Dr. Eloy Recio Ferreras
"La utopía es americana", dice Uslar Pietri al inicio
de uno de sus ensayos titulado "El mito americano"; y no
le faltan razones para llegar a una afirmación tan contundente
y, por otro lado, tan brevemente esbozada por el crítico venezolano.
Ciertamente, en la historiografía de la "utopía",
el descubrimiento ("encuentro", "invención",
"enfrentamiento",...) de América marca un hito extraordinariamente
significativo, entre otros motivos, porque, a partir de ese hecho
histórico, todas las utopías posteriores estarán
caracterizadas por una visión o mirada hacia el futuro, más
que por una añoranza del pasado. Las utopías del Renacimiento,
como las surgidas en la Ilustración y, más aún,
las más contemporáneas, olvidan un tanto el "paraíso
perdido" para centrarse en la búsqueda de una "Jerusalén
celestial" edificada y viviente en la tierra. Las nuevas construcciones
utópicas operan con un leve escepticismo frente a esa "edad
dorada" descrita por Hesíodo y retocada por los clásicos
griegos y latinos. Su recuerdo vive en los nuevos creadores de utopías
como un "lugar común" adscrito a la tradición
literaria, no como una realidad histórica imitable o repetible.
Incluso la visión judeo-cristiana del paraíso que, en
alguna forma remeda y aún convierte en realidad cósmica
la idílica "edad de oro" pagana, muestra una realidad
o estado de felicidad perdido y nunca más recuperable, salvo
en la otra vida. Por otro lado, la misma filosofía cristiana,
en virtud de su visión negativa y empecatada de la humanidad,
reafirmó desde la baja Edad Media la imposibilidad de resucitar
la lejana "edad dorada", pero la cultivó exclusivamente
como un "tropo literario". Aún después de
Rousseau y de su "retorno a la naturaleza", los utopistas
occidentales (Pestalozzi, Thomas Spence, Babeuf, Saint-Simon, Charles
Fourier, M. Cabet, Karl Marx y Engels, Skinner, H. Marcuse, . . .)
se ven precisados a elaborar mundos y sociedades utópicas más
realistas o más realizables, menos "utópicas"
(en el sentido literal de la palabra) y más "eutópicas".
Debido, posiblemente, a la convicción de que es imposible una
sociedad "perfecta" constituida por ciudadanos "imperfectos".
Se impone un regreso a la naturaleza para desvestir al hombre de las
lacras y falsos derechos que le impiden convivir con el prójimo
y compartir con él en forma equitativa los bienes de la tierra.
Según esto, toda utopía implicará un doble "retorno":
del hombre a sí mismo y del hombre a la naturaleza; necesidad
que, en ambos casos, fue interpretada por los escritores bucólicos
mediante la imagen del "buen salvaje" americano, y por la
ensoñación de la antigua "Edad Dorada" de
los clásicos.
Edad de Oro. El reconocimiento del hombre y de la historia como realidades
imperfectas generó en los clásicos griegos y latinos
la ilusión de un mundo previo y de una existencia humana en
estado de absoluta perfección. El hombre, como "dios caído",
fue en muchas religiones y culturas parte de un mito aceptable, de
dulce ensoñación, que todavía nos hace añorar
el pasado como la síntesis de todas las bondades imaginables.
La "Edad Dorada" clásica mantuvo viva por largos
siglos la imagen de una Naturaleza exuberante y sin contaminación;
de un hombre feliz y ocioso; de unos bienes equitativamente repartidos,
y de una armonía total entre Hombre y Naturaleza. Esta idílica
ilusión, unida al reconocimiento de la corrupción humana,
así como a la constante perversión de gobiernos y sociedades,
forzó a los humanistas europeos del Renacimiento a buscar,
por diversos caminos, la reconstrucción humana y social mediante
la elaboración de "mundos utópicos" que se
proyectan en el lector como un doble grito de "protesta"
y de "esperanza" al mismo tiempo. Protesta contra un ser
humano enajenado y casi esencialmente depravado y también contra
la sociedad y los gobiernos por su despotismo, codicia y no menor
perversión. Y una doble esperanza de un "renacimiento"
o "re-torno" del hombre a mismo (E. Rotterdam) y a la Naturaleza
(Rousseau). Aunque la nostalgia del "paraíso perdido"
permanecerá latente en la mente de los nuevos redentores, sus
construcciones teóricas fueron más realistas ya que
aspiraban a alcanzar un ideal humano y social exóticos, pero
realizables, y aún realizados a través del "buen
salvaje" y de comunidades humanas aisladas en una naturaleza
virgen. Aquí será, precisamente, donde entran en escena
un hecho y un Continente nuevos que polarizarán toda la atención
de Europa durante y después del Renacimiento.
La presencia de América no sólo rompe el tradicional
concepto de la "Ecumene"; su mero "estar ahí"
se hace enigmático y conflictivo porque quiebra la perpetuidad
de muchos dogmas y creencias; consolida la esperanza de libertad en
muchas voluntades; abre mil caminos en tierra nunca hollada por pasos
europeos, y objetiva todo un mundo de quimeras y esperanzas. América,
pródiga en lo real maravilloso, represa en sí misma
la esperanza de los desesperados viejomundistas, sean éstos
descubridores, conquistadores, predicadores, soldados, filósofos,
juristas o simples víctimas de la codicia. Poco a poco el Nuevo
Mundo fue convirtiéndose en síntesis de los ideales
más noble y de las aspiraciones más antagónicas.
América, desde su inicial descubrimiento, quedó sumida
en un caprichoso proceso de "idealización" propiciado
por "diarios de viajes", "cartas", "relaciones",
"crónicas", "historias...". En realidad,
la ruta descubierta, no sólo fue un camino más breve
para llegar a las Indias Orientales; fue desde el inicio la válvula
de escape para la realización de múltiples sueños
y esperanzas, alimentados unas veces por el sueño "dorado"
de los clásicos, otras por la tradición bíblica,
y no pocas por la ilusión de crear un mundo más feliz
y "humanatemente nuevo". De esta manera fermenta la idea
de las dos América: una, la encontrada, la real, la amasada
con heroísmos y pillajes, la que aún se está
haciendo, la que -según J. L. Abellán- podría
definirse por "un-no-ser-siempre-todavía"1;la otra
América es la creada, la imaginada, la utópica2. No
obstante, ambas se hallan entrañablemente hermanadas, formando
las dos caras de una misma moneda o dos perspectivas de una misma
realidad.
