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Andamos en onda retro
Miguel D. Mena

Llamo al Súper -ritual más que obligatorio antes de caer en la Isla- para ver qué música le llevo, cómo andan sus gustos, el de sus amigos -también los míos. El Súper me la pone difícil: están oyendo a Sandro, a la Villafaña, a Roberto Ledesma. Me he quedado como desvencijado. No sé qué llevarle. Lo último de Tom Waits, lo último de aquello y lo otro tendrán que esperar otra mejor ocasión.

Ya estoy en la Isla. Tengo que acompañar al Ordóñez a una de sus incursiones sabatinas habituales en la Av. Mella con José Reyes, para ver cuáles discos de pasta -los que ahora se llaman "dinosaurios"- harán algún día de sus estantes una colosal Discoteca de Alejandría. Estaré bajando con Ivan y Desirée por la Autopista turística con Fausto Rey al fondo.

Mis amigos andan en onda retro. Entre ellos y yo hay cantidad de cosas comunes: la falta de un padre, viejas aspiraciones revolucionarias, gustos por los viajes, caminatas por la ciudad, algún pasado místico, el descubrimiento de algún chulísimo. Acceder a esta música es como ponernos un techo, procrear nuevas formas de comunidad vía socialización de un nuevo gusto. Hay una soga amarrando viejos años, tiempos que sólo en sus ecos nos corresponden y que sin embargo están ahí, con sonidos más fuertes que en propios inicicios.

Ahora viene esta música que fue la música de nuestros padres, abuelos, ¿bisabuelos?, para hacer de esta época algo más pasable, como para el siglo XXI entre con menos bulla por debajo de la puerta.

Al chillido inicial de la aguja que mascaba el acetato, a la lluvia que en cualquier momento podía aguar la fiesta si no es que la impertinencia de un rayón nos mostraba la fragilidad del Gardel más supremo, le ha sucedido en estos tiempos el simple toque en el disc 1 o 3.

Ahora nos electrizamos con los claros clarines rubendarianos del Ledesma y su tema de La Pared. Nos estamos ahorrando cantidad de sinsabores, el estar levantándonos para voltear el disco, el tener que mejorar la puntería si el objetivo es complacer a uno de esos haraganes que andan por la cocina.

La onda retro va ocupando como una neblina mañanera las alturas de estos edificios emocinales.

Pensamos en aquel poema de Mario Benedetti en que intertextualmente se encuentra con Armando Manzanero y aquella tarde en que vio llover. Después del rubor, la carcajada, el gusto por el kitsch, de ser como nuestros viejos por un instante -y no como el Ché-, nos damos cuenta que estamos en un viaje de regreso.

Estamos en onda retro.

Estamos apelando a unos años que llegan hasta los 70 para quedarnos ahí.

¿Vuelta a la semilla? ¿Agotamiento de la imaginación contemporánea? ¿Asunción de algo a-temporal, en la medida en que nuestro tiempo es uno ya vivido y aún vivo? Para responder a este fenómeno bien que se podría liar en cada una de estas preguntas, sacarle filo a algo que es industrial y emocional, alternativamente.

En París las cosas no andan por otras vías. George Brassens ha vuelto a su viejo ruedo, mientras el gran Django toca mejor que nunca. En Berlín, Max Raabe y sus Palast Orchester interpretan aquellos temas de los dorados años veinte.

Ponerse en onda retro es sacar la carta consabida: "ya nunca se tocará como entonces".

Es ponerle un broche de oro a esta época, asumir cierto no más de la emociones.

¿Estados depresivos éstos? ¿Estados alterados?

Se está saltando de la música a la literatura, al teatro.

Michel Petrucciani tocaba "Bésame mucho". La fiebre alcanzó incluso, tempranamente, a los Beatles. El bolero se convertiría en toda una saga de la latinoamericanidad, gracias a la nostalgia de los residentes en la capital del continente americano, Nueva York, a su carácter de trampolín hacia los otros países, a su capacidad adquisitiva.

Después del Boom y de su miríada de dictadores, nos reconocemos en una fiesta de los años 40, de despegues económicos gracias a los años de guerra y de bonanzas que parecía no acabarían.

La música de entonces fue también el tiempo de entonces. Era el de las ingenuas prácticas amatorias, cuando un pañuelo podía ser un señuelo para que la jovencita accediera a molestarse a un "gracias" mínimo, dándose así la oportunidad para que al joven, todo planchadito y el pelo engominado con Brillantina Alka, no acabara de salírsele el corazón por la borda.

Poesía de la cotidianidad ingenua, de un amor donde todos los sentidos eran cómplices, su validez en estos tiempos es también confirmación de un ineludible lado cursi con el que también estaremos conformados dentro de los procesos de modernización.

Búsqueda de nuevos referentes, la onda retro es también respuesta a una contemporaneidad estéril, donde ya todo parece ser requete-viejo bajo el sol.

Ruptura con los viejos, reapropiación de sus gustos, la música como nueva fiesta -más allá de la música-, la onda retro está explotando. Café Tacuba, Seguridad Social, todos andan bufeando, animando. José José, Sandro, Juan Gabriel, ya todos son íconos de este inmenso santuario que es nuestra América.

Sí, sí, andamos en onda retro.

"Entre tu amor y mi amor debe existir la verdad..."

30.01.200