LA PRECODIDAD LITERARIA DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
Otto H. Olivera
Uno de los aspectos más interesantes de la
personalidad de Pedro Henríquez Ureña es su precoz desarrollo literario, particularidad ésta que, aunque
observada en varias ocasiones, y con énfasis especial en su niñez y adolescencia, no
ha sido estudiada apropiadamente en cuanto a su labor crítica. Imposible resulta, sin
embargo, un estudio completo de tal naturaleza sin consultar detenidamente
todos sus comentarios, reseñas, crónicas, impresiones y artículos de Santo Domingo, Cuba y México, entre 1900 y
1910. De modo que, a conciencia de la inadecuada información poseída, en lo que sigue se intentará una aproximación al estudio ideal,
señalando algunos de los
elementos característicos
de su obra manifiestos en esos diez años de su vida y fijados en sus dos
primeros libros, Ensayos críticos (1905) y Horas de
estudio (1910).
Son los padres del escritor,
Francisco Henríquez
y Carvajal (1859—1935),
médico, político y patriota
ilustre que llegará a la presidencia de la República, y Salomé Ureña (1850—1896), discípula predilecta de Hostos, educadora notable, ella misma y
la poetisa más distinguida de su
patria. El hogar en que se cría Pedro ofrece uno de los ambientes más apropiados que se
han dado en el continente para el desarrollo de la educación infantil y el estímulo de la mentalidad
superior. Bien
lo comprende Marcelino Menéndez y Pelayo cuando, al acusar recibo de Horas de
Estudio en noviembre de 1911, ve tras la excelencia de la obra una
"exquisita educación intelectual comenzada desde la infancia y robustecida
con el trato de los mejores libros". Mas la influencia del círculo familiar —enriquecida por el tío Federico Henríquez y Carvajal— se unirá la ejercida por
Leonor Feltz, cuya casa se convertiría en un centro literario para Pedro, Max y varios
familiares y amigos. En tal sentido dirá Emilio Rodríguez Demorizi:
Si la vocación humanística de P.H.U.
despertó bien temprano, cierto es también que él tuvo desde el
amanecer el más propicio ambiente: el hogar en que ardía con más fuerza la llama de
la cultura en el país, alimentada por sus padres, ambos maestros, consagrados
al culto de las ciencias y de la poesía. Fuera del hogar, el adolescente
hallaba el mismo ámbito, de encendida espiritualidad, en la culta Leonor
Feltz, discípulo de Salomé Ureña. Asimismo junto a su tío y padrino, el Dr.
Federico Henríquez y Carvajal, que siempre fue, como le llamaba el
devoto sobrino, "gran difundidor de cultura".
En la casa de Leonor y Clementina
Feltz, nos informa Max Henríquez Ureña, Pedro y él leyeron y comentaron a Ibsen, releyeron a Shakespeare,
repasaron un buen número de autores clásicos y se familiarizaron con los
principales escritores contemporáneos. La música había sido también otro de los intereses
cultivados por los dos hermanos. Y si
desde pequeños publican en el
hogar periódicos manuscritos y
se dedican a compilar una antología de poetas dominicanos, ya de adolescentes empiezan a
colaborar en revistas locales. En
toda esa nutrida actividad cultural los años de 1897 a 1900 constituyen el
período final de
aprendizaje en la patria dominicana. En
1901, tras haberse graduado de bachiller en ciencias y letras, Pedro parte para
Nueva York, donde su educación artística y literaria se ha de enriquecer notablemente con
lecturas constantes de literatos europeos, visitas a exhibiciones, bibliotecas,
museos, salas de conferencia y conciertos, y con una voracidad insaciable por
representaciones teatrales y funciones de ópera. Parte de ese conocimiento
quedará como riqueza
acumulada y base de referencia de la que podrá aprovecharse más tarde el autor;
pero en muchos otros casos será simplemente punto de partida para futuras tareas del crítico e investigador.
Pedro Henríquez Ureña inicia su labor crítica en publicaciones
periódicas de Santo
Domingo y Cuba; pero no es hasta la aparición de sus dos primeros libros
cuando comienza a adquirir renombre en el mundo hispánico. En revistas y periódicos de Santo
Domingo va dejando, desde 1900, sus
impresiones de escritores, libros y obras teatrales. Y aunque ese primer año se incluye el tema
de la poesía dominicana y
cubana, el énfasis indiscutible
está en la crítica teatral,
principalmente de dramaturgos españoles; pero sin que falte su gran ídolo Ibsen. De 1901 a 1903 la actividad
poética sigue
predominando en él,
como antes de 1900, si bien hay igualmente producción en prosa dedicada a la ópera neoyorquina, y a
Eugenio de Castro, Virginia Elena Ortea y Hostos. Entre 1904 y 1905 aún continúa su producción poética, aunque ya se
advierte el predominio de la prosa en una amplia temática que abarca panoramas de la
literatura "norteamericana" y la poesía modernista cubana; la música nueva -ópera italiana,
Richard Strauss, "Parsifal", de Wagner-; teatro inglés y noruego —Shakespeare, Pinero, Shaw,
Ibsen—; escritores cubanos —Piñeyro, Martí, Valdivia, Juana
Borrero— autores dominicanos —Mercedes Mota, J.J. Pérez y Deligne—; Ariel, de
Rodó; poetas europeos —Wilde y D'Annunzio—; estudios sociológicos —de Hostos y Enrique
Lluria—; y educación científica. Pero de toda
esa impresionante labor crítica y divulgadora sólo una parte pequeña llega a su primer
libro, Ensayos críticos, publicado en La Habana en 1905.
A partir de esta fecha sus
colaboraciones en revistas siguen mostrando la atracción del teatro en reseñas o estudios breves
de Echegaray, los Quinteros, Benavente, Ibsen, Clyde Fitch y otros, hasta el punto de
que él mismo escribe
"El nacimiento de Dionisos" (1909), que califica de "esbozo trágico a la manera
griega". También continúa escribiendo, o dando conferencias, sobre poesía española y americana,
insistiendo con frecuencia en temas y autores favoritos: Deligne, D'Annunzio, y
añadiendo otros como
Unamuno, José María Gabriel y Galán y Gutiérrez Nájera. Pero la novedad
mayor en su orientación poético-crítica está en el estudio del verso endecasílabo español que, según se indicará más adelante, marca sólo el punto
intermedio de su actividad en el tema. Por estos años se evidencia en él una actitud de
selección y guía en la importancia
que parece concederle al concepto de obra antológica, según demuestra la reseña de "La joven
literatura hispanoamericana", de Manuel Ugarte, sus reflexiones sobre
"Las cien mejores poesías" (1909) o "Los mejores libros" (1909) y
su participación
en la Antología del centenario (1910) con Luis G. Urbina y Nicolás Rangel. Todo lo
cual parece una renacida ampliación de la antología dominicana iniciada con Max en días de adolescencia.
En la prosa, aunque vuelve
brevemente al Ariel de Rodó, añade una reseña sobre "Liberalismo y Jacobinismo", juzga a
Walter Pater, recuerda a Hostos, comenta a Varona como sicólogo, y se adentra
por el mundo de la filosofía en enfoques del platonismo, positivismo y pragmatismo.
