Versainograma a Santo Domingo desde Isla Negra (Chile) en febrero de 1966

Pablo Neruda


Perdonen si les digo unas locuras
en esta dulce tarde de febrero
y si se va mi corazón cantando
hacia Santo Domingo, compañeros.

Vamos a recordar lo que ha pasado
desde que don Cristóbal marinero
puso los pies y descubrió la isla.
¡Ay mejor no la hubiera descubierto!
Porque ha sufrido tanto desde entonces
que parece que el Diablo y no Jesús
se entendió con Colón en este aspecto.

Estos conquistadores españoles
que llegaron de España con lo puesto
buscaban oro, y lo buscaban tanto,
como si les sirviese de alimento.

Enarbolando a Cristo con su cruz
los garrotazos fueron argumentos
tan poderosos que los indios vivos
se convirtieron en cristianos muertos.

Aunque hace siglos de esta historia amarga
por amarga y por vieja se la cuento
porque las cosas no se aclaran nunca
con el olvido ni con el silencio.

Y hay tanta iniquidad sin comentario
en la América hirsuta que nos dieron
que si hasta los poetas nos callamos
no hablan los otros porque tienen miedo.

Ya se sabe que un día declaramos
la independencia azul de nuestros pueblos
uva por uva América Latina
se desgranó como un racimo negro
de nacionalidades diminutas
con mucha facha y con poco dinero.

(Andamos con orgullo y sin zapatos
y nos creemos todos caballeros.)

Cuando tuvimos pantalones largos
nos escogimos pésimos gobiernos
(rivalizamos mucho en este asunto:
Santo Domingo se sacó los premios).

Tuvo de presidentes singulares
déspotas sanos, déspotas enfermos,
tiranos tontos y tiranos ricos,
mandones locos y mandones viejos.

En esta variedad un tanto triste
tuvieron a Trujillo sempiterno
que gracias a un balazo se enfermó
después de cuarenta años de gobierno.

Podríamos decir de este Trujillo
(a juzgar por las cosas que sabemos)
que fue el hombre más malo de este mundo
(si no existiese Johnson, por supuesto).

(Se sabrá quién ha sido más malvado
cuando los dos estén en el infierno.)

Cuando murió Trujillo respiró
aquella pobre patria de tormentos
y en un escalofrío de esperanzas
subió la luna sobre el sufrimiento.

Corre por los caminos la noticia,
Santo Domingo sale del infierno,
por fin elige un presidente puro:
es Juan Bosch que regresa del destierro.

Pero no les conviene un hombre honrado
a los gorilas ni a los usureros.
Decretaron un golpe en Nueva York:
lo echan abajo con cualquier pretexto,
lo destierran con su Constitución,
instalan a cualquier sepulturero
en el trono del mando y del castigo.
Y los verdugos vuelven a sus puestos.

“La democracia representativa
ha sido restaurada en ese pueblo”
dijo El Mercurio en un editorial escrito
en la embajada que sabemos.

Pero esta vez las cosas no marcharon.
De un modo inesperado aunque severo
a norteamericanos y gorilas
les salieron tornillos en el queso.
Y con voz de fusiles en la calle
salió a cantar el corazón del pueblo.

Santo Domingo con su pueblo armado
borró la imposición de los violentos:
tomó ciudades, campos, y en el puente,
con el pecho desnudo y descubierto,
aplastó tanques, desafió cañones.

Y corría impetuoso como el viento
hacia la libertad y la victoria,
cuando el texano Johnson, el funesto,
con la sangre de muchos en las manos,
hizo desembarcar sus marineros.

Cuarenta y cinco mil hijos de perra
bajaron con sus armas y sus cuentos,
con ametralladoras y napalm,
con objetivos claros y concretos:
“poner en libertad a los ladrones!
y a los demás hay que meterlos presos!”.

Y allí están disparando cada día
contra dominicanos indefensos.

Como en Vietnam, el asesino es fuerte,
pero a la larga vencerán los pueblos.

La moraleja de este cuento amargo
se la voy a decir en un momento
(no se lo vayan a contar a nadie:
soy pacifista por fuera y por dentro!):
Ahí va:
Me gusta en Nueva York el yanqui vivo
y sus lindas muchachas, por supuesto,
pero en Santo Domingo y en Vietnam
prefiero norteamericanos muertos.

Versainas de protesta por el desembarco de marines en Santo Domingo, publicadas en hojas volantes en Valparaíso y en Santiago, 1966.

[Tomado de las poesías completas del poeta, las gracias sean dadas a Leo Rodríguez, por el gesto de la copia].

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