LETRAS PENSAMIENTO SANTO DOMINGO MIGUEL D. MENA EDICIONES

LEER A SANTIAGO DE LOS CABALLEROS

Miguel D. Mena

A Cuqui Batista, por hacer un Santiago moderno.

A Ángela Peña, por el Santiago de los años 80.

A Rafael Emilio Yunén, por conservar y pensar lo mejor de la ciudad.

A Iván Araque, por las vueltas y más vueltas y la casa de Gregorio Samsa

A Sahira Fontana, por las fotos.

 

1.                 LEER LA CIUDAD DOMINICANA

 

Hasta los años 60 hablar de “ciudad” en el espacio dominicano era referirse a Santo Domingo, su capital. Después de la muerte de Trujillo en 1961 y todo el huracán desatado en nuestra textura desde entonces, tendremos que hablar de Santiago, de San Francisco de Macorís, de La Romana, llegar incluso hasta Jimaní, que es como advertir hasta dónde llegamos en el imaginario de lo nacional.

Al alborear el siglo XX, y luego de ver cómo las nociones de poder de un Michel Foucault se asocian a los conceptos de territorio politizado de un Henri Lefebvre y llegan a la geografía de la mano de David Harvey y Edward Soja –para no congregar demasiados nombres-, los poetas y filósofos –como Charles Baudelaire y Walter Benjamín e Ítalo Calvino-, tienen que se invitados a esta fiesta de las visiones.

Cada nombre es una línea, una apuesta conceptual. Detrás de cada uno se va trazando un hilo invisible, una propuesta de leer el espacio como transfiguración de un orden, un discurso, una disposición, una proyección, un situarse cartográficamente. 

La ciudad dominicana ya no sólo es la condensación de fuerzas, llámense clases sociales o sus manifestaciones, sean éstas las huelgas, las movilizaciones, el trabajo informal, el sector terciario, la explotación, la marginalidad, y todo lo que las perspectivas marxistas nos legaran. La ciudad será esto, naturalmente, pero también habrá la necesidad de pensarla como transfiguración del sujeto, de subrayarle sus lados éticos y estéticos, de retrotraernos un tanto a aquello largamente olvidado, como lo es el concepto del “habitar” en el mundo (Heidegger).

Pensar el espacio urbano dominicano desde estos primas es acercarnos a esta otra piel de calles y edificaciones, de discurrir y transcurrir, de espejos opacos, convexos y a veces reflejantes de lo mejor que somos y de la perla que tendrá que pulirse para que el brillo sea el de cierto bienestar.

La ciudad es el tema inagotable. No por ello tiene que ser la piedra de Sísifo. Siempre tendremos que pensarla en su relatividad –y en la propia nuestra-, ubicándonos en un sentido de comunidad, de verdades que se intercambian y muchas veces se comparten. Para ello hay que salvarse de los títulos, sean éstos los del sociólogo, el politólogo, el geógrafo, el planificador, pensándose en esta marcha que no cesa.

La guagua azul de Jim Morrison siempre estará pasando por la playa.

 

2.                 SANTIAGO

 

Podríamos hablar de un “camino a Santiago” particular en la historia dominicana.

Al fondo no estarían los restos del apóstol, como en España, aunque en el camino imaginario sí que se producirían milagros. Veríamos la maravilla de una población constituida al fragor de  los terremotos, las invasiones y los incendios, como marcada por haber surgido a orillas del río Yaque y por ser, con razón, una “ciudad corazón”, u punto en el centro insular, metáfora geográfico que luego pasaría a ser emocional, a sobredimensionarse, como si lo santiaguero fuese algún fiat et lux.

Aquí los conquistadores no encontraron oro.

La villa se creó como un temprano punto en esa red que atravesó la Isla, que comenzaba con la Isabela en el norte, pasaba por aquí, por Santiago, continuaba por la Vega, Bonao, tenía su punto esencial en Santo Domingo y llegaba, por el oeste, hasta Buenaventura, y por el este, hasta el Seibo.

