(Santo Domingo, 1884 -Buenos Aires, 1946)

LA PASIÓN DOMINICANA DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

Soledad Álvarez

 

"Cuan largo ha corrido el tiempo, amiga y compatriota, desde que, alejándome de nuestra tierra, abandoné la familiar reunión y las lecturas de vuestra casa! A la vida exclusivamente intelectual que llevé antes, ha sucedido larga y variada experiencia de gentes y de países, de ideas y de cosas; distancias y años parecen haber impuesto pausas en nuestra correspondencia; y tal vez pensáis que se nubló ya en mí la memoria de los viejos días...

"Y sin embargo, estas páginas deben atestiguar lo contrario. No se os escapará, si atentamente las veis, cómo en ellas perdura vuestra influencia que ya creíais lejana, que acaso nunca juzgasteis mucha. (...)

"Y en esta labor de mis horas de estudio, de mis días alcióneos, va hoy a recordaros todo un año de actividad intelectual que vos dirigísteis y cuya influencia perdura; va hacia vos, a la patria lejana y triste, triste como todos sus hijos, solitaria como ella en la intimidad de sus dolores y de sus anhelos no comprendidos" [1]

Pedro Henríquez Ureña inicia su libro Horas de estudio —publicado en París diez años después de haber dejado Santo Domingo— con este hermoso texto dedicado a Leonor Feltz, discípula predilecta de su madre. Páginas singulares por el tono confesional y por la nostalgia hacia la patria, pocas veces expresada abiertamente, como cualquier otro sentimiento; palabras que apuntalan su raigal pertenencia a un país pobre y pequeño, sometido a vicisitudes políticas que tanto él como su familia conocieron muy de cerca, porque fueron justamente esos conflictos los que le catapultaron hacia un viaje que sólo habría de terminar —extraña coincidencia— en otro viaje y en un tren en movimiento, aquel que debía llevarle a La Plata el 11 de mayo de 1946, donde le llegó la muerte.

La dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña se reafirma en el peregrinaje que fue su vida, paradoja que quizás sólo pueda ser entendida en toda su significación por los dominicanos y por quienes, como nosotros, han conocido esa tradición a la que se refiere Don Emilio Rodríguez Demorizi a propósito de Henríquez Ureña: la de los ciudadanos ilustres que arrastrados por las desdichas del país han ido a otras playas a erigirse en forjadores de cultura [2] . Dominicanidad como aporía, padecere o pasión acrecentada en el largo exilio iniciado en 1901, y que sólo interrumpe en dos breves ocasiones: durante algunos días en 1911, y en 1931, cuando regresa a Santo Domingo para ocupar por dieciocho meses el cargo de Superintendente General de Enseñanza.

Pensar la relación que mantuvo Henríquez Ureña con su país natal —sin dudas determinada por el lugar primario de su familia en la sociedad dominicana— no sólo alumbra la relación del ensayista con la sociedad de su tiempo, así como las contradicciones que configuraron su personalidad, evocada con un cierto halo de enigma por sus contemporáneos [3] ; sino que también permite dilucidar las raíces de su americanismo.

Pocos escritores de la erudición y de la estatura crítica de Henríquez Ureña han nacido en un país tan pobre como la República Dominicana de 1884 —año de su nacimiento-.

En la "América tropical", en los petit pays chauds —como denominó el ensayista a las naciones víctimas de vaivenes políticos y desorden económico— encontraremos poetas, novelistas, pero la suma de conocimientos y el rigor intelectual evidentes desde sus primeros libros discuerdan con las limitaciones del ambiente y con la ausencia de instituciones educacionales, y sólo son explicables por el ilustre ambiente familiar o por el esotérico razonamiento de Salomón de la Selva, quien después de afirmar que Pedro Henríquez Ureña lo sabía todo, decía que él era el prodigio del alma que al nacer a la vida no olvidó el mundo de las ideas de donde procedía.

El ensayista definió al Santo Domingo de su infancia como una ciudad de tipo colonial, a la que "correspondía una vida arcaica de tipo patriarcal. Ese fue el tipo de vida que existía en todas las Antillas españolas en el Siglo XVIII y que en Santo Domingo se prolongó hasta fines del XIX" [4] . Alguna vez apuntó: "Digo siempre a mis amigos que nací en el Siglo XVIII". Y en efecto, todavía en 1893 la ciudad apenas contaba con 14,072 habitantes, 20 establecimientos de enseñanza pública y 17 privados, 4 bibliotecas y 4 librerías. Sin embargo, existían 12 periódicos nacionales —número que impresionaba a los viajeros, como también la activa vida cultural en medio de la anarquía política— [5] .

La infancia y la adolescencia de Henríquez Ureña transcurrieron en los años de la dictadura de Hereaux, período de grandes transformaciones económicas y sociales. La inserción de la República Dominicana en el mercado capitalista internacional, así como el desarrollo de las fuerzas productivas ligadas a la industria azucarera y al comercio dinamizaron las inversiones y la actividad económica, lo que dio como resultado un período de progreso económico, con la consiguiente modernización en las comunicaciones y en los servicios. Así, en 1896 se instala el alumbrado eléctrico, y años después, según Henríquez Ureña, llegaron el fonógrafo, el primer cinematógrafo y también el automóvil y el aeroplano. "El Siglo XX llegó, pues, tan a prisa como había llegado despacio el XIX" [6] .

El nuevo orden económico favoreció el proyecto político liberal y nacionalista, del cual fueron portadores los sectores agrupados alrededor del Partido Azul, que no sin rivalidades y ambivalencias mantuvo una cierta hegemonía política en las últimas dos décadas del siglo XIX. Los Henríquez fueron figuras conspicuas de ese sector liberal, que hizo suyo el ideario positivista de "civilización o muerte" planteado por el puertorriqueño Eugenio María de Hostos y en esencia compartido por los sectores liberales latinoamericanos.

Por su participación en el poder político tanto como en el poder del conocimiento la familia de nuestro ensayista es paradigma de la élite ilustrada latinoamericana [7] . El tío, Federico Henríquez y Carvajal, se distinguió por su magisterio antillanista y americanista, y por las campañas apasionadas en favor de las independencias cubana y puertorriqueña. Abogado, periodista, escritor prolijo, y Fundador-Director del periódico El Mensajero, desde donde libró arduas batallas políticas en representación del sector liberal. Amigo cercano de Ramón E. Betances, de Eugenio María de Hostos y de José Martí —quien le deja su trascendental carta-testamento— compartió con ellos el ideal de una confederación antillana.

La madre, Salomé Ureña de Henríquez, descendiente de antiguas familias de educadores, fue seguidora convencida de Hostos [8] , partícipe de sus esfuerzos por una reforma educacional, a la que ella misma contribuye con la fundación de la primera escuela de enseñanza secundaria para la mujer en el país. Salomé Ureña fue ungida con el título de "primera poetisa del país" por Marcelino Menéndez y Pelayo, después que el pueblo la había consagrado como poetisa nacional rindiéndole un memorable homenaje, en 1877, cuando le fue otorgada una medalla costeada por suscripción popular.