A pesar de que la utopía americana es analizable desde múltiples
ángulos, solamente nos fijaremos en tres aspectos: uno se centrará
en la configuración literaria de América vertida en
relatos de descubridores y cronistas; otro, en la realización
utópica de los "hospitales-pueblo" de Vasco de Quiroga;
y el tercero, la atrevida y controvertida república cristiana
creada por los jesuitas en Misiones. Ninguno de estos hechos ocurre
con simultaneidad cronológica, pero sí corre entre ellos
un hilo conductor que los interrelaciona y justifica dentro de un
marco espacio-temporal. Antes de Cervantes, el idealista don Quijote
tenía ya la experiencia de un siglo de andadura a lomo americano.
¿Cómo?
I. Colón, pequeño demiurgo
Desde la balbuceante "candelilla de cera que subía y bajaba"
o el atronador grito de "¡Tierra!" de Rodrigo de Triana,
hasta el manifiesto de Octavio Paz: "Somos, por primera vez en
nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres"3,
han transcurrido quinientos años de historia americana irreducibles
a un libro, ensayo o frase. Son cinco siglos de forja de un continente,
unido y fragmentado simultáneamente; quinientos años
vividos entre la cruda realidad y el absurdo. 1492 marca, no sólo
el inicio de un "encuentro", de un "toma y daca",
de un "se llevaron, pero nos dejaron"; es el momento en
que se "descubre" y se "crea" un "nuevo mundo"
desde Europa y para los europeos. Ese primer momento de "admiración"
ante lo desconocido será suficiente para metamorfosear toda
la realidad a través de la imaginación y de la palabra
del espectador, el cual opera sobre lo nuevo, lo real y lo maravilloso
como pequeño demiurgo dotado de cualidades autónomas
para hiperbolizar, idealizar, utopizar y re-crear todo lo hallado.
Cristóbal Colón, fue, sin duda alguna, el primero en
iniciar la visión utópica de América; después
de él, Fray Bartolomé de las Casas y luego, los cronistas
de América perfilarán progresivamente esa imagen idílica
del "nuevo mundo" que contrasta casi antitéticamente
con el "viejo mundo" en un paradigma de interminables contradicciones
como:
nuevo mundo |
vs. viejo mundo |
buen salvaje |
vs. hombre civilizado |
sociedad natural |
vs. sociedad |
tierra virgen legal |
vs. agro cansado... |
Prácticamente todos los elementos indispensables
para la recreación de una sociedad utópica concurren
en el relato colombino: una tierra nueva, sistemas sociales nuevos
y un hombre nuevo. Tal parecería que el conocido tópico
medieval de "el mundo al revés" saltara de las páginas
de la literatura al mundo de la realidad. Basta seguir paso a paso
el "Diario" del primer viaje de Cristóhal Colón
o la "Relación" del segundo, tercero y cuarto para
apreciar la magistral habilidad del autor expresada en descripciones,
adjetivaciones y narraciones. La configuración de un "mundo
nuevo", idealizado, queda plasmada en toda una pintura hecha
con palabras. El cuadro edénico será enmarcado dentro
de naturaleza exuberante, provista de una fauna y flora "que
son una maravilla" constante. En ese cuadro - como otro Adán-
se mueve el indio, no viciado o contaminado por civilizaciones occidentales.
Cuanto más repasamos la literatura del primer siglo americano
más firme es la convicción de que, antes de que en Europa,
la utopía se gestó en América; y, si bien es
cierto que literariamente tuvo sus primeros orígenes en el
Viejo Mundo, muy pronto regresó al Nuevo transformada por la
pluma de Tomás Moro, Campanella u otros escritores utopista
Un breve recorrido por los documentos colombinos nos permitirá
evidenciar su convicción de que se hallaba ante un mundo encantado,
quimérico y fabuloso. Todo cuanto pueda exigirse para un mundo
utópico se encuentra aquí: gente noble, fauna inofensiva,
flora maravillosa y geografía exuberante. Veamos algunas expresiones
del "Diario":
A. Indios:
"Ellos andavan todos, desnudos como su madre los parió..."
"...destos hombres todos mancebos, y todos de buena estatura,
gente
muy fermosa.. . y los ojos muy fermosos y no pequeños..."
"...todo davan por cualquier cosa que les diesse..."
"...y esta gente farto mansa....es muy simple en armas..."
"...son sin engaño y liberales de lo que tienen... y muestran
tanto
amor que darían los corazones."
"...ni he podido entender si tienen bienes propios, que me pareció
ver que aquello que no tenía todos hacían parte, en
especial de
las cosas comederas."
"Ellos aman a sus próximos como a sí mismos, y
tienen un habla la
mas dulce del mundo, y mansa y siempre con risa."
"...porque vi e cognozco qu' esta gente no tiene secta ninguna
ni son
idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal
ni matar a
otros ni prender..."
"...eran buena gente y no hazían mal a nadie."
B. Fauna:
"...aquí son los peces tan diformes de los nuestros,
qu'es maravilla. Hay algunos hechos como gallos, de las mas finas
colores del mundo, azules, amarillos, colorados y de todas las colores
y otros pintados de mill maneras, y las colores son tan finas que
no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos;
también hay ballenas".
"Vieron aves de muchas maneras diversas de las d'España,
salvo perdices y ruiseñores que cantavan y ánsares,
que d'estos ay allí hartos; bestias de cuatro pies no vieron,
salvo perros que no ladravan."
"Avía perros que jamás ladraron. Avía avezitas
salvajes mansas por sus casas.... y dize que deve aver vacas en ella
y otros ganados, porque vido cabecas de güeso que le parecieron
de vaca. Aves y paxaritos y el cantar de los grillos en toda la noche
con que se holgavan todos."
"... animales salvajes no vide". . "salvo sierpes".
"El día passado, cuando el Almirante iva al río
del Oro, dixo que vido tres serenas que salieron bien alto de la mar,
pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían
forma de hombre en la cara..."
