(Santo Domingo, 1884 -Buenos Aires, 1946)

SUCRONÍA Y UTOPÍA. PROYECTO UTÓPICO DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA. [1]

Diony Durán

“El rey de la fábula poseía la moneda rota: le faltaba el otro fragmento para descifrar la leyenda de sus destinos. Ora se hablaba, como en la Atlántida de Platón, de un continente desaparecido en el vórtice de los océanos: ora, como en la Última Tule de Séneca, de un continente por aparecer más allá de los horizontes marinos. Antes de dejarse sentir por su presencia, América se dejaba sentir por su ausencia. En el lenguaje de la filosofía presocrática, digamos que el mundo, sin América, era un caso de desequilibrio de los de elementos, de extralimitación, de hybris, de injusticia. »

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes en La última Tule, muestra líricamente la perspectiva con la que representa la dimensión utópica de América. Elocuente y poética, esta visión del topos anhelado, podría ajustarse con variantes a otros escritores del Ateneo de la Juventud de México  (1909) y a su vez, a una larga tradición  discursiva que crea el acumulado de este pensamiento.

Podría leerse este acumulado histórico como una construcción socio-cultural reactiva, modernizadora, proyectiva y organizada sobre estatutos del pensamiento ilustrado. Reactiva, porque se organiza durante el siglo  XVIII en oposición a los universales ideológicos vigentes, negándolos sobre la base de asumir los universales ideológicos modernizadores, o sea, en contra del pensamiento colonial  y las disyuintivas de dependencia, los “hombres  de letras” de la segunda mitad del siglo XVIII - principalmente - adoptan las divisas francesas de independencia  política  y el discurso ilustrado que fundamentaba un cambio  de posición del sujeto. Un discurso modernizador, singularmente proyectivo que se resemantizaba en torno a las aspiraciones de independencia, a la creación de nuevas repúblicas o de un continente unido como la Gran Colombia , como un proyecto o programa continental-liberador.

Por muchos de los flancos de esta figura discursiva, los estudios críticos han presentado sus análisis, sobre todo a lo largo de la década del 80, cuando el debate sobre la Posmodernidad, alcanzó la mayor atención en Hispanoamérica  y la reflexión se hizo perentoria para una periferia socio-cultural que heredaba una discusión teórica sin estar precisamente persuadida de no pertenecer aún a la Modernidad. Así lo ilustran los libros de Fernando Ainsa, Los buscadores de la Utopía (1977), Necesidad de la utopía  (1990), Utopía y revolución . El pensamiento político  contemporáneo de los indios  en América Latina  (1983) de Guillermo Bonfil Batalla, o los muy conocidos de Nestor García Canclini, Políticas culturales  en América Latina (1987), y Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad  (1990), entre otros muchos estudios que atrajeron la atención sobre el ensayo  latinoamericano , la formulación de una filosofía propia, el debate sobre el próximo milenio, la creación y continuidad  del canon, o la relación entre

identidad , diferencia , exclusión e inclusión del otro, teoría postcolonial, también entre muchos otros tópicos de análisis y delimitación de los estatutos discursivos de la tradición  hispanoamericana .1

En esos estudios y en muchos otros de carácter monográfico sobre figuras de las letras hispanoamericanas , se ha ido evidenciando como una constante, la articulación de conceptos y categorías ilustradas, contextualizadas ideológica, temporal y regionalmente a lo largo del siglo  XIX, como formas muy enraizadas de la expresión de un “pensamiento” hispanoamericano, tal y como denomina Leopoldo Zea a una formación  sistémica que se autoriza más allá del pensamiento, hacia una epistemiología del mundo americano.2

