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LA CIUDAD VALLADA

Omar Rancier
• Arquitecto




No sé si estará bien dicho, pero me refiero al incontrolable despliegue de vallas anunciadoras que inundan visualmente la ciudad sin aportarle nada al paisaje urbano y violando el derecho de muchos ciudadanos de tener vista y ventilación en sus viviendas.
Nuestro país esta inmerso en un proceso de cambios que en ocasiones se confunde con copias carbón de situaciones existentes en los llamados “países desarrollados”.
La visión tecnológica de Times Square en Nueva York, las iluminadas calles de Las Vegas, en Nevada o las titilantes calles de Tokio, encienden la imaginación de muchos especuladores y de algunos políticos y funcionarios públicos, que, en sus pocas luces, se encandilan con las de los “países” y propician, apoyan y aprueban que la ciudad se llene de vallas, carteles y letreros publicitarios porque eso, para ellos, es progreso.

En Santo Domingo se establecieron unos reglamentos para letreros publicitarios, que aprobó la Sala Capitular, cuando Santo Domingo era única e indivisible, o sea, antes de la partición de la ciudad, pero que muchos comerciantes, no respetan ni toman en cuenta. Algunas de las vallas publicitarias enormes, situadas sobre casas, apartamentos y sobre las más importantes vías de la ciudad, constituyen verdaderos peligros públicos, lo que quedó demostrado cuando nos azotó el ciclón George y algunas de estas estructuras cayeron sobre edificaciones, negocios y calles.

Si a las vallas publicitarias les sumamos los letreros de tiendas, nos encontramos con una situación en la cual la vía pública se ha convertido en un espacio para la publicidad en contra de los usuarios de la ciudad. En algunos casos, los letreros van de acera a acera o se implantan ilegalmente sobre la acera, cuando las normas indican que deben estar dentro de la propiedad. También resultan preocupantes los letreros que se están colocando en las isletas de las grandes avenidas, pues muchas veces lo que hacen es obstaculizar la visión de los conductores de vehículos, particularmente me parece innecesario esta promiscuidad publicitaria que quiere apropiarse de los espacios públicos sin pensar en la calidad del paisaje o en la seguridad pública. En algunas calles de la ciudad, las fachadas de las edificaciones se pierden recubiertas por todo el tinglado publicitario que anuncian las tiendas, megatiendas y centros comerciales, algo que nos recuerda la teoría del tinglado decorado del arquitecto norteamericano Robert Venturi, pero a lo bestia.

Quien recorra la avenida Duarte, entre la 27 de Febrero y la avenida Mella, se encontrará con un espectáculo poco común de letreros que flotan encima de la calle y fachadas recubiertas de letreros, la arquitectura desaparece y el estridente ruido urbano parece gritar desde los propios letreros. En el Polígono Central de la ciudad de Santo Domingo, constituido en el centro comercial y de negocio, algunos de los letreros agreden no sólo al ojo del viandante, sino a la tranquilidad, iluminación y ventilación de algunas familias que desafortunadamente les ha tocado vivir cerca de algunas tiendas.

Quizás la zona más pintoresca, y en la que los letreros se convierten en parte importante del paisaje urbano, sea el tramo de la carretera a San Isidro, que el arquitecto Pérez Montas en su libro “La Ciudad del Ozama” llama poéticamente, “La Zona Rosa de San Isidro”, donde se localizan una serie de moteles que, de noche, con sus luces, crean el paisaje más parecido a la Fretmont Street de Las Vegas, en el país.
En la zona colonial, afortunadamente, se ha logrado controlar un poco este despliegue publicitario a través de letreros y vallas, y se logró, no por los comerciantes, sino por la voluntad política de las múltiples instituciones que gestionan la ciudad histórica y por el apoyo que le diera la comunidad.

El caso de la calle El Conde es una muestra de lo diferente que se siente una calle cuando se la limpia de letreros y vallas, aunque los existentes son de una calidad cuestionable, producto de la lamentable arrabalización de esta importante arteria de la ciudad colonial. Los letreros retirados de El Conde nos han dado la oportunidad de redescubrir una arquitectura que se había ocultado tras el aparataje de los letreros.
Y ciertamente no es que estemos en contra de la publicidad urbana, sino que entendemos que ésta debe hacerse bajo normas estrictas que regulen su despliegue, de manera que las mismas sean un complemento del paisaje y no una agresión al mismo.
Actualmente y con ayuda de la tecnología digital se pueden hacer maravillas y lograr una intergracíón entre la publicidad y la arquitectura sin que ninguna de las dos pierda y en Santo Domingo se ha perdido esa tradición, siempre recuerdo con cariño un enorme letrero lumínico colocado sobre el desaparecido edificio en el que se alojaba el restauran Mario, frente al parque Independencia, de una botella de cerveza que llenaba poco a poco un vaso que se coronaba con una blanca espuma, las vallas digitales que se han colocado en algunos puntos de la ciudad, todavía no han creado un icono publicitario tan perdurable como aquel.

Freddy Ginebra propuso, en un seminario sobre Frentes Marinos que celebrara la antigua Oficina del Plan Director de Santo Domingo dirigida por el arquitecto Pablo Bonnelli, una campaña de vallas publicitarias realizadas por los principales artistas plásticos del país, algo que tuviese relacionado con el arte urbano, aspecto en el que nuestras ciudades muestran una carencia crítica, de este modo, decía Freddy, un chinero podría conocer la obra de Ada Balcácer, o de Oviedo, sin tener la necesidad de ir al museo.

Me parece que quizás sea el momento de recoger esta propuesta del director de Casa de Teatro, y al mismo tiempo desmontar los letreros peligrosos y aquellos que se han convertido en verdaderos obstáculos urbanos y esto se puede hacer muy fácilmente haciendo cumplir los reglamentos urbanos que norman la publicidad en la ciudad, con un poco de voluntad política de nuestras autoridades municipales y con la participación de los ciudadanos que se sientan afectados, porque si bien es cierto que los comerciantes tienen el derecho de anunciarse, no menos cierto es el hecho de que, como ciudadanos tenemos el derecho de defender nuestro paisaje urbano.

El Caribe, 15 de febrero 2003

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