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Manifestaciones literarias dominicanas en torno a la ocupación militar de los Estados Unidos en 1965

Rita Tejada

Luther College

 

 

Antecedentes históricos de las intervenciones norteamericanas a la República Dominicana

El siglo XX puede caracterizarse como uno de los períodos históricos más turbulentos de la República Dominicana, país que no sólo albergó por treinta años la sangrienta dictadura de Rafael Leonidas Trujillo sino que fue objeto de dos intervenciones por las fuerzas armadas de los Estados Unidos, la primera en el año 1916. Esta primera intervención culminó el 18 de septiembre de 1924.

La intervención norteamericana de 1965[1]

La segunda intervención norteamericana en la República Dominicana fue producto de una serie de acontecimientos. El primero de estos hechos ocurrió el 30 de mayo de 1961 con el asesinato del dictador Trujillo. Tras este asesinato y la celebración de elecciones democráticas en 1962, siete meses después, el 25 de septiembre de 1963, el presidente Juan Bosch fue víctima de un golpe de estado y salió al exilio. Su gobierno fue sucedido por un triunvirato civil impuesto por las Fuerzas Armadas y la Policía. El 24 de abril de 1965 se sublevaron dos guarniciones de las Fuerzas Armadas que querían restaurar el gobierno constitucional de Juan Bosch. Se produjeron confrontaciones entre el bando militar que favorecía a Bosch -denominado bando constitucionalista o rebelde-, y el bando militar que había propiciado el golpe de estado -denominado bando “leal”.[2] El 28 de abril, “violando los principios establecidos en la carta de las Naciones Unidas, de la OEA y del Derecho Internacional, los Estados Unidos intervienen unilateralmente al país y comienzan a desembarcar tropas norteamericanas” (Incháustegui 114).

Los argumentos norteamericanos que justificaban esta intervención se resumieron en tres postulados: “la restauración de la ley y el orden, la protección de las vidas de los norteamericanos, y que se evitase el posible triunfo de los comunistas” (Bartlow Martin 617).         

Durante la insurrección de abril coexistieron en la República Dominicana dos gobiernos: el bando constitucionalista formó el Gobierno Constitucionalista, presidido por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó como presidente. Este gobierno fue elegido de manera provisional por el Senado del derrocado gobierno de Juan Bosch. El bando “leal”, bajo los auspicios de la Embajada de los Estados Unidos y sus representantes en la República Dominicana, formó el Gobierno de Reconstrucción Nacional encabezado por el General Antonio Imbert Barreras. La represión ejercida por el bando “leal” confinó al Gobierno Constitucionalista a diecinueve cuadras u ocho barrios de la ciudad de Santo Domingo en la que operaban comandos de civiles y militares constitucionalistas.[3] Esta intervención terminó el 21 de septiembre de 1966, fecha en que se completó la retirada de tropas de la llamada Fuerza Interamericana de Paz.

La guerra de abril dividió al pueblo dominicano en dos bandos que se confrontaron militarmente y que produjeron grandes heridas físicas y materiales al país. La escisión fue de tal magnitud que, en muchos casos, se enfrentaron amigos y hasta padres contra hijos que integraban bandos contrarios. Fruto de las negociaciones, el Gobierno Constitucionalista y el Gobierno de Reconstrucción Nacional acordaron que, como única salida a la crisis provocada por la intervención, se creara un gobierno provisional. Este gobierno estuvo presidido por Héctor García Godoy. Pero una vez promulgado el cese de fuego entre el bando constitucionalista y el bando “leal”, integrantes de este último grupo, amparados en la impunidad velada concedida por las fuerzas de ocupación, “iniciaron una cacería despiadada, cayendo en ella centenares de combatientes constitucionalistas” (Cury 17).

La revolución de abril y la literatura

La segunda intervención norteamericana generó reacciones en todos los aspectos de la vida dominicana. José Alcántara Almánzar indica que durante la intervención, y del lado del bando constitucionalista, se produjeron manifestaciones artísticas y culturales de diversa índole:

Los pintores hicieron afiches y murales en los que consignaban los objetivos de la guerra popular; los poetas escribieron y leyeron sus nuevos poemas ante las multitudes... El arte que se produjo fue básicamente comprometido con la revolución y, por lo tanto, opuesto a la ocupación norteamericana. (“Aspectos sociales de la literatura” 27)

Alcántara Almánzar denomina la literatura producida durante la ocupación “literatura del estallido”, cuyas características son: “la agresividad, el compromiso con la circunstancia política, la espontaneidad, el carácter de crónica y la capacidad para testimoniar unos hechos sangrientos” (“Abril del 65” 138).

