(Santo Domingo, 1884 -Buenos Aires, 1946)

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y LAS ARTES VISUALES

Marianne de Tolentino

 

 

Con frecuencia se escucha la queja de que los escritores no se interesan por las artes plásticas, tampoco los músicos, y viceversa... Es una verdad relativa, aceptable para los ‘‘talentos ordinarios’’, y no todos. Sin embargo, cuando nos encontramos con personalidades magistrales, superdotadas o próximas al genio, el espectro de sus intereses intelectuales se amplía, se conjugan erudición y aficiones en varias expresiones de la creación. Pedro Mir, Manuel del Cabral, Manuel Rueda y Pedro Henríquez Ureña constituyen ejemplos nacionales de esa polivalencia de intereses, al menos como observadores, sino como autores.

Dedicaremos una atención especial a Pedro Henríquez Ureña, emblema de esta V Feria Internacional del Libro y ejemplo fehaciente de que un expatriado puede permanecer casi la vida entera en el extranjero, conservando intacto el sentir cultural de su patria. Al mismo tiempo, sin embargo, hace suyas las culturas en las tierras de adopción con una facultad de compenetración universal. Así sucedió, a un orgullo y amor dominicanista se sumó la integración con México, Estados Unidos, Cuba, Argentina, sin olvidar Madrid y París.

No solamente en los artículos y ensayos notamos la sensibilidad por el arte, sino en el ‘‘Epistolario íntimo’’ con Alfonso Reyes - ese, sí, confesaba sus ‘‘deficiencias’’ en pintura y música, aunque no en escultura-. Pedro Henríquez Ureña, en sus cartas, desde el 1908 hacía comentarios breves sobre pintura y más extensos sobre arquitectura, queriendo aún convencer a su amigo de que escribiese una crónica sobre el movimiento artístico en la metrópolis.

El precoz escritor dominicano conocía y estimaba mucho a numerosos jóvenes pintores mexicanos -juzgando que con las ideas era la pintura la mejor obra de la juventud-. Ahora bien, la calidad del juicio se expresa en las sucesivas estancias. En La Habana él critica el gusto realista y el hecho de que ‘‘en pintura o dibujo, el cubano no entiende de estilización.’’ También se preocupa por la ‘‘parte gráfica de la prensa’’.

Quisiéramos citar, el mismo año, en 1914, dos ejemplos de juicios contundentes. A propósito de Diego Rivera, Pedro Henríquez Ureña decía: ‘‘Te confieso que, en el fondo, no me siento compañero de Diego Rivera. Me parece gran pintor entre los mexicanos (no sé cómo lo está poniendo el cubismo). ¡Pero ese modo ruso de vivir!’’ Respecto a una arquitectura que no había visto aún dice: ‘‘No me explico el odio a lo gótico. Es la arquitectura más literaria, es verdad, y la mitad de su prestigio es la leyenda de que todo el pueblo la edificó en dos o tres siglos. Pero a través del grabado es siempre interesante. Reims, dibujada por Joseph Pennell, es maravillosa.’’

Crítica de arte

En el artículo ‘‘Los Pintores Norteamericanos’’ comenta con brío y precisión una exposición en la Galería Corcoran en Washington, con finas observaciones y el tono de quien suele y sabe mirar: ‘‘Y debajo de las audacias sistemáticas se descubren timideces fundamentales: (...) no pocos se sienten incapaces de la audacia definitiva, y se acogen a los efectos dulces con que aspiran a sugerir la visión poética, la ‘‘intuición de simpatía’’. Luego, objeta los géneros tradicionales: no era la primera vez que el autor se pronunciaba a favor de la modernidad en la pintura. En otro texto del 1915, él despliega, reseñando un libro, sus apreciaciones de la arquitectura mexicana.

Un texto ajeno se convierte pues en pretexto para exponer opiniones propias y conocimientos. A partir de ‘‘Velázquez’’ de José Moreno Villa -‘‘perfecto como un libro francés’’-, perfila la obra del pintor español, y lo estima continuador de la pintura florentina, lo que le permite evocar El Greco y Tintoretto. Más aún, al concluir Pedro Henríquez Ureña pinta con palabras: ‘‘Sobre el horizonte negruzco se ciernen amenazadoras, nubes blancas y nubes pardas. Son nubes pujantes: van a abrirse las cataratas del cielo.’’ Late la sensibilidad al color y los efectos expresionistas. Así existen, en textos posteriores, varios ejemplos de toques pictóricos, en ese escritor sobrio y preciso: las palabras son su pincel...