Francisco, el padre, fue hombre de ciencia y maestro. Autor de trabajos científicos y literarios, ocupó diversos cargos públicos, desde Secretario Particular del Presidente Fernando Arturo de Meriño, Ministro de Relaciones Exteriores y Embajador ante diversos países americanos y europeos, hasta Presidente de Jure de la República durante los años de la ocupación militar norteamericana. Fue, además, Presidente de la Sociedad Cultural Amigos del país, una de las más influyentes, sino la que más, en la difusión de las ideas positivistas. Su liderazgo político e intelectual estuvo indisolublemente ligado al proyecto hostosiano, y en particular al democrático del Partido Azul.

La familia Henríquez Ureña vivió y sufrió en carne propia la activa participación del padre en las luchas partidarias de finales de siglo. Las conflictivas relaciones de Federico Henríquez y Carvajal con el dictador Heureaux fueron motivo de frecuente inseguridad, cuando no de prolongadas ausencias, ya fuese por los viajes relacionados con la práctica política, o por los frecuentes exilios, que él mismo se imponía en los momentos de crisis política. La madre era el elemento cohesivo alrededor del cual giraba la vida familiar, fragmentada irreversiblemente después de su muerte. [9]

Estas adversidades debieron influir en Pedro, el segundo de los hermanos. En los fragmentos de sus Memorias, Henríquez Ureña recuerda sus aflicciones de adolescente acosado por la persecución política y por las contradicciones con el medio que le rodeaba. Refugiado en sí mismo y en la literatura, lleva una "vida exclusivamente intelectual". En esa "crisis de mi adolescencia —escribe— cuando todas mis aficiones tranquilas tropezaban con la incultura ambiente, preferí estar en la casa a sufrir el trato variable de las gentes" [10] . La crisis a la que se refiere tuvo lugar en el año de 1897, en los meses posteriores a la muerte de la madre, y sin dudas estuvo relacionada con ese triste acontecimiento. El "trato variable" no era otro que el que establece una sociedad sometida al amedrentamiento dictatorial con los proscritos políticos, pues justamente en esos años, y según Max Henríquez Ureña, el padre "había resuelto, inconforme con el régimen del Presidente Ulises Hereaux, dentro del cual él y sus mejores amigos eran objeto de continua vigilancia, emigrar a Cabo Haitiano, donde había encontrado al visitarlo poco antes campo favorable para el ejercicio de su profesión de médico" [11] . Un año después de la muerte de Salomé, en 1898, Henríquez y Carvajal estuvo involucrado en una fracasada invasión contra el dictador lidereada por Juan I. Jimenes, y conocida como "el caso Fanita"—nombre del barco en el que llegaron a Montecristi los conjurados—. Max Henríquez Ureña nos dice al respecto: "mi padre era uno de los aliados y consejeros con que contaba Jimenes para sus planes revolucionarios contra Hereaux y para la organización de su futuro gobierno. Aunque mi padre estimó prematura la arriesgada empresa del desembarco en Montecristi y opinó que para iniciar una revolución poderosa debía esperarse a que la situación económica del gobierno de Hereaux, ya en extremo precaria, se hiciere insoportable, su colaboración con Jimenes no era un secreto para Hereaux" [12] .

A raíz del fracaso de los planes conspirativos, por razones de seguridad los hermanos Henríquez Ureña se ven obligados a reunirse con su padre en Cabo Haitiano, hasta que, asesinado Hereaux el 26 de julio de 1899, Juan I. Jimenes va en busca de Henríquez Carvajal en el vapor que le traía de Cuba a Santo Domingo. Meses después, elegido Jimenes Presidente Constitucional, la familia regresa a Santo Domingo en el barco de guerra Independencia, con lo que se inicia "una vida nueva, dentro de la cual veíamos de momento colmados nuestros anhelos de vida intelectual". [13]

El año que media entre el 15 de noviembre de 1899 —fecha en que Jimenes asume la Presidencia y Henríquez y Carvajal la Secretaría de Relaciones Exteriores— y el 17de enero de 1901, cuando Pedro sale hacia Nueva York, es el que éste recuerda en la carta a Leonor Feltz que transcribimos al inicio de este trabajo, como de intensas jornadas de lecturas. "Puedo decir que este fue el año decisivo de mi gusto" confiesa en sus Memorias: de Rodó a D'Annunzio; y sobre todos, Ibsen. Pero a los sobresaltos de la oposición se suceden los sobresaltos del ejercicio del poder en un país en el que, por la debilidad institucional y el fraccionamiento político, la guerra civil era algo más que un fantasma. Las condiciones, pues, distaban de ser idóneas para el ansia de conocimiento y el desarrollo intelectual de quien desde muy temprana edad había dado muestras de un talento excepcional. Cuando sale hacia Nueva York, gracias a una misión encomendada a su padre, "iba contento, lo cual causó extrañeza en quienes me conocían con mis exagerados afectos patrios; pero pensaba que mi ausencia duraría cuatro ó cinco años, y que durante ella tendría ocasión de visitar el país" [14] . Desde entonces se entrecruzaron en él patriotismo y ansia de conocimiento.

El Henríquez Ureña que encontramos en Nueva York en los primeros años del siglo XX es el joven ávido de la vida cultural irrealizable en Santo Domingo. Ese primer año, en el que asistió a numerosas obras de teatro, ópera, conciertos, exposiciones y conferencias fue el único período de su vida de extranjero en el que no estuvo agobiado por responsabilidades o precariedades económicas, las que comenzarían muy pronto, en abril de 1902, cuando el Presidente Jimenes es derrocado y el padre tiene que salir a Cuba como exiliado.

El viaje de estudios se convierte así, por imperativo de las circunstancias dominicanas, en "días amargos"; comenzando entonces la que a mi juicio debió ser la más cruel de las tantas adversidades que debió enfrentar el humanista, por lo demás recurrente en su vida: la de posponer el estudio y sus proyectos literarios para atender las urgentes necesidades de sobrevivencia. En este momento, y bajo ese signo, inicia el itinerario que le llevó de la anarquía de una sociedad invertebrada al centro de un continente en ebullición, lejos de su familia y del Santo Domingo de su infancia. Lejos físicamente, pero no así en lo espiritual, ya que sin dudas durante cada uno de los días de su modesta y ejemplar existencia Henríquez Ureña fue dominicano, el hijo de Salomé Ureña dedicado a cumplir el destino avizorado por la madre, de quien recibió la primera educación y la apoyadura de su dominicanidad. [15]

En el hogar, bajo la mirada exigente y amorosa de Salomé, cultiva Henríquez Ureña el amor hacia la cultura dominicana. Entre las múltiples referencias a ese íntimo aprendizaje recordemos la que aparece en la carta dirigida al dominicano J. Humberto Ducoudray, del 25 de noviembre de 1909, donde responde tajantemente a las críticas que le hiciera Ducoudray por sus juicios sobre la obra del poeta Gastón E Deligne: "Creo haber dado pruebas abundantes del interés que en mí despierta su poesía: interés que existió, puedo decir, desde mi infancia, pues en mi casa se me enseño a admirarle, a él y a todos los altos espíritus del país." [16]

Max Henríquez Ureña recordaría el temprano interés de Pedro hacia las letras dominicanas, y como bajo la orientación de la madre y de la tía, Ramona Ureña, iniciaron de adolescentes una colección de poesías dominicanas que Henríquez Ureña habría de atesorar a través de los años, y de la que saldrían diversos ensayos críticos [17] , entre ellos sus estudios sobre Gastón F. Deligne y José Joaquín Pérez, incluidos en la sección "De mi Patria" en Horas de estudio. Dieciocho años después, en 1915-1916, retoma ese proyecto de adolescencia y trabaja en una antología de la poesía dominicana, a la que dedica grandes esfuerzos recopilando libros, manuscritos y datos biográficos de los poetas dominicanos, material que dona al Museo Nacional de Santo Domingo en 1931, durante su gestión como Superintendente General de Enseñanza.

