Àngela Peña: LA NOVELA DE RENÉ.

Tal vez ningún escritor dominicano o extranjero se había planteado escribir una novela sobre la dictadura de Trujillo cuando ya René del Risco Bermúdez, a pocos años del ajusticiamiento, la tenía redactada. Pero no confesó a nadie su proyecto y sólo unos meses antes de su trágica muerte, ocurrida en 1972, decidió darle el borrador a su secretaria de una publicitaria para que lo pasara en limpio. El original estuvo guardado desde los ’60 hasta este nuevo milenio en que el sociólogo Miguel D. Mena obtuvo la autorización de los hijos del laureado poeta y cuentista para publicarla.

Se llama "El cumpleaños de Porfirio Chávez" y está ambientada en el San Pedro de Macorís, su ciudad natal, del decenio 40-50, cuando, según se evidencia en la obra, reinaban ya el caliesaje, la persecución, los chivatos, delatores y calieses, las inquietudes juveniles clandestinas, las muertes misteriosas por oposición al régimen y el descontento y la frustración encarnados en el barbero del pueblo, las chicas de La Arena, los estudiantes reunidos en el Parquecito Salvador, en El Apolo, en Mira-Mar, en El Aurora, el café Oriental, El Nilo, Villa Velázquez y hasta en los ingenios y bateyes, la playa, los barrancones, el muelle y las orillas del Higuamo.

Las actitudes contrarias, las del Trujillato, no están ausentes en el ejemplar: recuerda el Servicio Militar Obligatorio, la vistosa y aparatosa indumentaria de la guardia, los privilegios sociales y económicos exhibidos por los funcionarios, la prepotencia y falsedad de gobernadores, síndicos, comandantes de plaza y la ostentación de sus hijas, las loas, cánticos, himnos y paradas al Benefactor contrastando con "la angustiosa pobreza de luz en las esquinas, la irreal y sorda permanencia de las viejas fachadas de mampostería, la milenaria sequedad del polvo en las aceras, la ruinosa soledad de ese ambiente de moscas que sobrevuelan platos y botellas, de los días largamente lentos, de las noches remotamente calladas y vacías, de las conversaciones frustradas, cortadas de un tajo por una expresión espantosamente desconfiada...".

Del Risco está en San Pedro de Macorís, pero la novela toca las vivencias de los dominicanos de toda la Patria porque las canciones de moda eran las mismas como eran los artistas, las revistas Carteles, los enamoramientos, las conquistas, las distracciones, las emisoras internacionales que se escuchaban con precaución en las madrugadas, las velloneras y los bailes, los merengues, los gallos y amancebamientos, el desconcierto de los más conscientes de la oprobiosa Era, como Porfirio Chávez, que no era el único inconforme de esta tierra. Había muchos como él dispersos en ciudades y campos, con iguales quejas, discursos y siniestros finales.

"De modo que, cuando se acaba la zafra, sobreviene una depresión que a Porfirio Chávez no le gusta. Por eso, aquella mañana, afilando la navaja en la correa ancha de cuero, deja escapar una expresión evidentemente malhumorada. Había poca gente en la barbería. Sólo tres hombres contando al que estaba en el sillón con la barba enjabonada. Porfirio se vira, afilando la navaja, bigote en brocha rubia y cinturón casi en el pecho, y le dice así, como lo roncara: -¡A este pueblo no lo salva nadie-!".

LA NOVELA

En 148 páginas que el lector devora atraído por el desenlace y la genial manera como el autor recrea lugares y situaciones reales con nombres ficticios, René del Risco Bermúdez logra producir una auténtica novela histórica sin recurrir a referencias ajenas, narrando los verídicos episodios vividos, comunes a sus compatriotas, archivados en su memoria asombrosa.

Por eso dice el editor, Miguel D. Mena, en la presentación: "Antes de que se pusiera de moda la reflexión sobre los dictadores latinoamericanos en los años 70 -García Márquez, Roa Bastos, Carpentier, son ejemplos-, aquí estaba nuestro autor, situando al trujillismo en el contexto de su ciudad natal y a partir de una óptica de la absurdidad Kafkiana".

Agrega que "antes de que se reflexionara sobre el bolero y el tango dentro de las relaciones de poder, como acontecería en los 80 y 90 -mencionemos a Cabrera Infante, Mastretta, Montero, Vergés, entre otros, teniendo a Sarduy como uno de sus grandes predecesores-, ahí salía esa bohemia pueblerina, en la que víctimas y victimarios confluían bajo el mismo son".