Los artistas constitucionalistas integraron el Frente Cultural, organización que publicó un folleto de poemas llamado Pueblo, sangre y canto y que contenía, además, una “Declaración de los artistas” donde manifestaban su apoyo al Gobierno Constitucional de Caamaño. A manera póstuma el Frente Cultural también publicó Permanencia del llanto, libro de poemas escritos por Jacques Viaud Renaud, poeta haitiano combatiente del lado constitucionalista y quien murió en la guerra.

En su libro En la revolución constitucionalista, Emilio Rodríguez Demorizi presenta una antología de poemas escritos en medio de la lucha, muchos de ellos publicados en los periódicos La Nación y Patria, editados por el bando constitucionalista.

Algunos de los poemas antologados son los siguientes:

 

¡Vuélvete yanqui!

        Sócrates Barinas Coiscou

¡Vuélvete yanqui! ¡Vuélvete a tu tierra!

Sobre el dolor dominicano pesa

tu bota miserable. ¡Esta Guerra

es tan mía…! También lo es mi pobreza…

Y en ella tú estás… ¡Cuánto me aterra tu oro envilecido y qué tristeza ver tu insaciable garra que se aferra a este altar de valor y de grandeza!

 (fragmento)

 

Corral sombrío para invasores     

        Miguel Anfonseca

Morirán sin los abetos de Vermont.

Morirán sin los grandes pastos rizados por el viento,

sin los frescos terrones de California

ni la cordillera del Oeste,

donde el cielo es un pálido patriarca en mansedumbre.

Morirán sobre una tierra que no es suya,

entre unos hombres de distinta lengua,

ojos diferentes

Y distinto corazón.

Porque son invasores.

Destrozan nuestros niños

Y aúllan las raíces del planeta.

Matan nuestras madres

y el mundo gime pateado en los ovarios. (fragmento)

 

Un ramo de rosas para el general

       René del Risco

Un ramo de rosas para el General…

Un ramo de rosas de sangre para el General.

Rosas de sangre muerta…

De sangre caída, goteada, chorreada…

De sangre de la cabeza, del pecho, del vientre, de las manos,

de sangre detenida al fin

De sangre muerta…

Yo quiero un ramo de rosas para el General

Graduado en West Point.

Un General de duras botas

Y ojos de mar peligroso profundo…

Yo le pondre en las manos

Un ramo de rosas de sangre

Y de lágrimas sucias…

¡Bien las merece el General!

Por sus grandes medallas ganadas en Korea,

Por sus escudos lavados

En los ríos de Vietnam (fragmento)

Los constitucionalistas también llegaron a tener un Himno de la Revolución que las masas se aprendieron y cantaban en los mítines multitudinarios que se celebraban en la zona que ocupaba el Gobierno Constitucionalista.

Héctor Amarante indica que el Movimiento Cultural Universitario, organización que surge tras la muerte de Trujillo y disminuye su actividad a raíz del golpe de estado a Juan Bosch, reaparece durante la guerra de abril y mantiene su incidencia en la vida cultural del país al organizar en 1968 un concurso literario muy importante para la generación de intelectuales de 1965.

En los años posteriores a la guerra de abril se escribió mucho sobre el conflicto del año 1965, dando origen al surgimiento de una literatura de postguerra. A este respecto, Pedro Conde dice:

La nueva literatura criolla empezó a gestarse a raíz del tiranicidio de mayo, pero debe su impulso vital a la revolución de 1965. De muchas maneras, la joven generación de autores es un producto directo, potencial y anímicamente resultante de la revolución de abril. Por eso nuestra actividad literaria está y estará durante mucho tiempo influenciada, y casi determinada, por los hechos de abril, aún cuando su temática no sea necesariamente belicista. (10)

Tras la revolución de abril, y según sus convicciones políticas, los escritores e intelectuales dominicanos se agruparon en asociaciones culturales. El primero de estos grupos fue El Puño, fundado por René del Risco, Miguel Alfonseca, Iván García y Armando Almánzar. Más tarde se le unieron Marcio Veloz Maggiolo, Enriquillo Sánchez, Rubén Echavarría, Ramón Francisco, Antonio Lockward Artiles, “los pintores Norberto Santana, José Ramírez y el crítico de artes plásticas Arnulfo Soto” (Sánchez 30). Juan José Ayuso indica que El Puño se formó como una manera de prolongar el papel que había desempeñado el Frente Cultural durante la ocupación (62). El Puño no tuvo una revista pero sus miembros publicaron en el suplemento cultural del periódico El Nacional y participaron en los concursos literarios auspiciados por el grupo cultural La Máscara.