Hace excursiones históricas a su isla, tratando de preservar las ruinas
seculares de la catedral primada, interviniendo a favor de la autenticidad de
los restos de Colón
en Santo Domingo, aclarando conceptos sobre la independencia dominicana, la
literatura nacional y la novela histórica. Como en los años anteriores a Ensayos críticos, la música ejerce
particular atracción
y si aparece en los usuales comentarios periodísticos halla acaso su expresión cabal en la ópera "La leyenda
de Rudel", del compositor mexicano Ricardo Castro. Por último añade nuestro autor dos
temas nuevos: la inquietud de la joven intelectualidad mexicana del centenario,
con todas sus implicaciones nacionales, y la vigencia del mundo clásico griego en esos años primeros del siglo XX.
Lo que de esa producción se recoge en su
segundo libro Horas de estudio (1910), revela una reducción del interés teatral y musical
del autor pues se limita a dos estudios: uno de teatro estadounidense y otro de ópera mexicana. Por el
contrario continúa,
aumentada, su devoción por los temas patrios, ya de carácter histórico y literario. Y,
debido a su estancia en México desde 1906, se evidencia la problemática intelectual de
los años finales del
porfiriato, surgiendo con gran detalle la exposición de las doctrinas filosóficas contemporáneas. Cabría aquí recordar que el crítico dominicano
publica su primer libro a los veintiún años y el segundo a los veintiséis; si bien por su
carácter de recopilación ambas obras han
sido escritas, parcialmente, en años anteriores. La precocidad del niño y del adolescente
se ha convertido en la promesa del escritor en flor. De modo que, con toda
probabilidad, no existe entonces en Hispanoamérica otro escritor joven con la
amplitud de su curiosidad intelectual, con la fecundidad de su intelecto.
Aunque sin intención exhaustiva, y sólo a grandes rasgos
se ha intentado trazar aquí la producción crítica de Pedro Henríquez Ureña, es evidente que en sus dos
primeros libros está el germen de una labor posterior cada vez más concentrada en el
mundo hispánico. Sus previas
aficiones teatrales y musicales constituirán, por otra parte, la
base sólida en que se han de
asentar estudios sobre España y América. En lo que respecta al teatro, volverá su atención a los dramaturgos
del Siglo de Oro y al teatro colonial de Hispanoamérica, o trazará el desarrollo del
arte escénico discutiendo las
posibilidades de su renovación contemporánea, mientras la música,
que debe haberle facilitado la apreciación del ritmo y la melodía verbal poéticos, le resultará base imprescindible
para la comprensión
y análisis de sus
manifestaciones cultas y populares. Algo
semejante ocurre con la filosofía, aunque la abandona como estudio autónomo después de escribir sus
agudos y bien documentados trabajos de Horas de Estudio. En ellos, observa Aníbal Sánchez Reulet, y antes
de los veinticinco años, Pedro Henríquez Ureña es el primero en nuestra América que expone las ideas de
William James cuando apenas empezaban a conocerlas en Europa; es también el primero que hace
en Hispanoamérica una crítica a fondo del positivismo,
juzgándolo como un
movimiento del pasado; y se cuenta entre los primeros que advierten los
aspectos pragmatistas del pensamiento de Nietzsche.
Andrés Avelino, por su parte, añade:
Lástima que el pensador dominicano
no continuase la brillante labor teorética emprendida con estos estudios
en que mostró una singular intuición filosófica respaldada por
un profundo conocimiento de las corrientes filosóficas existentes. A
su preferencia por los valores estéticos, se debe, sin duda, que la
filosofía americana no haya recibido de él una más amplia contribución al pensamiento
sistemático. Sin embargo en su obra de crítica literaria siempre aparece la
actitud filosófica contenida, que ha hecho de sus juicios críticos notables páginas estéticas.
De modo que si la filosofía como tratado
independiente de su bibliografía, sobrevive diluida en su tarea crítica, como apoyo y
como fuerza orientadora. Tal es el "espíritu filosófico" que él considera
„...capaz de abarcar con visión personal e intensa
los conceptos del mundo y de la vida y de la sociedad, y de analizar con fina
percepción de detalles los curiosos paralelismos de la evolución histórica, y las variadas
evoluciones que en el arte determina el inasible elemento individual.
El retorno a la metafísica y la marcada
inclinación platónica que acusa la
campaña antipositivista de
los jóvenes de la Sociedad
de Conferencias mexicana, señalan en Henríquez Ureña, el idealismo filosófico evidente en su obra antes y
después de México. Y es esa actitud la que
desde Ensayos críticos comienza a delinear los caracteres de su visión utópica. Así en "José Joaquín Pérez" ve en la
obra final del compatriota "el amor universal de las futuras relaciones
latentes en el curso de !a fecunda evolución humana"; en la interpretación de Rodó, en
"Ariel", parece identificarse con su idealismo "por una
solidaridad cada vez más firme" de la civilización; y en el "Estudio de Lluria
sobre la naturaleza y el problema social", destaca "el amor, medio
natural de selección
en la vida superorgánica" como "la base de la sociedad del
porvenir." Semejante concepción
utópica termina el
discurso sobre "Barreda", de Horas de estudio, manifestándose igualmente en
otras obras; pero
obteniendo su concreción máxima en "La utopía de América" y "Patria de la
justicia", donde expone el ideal de una América unida, libre por la educación, la justicia social y la reforma
económica; abierta a todos
los vientos del espíritu y dedicada a perfeccionar el carácter original de su
cultura.
Como es bien sabido las letras
hispánicas representan en
la obra de Pedro Henríquez Ureña el cauce principal de sus aficiones críticas. Y dentro de
ellas los temas que primero atrajeron su atención creadora fueron,
fundamentalmente, los relacionados con las Antillas españolas —en particular los de
su patria y Cuba— y con el modernismo. Lo esencial de esa producción inicial, que recoge en Ensayos críticos, está constituido por sus
estudios sobre "José Joaquín Pérez", "El modernismo en la poesía cubana", Rubén Darío" y
"Ariel". El primero que, a más de reflejar su preocupación por honrar los
valores nativos, es una clara exposición de la obra del poeta, poco
estudiado en su patria y menos conocido en América, es su primer intento serio
de hurgar en la cultura nacional para preservación de sus tesoros y esclarecimiento
de propios y extraños.
Cuando aparece su segundo libro, Horas de estudio, el tema se ha
extendido hasta merecer una sección especial titulada, precisamente, "De mi
patria". En ella incluye materia histórica, literaria y cultural. A la
ya mencionada defensa de las ruinas de la catedral y a la cuestión de la existencia de
una literatura nacional, en las que la dilucidación histórica predomina, se añaden el trabajo sobre
"José Joaquín Pérez", ya
publicado en Ensayos críticos, y el perspicaz análisis de Galaripsos de Gastón Fernando Deligne;
así como un panorama de
la "Vida intelectual de Santo Domingo", al que complementa
"Biblioteca Dominicana", bibliografía mínima de la cultura nacional. Desde
1904, por lo menos, Pedro Henríquez Ureña había penetrado con agudeza sorprendente en el mundo poético de Deligne, según indica
"Reflorescencia", en La Cuna de América, el 18 de diciembre.
El artículo provocó una carta del poeta,
profundamente sorprendido por "la sagacidad crítica" del joven, que contaba
en esa fecha veinte años:
Doy a Ud. gracias muy sinceras por
los conceptos que Ud. externa acerca de mi labor literaria, en el último No. de La Cuna de América. Ninguno de los que
han hecho juicios análogos, ha estado tan al hilo de lo que he querido hacer —aficionado literario— como Ud. Permítame que me regocije,
al celebrar una sagacidad crítica nacional como la suya: de la que espero legítimamente un Sainte
Beuve, un Zola, un Tayne: sin lisonja!
