LETRAS PENSAMIENTO SANTO DOMINGO MIGUEL D. MENA EDICIONES

Pedro Mir
(San Pedro de Macorís, 3 de junio 1913 - Santo Domingo, 11 de julio 2000)

Poema del llanto trigueño
Plática del pozo
La vida mande que pueble estos caminos
Evocación del ruido

Hay un país en el mundo
Contracanto a Walt Whitman
Amén de mariposas
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
Portaviones Intrépido

POEMA DEL LLANTO TRIGUEÑO
Al señor Magdalena.


I

Es la calle del Conde asomada a las vidrieras,
aquí las camisas blancas,
allá las camisas negras,
¡y dondequiera un sudor emocionante en mi tierra!
¡Qué hermosa camisa blanca!
Pero detrás:
la tragedia,
el monorrítmico son de los pedales sonámbulos,
el secreteo fatídico y tenaz de las tijeras.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,
aquí las piyamas blancas,
allá las piyamas negras,
¡y dondequiera exprimida como una fruta mi tierra!

¡Qué cara piyama blanca!
Pero señor, no es la tela,
es la historia del dolor escrita en ella con sangre,
es todo un día sin sol por cortar veinte docenas,
es una madre muriendo el presente del hambre,
es una madre soñando el porvenir de la escuela.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,
aquí los ensueños blancos, allá las verdades negras,
¡y dondequiera ordeñada como una vaca mi tierra!

Rompo el ritmo, me llora el verso, me ruge la prosa.

¿Es que no hay nadie que sepa la historia de las camisetas?

II

Llegaba de Monte Plata
como una carta trigueña,
con una firma de pascuas,
y un sello de nochebuenas.
Recia en los muslos redondos,
suave en la frente de tela,
con la esperanza en la Virgen
y el seno en la primavera.
Llegaba alzado en sonrisas
todo un corral de guineas,
cortando con las pestañas
racimos de gentileza,
calzando las esperanzas
con zapatillas de seda
y oteando los horizontes
con las miradas en fiesta...

Con ojos de mala noche
la miró Niño Rivera:
¡Para mirarte, muchacha,
está la calle del Conde,
asomada a las vidrieras!
Subieron las alegrías
por escalones de estrellas,
se abrieron de serenatas,
jazmines de luna llena,
blancas de miedo, las nubes
almidonaron tormentas
y una estrella hincó temblores
como un presagio de penas...

Allá los ensueños blancos,
aquí las verdades negras.

Con llanto de manantiales,
destila sangre la tierra.
Dice a su hija que un día
las dejó Niño Rivera,
sin cena para la noche,
sin traje para la escuela,
¡y un ogro le está pagando
con un pan, veinte docenas!

III

Es la calle del Conde asomada a la tragedia,
aquí los ensueños blancos,
allá las verdades negras,
¡y dondequiera un sudor rojo de sangre en mi tierra!

 

PLÁTICA DEL POZO

Me abrí como un jacinto por el rumor del agua
y mi redonda entraña se pobló de luceros.
Desde entonces la isla se detiene en mis labios,
viene a besarme la tierra, viene el cielo
apoyado en la lluvia, viene la paloma apenas,
y apenas la oblicua garza por la orilla
del sol, viene un sueño por las sienes,
que vacían en mí sus rotundas pupilas,
y vienen breves páginas de sonrisas morenas

Ahora vibra el contorno adormecido y verde,
los jacintos cancelan su leche perfumada
y se aproxima el trébol a mi brocal de luto;
ahora el cielo palpita su corazón morado
de sostenidos frutos. Inminentes luceros,
en mi piel desenfadan su chal de regocijo;
ahora tira una moza su derredor soluble
y suscita en mi sombra la amargura y el miedo;
ahora el susto, las horas y la cifra enlutada,
el amor sin palabras, el metal diluido
y la planta desnuda y el sueño retirado,
ahora el aire y la tierra y el metal de los pocos,
y la luz y el reposo y el coral retenidos;
ahora tira una moza su material humano
y sus ojos contienen el esquema del mundo.

Pero viene la aurora y su mansa cuadrilla
de gallos y cencerros y la sed se levanta;
a lo lejos el mapa se llena de molinos
de tréboles crecidos y de móviles manchas
de perros y caballos de la lengua ganosa,
y en el árido instante de la sed desplegada,
de cáñamos y cubos se puebla mi reposo
y parezco una lluvia de regreso hacia arriba,
por donde busco el árbol y la torpe simiente
y el surco resignado y la resistida arena
para un nuevo retorno de la herencia de mayo.
Pero llega la aurora y la sed se levanta
y mi piel se destina a aliviar el trabajo.

Me abrí como un jacinto hacia el sol y estoy abierto.
Veo los brazos marcados y el silencio,
de rostros retorcidos y la risa tronchada,
y los doblo en las ondas de mi piel detenida,
porque éste es el destino del mundo que me toca;
para el mal encendido tengo fresca la entraña,
tengo el instinto del celeste azul, y estoy abierto,
siempre abierto con un estremecido corazón de agua

Que el nimbo nuble con su gris mi pupila,
que entre los hombres cruce un frenesí de enojo
y de orgullo y el malestar agoste la ternura,
que en los párpados caigan las cenizas del sueño,
que falte la llovizna y la savia disloque
su tránsito de aromas al estival racimo.
Tengo mi cielo propio y mi corazón de agua, d
el agua azul, mi corazón de espejo sumergido.