Fruto de la disidencia en El Puño surge La Isla, agrupación presidida por Antonio Lockward Artiles y que contó entre su membresía a Pedro Caro, Andrés L. Mateo, Wilfredo Lozano, José Ulises Rutinel y Norberto James Rawlings. Este grupo publicó un manifiesto-programa y libros de poesía, tuvo programas en la radio y ofreció conferencias. Andrés L. Mateo describe su participación en este grupo en los siguientes términos:

La Isla era un grupo que pretendió hacer literatura a partir de consideraciones estéticas vinculadas con el proceso social. Después del año 65, la sociedad dominicana se dividió con una profundidad tal, que todos los grupos se organizaban alrededor de la expresión ideológica que creían representar. Antes del año 65, después de la muerte de Trujillo, había un simplismo ético porque la sociedad se dividía entre trujillistas y antitrujillistas. En apariencia esa no era una división social adecuada y los acontecimientos que se ven en 1965, es decir, la guerra de abril, la intervención norteamericana, el proceso de composición de los partidos, origina que aparezcan entonces las agrupaciones fundadas en la valoración ideológica; y también los grupos culturales y literarios se organizaron de manera similar a como la sociedad se había dividido. La Isla era un grupo que pretendió representar, desde el punto de vista estético-político, el costado más revolucionario de la sociedad. Éramos casi todos provenientes de la izquierda política dominicana y habíamos estado en la guerra del 65 como combatientes. Teníamos experiencia de participación en la lucha social y habíamos considerado que también el arte y la literatura eran vehículo de transmisión de estas ideas liberacionistas y una trinchera desde la cual se podía combatir.[4]

En 1967 se crea La Antorcha, grupo formado por Mateo Morrison, Enrique Eusebio, Alexis Gómez, Soledad Álvarez y Rafael Abréu Mejía. Mateo Morrison cita como una experiencia productiva la participación en este grupo, ya que le permitió intercambiar ideas con personas que tenían sus mismas inquietudes y hacer estudios de literatura. [5]

Aquiles Azar dirigió La Máscara, no propiamente un grupo literario sino una organización que se dedicó a fomentar concursos de cuentos desde 1966 hasta 1971.

Estas agrupaciones culturales que se prodigaron desde 1965 hasta 1969 desaparecieron por diversas circunstancias:

Al calor de (...) disyuntivas éticas, de (...) contradicciones dialécticas, se crearon y se disolvieron [estos] grupos literarios que mantenían doctrinas políticas y lineamientos estéticos distintos (...), grupos que terminaron rivalizando tanto por discrepancias teóricas como por antagonismos ideólogicos”. (Peix 22)

La generación literaria de la década del ‘60

Juan José Ayuso señala que los grupos que surgieron tras el conflicto de abril estuvieron integrados en forma mayoritaria por la llamada Generación del 60 (53).

Miguel Collado precisa que la Generación del 60 debe entenderse como la fusión de la promoción literaria que surge antes de 1965 y la promoción de postguerra (58). Collado apunta que muchos escritores de esa década comenzarían su labor de publicación en la década siguiente, en los ‘70.

Bruno Rosario Candelier y Alberto Peña Lebrón dividieron a los poetas de la década del ‘60 en dos generaciones: Generación del 60 y Generación de postguerra (1965). Esta generación postbélica también ha sido denominada Joven Poesía Dominicana (Alcántara Almánzar, “Sobre literatura” 150).

La revolución de abril marca la división entre la literatura dominicana tradicional y la literatura dominicana moderna que, si no diferente en lo cualitativo, produjo una manera distinta de presentar el hecho literario (Alcántara Almánzar, “Abril del 65” 144).

