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LA DOMINICANIDAD DE FÉLIX SÁNCHEZ

Guillermo Piña Contreras



Recuerdo, como si fuera ayer, que apenas dos días antes de la victoria de Félix Sánchez en 2001 durante el Campeonato Mundial de atletismo de Edmonton, Canadá, un sondeo de opinión en República Dominicana dejaba como resultado que 65% de los dominicanos querían marcharse del país. Es decir, emigrar. Durante ese verano la crisis económica no era, ni por asomo, la que padecemos hoy en carne viva, pero ya se hablaba de los XIV Juegos Panamericanos como de un lujo que, según ciertos sectores, no podíamos darnos. Nadie podía ser adivino para saber que en agosto de 2003 no tendríamos dinero para una sede que desde antes de que concluyeran los XIII Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, nos había sido atribuida contra la opinión de algunos países y sobre todo de México. Tampoco sabíamos que mientras se discutía la celebración de los Panam en Santo Domingo se estaba formando un dominicano que sería, dos años después, el campeón mundial de 400 metros con vallas.

      Y precisamente esa primera medalla de oro en atletismo para la República Dominicana la ofrecía un dominicano que no había nacido en el país de sus padres y que ni siquiera hablaba perfectamente nuestra lengua. El asombroso porcentaje de dominicanos que desea aún más emigrar y dejar atrás su pasado debe sentirse estimulado no sólo por la cadena de triunfos de Félix Sánchez sino por su empecinamiento en ser dominicano cuando nadie, excepto su abuela, le había inculcado el sentimiento dominicano que parece hemos perdido ante los golpeos de la crisis económica. Félix Sánchez es una prueba viviente de que se puede nacer en el extranjero, tener éxito en su carrera y mantener vivo el sentimiento de pertenecer a una nación que sólo existe en el recuerdo de sus padres.

      La historia de Félix Sánchez, al menos la que corre de boca en boca, es el mejor ejemplo de cómo “ser dominicano” puede transmitirse de generación en generación aunque la lengua del país de origen sea desplazada por la del territorio donde le ha tocado vivir y desarrollarse. Una de las versiones cuenta que su abuela, al darse cuenta de que su nieto tenía talento para destacarse como atleta, le pidió que si algún día participaba en una competencia internacional lo hiciera a nombre de República Dominicana. La otra, habla de la admiración por su padre a quien conoció hace apenas unos años y que, al momento de su gran triunfo en Edmonton, estaba preso en una cárcel dominicana.

     Nadie puede contra las leyendas, pero sí es importante resaltar que esa abuela y el deseo de encontrar a su padre, mantuvieron vivo el deseo de ser dominicano de Félix Sánchez. Un atleta de alto nivel que prefiera al país de origen de sus padres ante una posibilidad tan tentadora como la de pertenecer al equipo de Estados Unidos. El mejor elogio que un producto de la emigración dominicana le pueda hacer a nuestra nacionalidad.

     El caso de Félix Sánchez no es el único en los anales de la emigración dominicana que se inició, por razones fundamentalmente políticas, durante la Era de Trujillo y que luego de la muerte del tirano, por razones más económicas que políticas, se convirtió en un fenómeno digno de estudios que hoy llenan enormes anaqueles en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos donde se conserva toda la memoria del mundo moderno.

     La emigración en sentido general ha producido, además de los deportistas reconocidos hoy como glorias del béisbol, a escritores que ya pueden formar parte de una literatura dominicana de expresión inglesa, como son los casos de Julia Alvarez y Junot Díaz, para citar sólo a los más representativos de la emigración antes y después de la dictadura de Trujillo.

     Aparentemente, el hecho de utilizar el inglés como medio de expresión podría verse como algo menos representativo que llevar los colores patrios en una justa deportiva de alcance mundial. Pero el ejemplo no es tan sencillo como parece. En el caso de Julia Alvarez, en guisa de ilustración, su primera novela, Cuando las hermanas García perdieron su acento, cuyo título es más que evocador, plantea la integración de una familia en un medio extraño y completamente diferente, así como en Yo, donde se evoca de manera casi mítica lo que es la República Dominicana. Un mito que, por lo demás, siempre fue desarrollado e inculcado por los padres de la escritora. Creo que Julia Alvarez, aunque ella misma diga que no es una escritora dominicana sino norteamericana, es dominicana. Hay una polémica que me parece un poco absurda en el sentido de que el sentimiento de nación no lo da solamente la lengua, es lo que el escritor tenga dentro. En Junot Díaz, de quien todavía estamos esperando su novela, publicó una colección de cuentos, Drown, en la que aparece el sentimiento dominicano, el sentimiento de esa diáspora dominicana de Estados Unidos. ¿Cuántos miles de dominicanos viven en el exterior, y qué significa para esos dominicanos, como en el caso de Julia Alvarez o Junot Díaz, la República Dominicana? La cultura no es solamente la lengua, la cultura es un sentimiento también, el sentimiento de pertenecer. Si por casualidad Julia Alvarez y Junot Díaz no se sienten pertenecer a la República Dominicana, su cultura, su creación, está estrechamente ligada al país de origen. Entonces hay un grado de pertenencia también, es decir de parentesco. Por ejemplo, los últimos temas de Alvarez han sido sobre República Dominicana. Son escritores dominicanos de expresión inglesa, y hay muchos así. Hay otros escritores estadounidenses que pueden escribir en español y siguen siendo estadounidenses.

     No se han hecho estadísticas sobre el número de dominicanos residentes en el extranjero. Se especula que en Estados Unidos, sin contar a los descendientes, hay cerca de un millón. En Europa también el éxodo de dominicanos tiene ya un carácter importante para los que se interesan en la diáspora dominicana de hoy día. En Estados Unidos, en las islas del Caribe, en Venezuela y en cualquier parte del mundo, el sentimiento nacional dominicano se mantiene vigente. Es el recuerdo de un pasado idealizado, aunque las condiciones de vida hayan mejorado. La referencia, el marco familiar es necesario para crear un imaginario a sus descendientes.

     Lo que Félix Sánchez siente por un país que ni siquiera le vio nacer sólo lo explica el hecho de que sus familiares hayan mantenido vivo la nostalgia de sus orígenes y que él haya incorporado esa República Dominicana mítica a su personalidad permitiéndole constituirse un pasado ancestral.

     Uno de los ejemplos más interesantes sobre lo que significa el sentimiento de la nacionalidad dominicana en el extranjero es el del diseñador internacional Oscar de la Renta a quien se le preguntó en París, en ocasión de la firma de un contrato con la Casa Pierre Balmain, que cómo se sentía un americano en París, a lo que De la Renta respondió: “Será de pasaporte y dirección, porque yo soy dominicano”.

     El sentimiento de nacionalidad es eso: un sentimiento. Poco importa que Félix Sánchez haya nacido en Estados Unidos, poco importa que el español no sea su lengua materna, poco importa que no haya vivido nunca en República Dominicana. Lo importante es que, aún sin la medalla de oro de Edmonton, ni las que ha obtenido en las demás competencias internacionales que ha participado desde entonces, ni las de los XIV Juegos Panamericanos de Santo Domingo, ya se sentía dominicano.

(El Caribe, 6 de agosto de 2003)

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