Cuando cuatro años más tarde Henríquez Ureña escribe el artículo "Gastón F. Deligne",
que incluye en Horas de Estudio (1 910), el análisis del poeta quedaría ya como definitivo,
en su parte esencial, y revisado por el autor en 1946 se empleará como prólogo de la edición de poesías de Deligne titulada Galaripsos.
El enfoque individual de autores,
parte inicial de sus tareas literarias sobre la tierra natal, puede decirse que
termina con los estudios sobre José Joaquín Pérez y Gastón F. Deligne, transformándose desde entonces en la
amplitud de un período,
de un género. En tal sentido
debe considerarse seminal la significación de "Vida intelectual de
Santo Domingo". Juzgándola desde el punto de vista local Emilio Rodríguez Demorizi traza,
no obstante, la ampliación de su contenido, en los términos siguientes:
Entre los trabajos de Henríquez Ureña hay uno bien
significativo, revelador de su entrañable dominicanidad: "Vida
intelectual dominicana", que es de los capítulos de Horas de estudio, escrito en 1908. Años más tarde, en 1917, el
trabajo aparece ampliado con el título de "Literatura
dominicana", y en 1936 el breve folleto se refunde en la erudita obra La cultura y las
letras coloniales en Santo Domingo, dedicado a un dominicano: al Dr. Américo Lugo. El caso es
tan sencillo como significativo. Revela cómo el ilustre compatriota, a través del tiempo, iba
acumulando noticias de su patria, sin perder un solo dato...
Como si toda esta incesante labor
no fuera suficiente, por el mismo Rodríguez Demorizi sabemos que en 1944,
dos años antes de su
muerte, Henríquez Ureña proyectaba una
nueva edición aumentada y
corregida de esa obra. De
modo que tema y patria lo acompañaban con vitalidad no disminuida, por toda su vida
creadora.
Por el modernismo entra Pedro Henríquez Ureña, como crítico, a los grandes
temas de la cultura hispánica, más allá de los límites patrios y antillanos. El examen del movimiento,
hecho en su primer libro principalmente a través de tres trabajos revela una asombrosa
modernidad y perspicacia que contiene la simiente de frutos posteriores. De
especial originalidad es para esos primeros años del siglo el calificativo que
emplea de "iniciadores" del modernismo para referirse a quienes la crítica continental
llamará por muchos años
"precursores": "Cuba es la patria de dos de los cuatro iniciadores
del movimiento modernista en la poesía americana: Casal y Martí, copartícipe en esa gloria con Rubén Darío y Gutiérrez Nájera. La novedad de esta afirmación por un joven de
veintiún años, en 1905, al
parecer pasa desapercibida y no reaparece en la crítica hasta que la repite casi
cincuenta años después su hermano Max, en Breve
historia del modernismo (1954). Dos
años más tarde, en el artículo "La poesía
hispanoamericana", Federico de Onís le dará vigencia definitiva al término hasta el punto de que, desde
entonces, será aceptado por un buen número de críticos y profesores. No consta, sin embargo, que se haya reconocido el aporte original de Henríquez Ureña.
En el mismo artículo de Henríquez Ureña sobre "El
modernismo en la poesía cubana", sorprende, por el contrario, el olvido de
Silva entre los iniciadores del modernismo, y la inclusión entre ellos del
propio Rubén Darío. ¿Se debió esta omisión a lo poco conocida
que fue por algún tiempo la obra de
Silva aun en su propia patria? Difícil sería explicarlo. Lo cierto es que en el estudio sobre
"Rubén Darío", también de 1905, y en el
dedicado a "José María Gabriel y Galán" de dos años después, Henríquez Ureña muestra su conocimiento del
poeta bogotano, mencionándolo más de una vez, y en el segundo de los trabajos citados lo
incluye claramente entre los poetas modernistas. Por último, cuando aparece
en 1945 la edición
de sus conferencias de Harvard bajo el título Literary Currents in
Hispanic America, Silva se halla ya entre los iniciadores del movimiento
aunque se conserva entre ellos, igualmente, la figura de Darío.
También en ese trabajo de Ensayos críticos Henríquez Ureña capta bien la
ceguera que ha de predominar en Cuba por largo tiempo sobre los valores
literarios de Martí,
eclipsados por su figura de apóstol. Y en
un artículo del mismo año 1905, "Martí, escritor",
desarrolla el tema en el periódico La discusión:
Martí fue, —aunque en Cuba lo
sepan pocos—, uno de los grandes escritores castellanos de su siglo. Fue un
renovador del estilo... Como los artistas que, dominadores de la técnica de su arte, la
revolucionan porque les resulta estrecha para sus nuevas concepciones, Martí realizó la reforma del
estilo armado con un conocimiento profundo de la lengua y de los clásicos. Su estilo no
ofrece semejanzas con el estacionario de la mayoría de sus contemporáneos de España: en ocasiones tiene
la intensidad emocional de Teresa de Jesús, el mesurado y sugestivo donaire
de Gracián, la maestría no forzada de los siglos de oro, siglos en que el
castellano, evolucionando en armonía con las tendencias coetáneas, reflejaba mejor
que hoy el espíritu y la vida de la raza. Pero el estilo de Martí quería ser y era moderno,
"actual", como el de los escritores modernos de los países activos y
fecundos en que el idioma evoluciona, como todo... Estilo sabio por la
estructura, claro en el concepto, original en las imágenes, infinitamente
variado en la expresión y con todo y sobre todo, personal y "humano" y
siempre rico de pensamiento.
Por último, Martí fue un orador
asombroso, verdaderamente único en su manera, —y, por su
sensibilidad, un gran poeta. No dominó el verso resonante de la tradición española; más bien "eludió la forma", como
Bécquer, y fue un poeta
exquisitamente sugestivo. Pocas estrofas hay en nuestra lengua más cálidas, "frágiles", que las
que dedicó a la hija de su amigo Gutiérrez Nájera. ¿No bastarían para consagrarlo
gran poeta sus páginas en prosa y verso para los niños? ...
