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Abelardo Vicioso

SOLEDAD: DÍA CERO


Este poema empieza donde acaba el invierno
y se muere sobre un lento rocío
como un niño apenas tocado por el tiempo.
Este poema tiene la distancia de un día
sobre mi soledad.

Inicia la luz su vuelo hacia el oeste
y mi frente encamina su paso hacia el olvido.

Entre todas las cosas ninguna me levanta
de esta muerte sencilla de vivir sin deseos.

Del lado del amor para todas las cosas está dormida el alma.

Entro al amor desnudo, reciennacido, solo,
ignorante del mundo que me entregó la espada sollozante,
olvidado del beso donde inició su nombre el corazón ya para siempre.

Entro al amor, liviano, sin recuerdos,
entro sin esperanzas ni deseos,
entra mi alma completa, sin las mutilaciones
de los días pasados y los que han de venir,
agua de sufrimiento.

Palpo la luz en el inquieto espejo del océano
donde se multiplica la mañana,
y mi nombre suena gentil en los labios recién apetecidos
de la muchacha que nació para un día:
para este día solo sobre mi soledad.

Ella ocupa el vacío que dejó la tristeza.

Por su piel entreabierta pasa mi amor cantando.
Bajo el incandescente palio de un mediodía entero,
separados del tiempo por un beso muy largo,
velas a la ternura, navegamos en seco.
Luego pasan las sombras hacia el Este temblando.
Entro a la noche y traigo los ojos húmedos de luz,
emergentes de un día profundo como una eternidad
sobre la primavera de un país admirado.

Lejos se va quedando el mar en tanto la ciudad
entreabre, una a una, sus encendidas puertas.

El día terminará con la cabeza recostada en los muslos
de la muchacha sorprendida.

Este día terminará con una palabra sucia: SOLEDAD.

Ciudad Trujillo,
Abril de 1957

 

 

ARGUMENTO DE LA SANGRE


I
Hoy he salido a visitar mi casa
(calles solas, sin voces, calles, calles).
Una paloma me mira como a un extraño
mientras me da su pico y un lirio atravesado.

Yo podría escribir trastornando la lluvia,
manteniendo una rosa de rodillas al canto:
"Las estrellas se empeñan en hacerme sonreir
con las mejillas. Y me pregunto:
¿hay grillos y violetas y rubores habitando la noche?
La noche me fabrica un puente todas las noches
y al trote de mi corazón deshojo la distancia".

Podría escribir, de nuevo...
(La paloma me mira como a un extraño).


II

Cuando salí a visitar mi casa
(calles solas, sin voces, calles, calles),
llevaba en los bolsillos una lámpara.

La muerte me hizo señas con la lluvia
y me tronchó los labios con su espada;
la paloma lloró con mi silencio
y se apagó cuando encendí mi lámpara.

III

No estoy solo:
el mundo tiene muchas cosas que son mías,
mucho dolor que es mío mucha sal en las venas.

El mundo tiene sed y tiene una muchacha.

IV

Cuando voy por la calle
me golpea el rostro con su pañuelo mentiroso
y un pelotón de hormigas va sitiando mi cuerpo.
Porque la brisa no es opaca
ni es opaca la lágrima que me sirve de ojo
y el dolor tiene cuerpo como una esquina cualquiera
y dos o tres niños, al llegar el invierno,
se acurrucan ansiosos en los muslos del viento.

V

No puedo devolver la lluvia a su casa esponjosa,
pero, ay, nos es imprescindible
amonestar al hombre, sacudir esa cara
dolida de cosmético que tiene su palabra,
argumentar el sueño angustioso de la sangre,
para que la mañana amanezca en los ojos
y las violetas sepan que la lluvia es un hombre
y yo salga tranquilo a visitar mi casa
(calles solas, sin voces, calles, calles)
y aquella paloma me deje de mirar como a un extraño.

 

CANTO A SANTO DOMINGO VERTICAL


Ciudad que ha sido armada para ganar la gloria,
Santo Domingo, digna fortaleza del alba,
hoy moran en mi alma todas las alegrías
al presenciar tus calles con movidas y claras,
el rostro erguido y bronca la voz de tu trinchera:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Sé que para engullirte como sardina rondan
treinta y seis tiburones en tu ardiente ensenada,
celosos de los hombres que construyen la vida
y nunca se arrodillan en sus grandes batallas.
y tú estarás de pie, diciendo al enemigo:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

El cinturón de fuego que tu vientre comprime
puede volver cenizas la vastedad del mapa.
Pero quiere decirte, guardiana de mis sueños,
que todos sus infiernos y sus hombres se apagan
en el océano inmenso de los pueblos que gritan:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Quiero que sepas hoy que te amo más que nunca,
corazón de la vida que prefiere la Patria.
Que a todos los amores sembrados en el mundo
quito una flor y es poco para cantar tu hazaña.
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Tú estarás para siempre dibujada en mi pecho
de marinero en ruta tras la estrella del alba.
Tu voz será la música de mis noches de fiesta.
Y cuando en algún sitio la luna esté apagada,
desplegando mis velas repetiré contigo:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

¡Vuelve a tu casa yanqui! Santo Domingo tiene
más ganas de morirse que de verse a tus plantas.
Y si violas sus calles combatientes y puras
la tendrás en cenizas, pero nunca entregada.
En medio del silencio de la ciudad hundida
gritarán los escombros. ¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Santo Domingo,
Junio de 1965.

OTROS POEMAS:

Canto al fondo del mar

La soledad no es mía

Repudio de la soledad

Más cerca de la tierra

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