"... dezían... que avia en ella gente que tenía
un ojo en la frente, y otros que se llamavan caníbales..."
"... me quedan de la parte de poniente dos provincias que yo
no he andado, la una de las quales llaman "Avan", adonde
nace la gente con cola..."
C. Flora: Las descripciones de la vegetación americana ocupan
tantas páginas del "Diario" que resulta imposible
recogerlas aquí. De su pluma fluye todo un torrente de superlativos,
sustantivaciones y adjetivaciones que sitúan al lector, aunque
no quiera, frente a una realidad tan maravillosa que termina viéndola
como totalmente "inefable":
"aguas cristalinas..."
"yerba verdíssima y aromática..."
"flores olorosas y de mill colores..."
"...vino el olor tan bueno y suave de flores y árboles
de la tierra que era la cosa más dulce del mundo."
El "asombro" del "Descubridor" va "in crescendo"
viaje tras viaje hasta culminar en el mito del "paraíso"
perdido y de nuevo hallado en esta tierra,
"porque creo allí es el Paraíso Terrenal adonde
no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina..."
"Grandes indicios son estos del Paraíso Terrenal, porqu'
el sitio es conforme a la opinión d'estos sanctos e sacros
theólogos. Y asimismo las señales son muy conformes,
que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de
agua dulce fuese así adentro e vezina de la salada; y en ello
ayuda asimismo la suavíssima temperancia. Y si de allí
del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla,...
"(Tercer viaje)
Cristóbal Colón está seguro de hallarse en la
misma puerta del "Paraíso Terrenal" a juzgar por
los indicios prestados por la naturaleza dotada de abundantes ríos
(el Orinoco), árboles altísimos, llanuras interminables,
montañas que trasforman la circunferencia terráquea,
... sólo le falta un elemento imprescindible para completar
su cuadro paradisíaco: "allí afirman que hay gran
cantidad de oro..." Con su brillo la policromía del "nuevo
cielo y mundo, que fasta entonces estava oculto" se completa
y con esta configuración nace para Europa la ilusión
de un mundo utópico, que no sólo es posible, sino que
ya está en cierto modo realizado. Con el relato colombino la
mente del lector queda cautiva en el preciosismo descriptivo y su
ánimo se sobrecoge al recorrer expresiones como ésta:
"...fue cosa maravillosa ver las arboledas y frescuras, y
el agua claríssima, y las aves, y amenidad que dize que parezia
que no quisiera salir da allí..."
O esta otra:
"... para hazer relación a los Reyes de las cosas que
vían no bastaran mill lenguas a referillo, ni su mano para
escrevir, que le parecía qu'estava encantado."
Todos los sentidos quedan en suspenso por el aroma de las flores y
de los árboles, el clima "como mayo en el Andaluzía",
el "armonioso canto de los paxarillos", los "mill sabores
de las frutas" y la vista de ríos, llanos y montañas,..."todo
es maravilla".
¿Acaso la Utopía de Tomás Moro proyectará
un estado de mayor felicidad y equilibrio? ¿O el hombre europeo
estará más capacitado para proveer de "humanidad"
a los que "no saben qué es mal" y "aman a sus
próximos como a sí mismos"? "Utopía
es América", parece decir Cristóbal Colón
en su maravillosa descripción del Nuevo Mundo. "Utopía
era América", repite por igual el primer apologista del
indio Fray Bartolomé de las Casas. Lo real maravilloso cautivó
por igual a ambos personajes, centrando la atención del primero
en las riquezas de la tierra (él expuso más y era más
codicioso), y la del segundo en el hombre que las poseía por
justo derecho natural4. No obstante, el relato del "descubridor"
y del "apologista" se complementan como alma y cuerpo de
una misma realidad; pues, a esa naturaleza rica en perfecciones, era
lógico que le correspondiera un hombre de exóticas virtudes,
no contaminado por la "civilización", respetuoso
del equilibrio vital, como parte de un Todo creado y gobernado por
fuerzas superiores. La colonización rompió ese equilibrio,
no tanto por la explotación de la tierra, sino, más
aún, por sacar de su sitio al hombre que la habitaba. A la
defensa de ese hombre que, por su compenetración con la naturaleza,
se le considerará "inhumano" y "salvaje",
dedicará Bartolomé de las Casas toda su capacidad y
apasionada energía, aplicándole a su carácter
de "salvaje" el de la "nobleza". De esta forma
se completa el perfil del indio que inició Cristóbal
Colón y que termina ahora Las Casas con la nueva imagen del
"noble salvaje", adornado de utópicas virtudes y
más perfecto que el europeo si sólo se le permitiera
ser cristiano. He aquí algunas de las innúmeras descripciones
apologéticas del indio:
"... indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas
que a nadie ofenden..."
"... de limpios y desocupados y vivos entendimientos, muy capaces
y dóciles para toda buena doctrina..."
"dotados de virtuosas costumbres..."
"... eran las (gentes) más bienaventuradas del mundo,
si solamente concocieran a Dios.
"...gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles de
subjetar..."
"Las gente de las islas de Lucayos, que el Almirante descubrió
las primeras... eran de aspectos evangélicos; las de la isla
de Cuba y más los de la isla de Jamaica, lo mismo."
Al nuevo "jardín del Edén", ya descrito por
Colón, le faltaba su Adán y nadie mejor para suplantarle
que el "noble salvaje" lascasiano. No cabe duda de que el
texto de la "Brevíssina...," así como el de
su "Historia de las Indias" y la "Apologética",
son susceptibles de múltiples y encontradas interpretaciones;
incluso, que "pueda y deba ser leído como una forma de
discurso utópico"5. No obstante, el relato lascasiano
-determinado, sin duda, por una cultura europea y fruto de una pasión
un tanto desequilibrada- refleja y transmite un realismo patético
al contrastar culturas, valores y virtudes de conquistadores y conquistados.
