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MEMORIA Y ESPACIOS EN SANTO DOMINGO

Arturo Victoriano

 

Este texto nace para responder a una petición de explicación que me fuera formulada por Marcos Blonda, quien me honra con su amistad, y esta era la siguiente: “Por alguna razón los "zoneros" son hijos de los
izquierdistas, intelectuales o presos políticos de los doce años y los de la
Lincoln son hijos de los trescientos millonarios o sus adláteres. Explícame eso.”


Esta inquietud de Marcos surgió como fruto de una reflexión mía acerca de la Zona Colonial como uno de los pocos espacios urbanos estables de la ciudad de Santo Domingo. Voy a intentar responderla y de paso encontrar algunas explicaciones, que en este contexto serán más bien especulaciones.

La memoria es una de las facultades más representativas del animal humano. Así como en Proust el olor de la magdalena trae a la superficie todo aquello que se encontraba en el subconsciente del escritor, así voy a apelar a esta provocación para tratar de encontrar en mi memoria urbana (calles, casas, puertas, ventanas, autobuses, carros públicos y venduteros con pregones) las posibles respuestas a lo planteado.

Y para ello voy a partir de los datos fríos y siempre aleccionadores: en 1980, cuando yo contaba con 11 años, la ciudad de Santo Domingo tenía una extensión de 80 km², para el 2001, a los 32 años cuando abandoné República Dominicana, Santo Domingo tenía una extensión aproximada de 240 km², o sea que su tamaño se había triplicado en tan solo veinte años. Pero estos 20 años fueron los 20 años de mi conversión en adulto y esto tiene una importancia capital para la memoria y la manera en como se vive ésta.

Crecí en Villa Juana y viví mi primera adultez en San Juan Bosco, luego me mudé a Los Jardines del Norte para luego retornar a San Juan Bosco, o sea que la mayor parte del tiempo he vivido en lo que era el centro de Santo Domingo, pero ese centro era el centro de la ciudad de 1980, no de la ciudad real. Quizás de aquí provenga esa sensación de “ciudad que no existe” que tanto nos reprochan a los que, como yo, veneramos a un Santo Domingo que existe en muchos lugares dispersos pero que está presente como una totalidad en nuestra memoria. En esos 20 años la población de ese centro urbano disminuyó en un 15% aprox.

En ese Santo Domingo del 1980 era fácil moverse en transporte público. Los carros públicos costaban 25 centavos y cubrían rutas larguísimas para los estándares actuales, el PRD, con sólo dos años en el poder, había no solo democratizado la vida política sino también el transporte, ONATRATE se convirtió en un símbolo de la modernidad perredeísta pero también, de manos de Juan Luis Guerra, en símbolo de división social, rodábamos en ONATRATE, “con un pie adentro y otro afuera”. Pero estaba bien organizada, con sus mapas con las rutas en colores, las paradas señalizadas y todo lo demás. Parecíamos una ciudad moderna.

Y es en esta ciudad en la cual la Zona Colonial y sus alrededores (Ciudad Nueva, Gazcue, San Miguel, San Lázaro, San Carlos, Villa Francisca) era de capital importancia. Ella era el vórtice a partir del cual la ciudad se fue extendiendo espacialmente, pero también era el centro de la vida cultural y social de la ciudad.

En la Zona Colonial estaban las tiendas de prestigio (cuando mi papá quería echar vainas decía que había comprado esa chacabana en López de Haro, tradición que heredé), estaban también los restaurantes; estaban los cines: El Colonial, el Capitolio, quedaban los restos del Olimpia, convertido en estudio de televisión y el edificio donde estuvo El Rialto; estaban las oficinas principales de los bancos (todas en la Isabel La Católica), etc. Pero fue la Revolución de Abril del 65 la que definitivamente selló la Zona Colonial como un espacio con una cierta resonancia, con una cierta importancia y con un cierto vínculo socio-político-cultural urbano que ha trascendido las generaciones.

La Revolución del 65 se peleó en 20 cuadras, esas 20 cuadras de la zona constitucionalista quedaron grabadas para siempre en el imaginario colectivo como símbolo de resistencia nacional. Además, luego de la ascención de Balaguer al poder en 1966, la izquierda se quedó con la Zona Colonial y sus alrededores como un coto propio, una tradición que venía desde cuando en 1960 el MPD instaló sus oficinas en la Ave. José Trujillo Valdez, hoy Ave. Duarte. En la Zona Colonial hacían sus vidas los dirigentes izquierdistas (algunos viven ahí todavía, aunque hoy sean ex-izquierdistas). En ellos se dió entonces, principalmente durante la resistencia contra los 12 años de Balaguer, una continuidad en la memoria urbana y la zona constitucionalista que siguió vigente: las vigilias se hacían en el Parque Independencia, las marchas y manifestaciones se hacían en el Conde y sus alrededores, toda una simbología político-urbana operaba allí y fue transmitida a los hijos casi por ósmosis.