Ese interés hacia la cultura dominicana se mantendría hasta su muerte. Para constatar que en cada momento y desde donde se encontrara estuvo al tanto de la evolución de la cultura y la literatura de su país, de la que fue su más consagrado divulgador, basta consultar los numerosos trabajos sobre temas dominicanos, cuyas fechas abarcan desde 1900 hasta 1945, p seguir en su correspondencia, sobre todo en la que intercambia con su hermano Max y con Emilio Rodríguez Demorizi, las frecuentes noticias, solicitudes de libros y comentarios sobre Santo Domingo. "¡Dar a conocer lo nuestro! Lo ensayo cuando puedo y como puedo" [18] exclama en 1907, convencido de que si la literatura dominicana es la gran desconocida en el concierto continental, las razones no son de calidad sino de la escasa divulgación de las obras y de la tradicional actitud de aislamiento del escritor dominicano, al que le pide circular las obras fuera de las fronteras nacionales, entre críticos de prestigio tanto como entre instituciones.

La mirada atenta del investigador que escudriña el documento histórico y sigue la estela del dato inédito se une a la del sociólogo perspicaz para abarcar todos los espacios de la cultura dominicana: lenguaje, política, literatura, monumentos coloniales, universidades, arte popular, escritores y obras de significación intelectual y política. La perspectiva totalizadora se corresponde con su teoría de la literatura hispanoamericana como proceso, sucesión de esfuerzos determinados por la especificidad histórica de un Continente que busca su expresión en el universo de lengua española. El resultado es un método gnoseológico que al vincular la historia y la literatura construye un sistema en el que opera la producción del autor: "En todo estilo de escritor, por muy alejado que esté de la intención puramente literaria, se descubre la generación a que pertenece, se puede determinar si ha escrito antes o después de tales o cuales transformaciones de estilo" [19] . Este entendimiento de la literatura conlleva una estrategia de investigación abarcadora, que puede dar cuenta de la globalidad del hecho cultural en la formación histórico-social y de la unidad entre las distintas manifestaciones humanas. De ahí que reclame a Federico García Godoy la "historia sintética de la cultura dominicana, comprendiendo la evolución de las tendencias políticas y de las ideas sociales, así como la vida religiosa y la intelectual y artística." [20] , proyecto que él mismo pareciera haberse propuesto cuando amplía su trabajo "La vida intelectual en Santo Doimingo" (1910) en los subsiguientes "Literatura Dominicana" (1917), y "La Cultura y las Letras Coloniales en Santo Domingo" (1936) monumento de erudición que continuó enriqueciendo hasta su muerte, y que es complementario de El español en Santo Domingo.

¿Por qué dedica tanto empeño a la reconstrucción de la cultura colonial de su país, aun a sabiendas de las dificultades insalvables por la escasez de datos? Henríquez Ureña nos da la respuesta: al "escéptico que dirá que, después de todo, no vale la pena; que si bien la cultura colonial pudo significar más, y aún mucho más de lo que comúnmente se cree, no hubo creación científica u originalidad artística que justifiquen tamaño esfuerzo de reconstrucción", [21] replica argumentando el igual derecho de la actividad de la cultura con respecto a la política para la atención de la historia, mucho más cuando puede explicarnos no sólo caracteres de la vida social local, como en el caso de Santo Domingo; sino también florecimientos de alta significación en América, como el de la cultura cubana de principios del Siglo XIX.

En palabras de Rodriguez Demorizi la Historia de la Cultura y las Letras Coloniales en Santo Domingo revela la dominicanidad del ensayista y la manera en que "el ilustre compatriota, a través del tiempo, iba acumulando noticias de su Patria sin perder un soló dato, leyendo las largas y pesadas colecciones de documentos, releyendo las Crónicas de Indias en minuciosa investigación de lo nuestro, tras el grano de arena con que pacientemente había de levantar la noble arquitectura." [22]

Igual que en las Corrientes Literarias en la América Hispánica (1945), en La Cultura y las Letras Coloniales en Santo Domingo, Henríquez Ureña traza el cuadro de nuestra literatura con el telón de fondo de las particularidades socioeconómicas. Igual que en las Corrientes, donde se propone reforzar el sentido de la unidad de cultura en los países del hemisferio que comparten la tradición hispánica, el punto de partida es la pertenencia de Santo Domingo a la América hispana, y por ende a esa tradición en la que su país ocupa lugar privilegiado por ser "el primero en la implantación de la cultura europea" [23] . Hay, pues, un virtual encarecimiento nacional en esta recuperación del pasado, esplendoroso sobre todo en el orden cultural, el cual adquiere nuevo sentido a la luz de la intervención norteamericana a Santo Domingo. Esta fue la divisa que ostentó con orgullo en diversos escenarios, entre otros la Universidad de Minnesotta en los días de la ocupación militar norteamericana, donde reclamó el derecho de su pequeño país a la libertad y al decoro. "Los títulos de Santo Domingo -afirmó en aquella ocasión— no son principalmente geográficos; son más bien espirituales", [24] y agrega que entre los mayores están sus esfuerzos en pro de la cultura. El interés es axiológico. La reconstrucción del pasado deviene historicidad, imagen proyectiva del "ser" dominicano. Más que un pasado, República Dominicana ha sido aspiración de futuro, vocación que sobrevive en una historia de adversidades gracias a la existencia de la conciencia nacional y a la fortaleza de una cultura en la que se articulan tradición e identidad.

De este modo, Henríquez Ureña no deja anclada en el pasado su apuesta por la cultura, a la que considera elemento esencial en la formación del estado dominicano y en la pervivencia de la nación [25] . "La cultura crece con el desarrollo material, y éste es lento en Santo Domingo" -pero también contribuye a la transformación de esa realidad. "Sigo impenitente en la arcaica creencia de que la cultura salva a los pueblos" dijo, para agregar: "Y la cultura no existe, o no es genuina cuando se orienta mal, cuando se vuelve instrumento de tendencias inferiores, de ambición comercial o política, pero tampoco existe y ni siquiera puede simularse cuando le falta la maquinaria de la instrucción. No es que la letra tenga para mí valor mágico. La letra es sólo un signo de que el hombre está en camino de aprender que hay formas de vida superiores. Y junto a la letra hay otros, también seguros: el voto efectivo, por ejemplo, o la independencia económica” [26] .

