorios Ely Lily. Muy
próximo al repertorio neocolonial, Lorenzo Ramírez Arellano, en el centro
religioso y la capilla de la Universidad Interamericana, articula las ásperas
paredes blancas repelladas y los techos de tejas de los volúmenes en una
sucesión de espacios interiores. Toro y Ferrer, superponen las tramas al
volumen miesiano de los edificios para los legisladores, anexos al Capitolio.
En Jamaica, sin caer en folclorismos, por medio del uso de ligeras estructuras
metálicas y supergráficas, los arquitectos McMorris, Sibley y Robinson, crean
un doble techo en la Escuela Experimental Princesa Ana, típica solución del
ámbito tropical. En la República Dominicana, el arquitecto Pedro J. Borrell,
proyecta el Campus de la Universidad Católica Madre y Maestra, en Santiago de
los Caballeros, cuyos edificios concuerdan con las líneas citadas.
Cabe señalar que en la actualidad
hay un intento de encontrar una arquitectura cuya significación entronque con
la tradición colonial y las elaboraciones vernáculas del siglo pasado y
corresponda a los propios atributos culturales. Pero la realidad social y
económica, imperante aún en la mayoría de las islas antillanas, con excepción
de Jamaica y Granada[2], hace difícil el vínculo
entre la arquitectura y las necesidades de los estratos populares, que
fundamentaría el contenido real de la nueva arquitectura caribeña. Hasta tanto
se logre ese vínculo, la nueva arquitectura caribeña seguirá constituyendo un
virtuoso ejercicio de formas plásticas, realizadas por creativos diseñadores al
servicio de un restringido grupo social.
Fundamentos
sociales de la nueva arquitectura cubana
La arquitectura cubana de los
últimos veinte años (1960/1980), constituye un
fenómeno particular, diferenciado respecto a las realizaciones analizadas en
los restantes países del Caribe. No se trata sólo de una divergencia de los
códigos formales, sino de la transformación radical del contenido social que
fundamente las obras.
A partir del 1ro. de enero de
1959, el proceso revolucionario que convierte al anterior sistema en
socialista, cambia los parámetros temáticos, funcionales y simbólicos de la
nueva arquitectura cubana. Los encargos de lujosas viviendas individuales, de
gigantescos supermercados y de introvertidas escuelas privadas se transforman
en soluciones para resolver las enormes necesidades populares heredadas. O sea,
la comitencia de la sociedad anterior es sustituida por los requerimientos
mayoritarios de los trabajadores distribuidos por todo el país.
Se trata de una dinámica compleja
que altera los valores vigentes, desde la organización profesional del
diseñador, la base material y productiva de la arquitectura, hasta la educación
arquitectónica a los usos y costumbres surgidos en la nueva sociedad. Para
resumir sintéticamente las tendencias imperantes, hemos definido cuatro
categorías básicas: a) la trama urbano—arquitectónica; b) el sistema funcional;
c) industrialización; d) los valores simbólicos—expresivos.
La determinación de una trama
urbano-arquitectónica define una constante a lo largo de los veinte años
transcurridos. Frente a las soluciones aisladas, a los ejemplos puntuales
ubicados en las ciudades principales, se contrapone la dispersión de las
construcciones en todas las regiones del país, en particular en las áreas
rurales. La creación de las comunidades campesinas y la localización de
viviendas, centros de producción, hospitales, escuelas, vaquerías, círculos
sociales, etc., en las zonas montañosas, alejadas de los centros urbanos, han
determinado una tipología arquitectónica constituida por elementos
constructivos y soluciones formales sencillas, que establecen un estándar
ambiental homogéneo sobre el territorio y progresivamente hacen desaparecer los
asentamientos precarios heredados del pasado. Mientras en la década del 60, predominan
los asentamientos campesinos autónomos, constituidos por núcleos de viviendas
individuales aisladas —Cooperativa Hermanos Saiz, Pinar del Río, 1959/ 60—; en
la década del 70, la tipología de las nuevas comunidades se basa en el uso de
bloques de apartamentos de cuatro plantas, cuya población trabaja en los
complejos agroindustria-les regionales. El plan de cítricos de la isla de la
juventud —antes Isla de Pinos—, los pueblos campesinos en la Sierra del
Escambray y en el triángulo Lechero de Camagüey, constituyen algunos ejemplos
del continuum urbano-rural.