Así podría considerarse una tradición  que tiene sus fundaciones más evidentes en la obra de Francisco Miranda, Andrés Bello, Simón Bolívar entre muchos otros, y cruza el siglo  del romanticismo hispanoamericano  remodelando los estatutos que el Neoclasicismo organizó bajo cierto bucolismo arcádico, con el que se matizaba la construcción utópica. Razón y sinrazón, espiritualidad y pragmatismo, escisión territorial, guerras civiles: una profusa dinámica de contradicciones en el asentamiento de las Nuevas Repúblicas, remodelaron los ideologemas del discurso, o tal vez estos se amoldaron convenientemente a la lógica epocal y a las nuevas corrientes discursivas. Sin embargo, los pivotes de un ordenamiento del mundo, desde el enfoque ilustrado, estuvieron presentes en la creación que el “letrado” realizó de la República de las Letras, como Angel Rama ha observado en su libro ya canónico.3 La voluntad letrada, la primacía escritural, la visibilidad anticipatoria desde la escritura, no fueron sino resultados de la presencia sistemática de un saber, que legalizaba el liderazgo de la cultura , la educación  y la moral como presupuestos categoriales articuladores de un conocimiento, organización y proyección del mundo que se constituía.

Ninguna afirmación categórica sería suficiente para explicar la formación  de un “pensamiento” hispanoamericano , en la medida en que éste se expresa con una fuerte voluntad electiva y con una sistematización propia, que más bien aparenta una falta de sistematicidad, razgo que muy bien puede ser lo singular de su dinámica interna. En todo caso, la influencia ilustrada no es sólo un referente, sino un pensamiento creador de sentidos y significados que se establece en la relación saber-poder y en el logos dominante, hasta formar parte también de la lógica epocal.

Precisaba partir de estos antecedentes rápidamente apuntados, para aceptar la sugerente visión de esta elaboración discursiva sobre bases ilustradas, que no sólo se traslada al siglo  XX, sino que encuentra en los primeros años del siglo una nueva interpretación, adecuada a las circunstancias históricas y a la emergencia de una intelectualidad que continúa buscando un lugar autorizado para emitir su discurso y hacerlo céntrico.

Una estimativa generacional precisaría la convergencia de figuras similares en distintos países de Hispanoamérica , una estimativa socio-cultural propondría la aparición de nuevos agentes literarios, enmarcados en un cruce de caminos, disyuntivas, tareas, reordenamiento del lugar del intelectual , conformación de instituciones jerárquicas de saber, fundación de cánones. En un espacio  cultural  marcado por los aportes y angustias del modernismo, la convivencia de realismo, naturalismo, positivismo, arielismo, poesía posmodernista. En fin, un espacio fundador de convergencias y convivencias que otorga al intelectual hispanoamericano  lugares de definición, para que actúe como un ideólogo de la cultura  y reclame un reordenamiento de postulados que la experiencia histórica de un siglo  de independencia  le autorizaba.

Aún dentro de las contradicciones de una pérdida de lugar, de autoridad, acusada desde los debates modernistas (el término aquí se refiere al movimiento literario que en Hispanoamérica lleva este nombre y que tuvo lugar aproximadamente entre 1892 y 1910) y su estética compensadora, la relación entre saber y poder vuelve a poner sobre la discusión epocal, el anhelo de la multiplicidad de acciones del “letrado” del siglo  XIX y en esa dirección se pronunciaban los escritores de principios del siglo XX. En esa dirección también hay una voluntad de heredar, resemantizados, aquellos valores, categorías, estatutos de pensamiento.4

Podrían recordarse nombres ejemplares en las primeras décadas del siglo , como Ricardo Rojas, Ezequiel Martínez Estrada, Baldomero Sanín Cano. Al propio tiempo se reunen y actúan en el Ateneo de la Juventud de México , como organizadores de ese cenáculo, José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña. Después de la Asociación de Mayo en la primera mitad del siglo XIX en la Argentina , no se había producido una experiencia generacional y cultural  tan significativa como la del Ateneo. Allí se reunió un grupo entusiasta y muy joven (Vasconcelos, uno de los mayores tenía 28 años y Reyes, uno de los menores, sólo 20) en el cual influyó Henríquez Ureña decisivamente y, no sólo por la experiencia que allí fraguaron, sino por la obra de cada uno, de trascendencia continental e internacional, se legalizaron como ideólogos culturales, portadores de una visión socio-cultural de América.