“Santiago es Santiago”, se dice. No hay ciudad dominicana donde la sensación de pertenencia, el patriotismo local, sea tan encendido, como en esta segunda ciudad dominicana. A los incendios y terremotos se le agrega la descarga de los andulleros en el siglo XIX, la cantidad de presidentes locales, de caudillos, de opositores, de muertos y de vivos.

Santiago es el Norte, es el Cibao, es la otra cara de la moneda nacional.

Se habla un castellano más cerca de Galicia que de Castilla La Mancha. Frente a la caña oriental, aquí la hoja del tabaco ha trazado el rostro de ciudades y campo.

La ciudad vive en una aureola de misticismo. Se habla de Santiago de los Caballeros, de aquellos 30 hidalgos supuestos que retomaron el nombre de aquel que había vencido al dragón diabólico y que debería, igualmente, salvar el proyecto colonizador en aquellas entonces inhóspitas tierras del Nuevo Mundo. En realidad tales caballeros no debían ser más que soldados y campesinos extremeños, andaluces, españoles de toda la península, gente sin nombradía pero en su loca búsqueda, que asumía las Indias como El Dorado, como su posibilidad de inscripción dentro de los registros que el capitalismo comenzaba a realizar en la historia mundial.

Parque Central de Santiago de los Caballeros en 1908

A pesar de la constatación de sus inicios urbanos en 1504, como ciudad sólo podría hablarse a partir del siglo XX.

Al preguntar en el aula y los autobuses –dos de mis espacios favoritos de intervención académica-, sobre aquello que se asocia a este espacio, se nos dice: el Monumento, el tabaco, el equipo de baseball Águilas Cibaeñas, la Universidad Católica Madre y Maestra. Los más avispados, al notar mi hablar en “capitaleño”, dirán que E. León Jimenes y el Centro León.

Al ir ingresando a la ciudad su perfil ya ha sido cincelado por anuncios comerciales e imágenes históricas, por entrada a moteles y urbanizaciones, por edificios que no acaban de construirse y mansiones en lo alto y en lo bajo.

A la ciudad se llega por el Monumento. El Monumento tiene que bordearse. Es indefectible. Opera como un muro, porque separa dos dimensiones, el antes del acceso y el después de un paisaje timbrado por eso que no se sabe el límite de lo rural-urbano. Nos instala en cierto juego de subi-baja. Lo que antes era un monte que cobijaba, un espacio que podría lanzarnos geográficamente a la Roma de los primeros tiempos, gracias a la Era de Trujillo se convirtió en la marca moderna de la ciudad y sus designios. Durante años se consideraba la mayor altura producida por manos humanas en tierras caribeñas, y quién sabía.

El Monumento ha monumentalizado la representación que de su espacio tienen los santiagueros. Santiago es en tanto se enfrenta a “lo capitaleño”. Después de esta construcción podría decirse que hay un sentido de protección, de autosustento, el amparo bajo una inmensa raya y un basamento que ha sido asemejado a un bizcocho, que está envuelto sobre anécdotas de la posible modelo de la dama que corona su altura.

En su tiempo de erección se informaba que el Monumento tendría 365 escalones, tantas como años tiene el día. ¿Estamos frente a un principio místico, parecido al de las pirámides, a cierta cosmización del imaginario trujilloneano?

Esta edificación fue en principio el “Monumento a la Paz de Trujillo” (1944), con una estatua ecuestre del tirano en su frente como advirtiendo el comienzo del día. Su diseño fue obra del arquitecto Henry Gazón Bona, el mismo que diseñó el modelo de los locales del Partido Dominicano, y quien lanzó la consigna del neoclásico como el estilo que mejor convenía a la Era de Trujillo, entiéndase, del país.

Adornado con los murales del español Vela Zanetti, debía ser una pastiche de monumento, museo, café y paseo turístico.

Después de 1961 el Monumento se recicló, recordándose con él a los héroes de la Restauración, correspondiéndole al ingeniero Mauricio Álvarez Perelló la adecuación post-dictatorial correspondiente.