Es que la sal a veces renueva su avenida
y en mitad del reposo me voy poniendo amargo;
entonces la elegía de marfil apagado,
entonces el vacío, su puente de recelo,
y del níquel sufrido el color de la mano;
entonces el jacinto que salva la aguadora
y la llama florida que redime al herrero
y la voz de rocío del vigilante oscuro
y el pastor vespertino que me asoma su pecho
y la nodriza joven que me da su equilibrio;
todo tiene sabores de raíz apretada.
Es que la sal a veces recoge su sonrisa
y va amargando entonces mi lívida cabana.

Pero no se detiene mi primera alegría,
y declara la uniente claridad de mi vena.
Piedra caída, arrebatada firma del vuelo,
ruta de la sonrisa o el recelo hacia el semblante,
todo azul o materia que ama la caída
tiene en mí su secreto y su iluminado apoyo.
Copio el mundo, lo calco en mis entrañas,
luego lo distribuyo por el alto contorno.

La reciente pupila que visite mi labio,
recogerá un aspecto viril y momentáneo,
un jacinto variable, un ala retenida,
un instante abolido, una cifra celeste,
y quedará en la sombra mi fiebre sumergida
y abierto al sol mi estremecido corazón de agua.
Soy un pozo sencillo y verdadero
que define la urgente claridad de su alma.

LA VIDA MANDA QUE PUEBLE ESTOS CAMINOS


Vienen las horas, horas de cielo azul,
y de verano, sobre la copa verde.
Vienen sobre las velas de la mar
del sur y luego sobre los hombres vienen.
Crujen al paso del timón y saltan,
y desde entonces saltan sobre los meses.
Y un caracol de manos entre la espuma
coge su mes de plata y lo desenvuelve.

Por estas horas vienen estos caminos
de sangre, temblorosos hacia la gente,
traen su viejo bulto de sudor, su angustia,
sus jornales de luto sobre las sienes;
traen su vieja rabia de color y el último
recio lenguaje de color y su fiebre;
traen sus brazos torcidos como la brisa
de las banderas, el sudor asustado
como el brocal de un pozo y el viejo paño
de lágrimas y el puñal de cruz y la muerte.

Estos viejos caminos cruzan las horas
largas, vienen hacia los hombres, los vuelven
amargos, los hacen madurar en ácida
madurez de fruta cálida y agreste,
y a veces les distribuyen horizontes
rojos de espinas y amapolas rebeldes.

Vienen las horas y yo quería un rápido
florecimiento de amor, una inminente
paz cuajada bajo los techos. ¡La vida
manda que pueble estos caminos oscuros!

Yo quería una verde provincia de pan
y frutas erguida sobre un mapa reciente,
junto al agua de piedras que el puño alcanza,
y el afán alcanza y el sudor contiene.

La vida manda que pueble estos caminos:
manda que pueble estos caminos y entonces
sale esta voz de sombras y de raíces
amargas y de mariposas de fiebre,
de esta garganta tupida de raíces
amargas y de encendidas mariposas de fiebre.


EVOCACIÓN DEL RUIDO


Cada cabeza llevaba con soltura su pedazo de cielo
completamente propio, por la quebrada esquina.
Pasaban cielos claros y mocetones de cielo,
ligeramente solos, con un aire contiguo a la adolescencia.

Cada cabeza arrastraba su ámbito de cielo.
A veces, en la quebrada esquina,
perseguido de breves remolinos azules,
se detenía un cielo juvenil que apenas reposaba
como un beso sobre una piel secreta
oculta en una red de bucles dolorosos.
Probaba su equilibrio hecho de venas blandas
y músculos de rosa,
y seguía la ruta necesaria,
el breve sur que levemente mancha el este,
en la presente rosa de los vientos de verano.
O quizás desembocaba el último cielo
en la esquina quebrada,
con su nube final, su azul definitivo,
y seguía un rumbo ignorado por su dintel de sombras
permanecidas de intimidad encadenada.

Porque, eran muchas cabezas
y todas de sangre viva, de movimiento vivo,
y cada una entonces arrastraba su cielo...

Fue por aquel momento por donde vino el gran ruido.
Surgió de las sombras, del fondo de sus caminos
negros, del terrón escondido,
y emigró a los ladrillos bermellones,
llenó todo el día, repercutió
en el último rincón donde descansa el último
pensamiento, silenció toda boca,
designó un gran olvido que borré todo olvido;
y el odio y la esperanza,
y quedó palpitando, completamente solo
cayendo como un hongo ilimitado,
el último pensamiento cautivo de la nada,
cogido en su propia malla de cordones severos.

Después circuló la vida de repente
con nueva sangre y corazones nuevos.
Hizo un extraño día de grandes ojos celestes
y un cielo inmenso de tacto cristalino
se derramó en silencio por todas las cabezas...

Azul de un solo cielo.
Razón de un miedo antiguo.
Recuerdo haber querido un amor sin tropiezos.
El aire estaba limpio como llovidas hojas.
Nos dimos la misma mano,
medimos la distancia,
pasaron nuestras venas precipitadamente
en pos de un lejano poro.
Un tosco jirón de cielo tembló sobre tus rizos,
y en el fondo del alma nos sobrecogimos de miedo.
Un miedo interminable que rompía los cielos en fragmentos azules...

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