El Ateneno ha merecido profusión de estudios, como también merecería un análisis particular que desbordaría la intención de este trabajo. No obstante, es significativo de su orientación, el estudio de la cultura  griega, el debate filosófico, la búsqueda de dirección en la obra de José Enrique Rodó, la especulación sobre el futuro de Hispanoamérica  y especialmente sobre México . El Ateneo, México, la cultura y la revolución  mexicanas , fueron un centro de aprendizaje y lanzamiento para estos jóvenes escritores, arquitectos, pintores, especialmente lo fue para el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) y, al propio tiempo, él realizó una obra de influencia y formación  en este grupo ateneísta, como confiesa Reyes:

“En lo privado, era muy honda la influencia socrática de Henríquez Ureña. Enseñaba a oír, a pensar, y suscitaba una verdadera reforma  en la cultura , pesando en su pequeño mundo con mil compromisos de laboriosidad y conciencia. Era, de todos, el único escritor formado, aunque no el de más años. No hay entre nosotros ejemplo de comunidad  y entusiasmo espirituales como los que él provocó.”5

Al decir Alfonso Reyes que Pedro Henríquez Ureña era el “único escritor formado”, y de esa manera alude al acumulado cultural  del dominicano, que vuelca sobre el grupo del Ateneno de la Juventud,  y en el que se identifican los rasgos de una comunidad  de valores con el pensamiento del siglo  XIX. Valores que había heredado en buena medida de su familia, especialmente de la madre Salomé Ureña, en cuya poesía él mismo crítico dominicano encuentra relaciones con la de los neoclásicos, reforzadas a su vez por el magisterio de Eugenio María de Hostos. Se puede advertir esa huella en la obra juvenil de Henríquez Ureña, que sigue a la poetisa dominicana en la ponderación de la razón, la educación como correctora de los instintos y proveedora para el progreso de la nación, la verdad, la exaltación de la ciencia, la virtud, las ciencias morales en la regencia civilista, términos que frecuentemente escribían con mayúscula, para identificar su importancia conceptual y regencia en el discurso. También encuentra en Salomé Ureña y en el escritor y pedagogo puertorriqueño , Hostos,  el esbozo y trayectoria históricas de la utopía , que en la poetisa se expresa como el vislumbre de América : un espacio  de realización y progreso para la humanidad, su reducto de paz, amor y virtud:

“De la segur al filo

 dobleguen la cerviz tus selvas graves

  para dar a los pueblos un asilo,

  vida al comercio, y a los puertos naves”6.

Narración del deseo que en Andrés Bello se encontrar en sus famosas Silvas Americanas:

                “Así tendrán en vos perpetuamente

                                                                                        la libertad morada,

                 y freno la ambición,

   y la ley templo”7.

No sólo la dominicana y el venezolano  expresan en distinto tiempo un anhelo prefigurador del futuro, también podría rastrearse en Esteban Echeverría, Juan Montalvo, José Martí , como nombres y obras significativas de un pensamiento proyectivo que se pronuncia desde del amplio campo de la escritura literaria en la época en la que las demarcaciones laborales y disciplinarias le permitían al intelectual  una especie de enciclopedismo fundador.

Muchas son las fuentes que convergen en el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña, para que asuma presupuestos del siglo  XIX y los integre a las corrientes discursivas del siglo XX, como el arielismo; sin embargo, es más significativo en este caso, su voluntad de servicio, su exaltación del deber, para cumplir los “a priori” que había trazado el proyecto utópico, heredándolos como misión, con una propuesta teórico-práctica de realización y en ese sentido, con una lógica ilustrada.

Sin embargo, en ese viaje  del saber y de experiencia social y cultural  que nutrirán su programa utópico, México  y el Ateneo de la Juventud son lugares definitorios. México, por la experiencia pre y pos revolucionaria, el Ateneo por el estudio filosófico que no sólo rastrea consecuentemente a los clásicos griegos, sino la filosofía que les era contemporánea. En ese punto la peculiaridad de esa adquisición de conocimientos radica en que Henríquez Ureña vuelve a la Ilustración alemana y a su filosofía clásica.