La concepción de la cultura como práctica social coloca al ensayista en el camino de su utopía, válida como todo su ideario para la cuestión dominicana en virtud de la vinculación entre lo universal y lo particular, y es de primera importancia para la viabilidad de su pensamiento.

En 1941 Henríquez Ureña hace hincapié en la naturaleza constitutiva de su dominicanidad. "Yo debo a Santo Domingo la sustancia de lo que soy.” [27] Y es que en la casa y en el contexto familiar también adquirió los valores humanísticos y americanistas que le caracterizaron, así como el germen de su vastísima formación literaria, filosófica y científica, en la que la historia y los valores de nuestra cultura latinoamericana se integran a la cultura universal. Esta síntesis le permite manejar con asombrosa modernidad ideas y teorías tan disimiles como las que van de los griegos a Bergson y Rodó; de Nietzsche a Hostos, de Ortega y D'Annunzio a Martí; pero además, como señalábamos en páginas anteriores, es la que sustenta su concepción del mundo y de la literatura, en especial su americanismo y dominicanidad. Si nos detenemos en el funcionamiento de esta visión globalizadora y en la interacción de conceptos considerados como contrarios en su tiempo: hombre-sociedad, nacionalismo-universalidad, ciencia-virtud, materia-espíritu, entre otros, concluiremos en que el corpus de su pensamiento

se moldea en la tensión entre las ideas ilustradas —inherentes al pensamiento fundacional latinoamericano— y las corrientes modernas de pensamiento, en busca no sólo de dar cuenta de "nuestra expresión" sino también de una compleja realidad que requería un acercamiento libre de reduccionismos.

Henríquez Ureña asume como herencia las ideas ilustradas [28] , redefiniendo su valor y su pertinencia a la luz del momento latinoamericano que le tocó vivir.

De Miranda y Bolívar la idea de Hispanoamérica como una Magna Patria, "una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más".

De Bello el impulso civilizador basado en el trabajo colectivo.

De Rodó el antimperialismo y la reacción contra la "normandía" —como llamó el uruguayo a la influencia norteamericana en nuestros países—, el rechazo a los determinismos, y la superioridad de los valores espirituales.

De Hostos la visión sociológica, la fe en la educación para el mejoramiento social, los ecos de su moral y un cierto "misticismo informulado", confesado a la dominicana Flérida de Nolasco, "un misticismo ético". [29]

De Martí la valoración de la especificidad latinoamericana, la exhortación al desarrollo de una cultura "ofrecida y dada realmente a todos", como manifiesta en su texto programático "Patria de la justicia".

Que estos pensadores formaran parte de la cultura familiar e incluso que dos de ellos —Martí y Hostos— mantuvieran relaciones muy estrechas con República Dominicana, especialmente con los Henríquez y Carvajal y con Salomé Ureña, revela la fidelidad de nuestro ensayista a la órbita familiar-dominicana. Martí y Hostos fueron presencias tutelares en la vida y la obra de Henríquez Ureña. Quizás más definitorio el primero, porque como él mismo señala mientras Hostos sospecha conflictos entre belleza y bien, en Martí "arte, virtud, amor y verdad viven en feliz armonía. [30]

La amistad de los Henríquez y Carvajal con el procer cubano se hizo entrañable en las tres visitas que éste hiciera a República Dominicana en busca de apoyo para la guerra de independencia de su país. Henríquez Ureña sólo tenía once años cuando Martí visitó por última vez la República Dominicana, pero ese viaje histórico debió tocarle en lo hondo, como a todos los dominicanos que de una u otra manera estuvieron relacionados con el libertador, [31] pues su culminación fue la salida de Martí hacia la manigua cubana acompañado del dominicano Máximo Gómez, general en jefe del Ejército Libertador. En 1905 Henríquez Ureña dedica a Gómez un poema con motivo de su muerte, y en el mismo año, en el poema "Hacia la luz", vislumbra en Martí el profeta que "contempló redimida su patria/ y los pueblos, activos y libres marchar al progreso cantando un hosanna." [32]

La huella de Martí, "el fascinador, el deslumbrante" —como le definió en los Seis ensayos en busca de nuestra expresión— lejos de deshacerse en el remonte de su pensamiento se hace más honda, pues a la inicial fascinación por el patriota y el escritor sigue la adscripción a su pensamiento. El artículo publicado en 1905 sobre Martí escritor, las constantes referencias a su obra literaria, aun cuando trate temas o autores aparentemente desvinculados del entorno martiano: Valle Inclán, Góngora, Juan Ruiz de Alarcón, así como su inclusión entre los nombres centrales de la historia literaria de la América Española, desembocan en el tono inequívocamente martiano de "Patria de la justicia" y "La utopía de América". En 1931, cuando nos dice que acatando normas de honrado Martí sacrifica el escritor que hay en él para lanzarse al empeño americanista y de justicia, sabemos que esa opción también fue la suya, por la que sacrifica no pocas veces la obra escrita. Contra lo que podría esperarse de un filólogo y de un académico de su jerarquía, para Henríquez Ureña la obra literaria no pierde con ese sacrificio, "(...) el escritor que se encogía para ceder paso al hombre de amor y deber, reaparecería, aumentado, transfigurado por el amor y el deber: la vibración amorosa hace temblar cada línea suya: el calor del deber le da transparencia." [33]

Un año después vuelve sobre la idea del sacrificio ligado al compromiso político-social, esta vez en Santo Domingo, en las palabras que pronuncia como Superintendente General de Enseñanza con motivo de un homenaje a los Padres de la patria dominicana: Juan Pablo Duarte, Francisco Sánchez del Rosario y Ramón Matías Mella. El texto, uno de los testimonios escritos de su estancia en el país, denota la intensidad de su reencuentro con la tierra natal y es una reafirmación de la nacionalidad por la vía de los valores espirituales. Al exaltar a los héroes de la independencia no como héroes de triunfo sino como "héroes de sacrificio, la única especie de héroes legítimos que ha producido nuestra patria" [34] Henríquez Ureña enfrentaba una de las tendencias conservadoras dentro de la historiografía dominicana, que desde el Siglo XIX propendía a disminuir la grandeza del proyecto independentista e implícitamente cuestionaba los ideales fundacionales para justificar la traición del despotismo anexionista; pero además, el ensayista resquebrajaba el entramado trujillista construido alrededor de la constitución del Estado, que glorificaba la acción y el militarismo.

A Hostos le conoció en 1900. Treinta y cinco años después recordaría: "Volvió a Santo Domingo en 1900, a reanimar su obra. Lo conocí entonces: Tenía un aire hondamente triste, definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspectos caótico, y Hostos murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral". [35]

En diferentes ocasiones Henríquez Ureña se detiene en la obra del maestro puertorriqueño. Como ya vimos al referirnos a José Martí, la identificación con su vida y su pensamiento es progresiva. Si en el primero de sus libros publicados, Ensayos críticos (1905) se detiene en el Tratado de Sociología y en la Moral Social, haciendo énfasis en las leyes que Hostos establece para el orden y el bien social, así como en su rechazo a las teorías sociológicas conocidas en aquel momento y en su determinismo; en cambio, en 1903 y en 1935 ilumina con vehemencia la vocación americanista del Maestro, su ansia de justicia y libertad, recuperando en la Moral las preocupaciones humanas y sociales y los momentos en que discurre sobre las actividades de la vida. El giro en la apreciación está relacionado con la convergencia cada vez mayor entre Hostos y Henríquez Ureña, la cual desborda el plano de las ideas para abarcar sus propias vidas renuncia y de magisterio en el exilio luminoso, aunque desgarrador, por los países de Nuestra América.