Entendiendo este proceso, el gobierno de Balaguer instauró desde sus inicios una política de desmovilización urbana y para ello se apresuró a reestructurar el trazado urbano de manera radical: la 27 de Febrero destruiría el entramado urbanístico de San Juan Bosco y Padre las Casas, partiendo en dos ambos barrios, eliminando el famoso “pley” del Colegio Don Bosco, del cual solo quedaba el recuerdo cuando ingresé en 1978. La construcción de los llamados “multifamiliares” en San Miguel y San Lázaro acabaría con los callejones salvados para la memoria en las páginas de los libros de Mario Emilio Pérez.

Estas no fueron las únicas consecuencias urbanas del gobierno de los 12 años. Los famosos trescientos millonarios necesitaban diferenciarse y para ello comenzaron a abandonar el centro urbano y así comenzó un proceso de extensión tipo “mancha de aceite” que ya era característico de las ciudades norteamericanas. Y aquí comienzan a surgir Naco, Piantini y demás “ensanches” en los cuales lo primordial era el efecto demostración de la riqueza recién adquirida. Pero al mismo tiempo que se establecían allí los nuevos ricos necesitaban espacios de diversión, esparcimiento y de adquisición de estatus. Con la llegada de Plaza Naco en los primeros 80, la ciudad, por primera vez, se vió partida en dos en cuanto a los desplazamientos sociales (ya había una López de Haro en Naco, aunque mi padre siguió comprando sus chacabanas en El Conde).

Con el retorno de Balaguer al poder en 1986, luego de 8 años de perredeísmo en los cuales no se hicieron cambios urbanos significativos, el asalto a la ciudad por parte del “ingeniero”, fenómeno explicado muy bien por Miguel D. Mena, se haría más brutal y feroz. Con el Expreso V Centenario se sellaría la suerte de uno de los tejidos urbanos mejor diseñados, al decir de los urbanistas, de la República Dominicana y del Caribe: el centro geográfico de la ciudad de 1980 compuesto por Villa Juana y Villa Consuelo sería destruído para dar paso a más “multifamiliares pantalla” y conduciría a un deterioro sin precedentes de la calidad de vida en sectores donde ya ésta era precaria.

Pero esa no fue la única consecuencia urbana: los nuevos millonarios, de los cuales no sabemos el número, asentarían sus reales cada vez más lejos de ese centro geográfico y urbanizaciones como Arroyo Hondo se extenderían de manera increíble y la densidad poblacional del llamado “polígono central” aumentaría en casi un 200%.

La obra balaguerista se vería culminada con los “elevados” y túneles de la administración peledeísta lo que solo traería más caos y consolidarían el proceso de “especialización urbana”. Este concepto amerita una investigación más profunda por parte de personas como Marcos, especialistas en el tema y no de un amateur como yo, pero digamos que ahora mismo Santo Domingo tiene sus sectores en los cuales se compran y venden ciertas cosas (algunas de ellas, como las gomas y los respuestos automovilísticos localizadas en el centro de la ciudad del 80, otras como las tiendas de diseño en el ‘’polígono central’’).

Y, conjuntamente con todo este proceso urbano, surgen los “jevitos” esos que no veían a la Zona Colonial como ese espacio mítico de resistencia, quizás porque sus padres estuvieron del otro lado del espectro o porque sus padres, habiendo estado en la Zona no deseaban repetir la experiencia del 65. Muchas familias que poblaron Piantini y lo convirtieron en un enclave citadino importante cuando siempre fue lugar de retiro y fincas familiares, lo hicieron a partir del 66 por temor a una repetición de la experiencia de abril.

Los “jevitos” tomaron a Naco, Piantini y Serrallés como su coto de diversión privado desde mediados de los 80 y no lo han soltado. A pesar de los 20 años transcurridos y de los desplazamientos que se dieron y se dan, porque la explicación que he intentado dar a la inquietud de Marcos no es exhaustiva ni concluyente, esta división sigue operando. La Lincoln se ha convertido en el Malecón y la Zona Colonial (lo del Malecón es otra historia totalmente diferente) de las clases medias altas y altas, con toda su parafernalia correspondiente.

Actualmente las oficinas bancarias principales están en la Winston Churchill, la Isabel La Católica ha devenido en una especie de túnel del tiempo para mostrar como fue aquello, quizás toda “la zona” lo es y esto no es más que un nuevo ejercicio de nostalgia de alguien que vive en un Santo Domingo que no existe, pero que está seguro que existió alguna vez.

 

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