“Nos falta todavía -decía- estimular el acercamiento  - privilegio por ahora de unos pocos-,   a la inagotable fuente de la cultura  alemana, gran maestra de la síntesis histórica y de la investigación, cuando enseña, con ejemplo vivo, como en Lessing o en Goethe (profundamente amado por esta juventud) el perfecto equilibrio de todas las corrientes intelectuales 8

Son sus modelos Wilamowitz para reinterpretar la cultura  griega, Kant, Hegel, Nietzsche, Schopenhauer, Hartmann, Engels, o en el siglo  XVIII alemán: Winckelmann, Lessing, Herder, Goethe. El ensayista dominicano refuncionalizó los aportes de la cultura griega, su utopía , categorías ilustradas, la Magna Patria común a la Grecia antigua junto con el anhelo de unidad sobre los pequeños principados alemanes, en su proyecto humanista. La lógica de adquisición es profundamente electiva, reproduciendo también un modelo metódico ilustrado hispanoamericano , pero el objetivo es sistematizador y por ello indaga -como se puede observar en su en su libro Horas de Estudio (1910)- una estructuración sistémica que elabore un pensamiento y un discurso críticos propio. Un discurso de “nuevo humanismo”9 , como lo denomina, que “exalta la cultura  clásica, no como adorno artístico, sino como base de formación  intelectual  y moral”10. Discurso de experiencia que se apropia de la cultura  clásica, ponderando su capacidad de influencia y su vocación de acción social sobre la base de la legalización que le otorga su perennidad y universalidad, pero al propio tiempo, aceptando y rectificando su incapacidad de realización práctica.11

De esa profusa amalgama de ideas de bases categoriales ilustradas nace su utopía , contextualizada epocal y geográficamente. No es un topos inexistente, es más bien un tiempo esperado para la realización de los proyectos humanistas justicieros. En ese sentido se expresa más bien como una ucronía y se elabora acumulativamente desde los primeros años del siglo . Precisamente en 1906 se encuentra el impulso iniciático que luego terminaría en proyecto:

“Es necesario dejar el sueño a un lado y pensar en que nos debemos a la humanidad, que para esta no hay fronteras ni razas, sino un mundo que gira en el éter y que reunidos en él para un viaje  común, debemos acondicionarnos y dar cada uno de nosotros, al acervo común, la mayor cantidad de fuerza y de Verdad que atesoramos para que el esfuerzo unido impulse con mayor ímpetu nuestro paso vacilante.”12

La cita es elocuente de la perspectiva humanista de Henríquez Ureña, como lo es su lugar de emisión desde un plural comprometido continentalmente. Los estatutos que integran el acumulado histórico de su proyecto, hasta que lo tematiza en La utopía  de América (1922) y Patria de la Justicia (1925), se elaboran a partir de una revisión de las jerarquías que recorren el cuerpo  socio-cultural hispanoamericano , en contraste con el desarrollo  socio-cultural mundial, y desde una evaluación histórica de esos valores. En ese sentido la utopía se propone como una construcción alternativa, propia de una consideración identitaria, siempre en la dinámica entre el Uno y el Otro.

La alternativa se instaura desde la diferencia  con Europa , entendida como incapaz de cumplir sus propios proyectos humanistas   - contextualizada históricamente en el hecho irracionalista de la Primera Guerra Mundial -   y asume las diferencias en el desarrollo  cultural  y económico, con el optimismo que le concede la fe en la educación  y la ilustración  para transformar el mundo. También bajo la consideración similar a la de Andrés Bello, de que lo que faltaba en desarrollo productivo y social, lejos de ser sólo un lastre, era también una virtualidad, una posibilidad para dimensionar en otra dirección al Continente americano y hacerlo lugar providente, lugar de la utopía . En ese sentido afirma:

“(...) Si no nos decidimos a que ésta sea la tierra  de promisión para la humanidad cansada de buscarla en todos los climas, no tenemos justificación (...) Si nuestra América no ha de ser sino una prolongación de Europa , si lo único que hacemos es ofrecer suelo nuevo a la explotación del hombre  (y por desgracia esa es hasta ahora nuestra única realidad) (...)”13

Como proyecto también es alternativo a las formas de Estado que discute Henríquez Ureña:

“Enfrente de estas tendencias (la del individualismo liberal) surgió bien pronto la que acabó por vencerla: el socialismo, cuya fuerza estriba en haber llevado a la vida política  grandes problemas que no estaban previstos en las constitutciones liberales y que han debido resolverse fuera de ellas o contra ellas”14.