El regreso de Henríquez Ureña a Santo Domingo en 1931 sella esta identificación, pues el objetivo que le lleva a aceptar el cargo de Superintendente de Enseñanza en el régimen de Trujillo no es diferente al hostosiano de 1879: la transformación de la enseñanza dominicana. Muy pronto descubrió Henríquez Ureña que esa aspiración era imposible. Su enemigo, como el que dijo de Hostos, "estaba donde está siempre, en contra de la plena cultura, que lo es 'de razón y de conciencia tanto de conciencia como de razón: estaba en los hombres ávidos de poder político y social, recelosos de la dignidad humana." [36]

Importa señalar la diferencia entre la valoración que hace Henríquez Ureña del legado hostosiano y el distanciamiento e incluso la oposición al pensador puertorriqueño por parte de los intelectuales trujillistas [37] que veían en la concepción laica, racional y civilista del puertorriqueño un peligro para el hispanismo y el catolicismo dominantes. Las divergencias no se agotan en este punto. Nadie como Henríquez Ureña encarna con su vivir-decir la antítesis de una intelectualidad atrapada entre la claudicación ante el dictador y la impotencia. Sospecho que cuando en 1935 —después de haber estado en el país y conocido de cerca el inicio de la dictadura de Trujillo— dice en "La Nación" de Buenos Aires que Hostos murió de "asfixia moral", era de esa forma tan terrible de morir de la que había huido. De ahí la imposibilidad de vivir en el país y su contradictoria relación con una sociedad que enalteciéndole como parte de la élite intelectual y familiar a la que pertenecía, rechazaba en su práctica la permanente desacralización del poder realizada por el escritor —recuérdese su renuencia a serclasificado políticamente, puesto que detesto la política” como declararía en carta a Alfonso Reyes, su alejamiento de México y de Vasconcelos por las pugnas y la politización del programa educativo, sus conflictos con el poder de las editoriales, y el fracaso de su corta gestión oficial en República Dominicana.

En Pedro Henríquez Ureña encontramos todas las incertidumbres del pensamiento dominicano de principios de siglo: pasado colonial y tradición, inmigración, raza y modernidad, formación del Estado y cultura nacional, sólo que donde el intelectual dominicano se detiene por convencida adhesión al poder o mera supervivencia, Henríquez Ureña avanza sin ninguna cortapisa, comprometido únicamente con su propia trayectoria. Muy lejos del totalitarismo y de la ideología trujillistas se encuentra el proyecto democrático contenido en su utopía, crítico de la mendicidad espiritual y económica en la que medran las dictaduras; el rescate de lo popular como parte integral de la cultura —"no debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde no haya cultura popular"— y sobre todo la ruptura con el discurso estigmatizador de las masas mal alimentadas e ignorantes, a las cuales responsabilizaban las élites pensantes dominicanas del Siglo XIX de la supuesta inviabilidad de la nación. [38] Henríquez Ureña se aparta de las concepciones racistas y del determinismo geográfico imperantes en el pensamiento dominicano sobre la cuestión nacional, gracias a la consustanciación entre desarrollo material y artístico, que no excluye una relación contradictoria y desigual. Las causas de las frecuentes revueltas y de la precariedad cultural no eran, a su juicio, el mestizaje racial ni el clima ni la alimentación. Rodríguez Demorizi recuerda que el ensayista dominicano explicaba todos nuestros males con "esta sola indulgente frase de consuelo: ¡es que éramos muy pobres!" [39]

El sesgo crítico de su pensamiento se manifiesta también en la respuesta que da a la tesis de la inmigración de "gente blanca, sana y laboriosa" como remedio a la deficiente producción y a la desorganización social. La objeción de Henríquez Ureña es terminante: "Para mí el problema de la inmigración no es el primero ni el segundo problema nacional (...) La inmigración la tenemos dentro del país mismo: cuando nuestros braceros estén aptos para producir más, será como si hubiésemos duplicado en número." [40] Al reclamar que la producción recaiga en manos dominicanas, con la sola condición de que los braceros nacionales hayan sido educados para ello, y al supeditar el aumento de la producción a las reformas política, jurídica y educativa, así como a la necesidad de un gobierno "esencialmente civil" como cantan las constituciones, que tienda a garantizar la vida y la libertad unificando y regularizando la justicia" [41] , Henríquez Ureña pone el dedo en la llaga a la polarización de estirpe sarmientina que identifica a los nacionales con la barbarie y a los inmigrantes blancos con la civilización. Esta visión etnocéntrica, signo del conflicto finisecular de la minoría culta con la mayoría bárbara, sería retomada años después por el régimen trujillista para legitimar su anti-haitianismo y la exclusión de las masas de la práctica política.

El antimperialismo y la comprensión de sus efectos en la economía de los países latinoamericanos marca la diferencia entre el nacionalismo de Henríquez Ureña y el del sector conservador, articulado a la ideología trujillista.

El nacionalismo había sido una actitud compartida por el conjunto de la intelectualidad dominicana en los años de la ocupación militar norteamericana del 1916. Esa compactación se hizo trizas en la fase final de la intervención, cuando un sector del movimiento apoyó el plan esbozado por el gobierno norteamericano, a pesar de que éste contenía clausulas limitativas de la soberanía nacional, las cuales fueron vistas como el pago necesario para la salida de las tropas. La materialización del llamado Plan Hughes-Peynado representó la derrota definitiva del nacionalismo liberal que abogaba por la desocupación "pura y simple", y también el retorno al escenario de los caudillos y políticos tradicionales. A partir de ese momento los representantes del sector progresista tomarían los rumbos ideológicos y las actitudes más disímiles: algunos, como Américo Lugo, optaron por el aislamiento y la recusación de toda actividad política; otros retornaron al exilio y a una esporádica y discreta participación pública, como Francisco Henríquez y Carvajal; los más claudicaron ante la vigencia del caudillismo, legitimando con su prestigio y sus ideas la dictadura trujillista.

Los Henríquez y Carvajal no estuvieron ajenos a estas circunstancias. Por el contrario, fueron actores de primera línea en la lucha por el retorno de la soberanía, sobre todo de la campaña llevada a cabo en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa por la Comisión Nacionalista que presidía Francisco Henríquez y Carvajal como Presidente de jure de la República agredida [42] y en la que también participaron sus hijos, Pedro y Max. La pesadumbre de los vencidos subyace en el punto final de la síntesis que hace Max Henríquez Ureña sobre las gestiones de la Comisión, enérgica partidaria de la "pura y simple", cuando dice que al finalizar la ocupación "ya habían pasado los años de ilusión y de esperanza" [43] y que desde entonces sus vidas —las de él y Pedro— se bifurcarían cada vez más.

