LETRAS PENSAMIENTO SANTO DOMINGO MIGUEL D. MENA EDICIONES

APUNTES PARA UNA BIBLIOGRAFIA DEL PESIMISMO DOMINICANO

Rita María Tejada *

Evolución histórica del pesimismo dominicano

Desde finales del Siglo XIX hasta nuestros días, se han ido desarrollando marginalmente postulados y creencias en torno a la valoración nacional de los dominicanos. En ese sentido encontramos la valoración prejuiciada, la pesimista, la parcializada, la exaltada y la valoración negadora... La valoración pesimista... llega a justificar aspectos deficientes de la nación que derivan de la composición racial, del hambre congénita, de la ignorancia. Valoración de una clase dirigente que al buscar la justificación del fracaso de la sociedad a la que pertenecen manifiestan su racismo petulante o intelectualizaciones discutibles... (Danilo de los Santos 13-14)

En las consideraciones anteriores, de los Santos resume los postulados de una inferencia teórica que surge a finales del Siglo XIX cuando José Ramón López publica un ensayo titulado “La alimentación y las razas”. En este ensayo, López afirma que los habitantes de la República Dominicana son víctimas de un régimen de alimentación deficiente, lo que acarrea como consecuencia la reducción de sus capacidades físicas y mentales, y por esta razón son seres que se acercan a la animalidad, a la vida vegetativa y a la decadencia. Así, “esta raza de ayunadores” no estaría en capacidad para vivir en una sociedad organizada y afrontaría serias dificultades para plasmar la conciencia nacional y acceder a la civilización (Brea 17).

López centra su ensayo en el campesinado dominicano, segmento mayoritario de la población a finales del Siglo XIX. Según López, los campesinos dominicanos carecen de los elementos necesarios para forjar una sociedad normal cuyos valores estarían centrados en tres aspectos: la fuerza, la belleza y la inteligencia. En su lugar, el campesino dominicano es proclive a la anemia, a tener estatura baja y cuerpo raquítico y débil, propenso a toda clase de enfermedades. El instinto prevalece sobre la inteligencia, lo que imposibilita una salida a su estado de miseria física y moral. El resultado es una raza degenerada.

“Los rasgos principales que la degeneración ha impreso en el carácter de los campesinos son: la imprevisión, la violencia y la doblez” (López 48). La falta de previsión le impediría razonar con claridad sobre el porvenir; la violencia le imposibilitaría adoptar formas civilizadas de justicia; y la doblez le negaría acceso a la honradez que se necesita para establecer relaciones de índole económica y política con sus congéneres.

Si bien López termina “La alimentación y las razas” con un conjunto de sugerencias tendientes a superar la condición decadente del pueblo dominicano, en su ensayo “La paz en la República Dominicana” él concluye que las reformas de la sociedad dominicana no recaen en el pueblo:

[los] dirigentes, la autoridad, los vencedores, los letrados estipendiarios [son] quienes deben tomar la iniciativa, porque este mal que persevera desde ha cuatro centurias no puede ser extirpado sino viniendo la redención de arriba para abajo, naciendo en las cabezas que aún tienen capacidad para pensar bien. (90-100)

Esta última afirmación, señala Ramonina Brea, sirvió a los intereses de desarrollar en la cultura dominicana “la sustentación del elitismo y de sus manifestaciones autoritarias y antipopulares” (26-27).

A las ideas de José Ramón López siguieron los juicios externados por Federico García Godoy, Francisco Henríquez y Carvajal y Américo Lugo, entre otros. A este respecto, Juan Daniel Balcácer expresa:

Para la época en que se produjo la [primera] ocupación militar norteamericana, la intelligentsia dominicana se hallaba enfrascada en el debate de si constituíamos o no una nación en el moderno sentido sociológico del concepto. La turbulenta historia nacional; el estancamiento de nuestro sistema educativo; las permanentes crisis económicas; la ausencia de legitimidad en nuestras instituciones sociales; el escaso desarrollo demográfico; y el amplio grado de incultura de nuestras mayorías, rural en su totalidad, sin duda alguna constituyeron ingredientes de primer orden en la formación de concepciones revestidas de cierto pesimismo en torno del ser nacional y de las posibilidades de supervivencia colectiva.(ix)

Federico García Godoy, novelista, escribió en 1916 El derrumbe, libro que fue incautado e incinerado por las tropas norteamericanas durante la primera ocupación. García Godoy señala como un defecto la mezcla racial del dominicano, integrado por sangre de europeo blanco “de procedencia generalmente baja y maleante” y etíope “salvaje y pleno de las supersticiones febricitantes y fetichistas de sus selvas africanas” (45). Esto conlleva a la conformación de una sociedad con inferioridad mental, de pensamiento escéptico y pesimista, y con tendencia hacia la violencia y al servilismo.

