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LOS PIRATAS DEL CARIBE Y LAS REVUELTAS DEL FUTURO

David Puig

Uno de los fantasmas que ha recorrido el imaginario político occidental desde las primeras décadas del siglo XVIII hasta nuestros días ha sido el fantasma de la piratería. A caballo entre el mito y la historia, las aventuras de la cofradía de los hermanos de la costa, el relato de la fundación de Libertalia en la isla de Madagascar así como las biografías de piratas como Jean Lafitte ilustran los lazos que unen la piratería y la revolución. Aunque se desconocen los detalles de las aventuras de Lafitte se sabe que operó en el golfo de México durante los primeros años del siglo XIX desde su base en la desembocadura del río Mississipi. Cuando estalla en 1814 la guerra entre ingleses y estadounidenses, rechaza la oferta de la potencia colonial y se une a las tropas del general Jackson. A pesar de haber contribuido a la victoria de los norte-americanos, su patriotismo duraría poco tiempo y su afán de movimiento lo llevaría a instalarse en Galveston desde donde retoma pronto sus viejas actividades.

A partir de ese momento, el trabajo de los historiadores se complica. El destino de Lafitte se bifurca, el pirata se convierte en dos, tres, cuatro personajes. Si el inicio de su vida es un misterio, su final es aún menos claro. Algunos afirman que murió no muy lejos de la costa de Yucatán hacia el año 1825 no sin antes haber participado en la lucha por la independencia mexicana. Otras fuentes dan cuenta de su presencia, en 1832, en la ciudad de Saint Louis, donde habría vivido tranquilamente hasta el final de sus días, gozando junto a su mujer de los beneficios de un negocio de municiones.

Esta última hipótesis parece, sin embargo, poco convincente. Resulta difícil  representarse a Lafitte en el rol de un comerciante honrado y de un marido responsable : para un hombre como él, otros caminos resultan más verosímiles. Imaginemos entonces por un momento los años 40 del siglo XIX. El eco de las doctrinas socialistas llega a los Estados Unidos y Lafitte descubre aquellos textos en los que se plantea construir un mundo donde se respete la dignidad de todos. Seducido por sus lecturas, el pirata vuelve al mar. No con el objetivo de perseguir barcos cargados de mercancías sino con la voluntad de acercarse a las ideas nuevas del viejo continente. En su viaje por Europa, conocería a los jóvenes quienes desean editar un panfleto cuya posteridad nadie sospecha. Cuenta la leyenda que la primera publicación del Manifiesto del partido comunista se debe a su fortuna.

Mientras se afirman el romanticismo y el socialismo, en el papel como en los lienzos, se rehabilita a los piratas que desaparecen progresivamente de los mares. Alegoría de los ideales de la revolución francesa, La libertad guiando el pueblo de Eugene Delacroix es otro ejemplo de los puentes tendidos entre la rebeldía en los mares y la voluntad de cambiar el destino de los hombres en la tierra. Para la realización de esta obra que debe su composición a la gesta pirata, su autor se inspiró en la primera edición holandesa de La historia general de los más famosos piratas en cuya portada figuraban dos mujeres piratas, Mary Read y Ann Bonny, el pecho descubierto, erguidas sobre una montaña de cadáveres.

El aspecto más interesante de este texto publicado en 1724 por el enigmático capitán Johnson no es su influencia en la pintura francesa. Entre las historias narradas en este libro se destaca la de Misson, un corsario que tras una gira por el Caribe como tripulante de un barco, toma el control de una nave y establece una República en las costas de Madagascar cuya organización anticipa y rebasa los principios subversivos enunciados por los filósofos ilustrados. La constitución de esta comunidad bautizada Libertalia no sólo reconoce la igualdad entre los hombres, instaura la elección democrática de los representantes y proclama la abolición de la esclavitud sino que rechaza  además toda manifestación de nacionalismo y defiende el derecho natural a la repartición de las tierras en función de las necesidades vitales. 

Pero al poco tiempo de su fundación, Libertalia desapareció sin dejar rastros. El misterioso final de la república de Misson explica por qué durante más de dos siglos la identidad del capitán Johnson y la veracidad de su relato fueron cuestionadas una y otra vez. Al descubrirse hace unos años que el autor de La historia general de los más famosos piratas había sido nada más y nada menos que Daniel Defoe, las dudas acerca de la existencia de Libertalia se acrecentaron. Es cierto que por sus características formales, este relato del autor de Robinson Crusoe se inscribe en la tradición de las utopías agrarias establecidas en islas de suelo fértil y clima generoso. Sin embargo, otra interpretación de este texto sugiere que Libertalia no fue sólo una leyenda de papel. En algunos barcos piratas, las decisiones se tomaban democráticamente y el botín de las expediciones se repartía de manera relativamente igualitaria. Y así como es incuestionable que los piratas participaron en la trata de los esclavos, está también comprobado que para muchos de ellos el lugar de procedencia de un hombre era de poca importancia. Siendo Libertalia la transcripción a tierra firme de los principios que regían la vida a bordo de algunas naves rebeldes, bien pudo haber sido una realidad en Madagascar o en Rabat pero también en la isla de la Tortuga.

