Freddy Ginebra: Recordándote René del Risco, claro, a mi manera.

Siempre quise escribir sobre René pero no sabía como hacerlo. No soy crítico literario y ya sobre él, los entendidos le han dado su puesto en la literatura dominicana. Apenas fui uno de sus lectores más fervientes, pero pensé que quizás dentro de estas manualidades que escribo cada domingo, encajaría como parte de mis vivencias inolvidables. Hablaría de René el amigo, que creo es tan importante como su valoración de escritor y artista. A mi juicio mucho mejor, pero bien, allá cada quien.

Todavía a estos años de su partida, el dolor de su muerte me duele. Cada 20 de diciembre lo recuerdo y lo imagino en su eterna juventud. No te has puesto viejo René, tal como lo habías planeado. A René lo conocí gracias al trabajo. Estábamos juntos en la agencia de publicidad y entablamos una amistad que fue creciendo con el tiempo. Con loa días y el trajinar de las obligaciones fui descubriendo que aquel amigo tenía un talento desbordado, excedido.

Disfrutaba las tardes cuando filosofábamos sobre cualquier tópico. Un tema de un futuro cuento, la vida social dominicana, la revolución del 65, la gente y sus sorpresas, sus conquistas anónimas, la vida, la muerte, sus sueños, aquella novela que había comenzado a escribir y cualquier otra cosa que precisara de una reflexión inteligente. Envuelto siempre en el humo de su cigarrillo hablaba con propiedad, impresionándome.

Eran tiempos donde las posiciones políticas estaban bien definidas. La izquierda era la izquierda y la derecha la derecha. Defendía sus ideas como si con ello estuviera defendiendo la vida, con rabia y obstinación. El destino le había jugado más de una mala pasada y su llegada al mundo apasionante de la publicidad, le mantenía deslumbrado. Disfrutaba día a día de sus pequeños triunfos, de la facilidad de palabras e ingeniosidad de sus textos. Del poder creativo de sus campañas, de la posibilidad dentro del mundo creativo, tanto para hacer un jingle con el maestro Solano, como producir el mejor de los comerciales.

Dueño de un verbo ilustrado, inteligente presentador de televisión. Tenía una colección de trajes cruzados y naturalmente exquisitas corbatas de seda. "Es que pasamos mucho -me dijo un día justificando la elegancia y lo presumido que era y agregó-. La vida te va dando lecciones y tienes que asimilarlas y aprender de ellas". La publicidad era algo natural en él. Las campañas le surgían fácilmente y siempre tenía un punto de vista diferente de cómo encarar los retos y demandas de nuestros clientes sorprendiendo con ideas frescas y muy sagaces. Disfrutaba en cada una de sus presentaciones donde el elemento sorpresa era parte de la estrategia.

Bohemio confeso. Coleccionista de amaneceres. Recuerdo un día en que tanto él como su carnal Miñín desaparecieron. Damaris estaba muy nerviosa pues habían salido una tarde y al otro día a eso del mediodía , aun ambos estaban extraviados en el misterio de la noche. Recibí una llamada. "A Freddy que venga de inmediato. Le tengo el descubrimiento más importante del momento". Yo, junto a Héctor Herrera conducía y producía un programa de televisión que se llamaba "Gente" y cada sábado presentábamos nuevos talentos. La voz aguardentosa de René me respondió al teléfono. Estaban en casa de su novia Victoria y a esa hora aún no se habían acostado. "Corre, ven rápido -me ordenó René-, tenemos aquí la voz que necesita este país. En tu vida has escuchado a nadie igual".
"¿Quién es?" -pregunté.
"El nombre no te dirá nada, no lo conoces, nadie lo conoce, es un muchacho de Higüey, de apellido Sepulveda, no preguntes tanto y sal para acá de inmediato".

Colgaron. Victoria vivía en las inmediaciones del parque Independencia, la oficina estaba en la calle El Conde, no tenía carro y me fui caminando. Cuando llegué a la casa que era en un segundo piso, ya desde la escalera escuchaba las notas de la guitarra y la expresión de Miñín cuando decía: "¡Es que esto no tiene madre!" y luego un choque de copas.

Toco la puerta, entro y sentado en un taburete descubro la sonrisa espléndida del nuevo talento. "¡Fredesvinda! -me dice Miñín (cuando bebe lleva a femenino todos los nombres, la Renélia, por René, la Alfonseca por Miguel y etcéteras)-, sientate ahí y no hables".
Obedezco y el joven cantante, un moreno de amplia sonrisa me mira tímidamente.
"Dispárale una canción para que lo mates del corazón".

Y por saludo comienza la primera balada. De inmediato percibo el feeling del interprete. Es un artista nato, me impresiona por el juego y los matices de su voz . Me dejo envolver en esa y las siguientes canciones y sin darme cuenta me olvido del mundo y sme convenzo de que realmente estoy frente a un gran artista. En ese mismo instante decidimos llevarlo al próximo programa "Gente" y de repente comenzó la historia de uno de los mejores baladistas dominicanos. Desde allí me fui a Torrey, una tienda de caballeros que había en la calle El Conde a buscarle unas camisas y unos pantalones para la presentación.