Pedro Henríquez Ureña domina tan bien los ambientes del arte, que, con su poder de síntesis, hace comparaciones lapidarias: ‘‘En Madrid se pinta siempre -hay quienes pintan con estupenda maestría, don innegable de ‘‘la raza’’-, pero se expone poco, y falta el contínuo choque de ideas y de procedimientos, en la discusión y en la crítica, que hace de París un crisol incomparable. Sólo en torno al arte nacional de siglos pasados hay aquí gran actividad de investigación y opiniones.’’

En ese sentido, aparece de nuevo la inclinación hacia las corrientes modernas. Ello no implica menosprecio por la historia del arte, y especialmente los siglos XIII, XIV y XV que entusiasman al escritor, apasionado de arquitectura, erudito conocedor del gótico de España y sus ‘‘entrecruzamientos’’ estilísticos. Su temperamento, por cierto, no le permite hablar de cultura, aunque enfatice la literatura sin un enfoque global que incluye la arquitectura, la pintura y la escultura, con mucha exactitud.

De arte americano

El continente americano, América Latina especialmente, centró, en todos los campos, la atención de Pedro Henríquez Ureña. Sucedió con el arte que puede evocar de un trazo, entrando en un análisis literario minucioso: ‘‘¿No habrá creado América, como en arquitectura, otro gran estilo barroco en poesía?’’ (Barroco de América).

Ahora bien, ni en los siglos pasados, ni en la contemporaneidad que vivió el escritor, hubo en las artes plásticas americanas el florecimiento al cual se asistió en la segunda mitad del siglo XX. Luego, respecto a República Dominicana, él no se encontraba en el país, la información era extremadamente pobre sino ausente. Sin embargo, en los panoramas históricos Pedro Henríquez Ureña alude a la pintura.

‘‘Puerto Rico en el siglo XIX’’ es un estudio totalizante, centrado en lo político, pero aborda la pintura, y al referirse a José Campeche, él menciona al dominicano Mateo Velázquez y sobre todo a Chasseriau: ‘‘Es antillano también otro pintor de mucho mayor importancia que Campeche y que Velázquez: Chasseriau (1819-1856), nacido en Santo Domingo bajo la dominación española, pero florece en Francia”. También cita a Francisco Oller, el gran impresionista puertorriqueño, y su cuadro ‘‘El Velorio’’. Curiosamente, no alude a la plástica en el estudio sobre el siglo XX en Puerto Rico.

En varios textos Henríquez Ureña vuelve presente la pintura dominicana. Recorriendo ‘‘La República Dominicana desde 1873 hasta nuestros días’’, él elogia a Luis Desangles, ‘‘cuyo retrato de Amelia Francasci es uno de los mejores cuadros de tipo impresionista en América.’’

Ahora bien, uno de los textos más vibrantes y enérgicos sobre arte es ‘‘La Catedral’’ , escrito en París en 1910. El se alza intelectualmente en contra de la restauración de la Catedral de Santo Domingo, de la reconstrucción de su torre, evoca el saqueo de sus cuadros y esculturas. El artículo debería publicarse íntegramente. Para muestra, reproduciremos un párrafo contundente: ‘‘Sus vicisitudes han sido las mismas que de la tierra desdichada que la sustenta. La prematura decadencia de la colonia la dejó sin torre, los piratas le arrebataron sus esculturas, la barbarie piadosa borró la pintura sacra de sus columnas, destruyó la clásica sillería de su coro, manchó de amarillo sus muros exteriores y blanqueó su interior como sepulcro de fariseo; el fanatismo por la memoria del Descubridor la ha convertido en asilo de inartística mole de mármol.’’

No cabe duda de que cuando Pedro Henríquez Ureña escribía de arte lo hacía uniendo ideología, estética y erudición.

 

* Publicado en el Listín Diario, Domingo 21 de Abril del 2002.

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