Por supuesto, no hay en este análisis estético de la obra
martiana mención de lsmaelillo (1882)
poco asequible entonces, pero
si una captación
admirable de la labor innovadora del escritor, de las peculiaridades de su
estilo de prosista y de poeta, de su lugar cimero en "el espíritu y la
vida de la raza". El articulo demuestra igualmente que Henríquez Ureña se adelanta a la critica
hispanoamericana al referirse a "la voluntad de estilo" de Martí, al
entronque de su prosa con la de clásicos españoles como Santa Teresa, a la ecuación modernismo y
modernidad. Cuando Henríquez Ureña publica otro articulo titulado "Martí", en
1931, lamenta la bibliografía aún no escrita y la obra en gran parte inédita todavía. No debe olvidarse, por
consiguiente, que al escribir sus artículos de 1905 apenas se habían publicado
cinco volúmenes de las Obras
completas de Martí, editadas por Gonzalo de Quesada, y que de ellos el
volumen V exclusivamente
contenfa producción
literaria: La Edad de Oro. "Nuestra América", Amistad funesta,
Ismaelillo, Versos sencillos y "Versos libres", su obra teatral y
critica, son de fecha posterior y se incluyen entre los volúmenes Vil y XIII, de 1911 a 1914. ¿Conocfa Henrfquez Ureña parte de la obra
martiana antes de venir a Cuba? Es muy posible. De paso por Santo Domingo, nos
dice, Martf "electrificó con sus discursos y esto bastó para que allí se publicara en 1896
un libro de ofrendas a su memoria". Sin duda conoció Henríquez
Ureña ese libro; pero
además es lógico asumir que haya
sentido mucho más
cercana la presencia del gran hombre cuando su padre y su tío, Francisco y
Federico Henríquez y Carvajal, eran amigos entrañables de él. En su visita de
1892 a Santo Domingo, con ellos y con el poeta José Joaquín Pérez recorrió Martí la capital visitando
ruinas y monumentos. Y en la noche del 19 de septiembre Federico Henríquez y
Carvajal pronunció el discurso de presentación de Martí en la Sociedad de Amigos del País. Con tales antecedentes, no
hay duda de que durante su estancia en Cuba (1904—1906), Pedro Henríquez Ureña trató de familiarizarse aún más con la producción martiana hasta
llegar a conocerla como pocos en esos años.
En "Ariel" (1904), que
es una síntesis magistral del
libro de Rodó, se encuentran
algunas ágiles y precisas
descripciones del estilo o del método crítico del autor; pero en el análisis del ensayo se advierten
igualmente ¡deas típicas de Henrfquez
Ureña que se han de
repetir y ampliar con el correr de los años. Si algunas como el culto a la
personalidad concuerdan con el ideario de Rodó también corresponden, según observa el
dominicano, a un amplio sector del pensamiento moderno y pueden hallarse —provengan o no de Rodó— en algún trabajo suyo
contemporáneo como el titulado
"D'Annunzio, el poeta" (1903). Otras ideas, en tanto, representan aspectos, esenciales de la mejor tradición hispanoamericana,
según ejemplifican el
eclecticismo indagador y cosmopolita, que busca soluciones sin atarse a
exclusivismos limitadores, o la
ansiedad por el destino del idioma que, indirectamente, refleja el general
decaimiento histórico
del mundo hispánico.
Un año después de "Ariel", en 1905,
la preocupación
lingüística se ha combinado
con la estilística en lo que había sido en América, por algún tiempo, el deseo de
modernizar la expresión literaria. En ese primer lustro del siglo Pedro Henríquez Ureña lamenta el empleo
de un estilo correcto, pero rígido y frío entre los poetas cubanos, en contraste con la tendencia
modernista, mientras que llama a Darío maestro del idioma. Es decir que, en la polémica sobre los llamados excesos del modernismo, asume la
defensa de las nuevas formas —identificadas con evolución artística, con modernidad— y de Darío en particular,
mostrando la evolución poética del nicaragüense y considerándolo "un
renovador", no un "destructor", que llega en los sonetos a Góngora y Velázquez al nivel del
"genuino evocador del estilo de los Siglos de Oro.
Si la elegancia es la cualidad
esencial de la personalidad de Darío, y va acoplada con "la armonía del
pensamiento", la "música del sentir" y la "creación de la fantasía", la humanidad es la culminación de su "evolución psíquica" en Cantos
de vida y esperanza, hasta convertirlo en el poeta de la juventud del
idioma. Mas como la renovación métrica es aspecto capital del modernismo, Henríquez Ureña le dedica una buena
parte del trabajo, deteniéndose en la producción de Darío como paradigma de esa
"nueva métrica".
En tal sentido dirá Henríquez Ureña del modernismo:
La versificación castellana parecía tender fatalmente a
la fijeza y a la uniformidad, hasta que la nueva escuela americana vino a
popularizar versos y estrofas que antes se empleaban sólo por rareza. En
realidad la escuela no ha inventado nada nuevo: lo fundamental de su métrica ha sido
resurrección de antiguas formas castellanas o adaptación de formas
francesas; pero el propósito de renovación ha obedecido... a una tendencia
lógica, sugerida por la
imperiosa necesidad de la época...
A Darío, por otra parte, lo ha de llamar
"el Sumo Artífice
de la versificación
castellana"; por
lo que la variedad de metros, la modificación de acentos y pausas, son algunos
de los otros muchos aspectos analizados con bastante detalle en breves páginas de apretada
documentación.
La precocidad literaria de Pedro
Henríquez Ureña manifiesta en la proliferación y originalidad de
esta temprana producción crítica es aún más palmaria en los artículos sobre "Ariel" y
Darío si se tiene en
cuenta que, según
la observación de Félix Lizaso,
"además de ser trabajos de
los veinte años, tanto la obra de
Darío como la de Rodó aun eran poco
conocidas cuando tales artículos se escribieron".
El interés de Henríquez Ureña por la métrica, la laboriosa
investigación que sobre ella hará el resto de su vida
y los conocimientos que atesora sobre el tema, tienen ya en el estudio de Darío una sólida introducción. El endecasílabo, que había sido objeto de
breve aunque especial atención entonces, se ha convertido para 1909 en un extenso artículo que reproduce un
año después en Horas de
estudio. Sus correcciones y ampliaciones siguientes verán la luz en la Revista de
Filología Española (Vol. VI, 1919) y en el Boletín de la Academia Argentina de
Letras (Núm.49, 1934). De Horas
de estudio venía,
pues, la idea germinal y la investigación básica. A partir de este libro —y excluidas las
revisiones sobre el endecasílabo— no menos de ocho trabajos dedicados a la métrica en España o en Hispanoamérica van a salir de
su pluma hasta el año mismo de su muerte. Además producirá su obra cumbre en el
género, la monografía sobre La
versificación irregular en la poesía castellana (1920) donde, según las palabras de Ramón Menéndez Pidal se
organiza "por primera vez una vasta materia que comprende desde los orígenes medievales
hasta la lírica de las zarzuelas
y del género chico y hasta la
revolución contemporánea por Rubén Darío".
En contraste con sus varios
trabajos sobre literatura hispanoamericana, escasos son los dedicados a las
letras peninsulares en sus dos primeros libros. Si bien no puede hablarse de
falta de interés
o de conocimiento. Las notas que acompañan "Ariel", "Rubén Darío" y "El
verso endecasílabo",
y los estudios sobre la métrica en estos dos últimos trabajos, con el vasto número de autores y críticos que en ellos
cita, muestran sin lugar a dudas sus amplios conocimientos del tema. En
"Ariel", aunque reconoce la brillantez y originalidad estilística "del grupo
juvenil español" en 1904
(Blasco Ibáñez, Unamuno, Valle
Inclán, Azorín, Martínez Sierra y Gabriel
Miró), concede a Rodó la primacía sobre ellos en
cuanto a la prosa moderna castellana, no sólo por adelantarse a los españoles, cronológicamente, sino porque
poseyendo la flexibilidad y la serenidad que a ellos les falta, carece de
cierto amaneramiento que considera innegable en la península. En "Rubén Darío" y "El
verso endecasílabo"
las citas y comentarios de obras y autores españoles, desde la Edad Media hasta el
siglo XX, son numerosísimos, no faltando un
panorama del endecasílabo en Italia y, en menor medida, entre los poetas provenzales y
portugueses, así como breves menciones de su empleo en Hispanoamérica. Y su recia cultura se pone
de manifiesto también cuando, en la primera nota de "El verso endecasílabo", discute a
Andrés González Blanco su aserto
sobre la existencia de un endecasílabo perfecto, semejante al de Garcilaso en la obra del
Arcipreste de Hita.
