EL CUMPLEAÑOS DE PORFIRIO CHÁVEZ (fragmento)

Chino apoya el pie sobre el banco de cemento y está mirando el rayazo del fósforo, la llama violenta, la lumbre rojiza en la punta del cigarrillo. Siguió callado un instante, sólo marcando con el zapato el compás de "suave que me está matando" que sonaba en el radio de la barbería, al otro lado de la calle.

¿Y ahora qué hacemos, tigre?, se decidió, al fin.

Nada, se recostó Leal con aburrimiento y volvió a fumar.

¿Sabes qué estoy pensando?, dice Millo sin levantar la cabeza y Chino siguió callado.

¡Que otra vez hemos hecho el papel de pendejos! Y lo dijo Millo Leal dejando atrás una sonrisa amarga.

A Chino le hizo efecto la expresión y se defendió con una risita.

"Yo que sufro por tu ausencia este cruel tormento que me da tu amor..." llora el cantante, mientras el caballo está orinando y el cochero despierta de su sopor poniéndose el sombrero; la brisa mueve las hojas en el parque, y Chino, todavía mirando el espumazo entre las patas del animal, está molesto y por eso bosteza diciendo una palabrota. Sólo entonces, por no quedarse ahí, en silencio y rabioso, se lo dice al otro, casi por no dejar:

¿Nos metemos en el Aurora?

¿Y ahí qué dan?, preguntó Leal con las manos en los bolsillos y los ojos fijos en el cielo. Una de Pedro Infante.

¡Al diablo con ese tipo!

Y aquí, ¿qué hacemos?

¡Mierda! , dice Leal.

Haciendo una fumada larga y mirando los mosaicos grises, Millo pensó que a esta hora el teniente Flores, el teniente Carita, como le dicen por detrás en el Servicio Militar Obligatorio, quizás esté sentado en la mesa de siempre en el Café Oriental, cerca de la barra, como es su costumbre, esperando a que Fátima venga con su vestido de jersey y su cabello también negro, que le cae por los hombros, a sentarse allí en la fila de sillas cerca de la vellonera, haciendo sala, como dicen, y el teniente, con medalla de Tirador y de Experto, mandándole cervezas y tomando él, loco porque llegue alguien conocido que se siente a acompañarlo mientras él mira que te mira, se arregla el riche, acomoda la pistola, y en eso hasta que se decide a bailar el "Qué te parece, Cholito" se ha tomado cerveza por pila en esa mesa. Pero a Millo no le parece buena idea ir a meterse por las calles de La Arena a esta hora expuesto a que después de tanto caminar pendejamente no aparezca ningún teniente Flores porque a lo mejor está de servicio en la fortaleza y entonces lo mejor es "si ombe, sí" quedarse fumando.

Chino no aguanta más y se acerca a las cayenas, arranca una hoja, la muerde, la escupe de una vez, se baja el zípper del pantalón, mete la mano y empieza a estirarse la camisa. Vuelve al banco y revienta:

¿Pero qué coño hacemos aquí?

Nada, lo de siempre, lo que te digo, ¡de pendejos!

Millo Leal sigue recostado en el banco con los pies estirados y las manos metidas en los bolsillos.

¡Las nueve menos diez!, maldice Chino mirándolo en el reloj Leche Magnesia Phillips de la farmacia.

Leal cruza las piernas. "Búscate una novia", dice, y ahora levanta la cabeza para mirar con una sonrisa pícara la cara de Chino que se encoje en un aire de amarga gravedad.¡En este pueblo ni eso!

Rió Leal, ahora francamente despejado y sacudido por completo de la modorra.

¿Por qué no seguimos?

¿Dónde?, dice Chino.

Por ahí, a cualquier parte.

Habían pasado las fiestas de San Pedro hacía cosa de un mes, pero en la pared quedaban restos de un cartel escrito a mano, en cartulina amarilla. Chino, al pasar, alcanzó a leer lo de "tercer escrutinio" y de una vez recordó la borrachera que cojió a Pedro Quezada, bebiendo "Favorito" desde las doce y media del día en el patio de la Fragadelfia.