Francisco Henríquez y Carvajal manifiesta también su escepticismo en torno a la composición étnica del dominicano al que compara con pueblos como Suiza, Inglaterra y los Estados Unidos de América para concluir que estos países no sólo necesitaron siglos para alcanzar su desarrollo material, moral y político sino que contaban con “elementos étnicos superiores [para] una preparación y una adaptación lenta y natural al medio geográfico y al medio internacional”.[1]

Discípulo de Eugenio María de Hostos, Américo Lugo incorporó a su obra las enseñanzas del positivismo organicista de Spencer que Hostos predicaba. Sin embargo, es evidente la contradicción entre el maestro y su discípulo en lo referente al pueblo y la valoración de lo popular. Mientras Hostos mostraba preocupación por el pueblo y su papel en la sociedad, Américo Lugo inició la temática de desdén hacia el pueblo dominicano, propia del elitismo liberal (Cassá, “Estudio preliminar” 26). A la valoración social de tono peyorativo de López, Lugo agrega la valoración racial, elemento que aflora en su tesis doctoral de 1915 como un factor que incide de manera negativa en el desenvolvimiento político del pueblo:

Por... la mezcla excesiva de sangre africana, el individualismo anárquico y la falta de cultura, el pueblo dominicano tiene muy poca aptitud política... Lo que con sus actuales defectos de ningún modo puede servir para la formación de un Estado, es el pueblo dominicano. Hay que transfundirle nueva sangre. La inmigración tiene aquí la importancia de los cimientos en el edificio.[2]

Se infiere que la inmigración por la que propugna Lugo es la inmigración de raza blanca, europea, a la que el intelectual asocia con los modelos civilizados de organización política y la que constituiría la minoría ilustrada del país.

El dictador Trujillo se sustentaría en ideas como las externadas por los intelectuales ya citados para conformar muchos de los postulados ideológicos de la dictadura.[3] En el estudio preliminar de Ramonina Brea sobre la obra de López, ésta apunta algunos elementos coincidentes entre el Trujillismo[4] pragmático y López: “Gobernar es alimentar”, un lema del régimen, el énfasis en el cuidado del cuerpo (aseo, gimnasia, desayuno escolar) y en valores como la paz, el trabajo, el orden y el progreso tienen su eco en los planteamientos externados en “La alimentación y las razas” (23).

El tono racial de los argumentos de Américo Lugo fue retomado con nuevos bríos por Manuel Arturo Peña Batlle, figura clave en la formación del aparato ideológico del régimen de Trujillo.[5] Peña Batlle se basó en el estudio de la historia dominicana para sustentar su tesis de que los males y desventuras del pueblo dominicano tenían su origen en las despoblaciones de la parte norte de la isla de Santo Domingo, ocurridas en los inicios del siglo XVII, lo que subsecuentemente conllevó al establecimiento de lo que es hoy la República de Haití.

En todos sus escritos en referencia al tema haitiano, Peña Batlle trata de demostrar que Haití es una nación que surgió de esclavos africanos salvajes e ignorantes, que no profesaban una religión civilizada y que ni siquiera aprendieron a hablar francés; todo esto en completa contradicción con los dominicanos, cuya razón de ser era esencialmente una comunidad hispana y católica, de habla castellana.[6] De ahí el conflicto entre lo que él llamó el dilema de los dominicanos de vivir en civilización o de perecer absorbidos por los factores negativos ya indicados. En un texto denominado “Carta a Mañac”, escrito en 1945 y dirigido a un ministro cubano que hizo escala en la República Dominicana, Peña Batlle escribió: “... desde que los haitianos nos pierden el miedo, nos dan la dentellada: a las callandas, sigilosamente, sin que ustedes ni nadie lo sepan” (369).