Si desde 1900 en sus crónicas teatrales había escrito sobre
Tamayo y Baux, Zorrilla, Benavente, Echegaray y los Quinteros, o reseñado libros sobre
literatura española — "De poesía. A propósito de una
obra", de Nicolás Heredia; El romanticismo en España, de E. Piñeyro; Poesías, de Unamuno— no es hasta la
conferencia sobre José María Gabriel y Galán, en 1907, cuando se dedica a estudiar la obra de un
autor español. La emoción y el entusiasmo con
que analiza la poesía de quien considera un espontáneo poeta clásico y bucólico anticipa su íntima identificación con la gente
sencilla y bondadosa que va a encontrar en sus viajes por España, lejos de la corte. Y bien puede decirse que
comienza entonces, a la distancia, el gran amor por España y lo español que ha de
constituir uno de los aspectos fundamentales del hombre y el crítico.
Después de la conferencia sobre el poeta
salmantino irá poco a poco añadiendo
temas peninsulares a su bibliografía: "Hernán Pérez de Oliva" (1910), "Rioja y el sentimiento de
las flores" (1914), "Goyescas" (1916) "El espíritu y la máquina" (1917);
pero el gran cambio ocurre cuando viaja a España en 1917 y 1919. A semejanza de
lo ocurrido en su primera visita a los Estados Unidos, comprende que si
como entonces el hombre pierde ciertos prejuicios políticos y culturales, ahora el
hispanoamericano siente que la ¡da se convierte en un regreso:
Lo diré desde luego: mi
primera visita a España la hice con prejuicios. La historia del dominio español en América no se ha
limpiado aún de toda pasión; el español de América es, de necesidad,
luchador, y se ve obligado a enseñar las garras; los "artículos de exportación", en el orden
espiritual, que en España se fabrican para nosotros, son de calidad discutible.
Pero la llegada a tierra española desarma en
seguida. Si llegamos sobre todo, de países en que domina otra lengua y
otra civilización —aunque sea de Francia—, creemos estar de regreso en la
patria...
Bien pronto aparece su primer
libro sobre la antigua metrópoli: En la orilla. Mi España (1922) y en años sucesivos publicará tanto ediciones de los
clásicos como artículos sobre diversos
temas y autores, muchos de
los cuales va a recoger en Plenitud de España (1940). La lengua, el folklore,
toda la herencia cultural de España en América, han de atraer igualmente su interés y provocarán su actividad
creadora, siempre ya bajo el estímulo de una fe inalterable en la comunidad espiritual de
los pueblos hispánicos.
Un aspecto significativo de la
obra de Henríquez Ureña —mencionado brevemente
en relación con el estudio de Ariel— es la búsqueda frecuente de
la expresión individual, ya
personal o nacional, ya continental o racial. Nacida sin duda esa preocupación en el hogar paterno
por el culto a las grandes figuras nacionales y en defensa de la nacionalidad
misma—amenazada en
distintas ocasiones por invasores extraños o anexionistas locales— acaso halla su
primera expresión
en la pregunta "¿Qué es patria? " que dirige a la madre el niño de tres años. En literatura, fuera de la
exaltación del sentimiento
nacional que pueden tener ciertas poesías patrióticas o artículos sobre
escritores dominicanos, se manifiesta innegablemente en sus trabajos de Ensayos
críticos y Horas de
estudio, donde ofrece varias modalidades. La manera predominante responde
al interés por destacar la
presencia, o ausencia, de la "nota personal" en la obra de un autor
determinado. Así se refiere a la dificultad de D'Annunzio por llegar a las multitudes, debido a
su "temperamento demasiado individual e intenso"; niega la "nota
personal" en la obra poética de Wilde hasta el momento de su caída en la "Balada
de Reading Gao!", cuando se revela la nota real e íntima (pág. 8); ve a Casal
como "el poeta cubano que mejor ha grabado en sus versos el sello de su
yo", o como "un modelo de sinceridad emotiva" (pág. 18); encuentra en
cada verso de José Joaquín Pérez "el sello
peculiar de su personalidad" (pág. 140); y asegura que Deligne apoya "su personalidad
inconfundible, en sus dones de observación y reflexión, en sus mismas
tendencias de humanista" (pág. 146).
Esta primera manera adquiere
nuevas tonalidades en el estilo personal que se funde con la expresión local, o llega a
representarla. Es la promesa en la literatura cubana, antes de la Guerra de
Independencia, cuando la producción de ciertos escritores iba acercándose "a la
creación de formas y estilos
individuales y regionales", en lo que era "obra de nacionalización literaria" (pág.17); o la realidad en la obra de
Gabriel y Galán,
porque en la naturaleza y la vida rústica que canta se combinan "un sentimiento
absolutamente suyo, personal y espontáneo... con una filosofía clásica castizamente
castellana" (pág. 88).
La nacionalización, o americanización, de la literatura y el arte es, sin duda, otra
de las formas comunes de esa búsqueda de la individualidad, observándose tanto en sus aspectos
positivos como negativos. Entre las manifestaciones falsas Henríquez Ureña considera el
indigenismo vuelto hacia el pasado, carente de tradición verdadera y obra de
recreación arqueológica (págs. 135—136, 168), ya que para él el futuro, es decir,
la originalidad artística está en la evolución de la cultura americana. De ahí la sugerencia, en la tradición de Bello y Martí, de dominar la técnica europea y
desarrollar ideas propias, surgidas en la vida y el ambiente contemporáneos de América (pág. 168). Todo sin olvidar que ese
futuro debe estar asociado, en América, con el ideal democrático (pág. 27), con la libertad, basadas no
sólo en una tradición gloriosa sino en el
concepto hostosiano de la madurez del hombre contemporáneo, capaz de regir
sus propios destinos y los de la sociedad (págs. 82—83). Basta revisar someramente su
obra posterior a 1910 para comprender cómo le siguen intrigando estos
temas relacionados con la personalidad individual o colectiva, pero cada vez más orientados hacia lo
americano. Recuérdense
su conferencia sobre el mexicanismo de "Don Juan Ruiz de Alarcón" (1913) —anticipado en cuanto
al compositor mexicano Ricardo Castro en "La leyenda de Rudel" (1906) —y el punto máximo de su ascenso
por esta ruta, Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), cuya síntesis se encierra en
el párrafo siguiente de
"Palabras finales":
Los seis trabajos extensos que aquí reúno... y los dos
apuntes argentinos que le siguen, están unidos entre sí por el tema
fundamental del espíritu de nuestra América: son investigaciones acerca
de nuestra expresión en el pasado y en el futuro. A través de quince años el tema ha
persistido, definiéndose y aclarándose... por muy imperfecta y
pobre que juzguemos nuestra literatura, en ella hemos grabado, inconscientemente
o a conciencia, nuestros perfiles espirituales. Estudiando el pasado, podremos
señalar orientaciones.
Para mí hay una esencial: en el pasado, nuestros amigos han sido la pereza y
la ignorancia; en el futuro, sé que sólo el esfuerzo y la
disciplina darán la obra de expresión pura. (Pág. 324).