Para el fraile dominico resultaba evidente -en clara oposición
al relato de Ginés de Sepúlveda - que el "Paraíso"
lo perdió el indio americano, no por el descubrimiento, sino
por el "pecado" de la conquista y colonización, ya
que en ese proceso el aborigen no fue tratado como igual o, al menos,
como "salvaje noble", sino como "objeto" o animal
domesticable. Esta "pérdida" y "destruyción"
del "nuevo cielo e tierra" descubiertos por Colón
y defendidos, como ángel guardián, por Fray Bartolomé
de las Casas, no fueron interpretadas por éstos como simples
analogías de la pérdida bíblica del "Paraíso"
bíblico, sino como hechos reales, históricos; destructores
de un mundo igualmente real para América y utópico para
Europa; con un hombre "muy humano" para América aunque
"salvaje" para Europa; con una Naturaleza pródiga
y maternal para el indio, y preñada de riquezas para el europeo.
Con pasión o sin ella, el equilibrio de Naturaleza y Hombre
quedó roto, quizás para siempre, y el pecado "originado"
entonces y heredado ahora no es otro que el fragmentarismo hispanoamericano.
A la apología del indio hecha por Fray Bartolomé de
las Casas podríamos asignarle epítetos como "apasionada",
"hiperbólica", "subjetiva", "absurda",
"irreal", etc...; pero, el adjetivo que quizás nunca
debiera faltar a su relato es el de "sincero".
Aun las piezas más apasionadas y controvertibles rezuman un
suave aire de franqueza y fogosidad propias de un orador que escribe
como habla o, en este caso, como predica. De hecho, la "Brevíssima
relación..." más semeja un sermón-panegírico
que el relato histórico de un cronista. No obstante, con sus
"exageradas" razones contribuye no poco a dar el pincelazo
final a la configuración utópica de América.
Espacio, figura, color y marco temporal se cierran en una utopía
vivida e imaginada por los que escriben y por sus lectores; todos
los cuales han sido incentivados por un conjunto de circunstancias
externas, tales como:
Un mundo distante y exótico;
un descubridor y narrador con ilimitada imaginación;
un apóstol apasionado por el mito y la hipérbole;
un destinatario predispuesto al esoterismo;
y mucho hastío de la vida mezclado con no menor espíritu
renacentista.
Sólo nos falta hallar ese hilo conductor que transporte la
vivencia y el relato del Nuevo al Viejo Mundo y evidencie, si esto
fuera posible, la influencia de esta visión idílica
amerindia en la configuración de las utopías renacentistas
y europeas.
Si bien es cierto que el término "utopía"
o "utópico" nunca fue empleado por Cristóbal
Colón o por Las Casas, porque esta palabra fue inventada posteriormente
por Tomás Moro, existen, sin embargo, sorprendentes coincidencias
entre el relato colombino y lascasiano y la descripción de
Utopía moreana hecha por su protagonista Rafael Hitlodeo. Es
claro que la primera salta de la realidad a las páginas, metamorfoseada
e hiperbolizada por ambos escritores, mientras que la segunda toma
un camino opuesto: nace sobre el papel y pretende abordar de alguna
forma la realidad. A la presión cultural, social e imaginativa
de Tomás Moro hay que añadirle rasgos que inducen a
sospechar posibles influencias ultramarinas, por ejemplo:
· La "Utopia" de Tomás Moro se inicia con
la supuesta intervención del autor en las diferencias habidas
entre Enrique VIII y el "principe de Castilla" (oc. p. 67).
· Rafael Hitlodeo -protagonista- era oriundo de Portugal (oc.
p. 70).
· El protagonista fue compañero de viaje de Américo
Vespucci, acompañante, a su vez, de Cristóbal Colón
(oc. p.70).
· Se denomina el país de Utopía como "Nuevo
Mundo" (oc. p. 105).
· Se percibe en el relato moreano una clara intención
de emular las descripciones y realismo de Colón y de Las Casas
con testimonios que reflejan una vivencia directa: "No puedes
hacerte idea de lo que se trata ... Si hubieras estado en Utopía,
como yo he estado, si hubieras observado en persona las costumbres
y las instituciones de los utopianos, entonces no tendrías
dificultad en confesar que en ninguna parte has conocido república
mejor organizada. Yo este allí durante cinco años y
hubiera estado más, de no haberme tenido que venir para revelar
ese Nuevo Mundo" (oc. p.105).
Varias veces más repetirá ese "yo estuve allí,
sin duda, para producir en el lector una mayor impresión de
realidad. Pocos años más tarde, la utopía imaginada
en Europa regresará a América en forma de proyecto experimental,
para cuya realización precisará muy pocos préstamos
de la literaria. De hecho, la "nueva utopía", la
europea, de cara a América será un transplante espurio
que respondió a la cultura transatlántica, más
que a la indoamericana; por eso su brillo fue exitoso, pero muy fugaz.
La Utopía moreana viaja de vuelta al Nuevo Mundo culturalmente
viciada, conversa y europeizada. Ya no es la expresión espontánea
de una vida social e individual naturales. Su base es "artificial"
por estar fundada en modelos extraños y creada por juristas
(Moro, Vasco de Quiroga,...) con intención preteccionista.
En esto difiere grandemente la vida utópica o idílica
del indio precolombino, del utopismo vivido al estilo europeo; pues,
frente a un "utopista viejo" que vive en estado "natural",
adviene un "utopista converso" remozado, europeizado, cristianizado,
civilizado. Para confirmarle contamos con dos experimentaciones históricas:
los "hospitales- pueblo" de Vasco de Quiroga y el "Imperio
jesuítico" en Misiones.
II. Los hospitales-pueblo de Vasco
de Quiroga
El siglo XVI se distingue particularmente como uno de los períodos
de la historia más convulsionados por evoluciones ideológicas.
Teorías religiosas, corrientes teológicas, nuevas órdenes
monásticas, reformas y ser dueño de todo, el indio vive
en un estado de bienes comunes; el colonizador viste con elegancia,
mientras el indio lo hace con sencillez; el "cristiano viejo"
se salva por la fórmula, pero el "cristiano nuevo"
espera lograrlo por la virtud. Este experimento de los "hospitales-pueblo"
fue, sin duda, la primera realización histórica de una
"utopía" y, por consiguiente, la primera demostración
de que el paso racional de lo "utópico" a lo "eutópico"
sólo podía darse en América porque únicamente
en el Nuevo Mundo se dio el contexto apropiado para hacer realidad
la ficción. La organización social, jurídica
y familiar de los "hospitales-pueblo" funcionó secularmente
porque las formas de vida que para Europa resultaban ser puras idealizaciones,
para el nativo indoamericano, eran parte de su vivencia diaria.