Ramón Francisco (Literatura dominicana 60) insiste en que, por primera vez, la literatura dominicana de esa década “estaba al día” con la literatura que se estaba haciendo en otras latitudes. El destaca que esta generación introdujo técnicas literarias nuevas hasta el momento en la literatura dominicana, tales como uso de superposiciones espaciales y temporales, combinación de primera, segunda y tercera personas en un mismo plano narrativo, fluir de conciencia, dislocación de la sintaxis. En otras palabras, el “boom” latinoamericano influenció enormemente la literatura dominicana escrita después de 1960.

La ciudad y la problemática urbana sustituyen casi por completo el tema rural, pues los escritores crecen y viven en centros urbanos (Alcántara Almánzar, “Narrativa social” 65).

Una característica muy importante que Alberto Baeza Flores atribuye a los poetas de 1965 y que puede considerarse un elemento común a todos los intelectuales que escribieron durante y después de la guerra es el hecho de que escriben sin trabas, sin temor a ser censurados como ocurrió en pasados regímenes de gobierno (33).

Los escritores dominicanos enfocan el conflicto provocado por la guerra desde sus diversas perspectivas personales, que comprenden la nota angustiosa ante la derrota, la nostalgia, la frustración, el testimonio vivencial. Los géneros que privilegiaron fueron la poesía y el cuento, pero también en la novela y la obra de teatro se vieron algunos frutos.

Manuel Rueda, quien se mantuvo al margen de los acontecimientos de la guerra de abril, estrenó la obra teatral Entre alambradas en 1966. Iván García publica su libro de obras teatrales Más allá de la búsqueda en 1967.

 En cuanto a la novela, Bruno Rosario Candelier elige la fecha de 1975, año en que Marcio Veloz Maggiolo publica su novela De abril en adelante, como punto de partida de la nueva novela dominicana. Merecen destacarse, además, la novela La otra Penélope de Andrés L. Mateo y Currículum: el síndrome de la visa, de Efraim Castillo. Otras novelas que se refieren a la segunda intervención norteamericana son Juego de dominó de Manuel Mora Serrano, Cuando amaban las tierras comuneras de Pedro Mir, Tracaveto de Francisco Nolasco, Los acorralados de Felipe Collado, Vendaval de Alberto Vásquez Figueroa, Las bodas de Rosaura con la primavera de Tony Raful, Ritos de cabaret de Marcio Veloz Maggiolo y Los amantes de abril de Manuel Matos Moquete.

En el desarrollo de su literatura, los dominicanos no han podido dejar a un lado el hecho histórico, pasado o reciente. Las circunstancias políticas condicionan al escritor dominicano quien, aún viviendo en regímenes tildados de democráticos debe condicionar su escritura a la historia dominicana y a la existencia de los personajes que la hicieron. Un ejemplo de esta escritura condicionada se infiere en la reciente proliferación de textos sobre la Era de Trujillo, lo que se atribuye a la desaparición física de muchos de los personeros de la dictadura en los últimos años.

Con la literatura de la segunda intervención norteamericana podemos decir, sin embargo, que la división política de los dos bandos otorgó al escritor dominicano la oportunidad de hacer catarsis, de ‘purgar’ el hecho histórico en su momento y de impactar su quehacer literario al generar una amplia literatura cuyos ecos aún persisten en la producción escrita de la República Dominicana.

GRUPOS LITERARIOS

Movimiento Cultural Universitario (1961)         

La Isla (1966)

Frente Cultural (1965)                                                

La Antorcha (1967)

El Puño (1966)                                                                

La Máscara (1968)   

      

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[1] Los textos dominicanos se refieren a esta intervención como la guerra de abril, la revolución de abril, la intervención del 65, la insurrección de abril o Abril, términos que utilizamos indistintamente en este ensayo.

[2] Jorge A. Moreno y Piero Gleijeses utilizan este término que, según ellos, se refiere a la defensa de los intereses del sistema oligárquico que este bando militar había ayudado a instaurar tras el golpe de estado contra Bosch. “Los regulares” es otro término usado y que hace alusión a la pertenencia de todos sus miembros a las tropas militares de la nación.

            [3] Sobre estos comandos, Moreno indica: “the commandos, which had originally started as a means of self-protection and an expression of solidarity among members of informal groups, became the most powerful instrument of defense in the hands of the rebels. By the end of May there were in the city 117 commando posts in which five thousand men lived, ate, and slept together. These men, most of them civilians, were closely supervised and controlled by the Caamaño government, from which they received leadership and to which they gave military support” (42).

[4] Andrés L. Mateo, entrevista.

[5] Mateo Morrison, entrevista.