Y así termina siempre en función de maestro y
orientador, exhortando al trabajo y a la organización rigurosa del estudio.
Una observación final e ineludible
al hablar de los valores literarios de Pedro Henríquez Ureña merece, desde temprana edad, esa
combinación de erudición y serenidad
formulada en un estilo claro, preciso, sin alardes de terminología académica, que tan bien
describe Rodó, en 1906, al
acusarle recibo de Ensayos críticos:
Me agradan la solidez y
ecuanimidad de su criterio, la reflexiva seriedad que da el tono de su
pensamiento, lo concienzudo de su análisis y juicio, la limpieza y
precisión de su estilo.
Treinta y nueve años más tarde Medardo
Vitier verá semejantes características: "Vista
la obra de Pedro Henríquez Ureña en conjunto, lo que más impresiona en su densidad...
Pero la claridad no disminuye con la densidad en estos trabajos". En otro
pasaje dice: "...nos ha acostumbrado a una prosa de netos perfiles, sin
grasa". Y en nueva aproximación a su estilo añade: "prosa clara, sobria, elegante". Hasta darnos una impresión más amplia del
escritor:
Los escritos de Henríquez Ureña indican su
constitución mental, reflejan al hombre contenido a quien obedecen todas sus
potencias, en bello equilibrio, uno de los dones del espíritu clásico. Por eso compone
pulcramente, sabiamente. Por eso llega a la difícil sencillez.
Con los cambios naturales a los años bien puede decirse
que el crítico y el escritor
están ya hechos antes de
terminar la primera década del siglo. El tiempo y la experiencia aumentarán su caudal y calmarán algo los bríos de la mocedad.
Pero al estudiar esa labor de la juventud no caben otras reacciones que la
sorpresa y la admiración. Como la legendaria hija de Zeus su talento crítico parece surgir
completamente armado para las empresas de la cultura.
Olivera, Otto H. “La precocidad literaria de Pedro Henríquez
Ureña”. En Eme-Eme, Estudios Dominicanos, vol. XI, núm. 62, septiembre-octubre,
1982, pp.25-48.
Las
referencias más frecuentes a la precocidad de Pedro
Henríquez Ureña
se refieren al temprano despertar de su vocación
humanista. Véanse principalmente Emilio Rodríguez Demorizi, "Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña", en Homenaje
a Pedro Henríquez Ureña (Ciudad Trujillo: Publicaciones de la Universidad de Santo Domingo,
1947), págs. 19-21, 36-38; y Max Henríquez Ureña,
"Hermano y maestro" en Pedro Henríquez
Ureña, Antología (Ciudad Trujillo: Librería Dominicana,
1950), págs. XXXIV. Estos recuerdos se
extienden hasta la pág. (Sic). Fueron reproducidos en la Revista
Iberoamericana, XXI, 41-42 (1956), 19-48.
Félix
Lizaso es quien más ahonda sobre su labor crítica, si bien la presenta a grandes rasgos
comenzando con la precocidad infantil y llegando a una síntesis apretada del tema al referirse a los Ensayos
críticos:
Ensayos críticos contiene, en germen, muchas de las direcciones de
la dedicación literaria del maestro. Su inclinación a la literatura inglesa está presente en sus tres ensayos sobre Oscar Wilde,
Arthur Wing Pinero y Bernard Shaw; el crítico
literario aparece en sus artículos sobre Rubén Darío, Rodó, José Joaquín Pérez, D'Annuñzio y el trabajo sobre el modernismo en nuestra
poesía. También
apunta su interés por el pensamiento en América, al estudiar las aportaciones a la Sociología del dominicano (sic) Hostos y del cubano Enrique
Lluria, y su afición a los temas musicales.
Su penetración
en muchos de esos estudios le lleva a adelantarse en sus juicios no sólo a otros críticos
de nuestra América, sino de la misma Francia...
"Pedro Henríquez Ureña
y su presencia en Cuba", Revista Iberoamericana, XXI, 41-42 (1956), 99-102.
Más
tarde, al señalar su labor en México junto a las figuras de Caso, Vasconcelos,
Reyes y otros, observa Lizaso:
... Pedro Henríquez
Ureña, con ser de edad semejante a la de
sus compañeros, se les había adelantado con aquella precocidad sorprendente
que siempre se le reconoció. (Pág.
104).
"Estudiábamos los tres (Fran, Pedro y Max) en la propia
casa, bajo la dirección de nuestros padres, que deseaban ser
nuestros propios maestros..." M. Henríquez
Ureña, "Hermano y maestro", Antología, pág. XIII.
Rodríguez
Demorizi se pregunta sobre las relaciones de Pedro con la madre:
¿Cómo sería
la vida para el niño, de mente y corazón despiertos al alto gozo de las letras, junto a
Salomé Ureña?
Esa maternal convivencia, ese enrizamiento en la vida de la egregia mujer,
constituyeron en P.H.U. un inexpresable estado de alma, tan vivo y entrañable que fue en él
parte de su propia naturaleza, signo y explicación
de su carácter patriota.
Y sobre el padre añade:
[5] "Hermano
y maestro", pág. XXXII.
Años después,
ya en México, Pedro reconocerá con honda emoción
la influencia decisiva de Leonor Feltz:
...estas páginas deben atestiguar... como... perdura vuestra
influencia que ya creíais lejana, que acaso nunca juzgasteis
mucha...
...vos, predilecta hija
intelectual de mi madre, figura familiar de nuestra casa erais llamada a
ejercer influencia en nosotros. De mí se que me
guiasteis en la vía de la literatura moderna. ¡Qué multitud de
libros recorrimos durante el año en que
concurría a vuestra casa, y, sobre todo, que río de comentarios fluyó entonces! ...
[6] Pedro
y Max estudiaron juntos el piano en Cabo Haitiano. Pedro "nunca... abandonó su afición
a la buena música, que sabía apreciar con fino sentido crítico y constituyó siempre para él un alto placer estético". M. Henríquez
Ureña, "Hermano y maestro", pág. xxvii.
[8] En
efecto, su formación intelectual tenía sus bases forjadas aquí mismo: para penetrarse de ello basta leer su crítica
de la obra literaria de Nicolás Heredia, su paráfrasis de un soneto de Baudelaire, sus notas acerca
del teatro moderno, publicadas a fines de 1900 y a principios de 1901 en la
revista Nuevas Páginas...
[9] Alfredo
A. Roggiano, Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos (México: Casa
Editorial Cultural, 1961), págs. xiii-xvii,xx-xxiii,xxvi-xxv¡i y xxxi-xxxiii.
[10] Américo Lugo, Bibliografía (Santo Domingo, 1906), pág. 110. M.
Henríquez Ureña, "Hermano y maestro", págs. xxvi y xiiv. Lizaso, "Pedro Henríquez Ureña", págs.
102-104.
[11] Entre
1894 y 1899 la bibliografía de P.H.U. parece mostrar una
producción exclusivamente poética, por lo general original, alguna que otra vez
traducida. Véase Emmna Susana Speratti Pinero,
"Crono-bibliograf ía de don Pedro Henríquez Ureña", Revista Iberoamericana, XXI, 41-42 (1956), 194-197. La bibliografía se reprodujo en Obra crítica.
[12] Para
su juvenil afición y conocimiento de Ibsen véase la nota 8. Todavía
en 1908 dirá: "Por ahora, nos atrae la patria
de Ibsen, revelador de vida nueva". "La moda griega", Horas
de estudio, en obra crítica, pág.
