LA ASONADA PLURALISTA
El proceso de involución política de los años setenta,
que corría parejo con el proceso de involución poética
de la Joven Poesía, se expresaba en el afianzamiento del régimen
balaguerista por vía
del exterminio del movimiento revolucionario y oposicionista
en general, y también mediante la ampliación de las capas medias en función de amortiguador o cojinete.
A lo anterior se suma, entre otras cosas, la introducción
de la cultura de la droga,
desconocida hasta entonces en el país como fenómeno
social, y así también el cohecho, el soborno, la compra de
conciencias y el otorgamiento de miles de visas para canalizar
hacia el Imperio las energías de la juventud rebelde.
Nada tiene de extraño
que en pleno auge de ese proceso sonaran las trompetas de
la vanguardia pluralista de Manuel Rueda, “frente estético
de la burguesía” al decir de Tony Raful en su época
de agitador revolucionario. La etiqueta, obviamente le queda
grande al movimiento que fue una estrella fugaz, no un hito
histórico de gran envergadura, más bien un mínimo deslumbramiento.
No obstante, hay que reconocer que el pluralismo representó
y representa de alguna manera un llamado soterrado –implícito-
al ausentismo político, al abandono del compromiso y a la
idolatría del signo, del signo por el signo.
También hay que reconocer que fue el acontecimiento literario
más resonante de la década de los setenta. Muchas cosas cambiaron
después que Manuel Rueda introdujera en 1974 el pluralismo,
“el último intento vanguardista que hemos tenido, hasta ahora”.
[1] La publicación de su obra clave, Con el tambor de las
islas. Pluralemas (1975), fue sin duda un acontecimiento,
un grave acontecimiento. Independientemente de su importancia
histórica, que aún debe ser evaluada, el pluralismo tuvo por
lo menos el mérito de sacudir la modorra provincial de nuestras
letras, perturbando por cierto el sueño de la Joven Poesía
y sirviendo de catalizador a un proceso de reagrupación y
actualización de jóvenes y no tan jóvenes.
Como travesura al fin, el pluralismo provocó más escándalo
que reflexión, pero no dejó de tener efectos positivos, renovadores,
lo que indujo a la temprana adhesión a conocidos artistas
de la pluma, el pincel y el teclado. Dicho sea de paso, el
pluralismo no arrastró simplemente a grupos de admiradores
en pos del maestro inimitable, más bien hizo precipitar inquietudes
que estaban en el aire, planteando diversas opciones de búsqueda
en el terreno de la práctica de la escritura. Su aporte, es
decir, se produce específicamente en este sentido de acicate
a la exploración –por vía experimental- de las posibilidades
de realización del signo poético. Si no fue tan original ni
tan auténtico, el pluralismo fue por lo menos oportuno.
Algunos se sumaron al movimiento buscando en la novedad el
impacto que no lograban con obras de calidad. Otros, en cambio,
bebieron de las fuentes tenidas por originales, que nunca
fueron patrimonio del numen de Rueda, e hicieron su propio
camino experimentando con registros que no eran de ascendencia
criolla. El pluralismo, como el experimentalismo de esos años,
se inserta por el contrario en un proceso continental con
claros antecedentes históricos, y contaba con representantes
tan señeros como un señor llamado Octavio Paz, quien realizaba
por entonces una labor de vanguardia, similar a la que haría
Rueda siguiendo un poco sus huellas. En general, y salvando
desde luego la distancia y el sentido de las proporciones,
todos los proyectos de vanguardia de esa época (dígase concretismo,
pluralismo, poesía visual y otros ismos) se presentan como
creaciones originales, escamoteando patentes que ya otros
habían escamoteado y que en algunos casos se remontan al período
de la Grecia Clásica.
De cualquier manera, y a pesar de su origen relativamente
espurio, en el plano local el pluralismo fue a la larga una
saludable reacción contra el alto nivel de envenenamiento
ambiental producido por tanta escritura de vuelo rasante,
la misma que ya amenazaba eternizarse en textos de poetas
que parecían haber sido viejos desde jóvenes. Bien dice Rueda
en “Claves para una poesía plural”, que “El valor primordial
de toda empresa vanguardista, tanto de las liberadoras como
de las que no lo son, es el sacudimiento sísmico que provocan,
prestando un servicio estimable de acomodación a las accidentadas
capas geológicas de la cultura.” [2]
Rueda define el pluralismo o integracionismo como “un ensayo
de simultaneidades, de lecturas y de grafismos integrados
en una unidad de lecturas que el poeta llama bloques.” [3]
En teoría, “El bloque poético multidimensional que sustituye
aquí al verso en su horizontalidad única abre el espacio a
nuevas dimensiones. Leer un bloque significará moverse, no
sólo hacia adelante, sino hacia atrás, hacia arriba, hacia
abajo y en diagonal, lográndose todas las combinaciones que
el ánimo, el capricho o la agudeza del ojo deseen.” [4] En teoría, “Además, la visión armónica
simultánea en la lectura garantiza y facilita la síntesis,
ayudando a la comprensión. Es lo que he llamado el acorde
poético, el cual fija y sustenta el sentido y la resonancia,
generando la frase y la melodía.” [5] En teoría –siempre en
teoría- el pluralismo se propone la “Liberación del verso
desde lo lineal a lo espacial o multilineal; desde lo unívoco
a lo multívoco. Verso vertical, horizontal, en esguince, en
diagonal, simultáneo, fragmentado, como si una cámara lo sorprendiera
en sus infinitas posiciones de significado frente al lenguaje.”