No nos detendremos en la participación de Henríquez Ureña en la campaña nacionalista protagonizada por su padre ni en su apoyo a la Junta Nacionalista en Santo Domingo; en la defensa de su nacionalidad ante la opinión pública norteamericana, ni en los numerosos artículos publicados durante los años de la invasión, en los que denuncia la ilegitimidad de la injerencia militar norteamericana a su país, reclamando la atención de los países hispanoamericanos sobre "el despojo de los pueblos débiles" por parte de los Estados Unidos. Roggiano, Salado, Schulman y Max Henríquez Ureña, [44] entre otros, han tratado estos aspectos. Sí debemos destacar la intensidad y la firmeza con las que asume esta vertiente de su dominicanidad, y cómo los acontecimientos dominicanos le llevan a una comprensión más cabal de la política norteamericana hacia Hispanoamérica y de los nuevos rumbos del colonialismo —"Los pueblos débiles, que son los más en América, han ido cayendo poco a poco en las redes del imperialismo septentrional, unas veces sólo en la red económica, otro en doble red económica y política". Desde 1901 Henríquez Ureña había comprendido las características del intervencionismo norteamericano en Hispanoamérica. En ese año su padre fue comisionado por el gobierno de Juan Isidro Jimenes para negociar con los acreedores europeos y americanos la deuda pública dominicana, especialmente la contraída con la Improvement Company, [45] que años después provocaría la intervención militar norteamericana a Santo Domingo. Sus juicios sobre las relaciones entre Estados Unidos e Hispanoamérica estaban, pues, respaldados por un conocimiento de primera mano sobre las presiones económicas y políticas de Estados Unidos a Santo Domingo. En 1914, en las crónicas que escribe desde Washington para el Heraldo de Cuba, se ocupa de las agresiones a México, Nicaragua y Santo Domingo, señalando que éstas estaban determinadas por el desconocimiento de nuestras realidades, el ansia expansionista y las apetencias económicas norteamericanas, con las que entran en juego los elementos nacionales "menos escrupulosos”. [46]

La ocupación militar norteamericana a Santo Domingo no sólo revuelve su antiguo "antiyanquismo" de filiación rodoniana, expresado en sus Memorias a propósito de su primer viaje a Estados Unidos, sino que también fue elemento conclusivo y movilizador de su americanismo, que significativamente alcanza su vértice en los años inmediatamente posteriores a la intervención.

En la década del 1914-1924 la mayoría de sus trabajos versa sobre la intervención norteamericana a su país. Una lectura cronológica de esos textos pone de manifiesto el periplo que va de la crítica a la propuesta; y de la toma de posición a la toma de partido, de forma tal que el proyecto social utópico postulado en 1925, un año después de la desocupación del territorio dominicano, aparece como corolario de su antimperialismo y del reconocimiento de la creciente dependencia de los países de nuestra América. Si en 1922 la situación dominicana le lleva a enjuiciar la doctrina Monroe y a rechazar los modelos de desarrollo europeo y norteamericano, en 1925, en "La utopía de América” y "Patria de la justicia", Santo Domingo continúa en el centro de su pensamiento, destinatario de su propuesta de transformación económico-social que garantiza la libertad del hombre.

Justamente en 1925 vuelve sobre la que había sido idea fija en los años anteriores: el regreso definitivo a su país natal. A Alfonso Reyes le dice ese año: "Muchos no se lo figuran, yo vivo pensando en cómo podría regresar a vivir a Santo Domingo". [47]

El dardo del exilio y el deseo de la patria reaparecían cada vez que debía trasladarse de un país a otro, ya fuese por imperativos laborales, económicos o políticos. En 1906, 1914, 1921, 1924 ó 1932... en La Habana, México, Estados Unidos, o Argentina, siempre la búsqueda de la tierra de promisión donde alcanzar el sosiego y la tranquilidad para realizar la obra de creación e influencia a la que aspiraba, y por la que no pocas veces llega a la desesperación. La errancia obligada y las dificultades para llevar a cabo sus proyectos intelectuales hacen crisis en los años finales de la intervención, cuando fracasa su estadía en México y decide irse a la Argentina, en 1924. "Yo no logro paz" le confiesa a Reyes en septiembre de 1925. Antes, en febrero de ese mismo año el testimonio no pudo ser más desgarrador: "¡Si yo no hallo donde publicar acabaré por no escribir! Yo no tengo dinero para publicar por mi cuenta. Y mientras no salga de un libro, y sepa que puedo dar otro, no podré escribir." [48]

La ocupación norteamericana a su país había concluido y Horacio Vásquez, adversario de su padre y paradigma del político conservador y caudillista que tanto rechazaba, ocupa la Presidencia de la República. Henríquez Ureña se debate entre el compromiso americanista y el escepticismo. Por un lado da a la luz los Seis ensayos en busca de nuestra expresión, el primer gran esfuerzo moderno de interpretación de la cultura hispanoamericana; y por el otro confiesa al Director de Ediciones "Estudiantina": "Estamos en peligro de caer en escépticos al advertir que el mundo no mejora con la rapidez que ansiábamos cuando teníamos veinte años. Yo sé que no será en mis días cuando nuestra América suba adonde quiero. Pero no viene de ahí mi escepticismo: es que rodando, rodando, ya no sé a quién hablo; no sé si nadie quiere oir, ni dónde habría que hablar". [49]

El viaje a la Argentina, que según sus palabras fue "obra de la razón, y el sentimiento ha sido la víctima" aumenta su deseo de regreso, de no seguir rodando, de encontrar dónde y a quién hablar. En 1927 escribe: "No hallo, por desgracia, perspectivas favorables a deseos míos: la posibilidad de regresar algún día, definitivamente a vivir allá. Aquella situación, enredada por lo interno y por lo externo, parece estorbar toda labor seria que aspire a ser sostenida. Sin embargo... si fuera posible hallar allí trabajo y pasto para mis actividades y hogar cómodo y seguro para mi familia, me iría." [50]

Estos sentimientos son cruciales en su decisión de volver a Santo Domingo en 1932. Agreguemos la inestabilidad económica y la insostenible situación en Argentina, donde se había iniciado la llamada "década infame", y donde no lograba un espacio favorable para sus proyectos intelectuales. Es por esto que le pide a su hermano Max, entonces Superintendente General de Enseñanza del recién instaurado gobierno de Rafael L. Trujillo, contemplar la posibilidad de su regreso. Estaba, según afirmó, ansioso por cumplir con el deber que nunca dejó de acuciarle, "el de servir al país, al fin."