158.
[14] No
faltan, por supuesto, sus crónicas sobre óperas
y conciertos. Sirva de ejemplo, el año 1909, en
Speratti Pinero, "Crono-bibliografía", Revista Iberoamericana, XXI, 41-42 (1956), 205-207 o
en Henríquez Ureña, Obra crítica, págs. 762-763.
[15] "Hermano
y maestro", págs. 26-27. Rodríguez Demorizi informa que P.H.U. trabajó en 1915-1916 en la preparación de una antología
de la poesía dominicana. Era un proyecto de la
adolescencia interrumpido. Los materiales, poesías
y diversas páginas acerca de los poetas que pensaba
incluir en su obra, los donó al Museo Nacional de Santo Domingo,
en 1932, "Dominicanidad", págs.
42-43.
A Max debemos también la noticia de que, desde la adolescencia y por
varios años, Pedro coleccionó las poesías
de José Joaquín
Pérez que sirvieron más tarde para la edición
de las obras poéticas del autor titulada ¿a lira de José Joaquín Pérez (1928).
M. Henríquez Ureña, "Hermano y maestro", págs. xxi-xxii.
La
alusión a la edad de P.H.U. se hace más bien en lo que respecta a los años 1905 y 1910, pues no tenemos certeza de los
meses en que se publican los libros.
[17] Además de sus conocimientos librescos de la escena
mundial, clásica y moderna, que empieza a adquirir
desde niño, recuérdense
la familiaridad con el teatro y la música que
revelan los fragmentos de sus "Memorias" publicados por A. Roggiano
en Pedro Henríquez Ureña en los
Estados Unidos, especialmente
las páginas xiii-xvi, xx-xxiii, xxvi-xxvii y
xxxi-xxxiii. Se trata de su primer viaje a los Estados Unidos de 1901 a 1904.
En uno de estos fragmentos dice P.H.:
"Por supuesto que la mala situación
pecuniaria y aún
física nunca fue para mí impedimento en lo relativo al teatro
y a los conciertos, que habían llegado a ser para mí un ritual inevitable" (págs. xxxi-xxxii).
[18] Véanse, entre otros títulos,
"Don Juan Rulz de Alarcón", "Lope de Vega",
"Las tragedias populares de Lope", Tirso de Molina",
"Calderón", "Hacia el nuevo
teatro" y "El teatro de la América
española en la época
colonial". Obra crítica, passim.
[19] Así lo indican "Goyescas", de Granado y la
exposición sobre "La música popular de América".
[20] "El
positivismo de Comte", "El positivismo independiente" y
"Nietzsche y el pragmatismo".
[21] "Pensamiento
y mensaje en Pedro Henríquez Ureña", Revista Iberoamericana, XXI, 41-42 (1956), 62. El
fundamento de esta cultura filosófica lo
descubre P.H.U. al referirse a los primeros años
de su estancia en México, entre 1906 y 1911:
[22] "Pedro
Henríquez Ureña,
filósofo y humanista", Homenaje, págs. 89-90.
[23] "Conferencias",
Horas de estudio, en Obra crítica, pág.171.
[24] Su
platonismo -observa Ernesto Sábato- se manifestó desde joven, en algunas de sus traducciones y es
probable que de este temprano amor provenga su repugnancia por el positivismo.
Prólogo a Pedro Henríquez Ureña, Selección y notas de Carmelina de Castellanos y Luis
Alberto Castellanos (Buenos Aires: Dirección
General de Difusión Cultural, 1967), pág.13.
Según
Andrés Avelino:
[26] Recuérdese el optimismo sobre la armonía universal en "Alfonso Reyes" (Seis
ensayos, en Obra crítica, pág.298);
o véase la confianza condicionada
-"si las letras y las artes no se apagan"- con que augura el
desplazamiento del eje espiritual del mundo español
a la América en "El descontento y la
promesa" [Seis ensayos, Ibid., pág.
253), que en gran parte se ha realizado en nuestra época.
[27] Publicados
originalmente bajo el título La utopía de América (La
Plata: Ed. Estudiantina, 1925).
[28] En
"La utopía de América"
dirá entre otras cosas:
La unidad de su historia,
la unidad de propósito en la vida política y en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una "magna patria", una
agrupación de pueblos destinados a unirse cada
día más
y más. ...
...en cada una de
nuestras crisis de civilización es el espíritu
quien nos ha salvado, luchando contra elementos en apariencia más poderosos; el espíritu
sólo, y no la fuerza militar o el poder
económico. ...
Ensanchemos el campo espiritual:
demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos
mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos
por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en
fin, hacia nuestra utopía.
¿Hacia la utopía? Sí: hay que
ennoblecer nuevamente la ¡dea clásica.
La utopía no es vano juego de imaginaciones
pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del mediterráneo, nuestro gran antecesor. El pueblo griego da al
mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre
que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir
mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de
toda perfección. ...
¿Cuál
sería, pues, nuestro papel en estas cosas?
Devolver a la utopía sus caracteres plenamente humanos y
espirituales, esforzarnos porque el intento de reforma social y justicia económica no sea el límite
de las aspiraciones: procurar que la desaparición
de las tiranías económicas
concuerde con la libertad perfecta del hombre individual y social, cuyas normas únicas, después
del "nemin laedere", sean la razón
y el sentir estético... ser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la
sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu. ...
...así como esperamos que nuestra América se aproxime a la creación del hombre universal, por cuyos labios hable
libremente el espíritu, libre de estorbos, libre de
prejuicios, esperamos que toda América, y cada
región de América,
conserve y perfeccione todas sus actividades de carácter
original, sobre todo en las artes: las literarias... las plásticas... y las musicales... Pedro Henríquez Ureña, Plenitud
de América (Buenos Aires: Peña,
del Giudice, editores, 1952), págs. 14-19.
En "Patria de la
justicia" llega, en la más franca expresión de su humanitarismo, a la afirmación:
[29] Gastón F. Deligne, Galaripsos (Ciudad Trujillo:
Editora Montalvo, 1946), pág.17.
[30] En
la "Advertencia" de Galaripsos, dice Emilio Rodríguez Demorizi:
Como prólogo
de la obra le dimos preferencia, antes que a todo estudio moderno de la poesía de Deligne, al trabajo del Dr. Pedro Henríquez Ureña, publicado en
1910 en Horas de estudio. Pocos días
antes de morir, el Maestro revisó su escrito a
ruego nuestro. Fue su último trabajo literario; aparte de su
valor intrínseco tiene, pues, ese mérito sentimental., págs.
16-17.
[33] No
se nos escapa "De poesía. A propósito
de una obra", sobre La sensibilidad en la poesía castellana (1898), de Nicolás
Heredia, que si debió demostrar la precocidad literaria de
P.H.U. por su carácter de reseña
o comentario no pudo haberse considerado entonces obra consagradora. Por
desgracia no hemos podido consultar la reseña,
publicada en Nuevas páginas, de Santo Domingo, en 1900; pero
considerando la negativa actitud de N. Heredia sobre la lírica peninsular es fácil
asumir la respuesta de P.H.U. de acuerdo con la que dirigió a Varona, años
después, en asunción
semejante sobre la Avellaneda. "En defensa de la lírica española", El Fígaro (La Habana), 17 de mayo, 1914.