Detrás del Monumento está la calle El Sol, enfrentándosenos.

Todo es borde en Santiago. La única manera de llegar al centro “histórico de la ciudad” es bordeando la Calle El Sol. No es laberíntico su tramado, pero es tortuoso, por toda la cantidad de héroes locales en passolas (las vespas de la modernidad criolla), por la cantidad de vendedores y carretas y camiones, por la cantidad de vehículos y esa lenta hiperconcentración de lo comercial en el mismo corazón de la ciudad Corazón.

Llegar al antiguo Centro Español –la marca oligárquica de la ciudad-, sentarse en el Parque Duarte, es implicarse en ese hablar constante y en ese ir de prisa que tiene la gente de la zona, en esa sensación de haber salido de una siesta permanente y todavía no tener las fuerzas suficientes como para abrirle la puerta a lo laboral.

Y de repente estamos en calles con olor a comida, con calores intensos –tal vez por la falta de vegetación en la calle-, por calles cuyos nombres no precisamos por el perenne problema de la señalización pero que se sabrá luego por dónde andamos si luego digo “Hotel Mercedes”.

No hay lugar más vinculado a lo habitacional que el Mercedes. Por cierto, es el único espacio literaturizado de la ciudad. (Me explico: no hay –o no encuentro- una narrativa que me hable de la ciudad, de sus calles, de su gente, sólo ensayos. Lo único que he encontrado ha sido la escena de un duelo en el Hotel Mercedes, en la novela “Abalorios” (1984) de José Bobadilla…).

El centro de Santiago siempre ha sido comercial o burocrático. Las “familias” comenzaron a desalojar la zona luego de que el eje simbólico se resituara por los lados del Monumento.

Con el desarrollo del capitalismo salvaje del último decenio, estas hermosas casas victorianas han comenzado a ser pasto de los tractores y servicio rápidos de los nuevos centros comerciales. El mall de la Sirena ha barrido con toda una manzana, llevándose de paso al Teatro Colón. Las necesidades de parqueo en la zona también ha hecho sus desiertos pariticuales. Pensar en aparcamientos de dos o tres niveles, es decir, de soluciones limitadas pero soluciones al fin, es una quimera.

El Santiago del 2005 es uno con dos líneas extrañas, extrañísimas en verdad, pero líneas: la que reconfigura el centro –del cual la devastación del estilo victoriano es su marca-, y la que marca la migración china, con sus arreglos de uñas en la avenida Las Carreras.

Detrás queda el río Yaque,  cuyo aspecto dormilón resaltó en su día el cantautor Juan Lockward, y que bien podría ser pensado como paradigma del imaginario urbano: El Yaque es una alegoría, un parapeto, ese fondo bien al fondo que sostiene pero que no forma una línea emocional de la cotidianidad. La gente no mira al río. Lo acuático está en la costa, pero no en el aquí de esta agua. Aunque la ciudad naciera junto al agua –como todas las ciudades coloniales-, el río no ha sido un referente material, sólo es motivo de un puente y que los geógrafos repartan suerte.

La ciudad vive en una pausa permanente. Cada barrio es una unidad propia. Ir de uno a otro es atravesar épocas bien variadas. Nibaje, los Pepines, Cienfuegos, Pekín, son evocación de riesgo, de fiesta, de lo más extraño, territorios apaches a veces para esa burguesía que mira más al Norte y a Europa en sus gustos que a lo sudoroso de los pueblos más cercanos.

No hay una degradación del color ni una sensación de agobio, como en Santo Domingo, porque el santiaguero ha sabido delimitar un concepto de la distancia con respecto a la persona.

Estamos en una ciudad para una Festina Lenta.

En Santiago la modernidad trujillista no se ha borrado. Tal vez por su tamaño y su hiperconcentración sus sujetos han logrado expresarse, compactarse, enfrentándose, por ejemplo, al gran timo que hubiese podido ser el parquímetro.

En Santiago siempre se está bajando o subiendo por alguna calle. Nunca será posible trazar una recta entre la realidad y el deseo. ¿Modela esta manera de llegar una manera de ser?