El éxito de los "hospitales-pueblo" mexicas y tarascos
se debió a múltiples factores relacionados con el fundador,
el destinatario, el modelo y las pretenciones de la nueva empresa.
El creador de los "hospitales-pueblo" estaba dotado de amplia
experiencia y conocimientos jurídicos, así como de un
profundo humanismo cristiano debido a fuentes evangélicas y
erasmitas. El sujeto o destinatario, al margen del hiperbolismo laudatorio
de Colón y Las Casas, era el ser más apropiado para
ponerle pies a esta empresa, porque aún no estaba contaminado
por la civilización (europea), era más maleable y se
encontraba existencialmente amenazado por el colonizador. El medio
tampoco podía ser más adecuado: un lugar geográficamente
distante de la metrópoli; protegido por una muralla legal refrendada
con privilegios reales; en una naturaleza exótica y virgen.
El modelo (si ciertamente hubo alguno) se acerca mucho al monacal
y refleja un paralelismo con la Utopía de Tomás Moro,
a la que imita en muchos aspectos: organización familiar, social,
normativa, comunidad de bienes, obligatoriedad del trabajo agrícola,
inversión de valores y prohibición de la propiedad privada.
Los propósitos de los "hospitales- pueblo" fueron
muchos y todos tan capitales como la protección del indio,
su cristianización, el mantenimiento de su lengua y cultura,
la demostración de su racionalidad y autosuficiencia, su adaptación
progresiva a una convivencia pacífica con el europeo y, de
manera especial, el establecimiento de un estado "connatural"
al indio, en el que éste pudiera ser feliz siendo a la vez
súbdito del Rey e hijo de la Iglesia.
Los "hospitales-pueblo" de "Papa Vasco" -como
aún llaman los tarascos a Vasco de Quiroga- se regían
por las "Reglas y Ordenanzas" dispuestas por su fundador;
con ellas quedaban salvaguardadas las bases, ya mencionadas, de la
nueva sociedad; las cuales son muy parecidas a las descritas por Rafael
Hitlodeo para la República de Utopía, salvo algunas
discrepancias como la total autonomía de la República
de Utopía frente a una semiautonomía de los "hospitales-pueblo",
que fueron creados como un "estado" dentro de otro, o sea,
dentro de una "monarquía absoluta". Además,
la savia que vitaliza a la nueva comunidad ha sido cristianizada y,
en cierta medida, inmunizada contra el hedonismo preconizado por la
utopía moreana.
Vasco de Quiroga, como buen humanista, creyó que América
podía revivir la ancestral "experiencia" de la "Edad
Dorada" con un hombre y mundo nuevos8; de hecho, este intento
no sería tan utópico para el amerindio como para el
europeo, ya que las axiologías reales de ambos mundos eran,
casi en su totalidad, antitéticas. Pero un mundo corrupto,
codicioso, intrigante, ritualista y económicamente desequilibrado
a pesar de las fugaces ráfagas reformistas, el hombre, la naturaleza
y la vida del amerindio eran, a todas luces, una auténtica
"utopía", un verdadero sueño platónico;
sin embargo, desde la ladera del indio, el hombre (codicioso), la
naturaleza (contaminada) y la vida (artificial) del europeo resultaba
ser otra verdadera "utopía" o "cacotopía"
igualmente increíble e inimitable por sus grados de perversión.
Fundado, quizás, en esta antinomía, Vasco de Quiroga
visualizó sus "hospitales-pueblo" como una realidad
jurídica, social y humana, no perfecta, pero sí la más
adecuada o coherente para ese hombre real circunstanciado por una
naturaleza y una historia que, en ninguna manera, le eran ajenas.
Su obra, pues, es "utópica" para los europeos y "eutópica"
para los que la viven. En cierto modo se queda -como muchas experiencias
humanas- a medio camino entre la "utopía" y el "absurdo".
-
III. El Imperio Jesuítico en
Paraguay
La difusión de la "Utopía" moreana y su realización
histórica a través de los "hospitales-pueblo"
de Vasco de Quiroga hicieron germinar variados tipos de reformas sociales
y religiosas en el siglo XVI; pero fue, sobre todo, en el siglo XVII
cuando se dio una auténtica proliferación de utopías
literarias con repúblicas alucinates y formas de gobierno de
impecable perfección. La semilla sembrada por Tomás
Moro germinó en mutua convivencia con la Reforma protestante,
el Concilio de Trento y con las empresas reformistas de tantos líderes
religiosos. Pero será el siguiente siglo, el XVII, el de mayores
y mejores frutos en la idealización utópica de gobiernos
perfectos, según fueron imaginados por las plumas de Cervantes,
Shakespeare, Francis Bacon, Campanella, Harrington, Samuel Hartlib,
Andreae, Fenelón y Cyrano de Bergrac.
"Los hombres -dijo Pascal -son tan necesariamente locos, que
sería una locura, en razón de otro giro de la locura,
no estar loco." Este pensamiento, que creemos pudiera ser
de origen erasmiano, estuvo latente en el alma de Cervantes al momento
de crear el perfil de ambos locos: Don Quijote y Sancho Panza. El
primero, porque cree y anhela un mundo humano de justicia y honradez,
en el que muy bien pudiera repetirse aquella:
"dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos
pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en nuestra
edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa
sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían
ignoraban estas dos palabras de tuyo y mio. Eran en aquella santa
edad todas las cosas comunes;..." (I,cap. XI)
El segundo -Sancho- hace su entrada en la Insula Barataria, como Hitlodeo
en Utopía o Vasco de Quiroga en Michoacán, con sólo
dos recursos: el deseo de justicia y un profundo amor a los pobres
y desvalidos. Cervantes no condena en su ínsula "Barataria"
la propiedad privada, ni tampoco establece en ellas una república
independiente, pues su "ínsula", aunque cercada,
es parte del enorme latifundio de los Duques. Todo en este estado
está previamente establecido, y, a pesar de que es gobernador
de mentiras, con unos súbditos de embuste, la "utopía"
se hace realidad (en el mundo de la ficción) porque "las
burlas se vuelven en veras y los burladores se hallan burlados"
(II, cap. XLIX) cuando el gobierno de embuste resulta más justo
que el de verdad de los Duques, que también es de embuste,
pero que refleja un mundo histórico y real. La parodia se consuma
cuando el necio e ignorante de leyes (y de otras muchas cosas) gobierna
mejor que los más listos y letrados.