La carta que envía al mexicano Daniel Cossío Villegas en los meses previos a esa decisión es el documento más esclarecedor que hemos encontrado sobre las razones de su largo exilio: "A Santo Domingo yo no he ido en muchos años por la absoluta imposibilidad material: desde 1902 hasta 1930 la situación política nos era contraria, y yo nunca he contado con medios independientes para ir a establecerme allí en espera de abrirme paso, aparte de que ha habido épocas —por ejemplo, durante la invasión yanqui, 1917-1922- en que hasta habría tropezado con dificultades para entrar. Al caer el lamentable gobierno de Vásquez, pensé en ir; pero en seguida vino el ciclón (se refiere al ciclón de San Zenón, que destruyó la ciudad el 3 de septiembre de 1930, S.A.) y la situación económica del país es, por eso y por contagio del mundo entero, muy crítica. Dudo, pues, de que Max vea fácil mi regreso.” [51]

La respuesta no se hizo esperar. En agosto de 1931 Henríquez Ureña recibe un cable de su hermano Max ofreciéndole la Superintendencia General de Enseñanza, que él dejaba para pasar a Secretario de Relaciones Exteriores. Para Trujillo era valiosa la presencia de los Henríquez en esa primera etapa de su gobierno, pues además de agregarle prestigio, apuntalaba el apoyo de la élite intelectual, que había sido decisivo para su ascenso al poder. Con el protagonismo de los intelectuales y un amplio respaldo popular, el régimen trujillista surgió como la reivindicación del nacionalismo liberal. Sin llegar al exaltado entusiasmo inicial de los distintos sectores hacia el gobierno trujillista, Henríquez Ureña participó del espejismo, definiéndolo en 1932 de "organización, de renovación gradual: proceso que reclama la atención y la colaboración de todos los dominicanos." [52]

El 15 de diciembre de 1931 Pedro Henríquez Ureña fue recibido en Santo Domingo con honores y pompa. Diony Duran señala el aliento martiano de sus primeras palabras: "Al regresar a la patria, después de larga ausencia, cada minuto ha sido para mí de pensamiento y emoción. Yo sólo sé de amores que hacen sufrir, y digo como el patriota: mi tierra no es para mí triunfo, sino agonía y deber." [53]

Su estancia en Santo Domingo, tan corta como fructífera, fue un interregno de ilusión en la desesperanza paulatina que le va ganando con el paso de los años. Con entusiasmo revisa los planes de estudio de las escuelas primaria y secundaria, ofrece un curso de capacitación para los maestros sobre "Ciencia del lenguaje y filología española", auspicia la primera "Exposición de arte e industrias populares" sobre la que recuerda Consuelo Nivar al Superintendente General de Enseñanza subido en una tarima explicando las variantes del carabiné -baile folklórico dominicano-, participa en los homenajes a Luisa Ozema Pellerano y a Antera Mota, educadoras y discípulas de su madre, crea la Escuela Modelo y el Museo Escolar, ofrece un curso sobre teatro europeo y americano para la Sociedad "Acción Cultural", y en la Universidad de Santo Domingo dicta un Curso de Literatura Española, primer paso para el restablecimiento de la Facultad de Filosofía, que gracias a su gestión se inicia en febrero de 1932.

Las causas por las que abandona el país, apenas un año y medio después de su ilusionado regreso, han quedado en el misterio. Sólo la oralidad ha dado cuenta de su abrupta salida hacia París, ya que Henríquez Ureña no dejó constancia escrita de las razones ni de su inconformidad o animadversión hacia el régimen trujillista. Tampoco de lo contrario; pero su absoluto silencio no deja de ser significativo, como también lo es de su frustración política el hecho de que en los años posteriores a su estancia en Santo Domingo no vuelve sobre temas políticos o sociales. Pareciera que al finalizar su tiempo dominicano también finaliza una etapa de su vida y de su pensamiento. Las vías de su americanismo y de su dominicanidad serían, a partir de ese momento, las labores académicas y los temas puramente filológicos y literarios.