En las ciudades, el concepto de
trama se ha desarrollado por medio de la integración de nuevos repartos de
edificios multifamiliares realizados con la participación popular de los
propios habitantes. En La Habana —Distrito Alamar—, en Oriente el distrito José
Martí, y en las capitales de provincia, se evidencian las recientes
construcciones llevadas a cabo por el sistema de "microbrigadas",
construidas por trabajadores no especializados y usuarios de los edificios.
El principio de sistema funcional
constituye un complemento de la categoría anterior. A partir de las necesidades
básicas requeridas por el desarrollo global de la sociedad, se planifican las
perspectivas económicas y las estructuración de las funciones sobre el
territorio, concebidas en términos de sistema —escuelas, hospitales, viviendas,
industrias, infraestructuras agropecuarias, centros turísticos, etc.—, basado
en unidades tecnológicas y componentes dimensionales básicos interrelacionados,
aplicados en diferentes escalas de conjuntos arquitectónicos. En la década del
70, la primacía otorga a la construcción de más de 500 edificaciones para 300
mil alumnos, materializadas en un quinquenio, cuyas dimensiones variaron entre
el pequeño Círculo Infantil y las grandes escuelas vocacionales para 4,500
alumnos. La Escuela Secundaria Básica en el Campo (1968/70, Josefina Rebellón,
Ludy Abrahantes y Aníbal Hoffmann), para 500
alumnos, distribuida en las área agrícolas en concordancia con los nuevos
planes de estudio y trabajo rural realizado por los alumnos, constituye el
prototipo difundido en esta década.
En las escuelas mayores, casi
"ciudades" docentes, los diseñadores lograron elaborados niveles
expresivos en diferentes temáticas, sin alterar el estándar funcional y
tecnológico, éste último basado en el sistema cubano de prefabrica-ción
"Girón". La Escuela Vocacional "V.I. Lenin" (1972/74) de
Andrés Garrudo; la "Máximo Gómez" (1976) en Camagüey de Reynaldo
Togores y el Palacio de los Pioneros "Ernesto Guevara" (1979) de
Néstor Garmendía, en La Habana, dentro de un denominador común, logran una
propia identidad espacial y formal a través de la educación a la topografía, el
uso del color, de la articulación volumétrica y de la determinación real y
virtual —lograda por medio de puentes y galerías— de los ambientes naturales
interiores.
La sustitución de la arbitraria
construcción de edificaciones individuales por una iniciativa social que abarca
contemporáneamente las diferentes funciones de la comunidad, requiere un cambio
radical en la base productiva: el carácter artesanal, dominante en la mayoría
de los países del Caribe, debe sustituirse por la industrialización de la
construcción y la prefabricación. Los nuevos métodos —grandes paneles, moldes
deslizantes, losa hueca, etc.— aplicados en Cuba, han incidido en el cambio del
carácter de la arquitectura, acorde de la disponibilidad de componentes
prefabricados, utilizados en viviendas, industrias, vaquerías etc. La
intercambiabilidad de piezas y papeles en los temas citados definió la persistencia de la trama visual, a pesar de la
diversidad de soluciones temáticas coexistentes a escala urbanística .
La integración entre alta
tecnología y códigos formales, originados en la particularidad de la cultura o
las formas de vida locales, se logra en algunos conjuntos o prototipos de
viviendas. En el distrito "José Martí", de Santiago de Cuba (1964/ 67
—Julio Dean, Teresa Baeza, Magaly López, Edmundo Azze y otros—), la configuración
de celosías en los paneles adecúa los edificios al clima tropical y recupera la
transparencia de la arquitectura vernácula.
En el multifamiliar experimental
de 17 plantas (1968/70 —Antonio Quintana y Alberto Rodríguez—), la separación
del bloque de viviendas y el sistema de circulación horizontal y vertical
(combinación tecnológica de molde deslizante y losa hueca), permite una
articulación urbanística entre las unidades habitaciones. Por último, las
viviendas experimentales L.H. en La Habana (1975) —Arsenio Mata, Carlos M.
Gutiérrez y Paul Jacob—, logran dos escalas de flexibilidad espacial —la célula
habitacional y el conjunto urbano—cuya simplicidad de elementos constructivos
facilitaría la participación de los usuarios en una continua variación de los
ambientes circunscritos y circunscriptores.
Algunas obras especiales, por su
escala, por su unicidad temática o su carácter experimental, valorizan con
mayor énfasis los atributos simbólico-expresivos y abren el camino hacia una
definición de los fundamentos culturales de la arquitectura cubana. Cabe
señalar, que las búsquedas en el campo del diseño se han dirigido hacia los
componentes científicos, ecológicos-ambientales y sociales, cuya síntesis
permitiría alcanzar la identidad representativa del nuevo sistema de valores.