Entender la dimensión política de la piratería supone mirar con ojos nuevos un fenómeno que nos hemos acostumbrado a ver a través del cine y de la historia patria. Desde Hollywood, los piratas -tuertos con parches negros, garfios y patas de palo- han representando la subversión individual al orden establecido mientras, desde los Estados del Caribe hispano, han sido considerados como herejes y salvajes. La creación de una tercera imagen compuesta de elementos verídicos e imaginarios como las dos anteriores, debería ayudarnos a pensar que los piratas fueron, además de aventureros crueles y ávidos de riquezas, los auténticos utopistas del nuevo mundo. Antes de que el eje de la piratería se desplazara de América al océano ĺndico y la geografía de las comunidades rebeldes, del Caribe a Madagascar, algunos piratas realizaron, a escasos kilómetros de nuestras costas, los sueños de Moro y de Bacon sin haber leído ni a uno ni a otro: dejar la “civilización” y fundar en otras latitudes sociedades con sus propias leyes.

Negar la destrucción de las incursiones piratas a los puertos del imperio español y no reconocer el carácter utópico de la piratería serían por lo tanto omisiones igualmente injustas. La Tortuga no fue sólo el trampolín a partir del cual franceses e ingleses quebrantaron el dominio español. A lo largo del siglo XVII, esta pequeña isla situada al noroeste de la Española fue la sede de la cofradía de los hermanos de la costa, una comunidad que reunió a europeos en rebeldía contra sus coronas, bucaneros, náufragos y negros cimarrones.

Vivir bien, intensamente y desafiando el poder, pero también vivir en grupo y establecer una serie de reglas que garanticen la libertad de todos: tales fueron las apuestas de quienes vivieron en la Tortuga una suerte de comunismo de corte anarquizante. Pero más allá de estos principios generales de convivencia, el aspecto revolucionario de la cofradía fue su modo de operación. Ante los embates de las potencias europeas para desalojarlos de su resguardo, los hermanos de la costa se refugiaban durante el tiempo necesario en las islas vecinas. Mientras esperaban el momento oportuno para reestablecerse en su base, trasladaban a sus barcos y a otros archipiélagos su contra-sociedad.

Deslumbrado por estas utopías portátiles, el filósofo norteamericano Peter Lambord Wilson, alias Hakim Bey, ha visto en las acciones de los piratas de la Tortuga la primera realización de lo que él ha denominado “zonas temporalmente autónomas”. Anarquistas antes del anarquismo, los hermanos de la costa fueron, en su opinión, más radicales que los fundadores decimonónicos de la doctrina libertaria. La necesidad los llevó a entender que la única forma de alcanzar la libertad no era enfrentando al Estado sino aceptando navegar en sus márgenes.

Actores de la primera etapa de acumulación del capital, los piratas escribieron también un capítulo poco conocido de su superación. Al tiempo que los discursos emancipatorios de la modernidad parecen agotarse, el descubrimiento de esta cara olvidada del anarquismo bien podría ser más que mera curiosidad histórica. Siguiendo el espíritu de los hermanos de la costa,, el objetivo de los piratas del siglo XXI no será la conquista del poder. Crear en sus intersticios pequeños espacios de libertad y solidaridad que escapen a su legislación, abrir una y otra vez zonas efímeras de autonomía, serán sus principales desafíos. En su vocabulario,  movimiento y nomadismo reemplazarán las categorías de clase y partido. Discípulos irónicos de Lenín se preguntarán: ¿Qué hacer para desaparecer?

Los proyectos de transformación social del siglo pasado pusieron la tecnología al servicio del cambio. Su éxito dependió, en la mayoría de los casos, del control y de la penetración de las ondas: la televisión y la radio sirvieron para llevar la voz del jefe a los hogares, el cine para ocupar los momentos de ocio con mensajes didácticos, los altoparlantes para alimentar las grandes concentraciones de masas. Las probabilidades de sobrevivir en una zona temporalmente autónoma serán, en cambio, inversamente proporcionales a su visibilidad. Al bullicio de la propaganda, habrá que preferir el silencio de la convivialidad.

Sólo un medio de comunicación descentralizado como el internet podrá ser de alguna utilidad para quienes buscan ante todo pasar desapercibido en el flujo de la información.

La  copia y la distribución de discos y de programas de ordenador así como el intercambio codificado de mensajes demuestran que a pesar de todos los esfuerzos desplegados por los Estados, el web sigue siendo un espacio que escapa a su regulación. Como samizdats de la era de la información, los textos de Hakim Bey circulan libres de derechos por las agitadas aguas de la red. El internet no es sólo un instrumento para despertar de su letargo a los hermanos de las costas cibernéticas, es también un arma de combate que permite el establecimiento de contactos en tiempo directo entre zonas liberadas. Con el objetivo de facilitar la retirada de los piratas asediados, un mapa virtual de los espacios autónomos disponibles para escapar a los embates de la autoridad ha comenzado a conformarse. Sobra decir que en este esquema, el arte de la fuga substituye al arte de la guerra y la deserción se convierte en estrategia de resistencia. Rechazando permanentemente el enfrentamiento, los piratas del siglo XXI serán una guerrilla sin centro ni cabeza. A diferencia de sus predecesores, no vivirán en el mar sino en los pliegues de nuestras sociedades urbanas. Sus repúblicas, efímeras por definición, durarán el tiempo de un rave de tres días o los meses de resistencia en una casa ocupada.

Ediciones del Cielonaranja © 2005

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