Peña Batlle se convirtió en un apologista de Trujillo, al cual hacía aparecer como el defensor de la nacionalidad dominicana, gracias al denominado plan de “Dominicanización de la Frontera”, plan que se inició en 1937 con el exterminio de los haitianos que en ese entonces se encontraban viviendo en territorio dominicano, y que culminó con la ocupación y repoblación de los terrenos fronterizos con Haití con familias dominicanas.

Así, el pesimismo con que Peña Batlle enfocaba el pasado histórico dominicano al que consideraba responsable de “una sociedad derrotada”, de la naturaleza indiferente y abúlica en que vivían los dominicanos hasta 1930 y de que Haití fuera una amenaza de la cual había que mantenerse prevenido, reforzaba su tesis de que Trujillo era el responsable del progreso político y económico que la sociedad dominicana había alcanzado por primera vez en su historia moderna. Y es que, como afirma Moya Pons, si bien el pesimismo como ideología respondió a la mentalidad de la élite, sus conceptos más relevantes se traspasaron a la mentalidad popular dominicana a través del trabajo de Peña Batlle y otros intelectuales como Joaquín Balaguer,[7] quienes formularon esta nueva teoría de la historia dominicana que se difundió a través de la radio, los periódicos y las escuelas durante más de dos décadas.[8]

Durante esa época, el doctor y escritor Francisco Eugenio Moscoso Puello escribió un texto denominado Cartas a Evelina donde expone sus consideraciones en torno a la sociedad dominicana. Expresadas en tono frustratorio y pesimista, sus ideas se centran en el prejuicio racial (el mestizaje es un producto inferior), el clima poco propicio (el trópico conlleva al analfabetismo, a la vagancia y quizá hasta llegue a afectar el funcionamiento cerebral del dominicano), y el insularismo (el vivir en una isla tan pequeña justifica la ausencia de grandes dotes mentales).

En 1950 Enrique Patín Veloz publicó su tesis Observaciones acerca de nuestra psicología popular. El señala que el dominicano presenta una serie de prejuicios o complejos que le son característicos: el complejo extranjero (todo lo que proviene del exterior de la isla es superior); el complejo colonial (el apego a los estamentos coloniales auspicia los proyectos políticos anexionistas a países desarrollados); el complejo geográfico (el tamaño de la isla y la limitación de recursos materiales genera la percepción de debilidad); el complejo haitiano (Haití es considerado una amenaza y lo haitiano es visto como despreciable, perjudicial o inferior a lo dominicano); el complejo regional (los habitantes de regiones o provincias generan rivalidades al considerarse superiores a los de otras regiones o comarcas); el complejo de Concho Primo (la nostalgia por el pasado deviene en rechazo por las normas y costumbres presentes, percibidas como inmorales); el complejo contemporáneo (que conlleva la identificación con el pesimismo y el vacío espiritual de la crisis cultural europea, generada a su vez por las dos guerras mundiales); el complejo yanki[9] (8-21).

Tras la muerte de Trujillo, la sociedad dominicana registra un cambio radical con la masificación que experimenta la educación universitaria, hasta entonces accesible a unos pocos (Hoetink, “Ideología” 114). La democratización de la educación superior ha propiciado la formación de intelectuales no sólo de diferentes concepciones ideológicas sino que representan el espectro de la realidad social dominicana que surge a partir de 1961. Otro elemento de gran importancia tras la caída de la dictadura fue la salida del dominicano al exterior, posibilidad vedada durante el Trujillismo y que mantuvo a la República Dominicana y a sus habitantes aislados del mundo. Dentro de esta perspectiva democrática, la caracterización sicosocial del dominicano y la valoración pesimista son y siguen siendo elementos de debate y material de ensayos, artículos periodísticos y libros dedicados a ponderar estos temas. Debemos hacer la salvedad que, de los escritores que reseñamos a continuación, muy pocos o ninguno se autodefine como pesimista. Sin embargo, no podemos ignorar el aporte de estos autores al tema de la valoración del dominicano, tema al que ellos añaden elementos nuevos al destacar rasgos de la sociedad dominicana actual.

En 1967 Pedro Andrés Pérez Cabral publicó La comunidad mulata, donde retoma la tesis de que los males del dominicano se deben a su composición étnica híbrida. Dentro de las manifestaciones sicopatológicas del mulato dominicano se destacan la blancofilia (necesidad o deseo de ser considerado blanco) y la negrofobia (la negación de lo negro lo lleva a crear expresiones como “color indio”, “indio oscuro”, “indio claro”, “negro lavado”, “color canela” para referirse a su color de piel). La insularidad también propicia la sensación de desamparo y atrapamiento del pueblo dominicano, cuya composición social determina “una actitud contemplativa, desnutrida, torpe, indiferente, servil y cobarde como acaso no la conozca otra región del mundo” (262).