"Antes de que el nouveau roman abriera líneas de composición, integrando planos sucesivos e implicándose en lecturas intertextuales con el cine, la música popular -desde la "literatura de la onda" mexicana hasta Puig, Veloz Maggiolo y Rodríguez Juliá-, en el texto de del Risco ya advertimos la asunción de lo cinematográfico y sus héroes dentro de los mitemas de la contemporaneidad", agrega.

Manifiesta que "casi dos decenios antes de que Luis Rafael Sánchez publicara "La importancia de llamarse Daniel Santos", el mito del Inquieto Anacobero ya estaba recorriendo los patios del San Pedro de Macorís de los 40", hecho consignado por René en este volumen.

Previo a la desaparición de Porfirio Chávez y a su reaparición por la carretera de Ramón Santana, colgando "con esa figura de trapo" de un árbol de javilla, en el mismo cruce del Ingenio Santa Fe, con "ese ojo negro, dos dientes partidos y un golpe muy serio en la cabeza" el intelectual recuerda el "Suave que me estás matando" que marca el Chino con el pie apoyado sobre el banco de cemento; el que "yo que sufro por tu ausencia este cruel tormento que me da tu amor", que lloraba el cantante "mientras el caballo está orinando y el cochero despierta de su sopor poniéndose el sombrero".

Pone militares a bailar "Qué te parece Cholito", después de haberse mandado un viaje de cervezas, arreglarse el riche y acomodarse la pistola; y rememora el "Borracho no vale, no señor", "Quítate el zapato que te lo quiero ver" o, para que sigan bailando, evoca a Chichí Mancebo cantando "baila Catalina con un solo pie, da la media vuelta y mira a ver quien es".

Todos los ritmos populares de entonces, boleros, danzón, guaracha, merengue de salón y de monte adentro, son, tocados, interpretados, tarareados en ambientes diversos por personajes de alta sociedad o de estratos inferiores de la Sultana.

"Caminamos como Rock Hudson y Jason Wyman, bajo la hilera de álamos. Yo creo que silbé, o por lo menos recordé algo de... "love es many splendorous thing", cuenta, sin dejar de describir el desencanto que respiraba pese al baile, el cine, los artistas, el canto: "pero ahora como que estamos tan desanimados, tan sintiendo cierta amargura, que yo intento volver al pasaje del río y ya no hay sol, sólo el caos del balandro volcado en la orilla, las aguas que se enturbian en la sombra, el muelle sin barcos, y me doy vuelta de pronto para decirle ¡vámonos! A Teté que ya estaba de pié, sólo con la rodilla sobre el banco. Ahí fue cuando me dieron ganas de decir a Rita que todo eso era mierda, pero me callé porque en verdad yo estoy completamente persuadido de que no sólo las cosas que dijo Rita, sino todo lo que se hace y se dice y se piensa y sucede y se celebra aquí es pura mierda".

Lo de Rita era el Oldsmobile 98, el pantalón torero, el cabello picado a lo boy, la high school en Canadá "y el baile de Miss 2 de julio con la orquesta Generalísimo, del capullo de una rosa sutil al nacer un claro día de abril".

Detalla los exilios, como el de "Sibito", que partió "en una goleta de tres palos para Venezuela" sin que "Ma Concha", su hermana, volviera a saber nunca más de él y confiesa que está ahí, "oyendo a Radio Rumbos, de Venezuela, con el volumen bajo, bien bajo, lo más bajo que se puede escuchar una radioemisora extranjera con el problema ese de la estática, el ¡biib-biib-biib! que tiende a oírse más aun que la voz de los locutores, y que la música marcial, y que el himno dominicano tocado por la Billo’s Caracas Boys, ese ¡trr-crash! que inquieta a mamá en la cama porque se cuela en las hendijas de la casa, por debajo de las puertas, y que es muy peligroso porque a esta hora eso quiere decir que se está oyendo una emisora de fuera...". Alude a los temibles cepillos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).

Pero también "Piro" escuchaba los domingos una emisora de Colombia "que primero tenía un programa de preguntas y respuestas, a seguidas de un espacio con la música del Vallenato y finalmente, como a eso de las diez y quince, un programa de chistes y parodias musicales producido por un cómico llamado Tocayo Ceballos...".