A Cervantes siguieron en Europa otros escritores que crearon gobiernos
utópicos y sociedades artificiales perfectas, tales como Shakespeare
en su obra La tempestad; Samuel Hartlib en el libro titulado Macaria,
inspirado en la Nueva Atlántida de Francis Bacon; Cyrino de
Bergrac, que sigue a Campanella en su obra El otro mundo; Fenelón
con las Aventuras de Telémaco y el alemán Andreae con
su alambicada ciudad de Cristianápolis. - A esta lista le faltan,
sin duda, los tres grandes genios de la utopía literaria: Tomás
Campanella, Francis Bacon y James Harrington.
La ciudad del Sol ("Civitas solis") del dominico italiano
Tomás Campanella fue escrita, como tantas obras excepcionales,
en la prisión, en la que estuvo reducido largos años
por conspiración y herejía. Defendió el establecimiento
de una monarquía universal y cristiana dirigida espiritualmente
por el Papa y políticamente por el Rey de España. Su
pensasmiento platónico le condujo hasta la creación
ideal de una sociedad perfecta, cuya ciudad situada en Ceilán,
está protegida por varios anillos de murallas, dentro de las
cuales vive un pueblo para el que "son comunes las casas, los
dormitorios, los lechos y todas las demás cosas necesarias",
el trabajo (no superior a 6 horas) y "los alegres ejercicios
mentales y físicos". Todas las necesidades y actividades
estarán regidas por la ciencia, la razón y la astrología;
de esta manera se alcanza un comunismo absoluto de bienes espirituales
y materiales y, con él, la completa felicidad de todos los
ciudadanos.
Francis Bacon (1561-1626) fue un pensador polifacético que
tuvo características de hombre medieval, renacentista y moderno
y, sin embargo, no fue platónico ni aristotélico. Su
método y filosofía de la ciencia le sirvieron de sostén
para crear una sociedad utópica muy particular. La Nueva Atlántida
es una república constituida sobre las bases de la ciencia.
Bensalem será una ciudad situada ¿quién sabe
dónde?, más allá de América, con un gobierno
monárquico, clasista y con propiedad privada distribuida por
la poderosa "Casa de Salomón" integrada exclusivamente
por los mejores científicos del país. Todo en esta república
está científicamente analizado y previsto. "En
nuestra institución -dice Bacon- tratamos de conocer las causas
y los movimientos secretos de las cosas a fin de ampliar las fronteras
del conocimiento humano y dominar totalmente la Naturaleza".
De las muchas utopías creadas literariamente en Inglaterra
La república de Océana de James Harrington fue quizás
la más realista por estar fundada en la historia y en la economía
inglesas. El éxito de su república "Océana"
(que, sin duda, es Inglaterra) depende de la distribución de
latifundios entre la gran masa de campesinos, con la cual establece
la base de la verdadera república popular ("commonwealth"),
respaldada por una legislación estricta que evite la reconcentración
de la tierra en manos de unos pocos. La "república igual
-dice- es un gobierno establecido sobre una ley agraria equitativa
que se levanta a la superestructura o tres órdenes: el senado
que discute y propone, el pueblo que resuelve y la magistratura que
ejecuta, por medio de rotación equitativa, mediante los sufragios
del pueblo, emitidos por votación"9. Harrington asienta
sobre bases económicas y jurídicas una sociedad integrada
por (un pueblo de) aristócratas, dueños de la misma
cantidad de terreno y de bienes, y componentes de una gran "clase
media" universal.
En realidad, como dice Enrique Diez-Canedo, la utopía de Harrington,
más que una auténtica y teórica utopía
es una simulación, pues, en su caso, "la utopía
sirve como máscara y disfraz que ocultan o encubren ideas tenidas
por peligrosas en un momento dado"1 . El autor se propone "construir
un Estado real y concreto, y el método que emplea es un método
inductivo-empírico"1. Sin saberlo, su obra ("cuasi-novela",
la clasificó Alfonso Reyes) no sólo influyó en
la formación del pensamiento político de América
del Norte (plasmado en la constitución de los Estados de Pensilvania,
Carolina y New Jersey), sino que sirvió de inspiración
al moderno Parlamento inglés.
El recorrido sinóptico y breve por las principales construcciones
utópicas y literarias del siglo XVII nos permite, por un lado,
sospechar su importancia y el ambiente en que se desarrollaron, y
por otro, confirmar que no todas ellas se quedaron flotando en el
mundo de la fantasía. Una vez más será América
el lugar elegido para hacer descender al plano de la realidad ese
inmenso caudal de ilusiones reformistas y eutópicas. El lugar
preferido esta vez no será "Jauja", "El Dorado"
o "Cucaña", sino un vasto territorio de la selva
de América meridional situado en Paraguay, Bolivia oriental,
parte de Chile, de Argentina, de Uruguay y de Brasil. El modelo preferido
-sospechamos- fue ecléctico, pues reprodujo (o intentó
repetir) la sencillez del cristianismo primitivo; aplicó formas
de vida cuasi-monásticas; conservó bastantes elementos
de la tradición incaica; e incorporó muchos principios
de las utopías de Moro y de Campanella. El carácter
"insularista" en cierto modo se lo dio la naturaleza selvática,
pero más aún contribuyó la Corona que, en 1609,
concedió al proyecto el privilegio de autonomía jurídica
y económica.
La empresa jesuita de Misiones careció desde un principio de
nombre propio, pero no de personalidad; tuvo todos los visos de gobierno
utópico, a pesar de su enorme extensión demográfica
y geográfica. Y su sola presencia ha provocado los juicios
más controvertidos entre los historiadores, ya que para unos
fue una vil explotación del indio so pretexto de cristianización
y protección; para otros, sin embargo, representa la más
clara realización de la República platónica y
de las mejores utopías europeas. No obstante, para un hecho
tan complejo y de tan variadas matizaciones, quizás sea preferible
suspender los juicios y dejar que la balanza de la justicia siga oscilando
de acuerdo con la perspectiva (religiosa, política, social,
económica, indigenista,...) que se adopte.