El sábado siguiente, República Dominicana quedó seducida por la voz de Fausto Rey. René siempre me lo sacaba en cara. "Dile a la gente quien te lo presentó, dame mi crédito".

Me sentía privilegiado cuando participaba de estas aventuras. Nada me hacia más feliz cuando al final de cualquier tarde me llamaba a su oficina para leerme su último poema o el cuento que faltaba por pulir.
"Dime que te parece -y comenzaba-. Estas manos mías que no han hecho nada simple, temblorosas, como las de un ciego manos siempre abiertas. Estas manos mías limpias, inocentes. Yo te las entrego. Esta melancólica, pequeña sonrisa. Ingenua sonrisa de muchacho malo. Esta mueca triste de mi boca simple como una palabra: yo te la regalo..."

Escribía en su maquinilla con dos dedos con una rapidez sorprendente y luego corregía con la mano izquierda y me lo daba a leer escrutando mi rostro para saber si de verdad me había gustado. René hablaba a veces en parábolas, una vez me dijo dramáticamente que moriría joven, es más, hasta se atrevió a decir el año, "no paso de los 33".
No le hice caso y le dije que lo que sucedía era que le aterraba la vejez. Yo al contrario disfrutaría envejeciendo en una mecedora contando mis historias e inventándome otras (no, no se asusten, esto es verdad). El me miraba serio y yo le decía que quien mucho repite lo malo, la desgracia lo acecha y se cumple. Ahí quedaba el tema.

Era tremendamente presumido, impecablemente afeitado, bien peinado y con un discreto olor a Vetiver . René aprendió a disfrutar de las mejores bebidas. El ron primero, el whisky alguna vez y una larga temporada de Remy Martin. Tenía una necesidad imperiosa de escribir y a veces se encerraba en su oficina cuando alguna idea lo apasionaba y enfebrecidamente trabajaba en ella y hasta que no estaba satisfecho no la abandonaba. Luego como si hubiera conquistado lo más preciado, celebraba.

Teníamos un juego que practicábamos constantemente. "Inventemos", me decía y frente a la persona que fuera, le tejíamos su historia. Él o yo comenzaba y el otro seguía hasta terminar en carcajadas. Yo hacia tremendos esfuerzos por sorprenderle creativamente y lo mismo él.
"Ha desaparecido su padre", por ejemplo, hablando de alguien que nos visitara y no conocíamos, yo continuaba. "Nunca se ha sabido nada, pero el trauma le impide comer cangrejos" y desde allí, él retomaba la historia y así pasábamos el tiempo disfrutando las locuras que se nos ocurrían.

Trabajamos en muchos comerciales juntos. Él era el director junto a Carmelo Rivera, yo el utility. Juntos en los casting, buscando escenarios, combinando ambientes y reclutando la gente mas divertida del país. Tiempos de risa y diversión. A través de René conocí otros amigos de su Macorís del mar, a su madre, doña América a Iván, su hermano, me hablaba de sus tiempos de cárcel, de sus miedos, del último libro que había leído y algunas veces, omitiendo el nombre, de sus amores y conquistas. Más que consumar, conquistar. Sus eternos amigos y compadres, Danilo Aguiló y Miguel Feris, la historia de la 40, las marcas de las torturas en su espalda, el 14 de Junio, su primera canción, sus idas al Molino Rojo en la calle El Conde a terminar el día y beberse todos los tragos hasta descubrir el amanecer, cigarrillo tras cigarrillo.

Cuando leí su cuento "Ahora que vuelvo Tom", la emoción fue tremenda y así se lo hice saber.
"Eres un gran escritor", le dije.
"¿Tú crees?" Me preguntó mirándome a los ojos.
"Tú lo sabes", le dije y sonrió complacido.
Minerva su hija, era orgullo permanente, su niña, su tesoro. Luego la vida le regalaría a René, su otro hijo y ya estaría completo. Me hablaba de hacer un programa de televisión juntos, eso fue la última vez que nos reunimos en el Vesuvito con el común amigo Carmelo. "Lo voy a pensar", le dije.
"Seremos los mejores. Tú tienes cosas que yo no tengo y viceversa", apuntó.

Eso fue en diciembre de 1972, poco antes del día en que nos dejaría para siempre. Nobel, Miñín y José Augusto serían los últimos amigos en verlo aquella noche en el Dragón un 20 de diciembre. Celebraba la vida sin saber que le acechaba la muerte. Se retiraron a las doce de la noche. Nobel, Miñín y José Augusto se fueron a sus casas y René a cumplir su promesa de morir joven.

Me corrijo, mueren solo los que se olvidan, René no ha muerto, no puede morirse. René está con su mano tendida donde habita la más pura poesía y de seguro sigue hablando de su Macorís, se burla de los capitaleños y su malecón que según él, creemos imprescindible, escribe poemas en el eterno atardecer y naturalmente, sonríe, pues sabe que llegaremos todos y continuará la fiesta, aquella que ya no tiene fin.

Suplemento Pasiones, El Caribe, 22 de abril 2002.

 

 

©2003 Ediciones del Cielonaranja webmaster@cielonaranja.com