Uno de los primeros en revivir el tema del pesimismo dominicano tras la caída del régimen trujillista fue el siquiatra Antonio Zaglul. Desde 1968 Zaglul publicaba artículos periodísticos sobre las características del dominicano y recopiló sus escritos en su libro Apuntes, publicado en 1974. Según él, el dominicano es un individuo depresivo con tintes de paranoico. La depresión lo lleva a infravalorar todo lo que sea dominicano y la paranoia le crea un complejo de persecusión. El sentirse perseguido genera en el dominicano la inhibición y la desconfianza o el temor al “gancho”, a ser víctima de un ultraje de cualquier índole.

Roque Adames ofrece una caracterización del campesino dominicano -población mayoritaria del país-, individuo que escinde en dos entidades: el yo profundo, conformado por rasgos de carácter positivo -cordialidad, humanidad, apacibilidad, tolerancia, sentido estético, contemplación, sentido del esfuerzo e iniciativa, sentido especial del tiempo, fuerte sentido de la propia personalidad-; y el yo deformado pues “cuanto más ingenuas son sus cualidades, tanto más exuberantes son los defectos correspondientes” (10)- recelo, individualismo, quietismo conformista, susceptibilidad y violencia, machismo, sentimiento de incapacidad, deficiencia, debilidad e inseguridad interior-.

Entre la bibliografía más reciente sobre las características del dominicano sobresale lo escrito por Federico Henríquez Gratereaux, quien da seguimiento a lo que llama el pesimismo culto o teórico al citar los pareceres de los intelectuales antes citados y sobre los que elabora sus ideas, ya sea en reafirmación o en contradicción. Aunque no aporta nada nuevo a lo ya externado sobre el pesimismo, Henríquez Gratereaux ha contribuido a mantener el tema en vigencia.

Juan José Ayuso retoma el concepto ya externado por Américo Lugo de que la República Dominicana no existe como nación y la examina bajo postulados marxistas. Ayuso afirma que la clase dominante “arrastra a la mayoría a una situación social y mental con las profundas características sicológicas de desarraigo, de despersonalización, de inexistencia de valores autóctonos y auténticos, de carencia de identificación, víctima de la dispersión forzada del ser nacional” (12-13). Ayuso describe a los dominicanos como una masa oligofrénica en lucha continua por la sobrevivencia, por lo que “no aprende a leer, escribir y pensar de corrido, ni puede masticar chicle y caminar al mismo tiempo” (34), a lo que también se suma su afán de consumismo, incentivado por la publicidad y la vida de la clase minoritaria y dominante (74).

Carlos Andújar denomina fantasmas a los conflictos que forman parte de la identidad cultural dominicana: 1) la amnesia negra (la ideología dominante ha minimizado o desconocido la presencia cultural y racial de lo negro en la República Dominicana); 2) lo extranjero como fijación mental (se sobreestima lo extranjero como superior y se infravalora lo nacional); 3) la crisis de la autoestima (la desconfianza en el gobierno y en las instituciones degenera en falta de solidaridad social); 4) la cultura del más vivo (el dominicano se perfila cada vez más como un ser individualista y desinteresado de los demás, en su afán por obtener éxito personal y material) (137-45).

Características del pesimismo dominicano

Los principales elementos que constituyen la evolución del corpus sobre la valoración pesimista de la sociedad dominicana son los siguientes:

1) Desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX, los intelectuales que teorizan sobre las características de la sociedad dominicana pertenecen a una élite social y política.

2) El pesimismo o la valoración pesimista del siglo XIX y principios del siglo XX se centra en los siguientes postulados:

a) la alimentación deficitaria de la sociedad dominicana ha producido una población física y mentalmente degenerada;

b) las deficiencias físicas y mentales de la población la incapacitan para gobernarse por lo que la dirección política de la nación debe recaer sobre la élite educada;

c) la mezcla racial del dominicano, resultado de la unión de blancos europeos y negros africanos, conlleva a la conformación de una sociedad inferior, escéptica, pesimista, violenta y servil;

d) el exceso de sangre africana en la conformación racial dominicana, el individualismo anárquico y la falta de cultura son los factores que explican la falta de aptitud política de los dominicanos;

e) el pueblo dominicano no constituye una nación.