Este juicio es de 1914, posiblemente referido a los criterios (decimonónicos) de Federico Engels a los que había tenido acceso a través de la obra peculiar del médico cubano  Enrique Lluria, militante del Partido Socialista Español, cuyo libro comentó en 1905.15 Más tarde, en 1920, traduce El estado y la revolución  proletaria, de Lenin. En todo caso, las dos formaciones socio-políticas y económicas que a su vez se ofrecian como antagónicas, integran su definición de la utopía  americana.

Su especulativa en ese sentido se nutre de nuevos estatutos y especialmente de la consideración económica: “garantías económicas”,16 - dice- o discute la primacía del capital y los trusts, con remisión a las denominaciones epocales e incluso a El Capital17 en su lengua  de origen. Su propuesta no sólo gana en complejidad y profundidad, sino que se establece en una dirección intermedia en la que la justicia , la moral, el amor, el individuo participante, la solidaridad humana, actuarían como medios  para reformar a la antigua institución burguesa al tiempo que asume postulados socialistas imbricados en el mismo lente reformista.

Esta variante americanista y tercerista la propone el dominicano en la década del 20, década de acción social y discursos emergentes, como es el socialista en Hispanoamérica  y con la experiencia de la Revolución de Octubre, las agresiones de Estados Unidos  de Norteamérica a Santo Domingo   - en cuya defensa participa como hijo del presidente interino de su país , Francisco Henríquez y Carvajal - y las convulsiones reiteradas de la Revolución Mexicana, en cuyo proceso encontró variantes como para llamar a aquel país “hermano definidor”18. Sobre todo éste último era un modelo incompleto para su perspectiva utópica, por sus manifiestas contradicciones, y por la violencia  que generaba. Todo ello reafirmaba una especulativa anticipatoria que debía realizarse “cuando los tiempos estén maduros para la acción decisiva”19. Entonces pronuncia la palabra de pase para su programa:

“(...) la utopía  al fin, donde se vislumbra la única esperanza de paz entre el infierno que atravesamos todos” 20.

Con ella vuelve también al programa bolivariano, bajo el campo de significación de su tiempo, reclamando la unidad de América:

“Nunca la unidad, ideal de imperialismos estériles” -dice-: “sí la unidad, como armonía de las multánimes voces de los pueblos”21.

En esa dirección, asume en su proyecto los valores autóctonos, la cultura  popular, el trabajo  como expresión de productividad, el desarrollo  científico  y técnico, pues su proyecto aspira a “la emancipación  del brazo y de la inteligencia”22. Es significativo de su posición que intente un equilibrio entre teoría y práctica y esto es algo que recorre toda su obra, de manera que habla desde la alta cultura, pero sin una propuesta elitaria, sino integradora. Al cabo, la construcción utópica, cargada de un proyecto social anticipatorio, se expresa desde la cultura y encuentra en la literatura  su mejor lugar de lanzamiento, en consecuencia con su humanismo ilustrado, porque, afirma:

“Me fundo en el hecho de que, en cada una de nuestras crisis  de civilización, es el espíritu quien nos ha salvado, luchando contra elementos en apariencia más poderosos; el espíritu sólo, y no la fuerza militar o el poder económico”23.