Para la comprensión y análisis crítico de la
obra jesuítica en Misiones -deberá de tenerse presente,
además de las circunstancias espacio-temporales, los siguientes
postulados y realidades:
1. El indio guaraní carecía, previo a la evangelización,
de conciencia de propiedad privada.
2. Su civilización era bien primitiva; nómada en muchas
tribus y determinada por la Naturaleza en todas.
3. Su vida familiar era promiscua.
4. Los jesuitas favorecieron el aislamiento de los indios enseñándoles
solamente el guaraní; no el español o latín.
5. Crearon 33 pueblos o reducciones con poblaciones oscilantes entre
3,500 y 5,000 habitantes. En 1743 el total de indios sometidos pasaba
de 150,000.
6. El trabajo agrícola, alfarero, etc... era compulsorio y
vigilado. Además carecían de moneda común.
7. No había propiedad privada. Los bienes, comida, ropa,...
eran distribuidos de un fondo común.
8. No existían leyes escritas, y la justicia era administrada
de acuerdo con el dictamen del Superior jesuita.
9. Los actos religiosos, como asistencia a la misa, oraciones, cantos,
eran constantes y muy ritualizados.
10. La defensa del indio contra encomenderos y piratas era responsabilidad
del ejército indígena instruido en tácticas militares.
"Todo varón -dice Lugones- hacía ejercicios militares
los domingos, desde la edad de siete años, siendo castigada
con falta y prisión su ausencia. Una vez al mes se tiraba al
blanco en todas las reducciones"12.
11. Ningún viajero o extraño podía permanecer
en una reducción más de tres días.
12. El comunismo era riguroso. Hasta los hijos pertenecían
a la comunidad. A los 19 años, los jóvenes tomaban por
conyuge a la persona elegida por las jesuitas para formar matrimonio.
Cualquier biografía del indio guaraní en Misiones, a
primera vista, parece monótona e insípida13 ,por no
decir enajenante: Nace sin amor; a los cinco años pasa a ser
pertenencia de la comunidad; vive bajo el patronato de alcaldes especiales;
canta y juega sólo los domingos; trabaja bajo supervisión
constante; se casa y reproduce mecánicamente; produce lo menos
posible; viste y come frugalmente; está obligado a sentirse
feliz en medio de la naturaleza porque está protegido por un
Dios cristiano que "lo ve todo" y por unos líderes
religiosos con funciones cuasi-divinas.
Si comparamos esta imagen con la del indio tarasco de los "hospitales-pueblo",
se descubrirán diferencias tan significativas como éstas:
que mientras el indio mexica y tarasco es instruido en su lengua,
en castellano y, algunos en latín, y trabajan con los españoles
para beneficio y progreso de su propia comunidad; los súbditos
de las reducciones jesuitas sólo hablan guaraní, trabajan
aislados del español y lusitano y cultivan el mate para enriquecer,
¿quién sabe a quienes? Vasco de Quiroga formaba al indio
para la supervivencia en la integración; los jesuitas lo educaron
para la supervivencia en el aislamiento y separación; por eso,
cuando su imperio teocrático se derrumbó tras la expulsión
de España y Portugal en 1768, los indios guaraníes regresaron
progresivamente a la selva y a sus costumbres ancestrales. Cuando
esto ocurre, otros religiosos y civiles tratan de salvar el proyectojesuítico,
pero fracasan rotundamente al eliminar las bases que sustentaron la
República Cristiana por más de 150 años. A mediados
del siglo XIX, desapareció el último reducto del Imperio
Jesuita en América meridional y con él se desvaneció
la última gran utopía del Nuevo Mundo, "cayó
la flor al río...", aunque el sueño perduró
en la mente de políticos y escritores que siguieron anhelando
otras utopías como la "Gran Colombia" o la nueva
"Patria de Justicia".
Pretender absoluta imparcialidad en la crítica de un hecho
tan distante y exótico como el de Misiones, es empresa poco
menos que imposible en los umbrales del siglo XXI. Esta empresa -como
todas las grandes obras- fue muy controvertida desde su misma fundación,
tanto por la naturaleza de la misma como por los choques frontales
con intereses políticos y económicos. En lo literario
contó con la acerva crítica de un detractor lejano que
no pudo dejar de zaherir ninguna institución importante de
su tiempo: Voltaire. Como maestro indiscutible de la ironía,
en su obra Cándido o el optimismo ridiculiza la imagen colombina
y rusoniana del "noble salvaje" a través de los indios
"orejones" (cap. XVI) que se disponen a comer a Cándido
y a Cacambo. "El Dorado", ubicado por Voltaire en Paraguay,
próximo a Misiones (Cap. XVII y XVIII), queda pintado como
reproducción del "mundo al revés" de la Utopía
moreana. Y de losjesuitas -fundadores y rectores de la Misión
donde van a parar sus dos protagonistas- dicen, con irónica
expresión, que "lo poseen todo y el pueblo nada. No puede
hallarse cosa más conforme a la razón y a la justicia".
"Nos ladran, hermano Sancho, luego cabalgamos" debieran
decir con don Quijote los artífices de esta obra, cuya magnitud
es apreciable desde todos los ángulos y que, aún con
sus defectos, ha encarnado la realización de un maravilloso
sueño eutópico y altruista nunca antes visto, con esas
proporciones, en Europa o en América. La fundación de
33 pueblos con 150,000 indígenas, constituye histórica
y antropológicamente el mejor intento de crear un mundo que,
aunque no fuera "el mejor de todos los posibles", sí
fue para el indio guaraní el más tolerable y apropiado
si tenemos en cuenta su civilización tan primitiva, el fragmentarismo
tribal y, particularmente, el peligro de extinción por el constante
acoso de encomenderos, piratas y políticos codiciosos. Para
Europa este reino teocrático, cristiano y jesuítico
fue una verdadera utopía porque sus postulados, estilo de vida
y resultados eran, a todas luces, irrealizables con personas del Viejo
Mundo. Sólo América podía proveer, por segunda
vez, el sujeto y la circunstancia adecuados para llevar a cabo esta
"utopía ecléctica" que hermanó lo mejor
del indio con los ideales de San Ignacio ("miles Christi"),
y el absolutismo de Thomas Hobbes ("Levitán") con
la ilusión de felicidad de Moro y Campanella. Imaginando otras
eutópicas rutas de perfección, consideramos que sólo
le faltó al proyecto jesuítico el cuerpo legal de Harrington
o de Vasco de Quiroga y un poco del humanismo cristiano ¿o
cristianismo humanístico?) de Erasmo de Rotterdam.