3) A partir de los años ‘30, Rafael Leonidas Trujillo incorpora a su aparato ideológico las sugerencias hechas por los intelectuales dominicanos hasta entonces, tales como las ideas de José Ramón López sobre alimentación, higiene y valores cívicos.

4) Como ideólogo del régimen trujillista, Manuel Arturo Peña Batlle dio un nuevo giro al tono racial de la valoración pesimista dominicana. Basado en sus estudios de la historia dominicana, Peña Batlle concluyó que los males de los dominicanos tenían su origen en la despoblación de la parte norte de la isla de Santo Domingo, lo que había dado origen al establecimiento de la República de Haití. La tesis de Peña Batlle es la siguiente:

a) Haití, nación de negros africanos de cultura, religión y lengua incivilizadas, era la causa de los problemas dominicanos, ya que la República Dominicana había afrontado invasiones y ocupaciones haitianas que constituían una amenaza para el territorio nacional y, sobre todo, para la cultura dominicana, de esencia hispana, católica y de habla castellana.

b) Trujillo, como preservador de los valores de la nacionalidad dominicana, era el responsable del afianzamiento de la República Dominicana como nación al contener el flujo de haitianos hacia el territorio dominicano. A esto se sumaba el progreso económico que había alcanzado el país durante el régimen.

5) Con el énfasis en la oposición de dos culturas, el Trujillismo fomentó el antihaitianismo y la negación o desconocimiento del elemento negro dominicano y asentó las bases para la alienación racial y cultural de la sociedad dominicana.

6) Intelectuales de la medicina, como Moscoso Puello, añadieron la inhospitabilidad del clima y el insularismo como factores que inciden negativamente en la conformación de la sociedad dominicana. En 1950, Patín Veloz reconoció el antihaitianismo como uno de los complejos del dominicano, junto a su preferencia por lo extranjero, sea europeo o norteamericano.

7) A partir de 1961, y tras la caída de la dictadura de Trujillo, se democratiza el discurso sobre la valoración social del dominicano con la publicación de artículos, ensayos periodísticos y libros sobre el tema por intelectuales provenientes de diversas capas sociales.

8) Antonio Zaglul opina sobre la sicopatología del dominicano, a quien describe como un individuo depresivo con tintes de paranoico, desconfiado y con un alto grado de subestimación por sí mismo y todo lo dominicano.

9) Roque Adames precisa como características del “yo deformado” del campesino dominicano el recelo, el individualismo, la susceptibilidad, la violencia, el machismo y la inseguridad, entre otros.

10) Ayuso enfatiza el desarraigo de la sociedad dominicana, producto de la alienación a que la somete la clase dominante a través del incentivo del consumismo.

11) Andújar señala como fantasmas dentro de la identidad cultural dominicana lo que él denomina “la amnesia negra”, la sobreestimación de lo extranjero, la falta de autoestima y “la cultura del más vivo” o individualismo carente de ética.

Vigencia de la valoración pesimista

La valoración pesimista de la sociedad dominicana, con elementos iguales, similares o con ingredientes de nuevo cuño, es un discurso que mantiene su vigencia actual en los medios de comunicación social de la República Dominicana y en los trabajos publicados por las editoriales dominicanas. Un ejemplo elocuente aparece en los escritos de Silvio Torres-Saillant, quien analiza la sociedad dominicana y la dominicanidad desde su perspectiva de dominicano radicado en los Estados Unidos. Su perspectiva escinde al dominicano en dos entidades diferentes: el dominicano que reside en el exterior y el dominicano que reside en la isla. Dice Torres-Saillant que el dominicano de la isla ha conformado una serie de estereotipos para definir y diferenciarse del “dominican-york”, al que ve con desdén, desprecio y paternalismo; por otra parte, el vivir en una sociedad desarrollada ha permitido al dominicano del exterior reconocer y apreciar su legado africano, reconocer el valor de la clase trabajadora y profesar apego a la ética social y política. A todo esto se une la ausencia de compromiso político en su discurso intelectual. La voz de Torres-Saillant inaugura el discurso dominicano de la diáspora, discurso cargado de ironía, pesimismo y frustración a la vez, en un esfuerzo por lograr el reconocimiento del “dominicano ausente” como una entidad similar y a la vez distinta al dominicano de la isla.

