Su
nombre, Julia
Te quedas fijamente mirando a esa niña que tiene susmismos
ojos, la misma boca, y acaba de decirte que laesperes, que ella te
recibirá en unos minutos, quetiene varios días indispuesta y ahí,
en ese instante,mirando su foto en la pared, es cuando compruebas
elparecido entre las dos y piensas que tal vez esa puedaser la razón
por la que no la ves desde aquella tardeen que venías por la avenida
Charles de Gaulle y,debajo de un almendro, encuentras a esta muchachadelgada,
alta, ojos de un negro casi tirando a café,boca pronunciada con una
sonrisa entre mordaz ytriste. Detienes el auto y te ofreces a llevarla.
Ellase monta, te sonríe y te dice que su nombre es Julia ytú la miras,
piensas que has visto ese rostro otrasveces, algo muy hondo te remueve
esa mujer y superfume. Desandas de un tirón lejanos momentos de tuvida,
tratando de encontrarla y encontrarte junto aella en algún lugar de
tu pasado. Su voz te suenafamiliar y ese mohín que te arroba, los
dos hoyuelosen los pómulos canela de esa Julia que acaba dellenarte
el auto y los sentidos con su mágicapresencia, cautivándote. Reduces
un poco la velocidad,das paso a ese grupo de niños que salen del colegio.
Arrancas de nuevo, miras a esa mujer que ha invadidode forma brutal
y tan tranquila, como si nada pasara,el auto y todo tu ser y es entonces
cuando se teocurre la idea de prolongar el momento, de estar mástiempo
junto a ella y acudes a ensayar tu mejorsonrisa. La tosecita afirma
y busca dar seguridad a lasuave y delicada proposición de invitarla
a dar unavuelta, a conversar un rato y ella que accede y tesonríe
y sus ojos cortan la tarde y el mohín y elaroma y tú, torpe, atolondrado
que no sabes haciadónde dirigir la marcha, detenido ante el semáforo
yla luz verde y el camionero maldiciendo atrás y tú,comprándole flores
a la niña de los bucles doradísimosy descuidada y Julia, agradecida,
que te desarma consu sonrisa austral, sin transparencias. Ahora ruedanlentamente
por el malecón de Villa Duarte, el mar lucela misma calma que los
ojos de Julia, y Julia, parca,como ida, orlada de un angélico misterio
y tú, que teaguzas, pones el tema del calor, la maravilla delencuentro,
la necesidad de seguir conversando y lascervezas y ella que, bueno,
ni niega ni afirma, que setransmuta, se ilumina, sonríe y, otra vez,
sientes elraro pálpito, la sensación de haber visto otra vez,muchas
veces la misma sonrisa. Quieres poseerla,hacerla tuya, ahí mismo y
para siempre. Pero ellapropone -quilla el sonido con su voz de contralto,dulcísima,
afinada- visitar las ruinas del HospitalSan Nicolás de Bari y tú,
conocedor, arrobado, lacomplaces y, mientras cruzan el puentecito
de VillaDuarte, le haces creer que miras las chimeneas de ElTimbeque
para, sin mucho disimulo, meterte entre susojos, escrutar el horizonte
desde allí y soñar, volarpor entre el brillo que se expande. Te vas
y eltráfico que te pita y repita, por haber doblado haciala izquierda
en la Vicente Noble, pero ya es tarde.Logras burlarlo y ya están en
la Ciudad Colonial yluego a la derecha, Hostos y el muchacho que se
ofrecea cuidarte el carro y las palomas, las palomas que sequedan
mansas y tiernas a su paso, se le posan sobreel hombro y ella, busca
miguitas en el bolso y lleganmás y más palomas, tantas que casi te
pierdes en unárbol de plumas que se mueve junto a ti. Te arriesgasun
poco más. Entras a ese terreno peligroso.Preguntas. Insinúas. Atacas.