[34] "El
modernismo en la poesía cubana", "Ariel" y
"Rubén Darío",
en Ensayos críticos (La Habana: Imp. Esteban Fernández, 1905). Las citas de esta obra se harán por la edición
incluida en Obra crítica (1960).
[35] .
"El modernismo en la poesía cubana",
pág. 18. La prioridad en cuanto a la
aplicación del término
"iniciador" a Martí, parece pertenecer al panameño Darío Herrera,
quien en julio de 1895 publicó en la revista Letras y Ciencias, de
Santo Domingo, el artículo titulado "Martí, iniciador del modernismo americano". Según Emilio Rodríguez
Demorizi no hay certeza de que P.H.U. conociera ese trabajo, aunque se refiere
a un estudio del panameño sobre Martí en "Martí, escritor", La discusión, 25 de octubre, 1905. Puede añadirse,
sin embargo, que si lo conoció modificó un tanto su perspectiva, de manera ecléctica,
al incluir a Martí, Gutiérrez
Nájera, Casal y Darío entre los iniciadores. Herrera consideraba
iniciadores a Martí y a Gutiérrez
Nájera, no a Casal o a Darío. El artículo
de Herrera se reprodujo en la Revista Dominicana de Cultura Núm. 2 (1955), 255-256. Véase
la nota 2 de Rodríguez Demorizi sobre P.H.U. y el artículo del panameño,
"Martí, iniciador", pág. 255.
[37] Cuadernos, Núm.21 (1956), 17. Desde la publicación de su Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934), Onís
comienza a enfocar el estudio del modernismo con una actitud renovadora; pero
no parece llegar al término "iniciadores" hasta
ese año de 1956. Entre 1952 y 1954 se
refiere, sin aceptar por completo a "precursores", prefiriendo los
vocablos "iniciación" y "creadores". Véanse varios de sus trabajos incluidos en España en América (Río Piedras: Ediciones de la Universidad de Puerto
Rico, 1955), y particularmente las págs. 162, 163,
619, 624 y 625.
La
aceptación del término
no ha sido unánime según
demuestran Bernardo Gicovate en Conceptos fundamentales del modernismo (San
Juan: Asonante, 1902) y Raúl Silva Castro en Antología crítica del modernismo hispanoamericano (Nueva York: Las Américas,
1963) o "¿Es posible definir el modernismo?
" en Estudios críticos
sobre el modernismo (Madrid:
Biblioteca Románica Hispánica,
1968), págs. 316-324. La diferencia entre
iniciadores y precursores es, para el primero, simple cuestión semántica; para el
segundo, el modernismo comienza en 1888. Para mayores detalles sobre el tema véase de Ivan A. Schulman, "Reflexiones en torno
a la definición del modernismo" en Iván A. Schulman y Manuel Pedro González Martí, Darío y el modernismo (Madrid: Edit. Gredos, 1969), págs. 23-59, especialmente págs. 24-28.
(Cambridge, Mass.: Harvard University
Press, 1945), pág. 166. En esta versión
inglesa se emplea la palabra "leaders".
[42] 25
de octubre, 1905. Citamos por la reproducción
de Archivo ¡osé Martí, IV, 7 (1943) 358-359.
[43] Sobre
su obra poética dice Federico de Onís: "Sus libritos de poesías publicados en Nueva York en ediciones privadas
no podían llegar al extenso público de habla española".
"José Martí,
valoración" (1952), España en América, pág. 616.
[44] La
equivalencia modernismo-modernidad es más
evidente en el artículo sobre "El modernismo en la
poesía cubana" (págs. 17 y 21).
[46] Carlos
M. Trelles, Bibliografía cubana
del siglo XX (Matanzas: Imp. de la Vda. de Quirós y Estrada, 1916), I, 294-295. Manuel P. González dice sobre el desconocimiento de la obra de
Martí durante los comienzos del siglo:
Durante el primer cuarto del presente
siglo, la gloria literaria de Martí sufrió un eclipse casi total porque la nueva generación no lo conocía,
y, además, ignoraba la profunda influencia que
su prosa había ejercido durante dos décadas sobre la de sus contemporáneos, incluyendo la de Rubén Darío. Los ocho volúmenes que Alberto Ghiraldo publicó en Madrid a partir de 1925 pusieron de nuevo en
circulación una mínima
parte de sus obras pero los estudios más
serios que en torno a ella tenemos son, con raras excepciones, posteriores a
1930. Martí, Darío y el modernismo, págs. 81-82.
[47] "Martí, escritor", pág.
25.
[49] Obra crítica, pág. 25.
El concepto de la personalidad existía sin duda en el ambiente dominicano como evidencia
la carta ya citada de Deligne a P.H.U. en 1904:
Ni el desaparacido (Rafael Deligne) ni
yo, hemos hecho nunca apreciaciones de términos
"modernismo", "antigüismo" para él como para mí, hay gente que puede hacer buen trabajo en Arte, y
hay gente que no. Para él como para mí, en todas las épocas
no ha existido sino la "individualidad"; el rasgo especial que hace
que una cara no se parezca a la de nadie; y el olor especial por el que el
perro reconoce a su dueño entre 100,000 personas. Galaripsos, pág.1 7.
[59] "El
verso endecasílabo", Horas de estudio, en Obra crítica, págs. 106-121. La importancia que desde
entonces le concede el joven escritor a la métrica
es evidente en los comienzos de este trabajo:
Ibid.,
págs. 178—180.
Su rigurosa disciplina criticase asoma desde entonces en la nota del último trabajo mencionado, en lo que puede
considerarse un tironcito de barbas a Don Eduardo Benot por omitir las fuentes
de sus citas" (pág. 180). En la misma impaciencia que
demuestra ante el descuido de investigadores hispanoamericanos, según indica la reseña
de la Antología de la poesía argentina moderna (1900—1925), de'
Julio Noé: "(no siempre alcanza Noé la precisión
de Estrada: ¿por qué a veces faítan fechas en la bibliografía? )". "Poesía
argentina contemporánea" (pág.
305).
Años
más tarde Medardo Vitler reconocerá toda esa exigencia de precisión como característica
del crítico de la madurez:
"Siempre acude a fuentes,
consulta autoridades, vigila la aparición
del último libro de importancia. ...No
trabaja bajo el signo del "poco más
o menos", sino con vigor de especialista.
Todo eso constituye norma en Europa;
pero en la América española
son pocos los que se ciñen a ella. Del ensayo americano (México: Fondo de Cultura Económica, 1945), págs.
205-206.
Quien conozca sus trabajos iniciales, sus dos
primeros libros, no podrá dudar que tal "rigor de
especialista" provenía de su mocedad en la tierra natal, de
la exhortación del padre al estudio y a la
disciplina.
La
conferencia, que lleva el título de "Un clásico en el siglo XX" se dio en la Sociedad de Conferencias de México el 26 de junio de 1907. Después de aparecer en la Revista Moderna, en
julio del mismo año, se publicó en Horas de estudio (1910).
[72] Obra crítica, pág. 6. Las citas que siguen son de la
misma edición y las páginas
se incluirán en el texto entre paréntesis.
[73] Para
P.H.U. la mayoría de los escritores vivía fuera de la isla, donde seguía predominando la tradición
española. Entre los autores menciona a Martí, Casal, Nicolás
Heredia y Manuel de la Cruz.
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