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EN SENSACIONAL ARTÍCULO HABLA SOBRE EL ALTO GESTO DEL PRESIDENTE TRUJILLO EL LICDO. PEÑA BATLLE

[Sobre la propuesta hecha por el diputado Mario Fermín Cabral en torno al cambio de nombre de Santo Domingo por el de Ciudad Trujillo, en 1936. Este texto de M.A. Peña Batlle lo condenó brevemente al ostracismo político. Con él concluye lo que Bernardo Vega y otros historiadores han denominado como su "etapa liberal", convirtiéndose luego, a partir de los años 40, en uno de los más preclaros organizadores del pensamiento político trujillista. Nota de M.D.M.]

"El Presidente Trujillo Ha Hablado con Fuerza y Decisión Para Decir Que No Cree Sino En La Virtualidad De Sus Propias Acciones".

«Bien merece la alabanza pública por haber articulado con tanta precisión una actitud ética tan saludable y tan levantada»—dice el distinguido intelectual.

He leído con marcado detenimiento las declaraciones que en la prensa del sábado lanzó al país el Presidente Trujillo para dar a conocer su designio de no permitir que se cambie el nombre —cuatro veces secular— de esta ciudad de Santo Domingo, cuna de la conquista y de la colonización de América y Capital de la República.

La lectura del trascendental documento produjo en mi espíritu un incontenido movimiento de felicitación hacia el ilustre gobernante por su actitud, el cual deseo hacer público por este medio, aprovechando —de pasada— la oportunidad para glosar las dichas declaraciones y para decir con franqueza las impresiones que de allí deduje.

De la carta de Trujillo trasciende una actitud ética de profundo sentido de orientación. El Presidente ha dado una pauta que deben aprovechar, desde ahora, sus amigos y colaboradores políticos. Él ha dicho que la exaltación de su labor administrativa y el reconocimiento de sus afanes no pueden estar unidos a la destrucción de ninguna fuerza espiritual dominicana, ni al aniquilamiento de ningún valor vinculado a la gloria y al pasado de su país, que es, en definitiva, el único norte de su gobierno.

El Presidente ha dicho que su administración tiene una raigambre puramente nacionalista y que, como tal, debe nutrirse de todos aquellos sentimientos, grandezas, vicisitudes y dolores que han hecho del pueblo dominicano una apreciable entidad colectiva. Él ha dicho que el presente y el futuro serán tanto más fecundos y respetables cuanto más se ahonde en la generación y en el amor de lo pasado; de lo que fue por obra de nuestros abuelos y de lo que seguirá siendo por nuestra obra y por obra de los que vivan mañana.

Pero de la encomiable actitud ética que trasciende de la carta publicada el sábado por el Presidente Trujillo, se desprenden todavía orientaciones más estrechamente ligadas al pragmatismo de sus sistemas de gobierno, y que deben aprovechar mejor sus colaboradores. Él ha querido decir a sus amigos que solamente construyendo se puede colaborar en su obra de gobierno; que sus empeños por echar hacia adelante el progreso del país no deben verse entorpecidos por la creación de problemas de orden negativo que sólo contribuyen a distraer su atención y a colocarlo ante conflictos que nada significan para el buen nombre de la administración ni para la perdurabilidad de su prestigio.

El Presidente Trujillo ha expresado con diáfana claridad que no está dispuesto a dar paso al halago, sino cuando sea fecundo, y cuando, interrogándolo a él no se quiera hacer de su nombre la negación de virtudes y atributos que él, más que nadie, admira y respeta en su pueblo.

La ciudad de Santo Domingo de Guzmán seguirá uncida al recuerdo y a la gloria de su nombre, a pesar de quienes creyeron, con ligereza, que el actual Presidente de la República consentiría en una trasmutación de nombre, que, sin agregar nada a la obra del presente, sólo contribuiría a interrumpir la imponencia del pasado.

El Presidente Trujillo ha hablado con fuerza y con decisión para decir que no cree sino en la virtualidad de sus propias acciones, y que sólo la grandeza de su inspiración gubernativa será capaz de elevar su nombre hasta donde quieren colocarlo el halago estéril y la alabanza infecunda.

El Presidente Trujillo ha expresado sin ambages la fe y la confianza que le inspira su propia obra de gobierno y ha dicho, sin titubeos, que la patria de hoy no debe destruir sus propias entrañas, que es el pasado, sino guardar al porvenir el tesoro de sus energías aumentado por el esfuerzo y el sacrificio del presente.

Bien merece la alabanza pública el Presidente Trujillo por haber articulado con tanta precisión una actitud tan saludable y tan levantada.

Nada agrega a la gloria del Presidente Trujillo el que su nombre designe a la ciudad de Santo Domingo, porque, quien ha hecho de la República el objetivo de sus desvelos administrativos no necesita sino de su propia actuación para perpetuarse en el agradecimiento de sus conciudadanos.

Listín Diario, 22 de julio de 1935.


Manuel Arturo Peña Batlle: Obras II: La etapa liberal. Compilación, y notas de Bernardo Vega. Fundación Peña Batlle, Santo Domingo, 19991, pp. 252-254.