Retrocedes ycontraatacas: que te hable de Julia, de dónde viene,qué
hace y, ya no aguantas más, la has visto antes,estás seguro, se conocían,
que la memoria te estájugando una trastada, que si fue en la universidad,
enel bachillerato, en algún campamento, dónde trabaja,si estudia y
ella te mira, sonríe otra vez y salen, entropel de sus ojos, como
bandadas de palomas, unosrayos de luz que cobran sonido, diciéndote
que desdeniña acostumbraba, con su abuelita, llevarle de comera las
palomas, se pasaba horas y más horas jugando conellas y oyendo a la
abuela contarle historias, leerlelibros y soñar, juntas. Sientes que
de nuevo te hasido, como que flotas y de repente, baja la luz, cobranun
tono gris sus ojos y hay menos decibelios en suvoz; te cuenta que
había pasado mucho tiempo sinvolver a ese lugar y, al través de sus
lágrimas,intentas viajar a ese pequeño mundo que te pinta; teagradece
en el alma el momento, esa cerveza intactaque parece, por momentos,
como si flotara en el airepoblado de palomas, y todos tus halagos
y atenciones;te hace saber que jamás había sido tan feliz como esatarde.
Se seca las lágrimas, mohín, sonrisa y la luzque vuelve de repente,
se refleja en las plumas de laspalomas el brillo de esos ojos tan
negros y perfectosy ella, te dice que es tarde, que es hora de regresarque
has sido muy gentil, que qué bueno haberteencontrado, no sabes la
dicha que le has dado y tú, deuna sola pieza, embrujado, bobo, tratando
de deciralgo que no logras coordinar, triste y feliz,ofreciéndote
a acompañarla y ella, cortés, que lorechaza y tú, que no es molestia,
es un placer y alfin acepta, sólo hasta la esquina. Aquí es donde
mequedo -te dice- y la ves partir, decirte adiós y tú,que apenas aciertas
a articular la ansiada preguntaque no sabes si ella oyó o no quiso
responder. Al finy al cabo que piensas volver mañana al mismo sitio,
ala misma hora y pasas y vuelves y pasas y ya hasvuelto tres veces
y has dado infinidad de vueltas porel sector y la esquina donde la
dejaste aquel martes13 de agosto, pero no te atreves a preguntar porJulia.
No quieres romper el encanto. Quieres, sueñas,ansías encontrarla como
aquella primera vez, derepente, que parezca casual y ya has pensado
mil cosasque decirle, que contarle y has vuelto tantas vecespor las
ruinas; pero las palomas sólo te miran y sevan, no acuden a ti como
lo hacían con ella. Se quedanindiferentes. Nada, tomas la decisión
de encontrarla,de llegar hasta donde ella está y le has regaladocinco
pesos al niño que, primero se quedó mirándote dearriba a abajo y luego,
sin decir nada, sin preguntar,te trajo hasta aquí a esta casita humilde
y bienarregladita -como de muñecas, piensas- pintadita deazul y rosado,
techo a dos aguas, jardincito a laentrada y esta hermosa niña, angelical
y dulce que teabre la puerta, te recibe con muy buenas maneras y lasonrisa
que ya conoces y te invita a pasar y tú, unpoco confundido, extraño
y corto, le encuentras unextraordinario parecido con ella y le dices
a quienbuscas y te dice que sí que vive allí, que te sientesy esperes
y entra un momentito por un pasillo de lacasa y, miras todo, hurgas
por las paredes, losmuebles el piso; contabilizas los minutos, silencios,sonidos,
todo. Hasta que aparece de nuevo la niña, conla misma sonrisa que
conoces y te dice que ella te vaa recibir, que la esperes y no puedes
aguantarte más yle preguntas su nombre y parentesco y, juguetona,
sete acerca y te dice que Luisa, que estudia ballet ypiano, que le
gustaría cantar como Yuri; pero queahora está muy triste y apenada
por las dolencias yrecaída de su abuelita Julia, esa de la foto en
lapared, la que en la última semana, precisamente desdeel martes pasado,
ha dado muestras de mejoría y sepasa las horas cantando, leyéndole
historias yhablándole de unas palomas, de unas ruinas y tú, yaestás
traspasando la puerta de la calle, oyendo la vozde la niña que se
funde con aquella voz que te ayudó asoñar y a construir la tarde más
hermosa de tus días ymiras el reloj y te das cuenta que a esta hora,precisamente,
las tres de la tarde de este martes,debes volver por la avenida Charles
de Gaulle a ver site encuentras de nuevo con Julia, debajo del almendro.
(Su nombre, Julia, 1991)