"A mí que me entierren, Juana, pero que sea con el trombón de Carlos Ramos", le cojió con martillar y martillar en eso, y ella, cabello blanco y palabrota a cada instante, aplastaba los fritos en dos tablas y los echaba de nuevo en el aceite. "Aceite de tiburón, vieja verde, cocinas con aceite de tibú para dañarle la barriga a la gente". Y Juana le contestaba ronca con aquello de "borracho no vale, no señor", se parecía a Rita Montaner, decía Quezada, pero eso lo cantaba Daniel Santos en el 43, "así que estás fuera de tiempo, ¡vieja caimana!" Y seguía, con la camisa abierta por completo y una medallita de la Altagracia cojida con imperdible en la camiseta, del lado del corazón. Chino se reía entre dientes y Quezada se sacudía "¡FuáFuá!" "¡Quítate el zapatoquetelo quiero ver, fuá fuá! ¡Cómo toca el trombón ese moreno!" con dos dedos sobre los labios y la otra mano haciendo como que movía la vara del instrumento hacia adelante, hacia atrás, "eso sí que es tocar, Chino; como lo hace Carlos Ramos, llevándole la contraria al ritmo, haciendo lo que le dá la gana y poniendo a todo el conjunto a andarle atrás con la música", Chino asentía y Quezada le daba un manotazo en la rodilla, "¡te he dicho mil veces que donde tenemos que beber los tragos es ahí, en el Guitarra!". "Tú lo dices por Carmencita, ¡maldito gordo!", dijo la Rogers, y Quezada se puso grave y medio triste. "Qué va Rafaela, lo digo para que este carajo sepa lo que es música, para que oiga a Carlitos cuando le mete el pecho a la melodía, eso es todo" Entonces, ahí está otra vez dibujando en el aire su trombón, cerca del anafe de la Fragadelfia, se contoneaba en la silla, marcaba el ritmo con el pie descalzo y sólo descansaba de tocar cuando Chino, negado definitivamente a bailar con Rafaela Rogers que estaba en eso con Quezada desde hacía tiempo, le ponía el trago casi en la mano: entonces, Pedro Quezada, boxeador de cuando Barquerito y el Zurdo, trabajador del muelle y agremiado en tiempos de Mauricio Báez, fanático del "Almendares" en las esquinas de los rieles, amigo de "guimi uan cigaret" de los marinos americanos a quienes rompía después la cara con un jab entre botellas de cervezas en el "Happy Sailors", y hoy gordo y cobrador de boletos a la entrada del cine "Aurora", se sentaba, dejaba de tocar, jadeaba con el vaso apoyado en la rodilla y repetía, sumamente fatigado y sudoroso, "a mí que me entierren, Juana, pero con el trombón de Carlos Ramos!".

Chino recordó lo del patio de la Fragadelfia después que vio lo que quedaba del cartel en la pared; pero en realidad lo que debía recordar y no quería era otra cosa, lo que pasó más tarde en la puerta del hotel, cuando llegaron Quezada y él, apoyado el gordo en la cintura apretada de Rafaela Rogers que se había puesto vestido de tafeta verde, zapatitos blancos, alfiler en el pecho, flor en la cabeza y toquecito detrás de la oreja, "con el dedo nada más, aquí, en el pecho, Chalimar, hijito, del que cuesta bien caro para estos casos, ¿qué te crees?"