El letrero del Mercado Municipal me da una clave. Aunque esfumado en su parte inferior, todavía es posible advertir el mismísimo nombre de la Era de Trujillo. Enfrente, en esta calle El Sol, el abandono de los centenarios locales comerciales es aprovechado por el detallismo local para sus tarantines y puestos de venta, transformándonos visualmente el espacio en una gran fiesta de colores.

La madera va cediendo a los muros. El santiaguero no sabe qué hacer con su historia. Entre la antigua Fortaleza de San Luís, el centro histórico y e Monumento parece levantarse esa sábana de un pasado ante el cual se van perdiendo los lazos de continuidad. En medio queda el Centro Cultural León Jiménes, salvando lo que nadie salvaría, convocando lo mejor de lo que se fue y pensando más allá de Santiago.

Mientras tanto, el calor seguirá por los siglos de los siglos y habrá que coger para Puerto Plata o Moca o volver a la capital por esos caminos rápidos y siempre llenos de color, de calor y de la gente que nunca dejará la idea de que sí, de que por aquí anduvieron treinta caballeros mientras el río Yaque seguía durmiendo.

 

 


SINOPSIS HISTÓRICA DE SANTIAGO DE LOS CABALLEROS

1504: Es fundada la Villa de Santiago, por Bartolomé Colón, en la zona actualmente conocida como Pueblo Viejo.

1508: Otorgamiento del escudo de armas, por el rey Fernando el Católico, parecido al de la ciudad española de Santiago de Compostela.

1514: Según el primer censo la villa tenía 60 habitantes, 40 viviendas, una iglesia, y una casa de cabildo.

1544: Según informe de los padres dominicos, la población llega a veinte o treinta.

1562: El 2 de diciembre un terremoto hunde a la villa.

1660: Saqueo del pirata Fernand de la Fleur.

1674: Invasión de tropas francesas, bajo el comando de D'Oregon. La ciudad tiene que comprar su liberación.

1690: Defensa y victoria frente a los invasores franceses, en la batalla de “La Limonada”.

1770: Desarrollo comercial gracias a la industria del tabaco.

1775: Terremoto.

1783: Terremoto.

1804: Las tropas haitianas de Toussaint Louverture ocupan la ciudad.

1842: Terremoto.

1857: Sublevación contra dictadura de Buenaventura Báez, nombrándose a Santiago de los Caballeros como capital dominicana, bajo el gobierno del General José Desiderio Valverde. Se proclama una Constitución liberal.

1863: Incendio de la ciudad el 6 de septiembre, en medio de las luchas contra la Anexión a España. Declaración de la ciudad como asiento del Gobierno Restaurador.

1874: Creación de las sociedades Amantes de la Luz, y Ateneo de Santiago.

1881: Creación de la Escuela Normal, bajo los auspicios del gobierno del Arzobispo Fernando Meriño

1891: Lanzamiento primer periódico santiaguero, El Día.

1897: El 16 de agosto el presidente Ulises Heureaux inaugura el ferrocarril Santiago - Puerto Plata.

1904: Creación de la empresa E. León Jiménes.

1915: Inauguración Compañía de Agua y Luz.

1916: Censo, donde se contaron 14,774 habitantes, de los cuales 13,167 eran dominicanos y el resto, extranjeros e interventores americanos. La ciudad disponía de 3,226 viviendas.

1927: Exposición interantillana con los auspicios del gobierno de Horacio Vásquez.

1944: Erección del Monumento a Trujillo.

1946: El 4 de agosto, terremoto

1962: Creación de la Universidad Católica Madre y Maestra

1974: Universidad Tecnológica de Santiago.

2004: Centro León Jimenes


Enlaces de interés:

Centro Cultural E. León Jimenes

Sobre historia de la ciudad: http://www.provinciasdominicanas.org/santiago.html

Sobre la planificación urbana: http://www.periferia.org/urban/santiago1863f.html

Erwin Walter Palm: Las ruinas de Jacagua