Con el tiempo, los "hospitales-pueblo" y el Imperio Jesuítico
languidecieron, pero con ellos no terminaron ni los experimentos eutópicos
ni las utopías literarias al estilo de Bacon, Campanella o
Harrington. A unos y otras siguieron nuevos intentos teórico-prácticos,
como la "Sociedad de Amigos", fundada por los "peregrinos
del Mayflowers" en Plymouth (Mass.) o las nuevas conceptualizaciones
del hombre en el Emilio de Rousseau o el Suplemento al viaje de Bougainville
de Diderot. Después del fracaso económico de la Revolución
francesa, los utopistas europeos (principalmente franceses) y los
americanos, tales como Saint-Simon, Charles Fourier, Etienne Cabet,
Thoreau, F.R. Chateaubriand, R. Owen, Skinner, H. Marcuse y Aldous
Huxley1 4, crearán estructuras utópicas más realizables
y menos pretensiosas. Estos "socialistas utópicos"
(concepto más apropiado que el de "utopistas sociales")
ya no pretenden encontrar la fórmula mágica que salve
a la humanidad o a un pueblo determinado; más bien crean estructuras
herméticas, menos ambiciosas y más pragmáticas,
que ayuden a grupos más pequeños ("comunas",
"granjas", "quibuts", grupos religiosos, ...)
a encontrar la felicidad sobre una base de igual participación
en los bienes de producción y de consumo.
A las puertas ya del siglo XXI podemos afirmar que la utopía
no ha muerto en América; sólo se ha modificado al abandonar
la búsqueda de un mundo feliz por uno de justicia. Está
claro que, después de tantas revoluciones, dictaduras, contrarrevoluciones
e injusticias humanas, pretender hallar un estado teórico o
real de felicidad, es una auténtica locura, por no decir una
cruda ironía que ofende a
tantos millones de desposeídos de tierra, cultura y pan. Ya
no hay Paraísos en América; sólo nos queda la
esperanza, y con ella la capacidad de seguir soñando posibles
mundos, muy lejanos de "Jauja" y de "El Dorado",
y algo parecidos a esa "Gran Patria de Justicia" que un
día soñara Don Pedro Henriquez Ureña. Hoy América
es el Continente de la Esperanza como antes lo fue de la Utopía.
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1 J.L. Abellán. La idea de América. Madrid: Edición
Itsmo, l972, p. 192. Este concepto parece inspirado en d libro de
Leopoldo Zea Filosofía Americana como filosofía sin
más. Siglo ventiuno editores, México, p. 142.
2 El término "invención" para designar el
hecho descubridor. parece más apropiado y realista según
su doble significado lexicográfico: como "hallazgo"
de algo ("invenire"), y como "creación Desde
Edmundo O'Gorman con La invención de América
"
(1958) hasta la reciente obra de José Rabasa Inventing America,
esta forma está prevaleciendo entre los críticos del
hecho colombino y colonizador. El primero en utilizar el término
fue, no obstante, Hermán Pérez de Olivia en su Historia
de la invención de las Yndias, 1528.
3 Octavio Paz. El laberinto de la soledad. México: 1947. P.
191.
4 De las tres obras lascasianas Brevísissima relación
de la destrucción de las Indias, Historia de las Indias y la
Apologética,
esta última es más abundante en descripciones de la
naturaleza.
5 José Rabasa, o.c., p. 173.
6 Juan Ginés de Sepúlveda en el Tratado sobre las justas
causas de la guerra contra los indios, Fondo de Cultura Económica,
México, 1984, describe y aplica epítetos completamente
opuestos a los de Bartolomé de las Casas, pues dice de los
indios:
"Esos hombrecillos en los que apenas encontrarás vestigios
de humanidad" p. 105.
"tales gentes son siervos por naturaleza" p. 109.
"nacieron para la servidumbre y no para la vida civil y liberal"
p. 111
"estos hombrecillos tan bárbaros, incultos e inhumanos
"
p.111
"veneran como Dios al demonio" p. 11. Etc
7. Cfa. A este propósito la obra de Silvio Zavala: La Utopía
de Tomás Moro en la Nueva España. México, Ed.
Robredo,
1935; y G. Vargas Uribe: "La influencia de la Utopía de
Moro en los hospitales fundados por don Vasco de Quiroga", en
Boletín de la coordinación de la investigación
científica de la Universidad Michoacana, n. 10, (1986),
pp. 16-23
8. Dice nuestro protagonista:
"Porque no en vano, sino con mucha causa y razón este
de acá se llama Nuevo Mundo, y esto; Nuevo Mundo, no porque
se halló de nuevo, sino porque es en gentes y casi en todo
como fue aquel de la Edad primera y de Oro, que ya por nuestra malicia
y gran codicia de nuestra nación ha venido a ser de hierro
y peor". (p.182)
9. James Harrington: La república de Océana, F.C.E.,
México, 1987, p.75.
10. Prólogo a la obra de J. Harrington, p. 31.
11. O.c., p. 32.
12. L. Lugones: El imperio Jesuítico, Madrid, 1907, p. 188
13. Beltrand Russell: Obras completas, Aguilar, Madrid, 1973, t.I,
p.452
dice:
"Hay que admitir, sin embargo, que la vida en la Utopía
de Moro, como en otras muchas, sería intolerablemente insípida.
La diversidad es esencial para la dicha y un Utopía apenas
si hay alguna."
14. A estos socialistas utópicos pueden añadirse los
nombres de Victor Considerant, William Morris, H.G. Wells, Karl Popper,
David Riessman, Paul Goodman y otros.