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[1] Francisco Henríquez y Carvajal, El liberal (24 Oct. 1900: n.p.) citado por Américo Lugo, “El estado dominicano ante el derecho público”, ed. Carlos Fernández-Rocha y Danilo de los Santos, Lecturas dominicanas 293

[2] Américo Lugo, “El estado dominicano ante el derecho público”, ed. Carlos Fernández-Rocha y Danilo de los Santos, Lecturas dominicanas 296.

[3] Como una premonición pueden tomarse las palabras de Pedro Francisco Bonó quien, al referirse a la sociedad dominicana, escribió en 1881: “La sociedad dominicana vista por el lado de sus manifestaciones periódicas convulsivas, deja en el espíritu un hondo sentimiento de pesar y tristeza... La sociedad dominicana fue organizada para el despotismo... tendremos mal que nos pese rebeliones más rebeliones, dictaduras y más dictaduras”. Pedro Francisco Bonó, “Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas”, citado por Freddy Peralta, “La sociedad dominicana del siglo XIX vista por Pedro Francisco Bonó” 43. A partir de 1887, la República Dominicana estaría gobernada durante doce años por el dictador Ulises Heureaux.

[4] Andrés L. Mateo ofrece la siguiente definición del Trujillismo: “El Trujillismo, como sistema de dominación económica y política en la República Dominicana, surgió en 1930, luego de un proceso de amplia movilidad social, en el que los intelectuales desempeñaron un papel preponderante. En virtud de esa importancia social, con el manejo absoluto de una institución sólida como el ejército, Trujillo reclutó intelectuales provenientes de la pequeña burguesía, quienes fueron diseñando el proyecto de dominación totalitaria, desde 1926, configurando un culto a la personalidad alrededor del entonces jefe del ejército, que desembocará en un sistema de significación mitológica, cuando el proyecto logre el control absoluto del poder” (Mito y cultura 13).

[5] El régimen de Trujillo procuró atraer a su aparato administrativo a los intelectuales de la época. Américo Lugo fue uno de los que rechazó una posición en la dictadura trujillista, “a causa de mi convicción de que el pueblo dominicano no constituye nación”. Americo Lugo, “Carta a Rafael L. Trujillo, 4 de abril de 1934”, citada por Roberto Cassá, “Estudio preliminar y notas adicionales”, Obras escogidas por Américo Lugo 64.

[6] Peña Batlle, Ensayos históricos. Específicamente véanse los ensayos “El tratado de Basilea y la desnacionalización del Santo Domingo español” 47-83; “Cien años de vida constitucional dominicana” 253-58; “Carta a Mañac” 367-72.

[7] Véase Joaquín Balaguer, La realidad dominicana. Balaguer, presidente de la República Dominicana durante buena parte de las décadas de los años 60, 70, 80 y 90, ha sido coherente con su discurso antihaitiano través de los años. Véanse, por ejemplo, su libro La isla al revés: Haití y el destino dominicano y los discursos racistas de las campañas electorales dominicanas de 1994 y 1996.

[8] Moya Pons, “Modernización y cambios en la República Dominicana” 243. Moya Pons sugiere que la esencia de lo que el pueblo dominicano pensaba de sí mismo durante esa época quedó plasmada en la conferencia “Las raíces de nuestro espíritu” de Guido Despradel Batista, publicada en forma de folleto por primera vez en 1938. El argumento de Despradel Batista se resume en la afirmación de que el pueblo dominicano debía su atraso, incultura y subdesarrollo a que en su etnia estaban presentes el indígena primitivo, el español haragán y el africano lujurioso.

[9] Sobre este complejo, Patín Veloz afirma: “La ocupación norteamericana fue la ruina del alma dominicana del siglo XIX. Con ella vino la civilización materialista, el desarme general, el pacifismo, el industrialismo, el utilitarismo, el pragmatismo, la reforma de la educación escolar y la utilización profesional de la mujer” (18).

* Rita María Tejada realizó una licenciatura en Educación en la Universidad Católica Madre y Maestra (1986) y realizó un doctorado en la Universidad Estatal de la Florida. En la actualidad se dedica a la enseñanza del español en Iowa, a la vez que estudia la literatura dominicana y caribeña.