El Ataúd
Sabía que ese señor entendería
a la perfección sin preguntarme demasiado. Lucía muy
confiado inmerso en su labor antiquísima y a la vez fastidiado,
prisionero dentro de su piel arrugada por pigmentos de tabaco.
Sentí mareos cuando se abrió levemente la primera
puerta, esperaba encontrar un funeral en pleno apogeo. Pero no,
el salón estaba vacío y a la vez repleto de ataúdes;
él se mantuvo sentado en el centro con sus piernas cruzadas,
aguardando con indisimulada ansiedad el momento en el cual aquellos
espacios fueran ocupados. Se entretenía observando la trayectoria
de los carros que cruzaban salvajemente las dos vías de la
avenida o seduciendo a la mirada del curioso que posaba sus narices
sobre los vitrales de la entrada de su negocio, desde donde se podían
evaluar los ataúdes más caros.
Me acaba de entregar esta carta donde me otorga plenos poderes sobre
su cuerpo, dice que se suicidará mañana a las nueve
de la mañana, quiere que le ayude a escoger el modelo de
ataúd más adecuado acorde a su presupuesto. Bien,
pues evaluemos lo que ofrezco... ¿está seguro?
Le mostré mi dinero. No le costó mucho esfuerzo la
selección, el escogido estaba localizado a mano derecha,
todo negruzco y carente de atractivos; era de pino tratado y le
faltaban cepilladas, era estrecho y estaba repleto de hormigas quienes
esperaban hambrientas el descenso de carne para devorarla. Me dijo
que era de “tipo estándar” y que entraría
sin forcejeos .
Me apuró a que penetrara al cajón y lo probara, casi
lo hice.... pero el deseo de vomitarle su gastada camisa me lo impidió.
Me quedé cabizbajo observando la pésima terminación
del crucifijo que descansaba sobre la parte superior de mi casi
- ataúd...estaba pintado de un color pseudo-plateado que
se deterioraba por la falta de un retoque de pintura anti-oxidante.
Le entregué el dinero sin mirarle al rostro, también
mi carta manuscrita y firmada con mi garabato característico.
Habíamos acordado que llegaría a las ocho y cuarenta
y cinco de la mañana siguiente con un revolver cargado de
una sola bala, me pararía delante del sarcófago antes
de reventarme la sien.
Disfrute mucho hoy que será su último día...
beba mucho ron lavagallos para que se le empiece a pudrir el hígado,
hártese de frituras para que se le jodan los intestinos...
metáselo a alguna puta de las que se juntan por la Duarte
con París a ver si coge alguna ladilla que le acompañe
cuando apague las luces, haga algo inolvidable! no quiero que venga
mañana sin una última buena historia que contarme.
¡Qué falta de respeto, sepulturero!
si no fuera por mi urgencia le hubiera sacado los ojos con el llavero
sacacorchos que ocultaba en el bolsillo, pero debía ultimar
los detalles de aquel día que apenas comenzaba. Le di la
espalda y abandoné el salón. Al salir, el smog me
refrescó los pulmones. Me cercioré de que no me estuviera
vigilando...la avenida aumentó su ritmo desquiciado ... desde
ahí se escuchaban los gritos de algunos transeúntes
que provenían desde unos tres metros de distancia...era una
turba que observaba cómo agonizaba un motorista atropellado
por una Ford que prosiguió su ruta indiferente...la gente
era morbosamente chismosa, si fuera aquel chofer yo también
hubiera escapado. El infeliz se desangraba y de los curiosos ninguno
se animó a llamar al 911, a pesar de que decenas de celulares
adornaban sus preciosas y acicaladas cinturas....penetré
la multitud por puro placer contemplativo...el hombre tenía
incrustado un peñón en el vientre y por esa abertura
se le salían las vísceras a borbotones....sus ojazos
desbordados parecían calcular la dimensión de la antena
radial que le quedaba al frente....aun sostenía su casco
protector como si acaso se lo volvería a poner....algo improbable
considerando su aspecto agonizante, casi alcanzando la categoría
de cadáver.
Seguí mi ruta peatonal, me toqué las nalgas para confirmar
que no me habían cartereado.
El sepulturero olfateó la sangre que se evaporaba sobre el
asfalto, se cubrió con un gabán negro y se acercó
sosteniendo un maletín hacia el lugar donde reposaba su posible
próximo cliente...los mirones le despejaron el paso y a la
vez se persignaron. Lo divisaba a dos esquinas de mis espaldas,
volteaba la cabeza con frecuencia sin acabar de desconectarme de
la escena...
Iba rumbo a mi casa, día sábado once y cuarenta y
cinco de la mañana....mi mujer e hijo me esperaban para almorzar.
Llegué y no los saludé. Aguardaban que me sentara
junto a ellos....el locrio de camarones olía muy bien (mi
mujer por lo menos era excelente cocinera) ...observaban sus platos
servidos y me urgían a sentarme para darle las gracias a
Dios y después comer...el sonido de los cubiertos delataba
que la mayor prioridad era lo primero no lo segundo.
Entré al baño. Saqué mi revolver de debajo
de la loseta donde lo escondía desde hacía meses....traté
de no causar ruido encendiendo el radio a medio volumen...Le quedaba
una bala, justo la que necesitaba para el domingo....volví
a ocultarla y cerré la puerta...apagué el bombillo
y me senté sobre el inodoro...mi familia volvió a
sonar los cubiertos y por los chirridos deduje que comenzaron el
almuerzo sin mi presencia.
© Iván de Paula
octubre 2002