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[1] Pedro Henríquez Ureña: "Días alcióneos" en Obra crítica, prólogo de Jorge Luis Borges, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 50-51
[2] Emilio Rodríguez Demorizi: Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña., Editora Taller, Santo Domingo, 1984, p. 16.
[3] Borges se refiere a los "singulares rasgos de su carácter" (Obra crítica, pág. VII). Alfonso Reyes, su fraternal amigo, en el homenaje postumo que le ofreció el gobierno mexicano en 1946 recordaba su timidez, la sobriedad, cierta tristeza y cómo escondía sus ternuras "con varonil denuedo, bajo el impasible manto de la persuasión racional". Ezequiel Martínez Estrada, en sugerente rememoración, escribe sobre su natural reserva y sobre el constante control de sus sentimientos: "exótico, pues, enigmático. ¿Era entonces un hombre frío, razonador, cortés, impersonal? Era un domador de sí mismo. "Evocación iconomántica de Pedro Henríquez Ureña" en En torno a Kafka y otros ensayos, Biblioteca Breve, Seix Barral, Barcelona, 1967, p.83.
[4] Pedro Henríquez Ureña: "La antigua sociedad patriarcal de las Antillas" en Patria, 20 y 25 de diciembre de 1925, reproducido en Obra dominicana, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1988, p. 503.
[5] Sobre la República Dominicana del Siglo XIX, ver H. Hoetink, El pueblo dominicano 1850-1900, UCMM, Santiago, Rep. Dom., 1985. También de Henríquez Ureña "Dos momentos en la historia cultural de Santo Domingo", en Obra Dominicana, págs. 512-525, en el que se evidencia la aguda mirada del sociólogo.
[6] Pedro Henríquez Ureña: "La antigua sociedad patriarcal", op. cit., p. 503.
[7] . Los Henríquez formaron parte de la inmigración judeo-sefardita que llegó a Santo Domingo procedente de Holanda vía Curazao, y que rápidamente se colocó en la cúspide social por su nivel educativo. (Ver Hoetink, El puebla dominicano, p. 40-47). Frank Moya Pons, al referirse a la diferencia entre las familias tradicionales, de "primera", y aquellas que habían ascendido por nombradla militar o política ganada a expensas de las numerosas revoluciones, señala: "Si no se contaba con el necesario grado de educación, la permanencia en el seno de la oligarquía se hacía más que difícil, imposible." El pasado dominicano, Fundación J.A. Caro Alvarez, Santo Domingo, 1986, pág. 20.
[8] Eugenio María de Hostos afirmó sobre la poetisa dominicana: "Si no viviéramos en esa deplorable lejanía y aislamiento, el nombre de Salomé Ureña de Henríquez no sólo sería familiar en todos nuestros pueblos, sino que sus poesías se habrían vulgarizado en todo el Continente. Pero, dicha sea la verdad, la poesía de esta poetisa no es de las que gusta el vulgo". Páginas dominicanas, Selección Emilio Rodríguez Demirizi, Librería Dominicana, Santo Domingo, 1963, p.52.
[9] En 1887, cuando Pedro tenía 3 años, su padre, Francisco Henríquez y Carvajal se traslada a París, donde pasaría cuatro años para completar sus estudios de medicina. En 1895, el padre decide radicarse en Cabo Haitiano por los peligros que representaba su oposición pública a la dictadura de Heureaux. Dependiendo de la gravedad de las circunstancias, a Cabo Haitiano se trasladaban sus hijos Franc, Pedro y Max. En las ausencias del padre, Salomé Ureña de Henríquez era la responsable de la educación y la salud de los hijos. Ver Pedro Henríquez Ureña: Memorias, Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, 1999; y el Epistolario de la familia Henríquez Ureña, Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, Sec. de Estado de Educado, Bellas Artes y Cultos, Santo Domingo, 1994.
[10] Memorias, pág. 54.
[11] Max Henríquez Ureña: "Hermano y Maestro" en Pedro Henríquez Ureña. Antología, Librería Dominicana, Ciudad Trujillo, 1950, p. XXXIII.
[12] Ibid: p. XXXVIII.
[13] Ibid: p. XXXIX.
[14] Memorias, p. 77.
[15] Con su vida de magisterio, dedicada al enriquecimiento y a la difusión de nuestra cultura, Pedro hizo realidad la profesía de la madre contenida en el poema "Mi Pedro", concluido por Salomé poco antes de su muerte. En este texto, como en "Qué es Patria" y "Angustias" se evidencia la profunda relación que existió entre madre e hijo.
[16] Pedro Henríquez Ureña: Obra dominicana, op. cít., p. 552.
[17] Max Henríquez Ureña: "Hermano y Maestro", op. cit., p. XXXVII.
[18] Pedro Henríquez Ureña: Carta a Apolinar Henríquez. Obra Dominicana, op. cit., p. 530.
[19] Pedro Henríquez Ureña: "Literatura contemporánea de la América Española" en Obras completas, Tomo VI, Santo Domingo, Ed. UNPHU, 1979, p. 18.
[20] Pedro Henríquez Ureña: carta a Federico García Godoy. Obra  dominicana, op. cit., p. 541
[21] Pedro Henríquez Ureña: "Dos momentos en la historia cultural de Santo Domingo". Obras completas, Tomo X, op. cit., 1980, P. 27
[22] Rodríguez Demorizi: Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña, op. cit., p.13.
[23] Pedro Henríquez Ureña: "La República Dominicana" en Obra Dominicana, op. cit., p. 406.
[24] Ibid.
[25] Cfr. sus ideas sobre la formación de la conciencia nacional en la carta a Federico García Godoy de fecha 5 de mayo de 1909. Obra dominicana, op. cit., p. 538-541.
[26] Pedro Henríquez Ureña: "El espíritu y las máquinas" en Obra Critica, op. cit., p. 194.
[27] Pedro Henríquez Ureña: Carta a Flérida de Nolasco, citada por Manuel Rueda, "Isla Abierta", Santo Domingo, Suplemento del periódico Hoy, 30 de junio, 1984, p. 3.
[28] La investigadora cubana Diony Duran trabaja con acierto la presencia del ideario ilustrado hispanoamericano en Henríquez Ureña. Véase su libro Flecha de Anhelo, Santo Domingo, Comisión Organizadora Permanente de la Feria Nacional del Libro, 1992.
[29] Flérida de Nolasco: "Pedro Henríquez Ureña, filólogo y folklorista", reproducido por José Rafael Vargas: La integridad humanística de Pedro Henríquez Ureña. Antología, Santo Domingo, 1984.
[30] Pedro Henríquez Ureña: "Ciudadano de América", Obra crítica, op. cit., p. 677.
[31] Casi todos los poetas dominicanos de la época conocieron a Martí y lloraron su muerte. Ver los textos que recoge Emilio Rodríguez Demorizi en Martí y Máximo Gómez en la poesía dominicana, Santo Domingo, Fundación Rodríguez Demorizi, Vol.XXII, Editora Taller, 1984.
[32] Pedro Henríquez Ureña: "Hacia la luz" en Obras Completas, Tomo I op. cit., 1976, p. 53.
[33] Pedro Henríquez Ureña: "Martí", Obras Completas, Tomo VI, op. cit., p. 347-350.
[34] Pedro Henríquez Ureña: "Héroes de sacrificio", Ibid: p. 508-509.
[35] Pedro Henríquez Ureña: "Ciudadano de América", en Obra Crítica, op. cit., p. 676.
[36] Ibid.
[37] Manuel Arturo Batlle, intérprete prominente de las ideas trujillistas fue uno de los más tenaces opositores de la escuela hostosiana, aunque en ella adquirió su formación. Sería interesante comparar las ideas de Henríquez Ureña y Peña Batlle ya que éste último fue el único trujillista dueño de una reflexión teórica sobre la cultura dominicana.
[38] Este argumento, con el que la mayoría de los pensadores dominicanos escamoteó el fracaso del proyecto liberal, sirvió para apuntalar el régimen trujillista, pues dadas la incapacidad del pueblo para gobernarse y la fragilidad de las instituciones políticas, sólo un mesías podía salvar a la nación del caos y garantizar el orden y el progreso.
[39] Rodríguez Demorizi: Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña, op. cit., p. 20.
[40] Pedro Henríquez Ureña: carta a Federico Henríquez y Carvajal, en Obra dominicana, p. 541. Aunque sin fecha, sabemos que la carta es posterior al 1909, año en que se publica el folleto de Francisco J. Peynado Por la inmigración, comentado por Henríquez Ureña con una sobresaliente lucidez política.
[41] Ibid: p. 542.
[42] En el Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal, Max Henríquez Ureña hace una pormenorizada relación de los múltiples viajes y las gestiones realizadas durante los siete años de la intervención, los cuales llegaron hasta el Departamento de Estado Norteamericano.
[43] Max Henríquez Ureña: Hermano y Maestro, op. cit., p. XXXVIII.
[44] Cfr. Alfredo Roggiano: Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, ob. cit.; Minerva Salado: Desde Washington, La Habana, Casa de las Américas, Cuadernos Casa 14, 1975; Iván Schulman: "Desde Washington" en Revista Aula, Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Enero-Marzo de 1978; Max Henríquez Ureña: Hermano y Maestro, op. cit.
[45] Esas gestiones fueron motivo de ásperos enfrentamientos entre el gobierno de Jimenes y la oposición, que llegó a impugnar el contrato firmado entre Henríquez y Carvajal y la Improvement Company, y otro motivo de malestar para la familia Henríquez Ureña.
[46] Pedro Henríquez Ureña: "Vanidad nacional", publicado en el Heraldo de Cuba, 31 de diciembre de 1914 y reproducido por Alfredo Roggiano, Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, op. cit.,.p. 27..
[47] Pedro Henríquez Ureña: carta a Alfonso Reyes, 21 de abril de 1925, Epistolario íntimo, Tomo III, Santo Domingo, Ed. UNPHU, 1981, p. 288.
[48] Pedro Henríquez Ureña: Carta a Alfonso Reyes, en Obras Completas, Tomo V, op. cit, 1979, p. 327.
[49] Pedro Henríquez Ureña: "Al Director de Estudiantina" en Ibid, p. 229.
[50] Citado por Emilio Rodríguez Demorizi: Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña, op. cit., p. 17.
[51] Pedro Henríquez Ureña: "Carta a Daniel Cossío Villegas", en Obras Completas, Tomo VI, op. cit., p. 357.
[52] Pedro Henríquez Ureña: "En mi tierra" (1932) en Repertorio americano, año XV, 1 de diciembre de 1934, p.331, citado por Diony Duran, La flecha de anhelo, p. 144.
[53] Ibid.
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