Es precisamente esta ubicación del proyecto utopista en el espacio  cultural , dando prioridad a las capacidades de la subjetividad creadora, lo que explica la congruencia entre ese mensaje anticipatorio, como construcción apriorística del futuro, y su obra de ensayista, crítico e historiador de la literatura . Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), Las corrientes literarias en la América Hispánica (1945), construyen a su vez un canon para la literatura hispanoamericana , bajo el patrocinio de la utopía . De manera que cuando Henríquez Ureña identifica al agente literario que forma el corpus esencial y clásico de la literatura, lo hace bajo la definición de: “hombres  magistrales, héroes verdaderos de nuestra vida moderna, verbo de nuestro espíritu y creadores de vida espiritual” 24 y también los denomina “apóstol de la acción”25. Con ello se complementa el proyecto heroico de constitución  de la utopía , con la dimensión heroica, múltiple del escritor de estirpe ilustrada, obligado al deber de enseñar, hacer posible esa utopía, conduciendo posiblemente a “muchos, innumerables hombres  modestos”26.

Esta perspectiva flexibiliza el canon y el corpus de la literatura  hispanoamericana , aunque no deja de mostrar la garra excluyente y céntrica del “deber ser” de su formación  anticipatoria. Fuertemente asentado en las expresiones blancas, escriturales, de la literatura de Hispanoamérica , la obra del ensayista dominicano muestra también las aperturas hacia la oralidad y la cultura  indígena . Este aspecto, que requeriría otro trabajo, atrae nuevas consideraciones en torno a la voluntad de legitimar a la cultura y a las humanidades en el ámbito nacional y continental y de hacerlas recuperar un lugar céntrico y de acción conformadora del mundo. Como propuesta, su capacidad de realización es inestimable en el momento en el que los atenístas se vuelcan a la construcción de nacionalidad  en medio  de la Revolución Mexicana.

Más tarde, en las décadas del 30 y el 40, la reflexión de Henríquez Ureña se ha matizado con las nuevas experiencias epocales, tales como la vanguardia  artística, la novela  indigenista, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Él mismo se convierte en un crítico de la utopía ; no deja de ser un escritor humanista moldeado por la Modernidad, pero su reflexión intuye y denomina los agentes de “caos”, que atentan contra la construcción total, ensoñada, universalista que constituyó el centro de su especulativa.

Es también una crítica a la Modernidad desde sus propias posiciones, que el dominicano ejerce con dolor, pero al unísono con otros pensadores europeos  y adelantándose a las rectificaciones que llevarían a Octavio Paz a defender la “otredad”. Entonces dice, sin duda dolorido, pero tajante:

“Hay que despedirse de toda ilusión de que el esfuerzo heroico y la inteligencia generosa puedan imponer el reino del bien sobre la Tierra, imponer la utopía , una de las magnas creaciones del Mediterráneo (...)”27

A pesar de esta y otras afirmaciones, siguió creyendo en el poder ensoñador y creativo de la utopía ; ella estará en el subtexto de su obra en los diez años siguientes hasta su muerte. Una obra de madurez en la que invirtió su creatividad y acumulado cultural , y a la cual aún se le deben fundaciones esenciales en el orden editorial, historiográfico y de crítica literaria hispanoamericanos . Entonces, quizás secretamente, siguió esperando el tiempo prometido, en la medida en la que la estructura y corpus discursivo de su utopía, se prestaban a una flexibilidad metódica e interpretativa, a la trascendnecia del sueño y el heroísmo intelectual y sobre todo, a una una aspiración de superación del orden social en Hispanoamérica que, el tiempo lo ha corroborado, aún es hoy un orden caótico de pobraza y violencia. Tal vez por eso llamó a su utopía: “la flecha de anhelo”, lanzada a un viaje de tiempo y espera.



[1] Versión revisada del trabajo presentado en el congreso: América Ltina: cruce de culturas y sociedades. La dimensión histórica y la globalización futura. Actas del II Congreso Europeo de Latinoamericanistas, Halle (Alemania) del 4 al 8 de septiembre de 1998. Editado por Thomas Bremer y Susanne Schuütz. Halle: Martin-Luther-Universität Halle-Wittenberg, 1999. CD: ISBN 3-86010-539-6

1 La bibliografía es en extremo profusa y especializada, de manera que la referencia sólo es ejemplar. Tendrían que anotarse estudios que estimularon estos análisis en Latinoamérica , como los ya clásicos de Theodor Adorno y Jürgen Habermas en Alemania entre muchos otros.