Empero, la preferida del autor parece haber sido la venezolana, reiterada en su narración: "...Cerré la puerta. Sintonicé como todas las noches a esta hora a Radio Rumbos, de Venezuela, cuando todavía no se había terminado el juego de Magallanes y Caracas y me puse a pensar en este día. Un día que no es ni más ni menos que todos los días. Esta noche le puse atención al programa de exiliados (ya se despide del aire Radio Rumbos, que transmite "desde Caracas Venezuela: Patria del Libertador)... Apago el radio, me saco las medias y por poco, confundiendo radio y medias, iba a decir mierdas".

"¡ROMPAN FILA Y VIVA EL JEFE!"

El cumpleaños de Porfirio Chávez, ameno y tétrico, nostálgico y romántico, es un tramo extenso de la historia dominicana, de la Era de Trujillo, en que se mezclan las marcas de ron y cigarrillo, pedazos de canciones, actores y películas, comerciales y productos, "Para mí, Para mí, el jabón de todas las edades, con perfume de la juventud, ideal para climas tropicales"; Burt Lancaster en De aquí a la Eternidad, Gary Cooper cansado de spot-lights y de maquillaje, Eva Garza, el Charro Gil, "la noche es tibia y tiene sabor de besos", "Las muchachas de la Plaza España", con "el jefe", dueño de El Caribe, las medallas y condecoraciones, "el noticiero de La Voz Dominicana, de informaciones del Partido Dominicano, de Decretos del Poder Ejecutivo, de año tanto de la Independencia, tanto de la Restauración y no tanto, sin embargo, de la Era de Trujillo"... y en la boca del pueblo, en serio o en broma, un "¡rompan fila y viva el jefe!".

Todas las revistas y novelas, los boxeadores, las marcas de los autos, la construcción del Puerto "¡cinco millones!... el Ingeniero Benítez Rexach, contratista de la obra", los actos de la Logia, Celia Cruz y el Sum-Sum-ba-ba-e, Cayé dando serenatas con aquello de "Joven aun, entre las verdes ramas/ de secas hojas construyó su nido/ El cazador la contempló dichosa/ y sin embargo, disparó su tiro". Y lo que fue el acontecimiento para San Pedro de Macorís, aun registrado en las memorias mayores: la estadía de Daniel Santos en aquel pueblo de tantos jolgorios que al mismo tiempo se encontraba atrapado, pero en disposición de combate contra el tirano.

"Leal cogió la cuchara del hielo y daba golpes de cencerro en el vaso mientras el teniente veía que la Rubia llevaba el ritmo con los hombros. "La Sonora es la Sonora, vale", sentenció el gordo, "¿y qué usted dice de Daniel? -preguntó Flores- ¡Ese sí que es un General! Lleva quince años en eso y sigue como un tiro". Y Quezada, con cara de veterano: "Dímelo a mí, muchacho, que lo estoy oyendo desde el 43 cuando cantaba con el Cuarteto Flores!" "preso estoy, estoy cumpliendo mi condena" -cantó Millo Leal- "¡Oye a éste!", dice Quezada- "eso es del otro día m´hijo; yo hablo de cuando Vengo a decirle Adiós a los Muchachos, Van Pa´la Guerra, En el Tíbiri Tábara, de esos tiempos cuando La Arena se llenaba de marinos y había treinta y seis cabarets, con mujeres buenas, gallinas todas. Me acuerdo yo que ahí, donde Juanita Yapur, que entonces era un encanto, el capitán de un barco inglés metió en una sola noche más de diez pesos en realitos de a diez a un solo disco de Daniel. A todo el mundo le gustaba. Y no era de estos artistas que hay ahora, que nadie puede hablarle, ni darle la mano y esas cosas. ¡Qué va! Daniel era un hombre como el decía, "de barra en barra y de trago en trago". Aquí mismo se pasó él una semana, con los pantalones arremangados y en camiseta, cantando en patios con la guitarra de Tonono. Todo el que quiso verlo, lo vio sin pagar un chele, y de cerquita. Y en La Habana fue lo mismo. Fue allá que le pusieron "El Inquieto Anacobero". Ha hecho de todo lo que ha querido en su vida, y sigue ahí, tan campante como Johny Walker. Daniel es un héroe de carne y hueso, no de postalita como hay muchos, que va, viejo".

El cumpleaños de Porfirio Chávez, que René del Risco escribió "en el último bienio de su vida", fue rescatada por Miguel D. Mena "a casi treinta años de su composición". Ya dejó de ser "el eslabón perdido de la literatura dominicana", aunque el editor sólo hizo una artesanal tirada de 50 ejemplares.

Periódico Hoy, Lunes 26 de junio del 2000.

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