En este sentido, no se percibe la asimilación directa —como ocurre en la
mayoría de los países del Caribe— de las corrientes estilísticas
metropolitanas, en las edificaciones recientes.
En la década del 60, tres obras
representan las líneas básicas de experimentación arquitectónica. La Unidad
Vecinal "La Habana del Este" (1959/63) —Roberto Carrazana, Reynaldo
Estévez, Hugo Dacosta y otros—constituye la primera iniciativa urbanística en
gran escala que abandona la tipología tradicional de la cuadrícula y articula
diferentes unidades dimensionales en un conjunto unitario, base, esencial del
desarrollo posterior del hábitat cubano. Las Escuelas Nacionales de Cubanacán
(1960/1963) —Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi—, fueron
concebidas como una simbiosis entre los componentes africanos, la tradición
colonial y los códigos brutalistas internacionales, materializadas con una
tecnología artesanal rudimentaria: el uso del ladrillo en muros y bóvedas
catalanas. Una elaboración autónoma de las raíces culturales —la invención de
códigos formales basados en las raíces africanas de la arquitectura cubana—, la
excesiva valorización de los atributos simbólicos-expresivos y la introvertida
individualidad de cada una de las cinco escuelas, restaron al conjunto, a pesar
de sus innegables valores plásticos, toda posibilidad de incidencia real en el
desarrollo posterior de la arquitectura cubana. Ocurre lo contrario con la
Ciudad Universitaria "José Antonio Echaverría", en La Habana
(1961/1969) —H. Alonso, M. Rubio, F. Salinas, J. Montalván y J. Fernández—,
punto de referencia obligado de los grandes conjuntos escolares de la década
del 70. El uso de una tecnología constructiva avanzada —el sistema lift-slab—
se articuló con la adecuación de los bloques a los niveles topográficos
diferenciados, la creación de tupidos patios interiores y el sistema de
galerías de circulación que cualifican los espacios exteriores de la nueva
trama urbana. .
En la década del 70, paralelamente
a la construcción masiva de escueas, hospitales, viviendas, industriales.,
sobresalen algunas obras que maduran el vínculo entre la nueva temática, los
elementos constructivos prefabricados y las tradiciones locales implícitas en
las transparencias, tamices lumínicos, valores cromáticos y simbiosis con la
exuberante vegetación tropical. En el Parque "V.I. Lenin" de La
Habana, el restaurante "Las Ruinas" (1970), de Joaquín Galván, logra
una sutil indefinición de los límites entre espacio exterior e interior,
lograda por medio sucesivos tamices naturales, arquitectónicos y figurativos:
en el espacio central, predomina el cromatismo del espléndido vitral del pintor
cubano Rene Portocarrero. Dentro de esta misma búsqueda sitúa la Embajada de
Cuba en México (1977) y el Monumento a José Martí, en Cancún, México, de
Fernando Salinas, obras representativas del trabajo creador coral que impera en
Cuba en la actualidad, al participar arquitectos, escultores, diseñadores
gráficos, etc., en la caracterización de un ambiente concebido en términos de
entorno cultural y educativo y cuya significación se dirige hacia la sociedad
en su conjunto. Por último también citemos la Escuela experimental primarla
"Volodia" (1978) de Heriberto Duverger, elaborada con una creativa
integración entre el mobiliario, los espacios arquitectónicos y el sistema de
supergráfica que superpone un imaginativo mensaje simbólico-expresivo; el Hotel
Pasacaballos en Cienfuegos (1977) de Mario Girona, con una variable volumetría
que se adecúa al medio cultu-ral y el reciente Palacio de las Convenciones en
La Habana (1979), de Antonio Quintana, una de las obras más complejas realizadas en esta década, en la cual se vincula la eficiencia tecnológica con la presencia
interior de la naturaleza tropical.
En resumen, la arquitectura cubana
actual ha logrado representar las necesidades materiales y los anhelos
culturales del pueblo trabajador; la individualidad autónoma de las obras ha
caducado frente a la trama ambiental que no concibe distinciones cualitativas
en términos simbólico-expresivos que no emanen de las exigencias comunitarias,
planteadas globalmente, en concordancia con la desaparición de la estructura
social estratificada en grupos antagónicos. En este sentido, la lección emanada
del trabajoso proceso de construcción del entorno coherente, constituye un
aporte inédito y ejemplar en el ámbito caribeño.
La Habana, marzo, 1980.
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NUEVA ARQUITECTURA, Grupo de estudios, crítica, concientización y divulgación de la arquitectura. Núm. 28, El Siglo, 4
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