2 Ver: Leopondo Zea: El pensamiento latinoamericano , Ed. Parmaca. México , 1965.

3 Ángel Rama: La ciudad  letrada, Ediciones del Norte, Hanover, 1984.

4 Sobre este aspecto, ver el sugerente estudio de Julio Ramos: Desencuentros de la Modernidad en América Latina . -Literatura y política  en el siglo  XIX-, Ed. Tierra Firme, F.C.E., México , 1989.

5 Alfonso Reyes: “Pasado inmediato”, en: Ensayos, Ed. Casa de las Américas, La Habana, 1968, p.81.

6 Salomé : “27 de febrero”, en Poesías Completas, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, R.D. 1959, p. 100-102.

7 Andrés Bello: “La agricultura de la zona tórrida”, Ed. del Ministerio de Educación, Caracas, 1952, p.74.

8 Pedro Henríquez Ureña: “La cultura  de las humanidades”, en Obra crítica. Ed. FCE. México , 1960, p. 601.

9 Pedro Henríquez Ureña: Idem. P. 601.

10 Pedro Henríquez Ureña: Idem. P. 601

11 “Enterrada la Grecia de todos los clasicismos, hasta la de los parnasianos, había surgido otra, la Hélade agonista, la Grecia que combatía y se esforzaba buscando la serenidad que nunca poseyó, inventando utopías, dando realidad en las obras del espíritu al sueño de perfección que en su embrionaria vida resultaba imposible.” En: Pedro Henriquez Ureña: “Alfonso Reyes”, (1927), en Obras completas, tomo VI, Santo Dommingo, 1979, p. 60.

12 Pedro Henríquez Ureña y Arturo R. De Carricarte: “La intelectualidad hispanoamericana ” (196), en Revista Casa de las Américas, La Habana, mayo-junio, 1984, ano XXIV, n. 144, p.33.

13 Pedro Henríquez Ureña: Patria de la justicia , (1925), en: Obras Completas, tomo I, Ed. Universidad Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, RD, 1976, p. 245.

14 Pedro Henríquez Ureña: “La Universidad”, (1913-1914), en: Universidad y Educación, UNAM, México , 1969, p.71.

15 Lluria publicó en 1905 La evolución superorgánica. Personaje peculiar, olvidado por la crítica. Puede verse un breve estudio sobre su vida y obra en: Francisco Domenech: Tres vidas y una época, Ed. India, La Habana, 1940.

16 Pedro Henríquez Ureña: “La Universidad”, Ob. Cit., p.71

17 Pedro Henríquez Ureña: “Bernard Shaw II”, “Shaw y la economía  política ”, (1933), en Obras Completas, tomo VI, Santo Domingo, 1979, p.294

18 Pedro Henríquez Ureña: “En torno del discurso de Hughes: El hermano definidor y la doctrina peligrosa” (1923), en: Revista Del Caribe , Santiago de Cuba , ano I, enero-junio de 1984, n. 3-4, p.96

19 Pedro Henríquez Ureña: Patria de la justicia , Ob. Cit., p. 245

20 Pedro Henríquez Ureña: La utopía  de América, (1922), en: Obras Completas, tomo V, Ed. Universidad Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, 1978, p. 239

21 Pedro Henríquez Ureña: La utopía  de América, Ob. Cit., p. 240

22 Pedro Henríquez Ureña: Patria de la justicia , Ob. Cit., p. 245

23 Pedro Henríquez Ureña: La utopía  de América, Ob. Cit., p.237.

24 Ibid., p.240.

25 Pedro Henríquez Ureña: “La sociología de Hostos”, en Obras Completas, tomo I, cit., p. 11.

26 Pedro Henríquez Ureña: Patria de la Justicia, Ob. Cit., p. 245.

27 Pedro Henríquez Ureña: “Tradición e Innovación” (1935), en Plenitud de España , Ed. Losada S.A., Buenos Aires, Argentina , 1979, p.24.

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