Si se lo dejan a Quezada le parte el alma, recordaba Chino ahora que iban Millo y él atravesando la arquería lateral de la iglesia; ya tenía la derecha lista, pero Chino, que lo vio mordiéndose el puño, se le pegó. Entonces era Rafaela quien estaba casi encima del tipo, "¡si ombe, Candelario Henríquez, el cobrador del club!" y Chino, pegadito del gordo, sólo veía que la Rogers se ponía las manos en la cintura y se meneaba así, como Celia Cruz, como Milagros Lanty, como quien está cantando una guaracha de esas, diciéndole cosas ahí mismo en la nariz del tipo; pero arriba estaba el conjunto de Perucho Cuevas Millo Leal se detuvo a escribir algo en la misma pared de la iglesia y también "señoras y señores aquí está Radio Oriente, llevando a todos los hogares de la ciudad la alegría de esta gran fiesta popular" entonces "para que sigan bailando". "¡Para que baile quién, coño!" vociferaba el gordo, "baila Catalina con un solo pie" canta Chichí Mancebo, "da la media vuelta y mira a ver quién es", ¿quién va a ser? Catalina la gorda, la grandota, la de la manguera verde en el jardín, la del Buick gris y su marido con bastón y todo y el chofer negro los domingos para ir a la iglesia y pasear por la avenida y detenerse a tomar helados, "¿verdad que sí, hijito?", preguntaba la Rogers con los aretes que le faltan a la luna colgados de sus orejitas chiquiticas de ratón, y de verdad que había un verdadero lío allí porque se soltó el gordo y empezó a decir que se fueran al carajo y se quitó el sombrero de fieltro y lo pisoteó y ya Chino mirando a la Rogers con aquella putería rabiosa estaba por ponerle "música maestro" las manos encima al tipo y se oyó a Chichí Mancebo que iba a "montar un molino en la carretera pa' moler mi caña cada vez que quiera" entonces Pedro Quezada diciéndoles que sí, que bailaran, que zapatearan bien duro, que allí estaba Lorenzo Rodríguez que vende Florscheim en cajas de cartón, que tiene una acera del pueblo para él "La Española, Calzado de calidad", y era verdad, porque lo dijo el tipo Candelario Henríquez que allí estaba, con sus espejuelos montura al aire, don Federico Rib, también del Comité, de los que mandan, "a mí me pagan, eso es todo", casi llorando lo dijo, y ahí Rafaela la agarró con Raisa Montero "¡como una rubia de película americana! ¡Qué merengue, hijita, qué merengue!" Pero doña Raisa no la oye, bailando pegada del balcón, ¡como un cuero! dice la Rogers, borrachona, vestida de negro largo, jugadora, qué parranda, qué fiesta, cuánta gente de sociedad, hijito, te lo dije (dice Rafaela) y Chino agarra al tipo por las solapas y se lo grita ahí mismo, con tufo y todo, qué San Pedro ni qué reina, "dime, hijo de la gran puta, ¿por qué no entramos nosotros?" Y Rafaela se lo quita a carterazos.

Y después el gordo Quezada con los zapatos quitados, sentado en una acera de la calle Locomotora junto a la pieza de Celina Contreras, "mira qué vaina, Rafaela, Lorenzo Rodríguez vino de España en alpargatas y ahora manda en este pueblo!"

No te apures, gordo, que mañana en casa de la Fragadelfia me haces reina. Tú y el Chino me coronan y ya verás qué cuadre, qué sabor, qué belleza de negra tu te mandas.

¡Qué papelazo hicimos, viejo!, despeinó Pedro Quezada a Chino que se quedó pensando con mala cara.

Pendejo tú, que fuiste , dijo Leal, y se detuvo por segunda vez a escribir, en esta oportunidad en la pared de la casa curial.

¿Y aquí, qué ponemos?, se volteó con el lapiz amenazante.

Cualquier vaina , dice Chino con los hombros encogidos, muy encogidos.

"En estebarriolagentevi... veacechan... doporlaspersianas", deletrea mientras escribe.

Eso es verdad, sentencia Chino.

¿Que si verdad?. Leal se acerca al borde de la acera y hace que va a orinar. Chino vio el celaje de la viuda Cruz que corrió a apagar la luz de su habitación.

Ssschatt...! . Hace Millo con el dedo puesto sobre la boca.

Allí viene el policía! . Empieza Chino a caminar y Leal se cierra el pantalón.

Se enciende otra vez la luz de la habitación y Millo "que me pellizqué con el zipper!" y Chino que se ríe, se abraza del poste de la esquina, se ríe a carcajadas, se defiende del salivazo, sigue riendo y se van, Leal delante, Chino detrás, bajando por la callecita de la escuela de música.

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