[6] El ambicioso proyecto
contempla, en teoría, la “Consolidación del bloque gráfico-espacial-sonoro
como unidad referencial. Dentro de este bloque las simultaneidades
harían el papel de modificantes continuas, comentadoras del
discurso que quedaría por ello despojado de lo accesorio y
expandido en diversas direcciones hacia significados múltiples
e imprevistos. El sistema de lectura funcionaría en cualquier
dirección en un espacio tiempo circular que se expandiría
y retrocedería a voluntad del lector.” [7]
Como puede advertirse, el pluralismo es, en cuanto teoría,
una propuesta inteligente, finamente elaborada por un prosista
de fuste, músico y poeta de inteligencia brillante, y destinada,
por cierto, a personas inteligentes. Ahora bien, en la practica,
en la realización práctica, las cosas funcionan de otra manera
o mejor dicho no funcionan. Con el pluralismo sucede un poco
como en la fábula de Andersen. Dos embaucadores confeccionan,
o simulan confeccionar para el emperador un traje maravilloso
que las personas tontas no pueden ver. Previamente advertidos,
todos los sabios de la corte, y el propio emperador frente
al espejo, admiran, por no ser tontos, las cualidades del
atuendo inexistente que el emperador lucirá en un desfile.
Resultado: el emperador desfila en pelotas ante una multitud
de tontos que –por no parecer tontos- fingen deslumbrarse
ante la belleza del vestido que no viste, hasta que un niño,
imprudente, mete la pata y dice lo que ve, lo que no ve. El
emperador está desnudo, simplemente desnudo. Para una persona
tonta como el niño del desfile, un pluralema de Manuel Rueda,
en general, no es más que un basurero de palabras y símbolos
gratuitos. Hay signos, representaciones, ecuaciones, ideogramas,
caligrafías, graffiti, círculos, hexágonos que a las personas
tontas sólo producen perplejidad o una sonrisa cínica. Mi
caso.
Una de las más notables realizaciones del numen de Rueda
es “El ojo del presente”, un pluralema mecánico, mecanicista,
porque también la mecánica se integra o pretende ser integrada
en el ámbito escénico del pluralismo, junto a la música y
el álgebra. Aquí encontramos una especie de vástago o “tirilla
de papel” que se articula a una doble ranura en la página
78, permitiendo un movimiento fálico, de adelante hacia atrás
y viceversa, mediante el cual es posible avizorar la palabra
“hombre”. Hombre y hombre, falo y falo. Un ideal estético.
Pero la pieza fuerte del libro es “Canon ex unica”, un pluralema
perverso, endiabladamente perverso, y escatológicamente ejemplar,
sin duda. Es, quizás, la obra maestra del maestro del pluralismo,
la mejor y la peor. En esta ocasión Manuel Rueda prescinde
de la parafernalia visual y superflua del pluralismo, y
elabora un pluralema “limitado a su eficacia meramente
sonora”, muy sonora, o sea, “un pluralema abstracto y fonético”.
[8] Ahora el texto de Rueda se construye, se concentra y se sustenta en
un juego intrincado de palabras que siempre ha sido su fuerte.
Juego de palabras que se abre ocasionalmente al entendimiento
y permite descifrar ciertas claves terribles. “Canon es unica”
se reduce a una embestida rencorosa, aviesa, una emboscada
impúdica contra personalidades de las letras dominicanas que
simplemente ignoraron, criticaron, se mostraron ajenas o indiferentes
al pluralismo o no le rindieron culto al maestro ni reconocieron,
por tontos o ingenuos, el genio de su genial creación.
El pluralema se abre con una especie de invocación, salutación
homérica a las musas, en el más despectivo sentido de la palabra,
y la primera musa (presumiblemente), la primera víctima es
Ramonina Brea de Céspedes, alias Monina: “analiza la mona
lisa/ se viste de seda y lisa se queda/ y mona se queda/ y
ano se queda”. Después le toca el turno al feliz consorte,
Diógenes Céspedes: “se hizo en el césped/ buscando su pedo
con su linterna”. Lo que sigue a continuación deja de ser
gracioso y se convierte, a ratos, en un diluvio de imprecaciones
soeces: “( vicio visible : pedorrea fonomatorroidea/ lapsus
culingüe por irritación/ ventrílocua)”. El poetiso arremete
como toro, ciego de ira, sin reparar en honras ni reputaciones.
Difama, injuria, hiere. El texto asume en pleno la dimensión
escatológica, y es tal la riqueza cloacal, excrementicia,
que el propio autor sale embarrado.
Lo curioso del caso es que en las pocas páginas que cubre
este glorioso engendro, Manuel Rueda no parece advertir o
sufrir sus contradicciones, o bien prefiere ignorarlas por
vía del descaro. Su propia mordacidad lo traiciona, lo delata,
lo envenena, lo pierde, lo desnuda, lo deja en cuatro patas,
“en veinte uñas”, como diría y dijo el poeta Jóvine Bermúdez
a propósito de otro personaje de nuestras letras. Para zaherir
a la gentil Doña Marianne de Tolentino, juega golosamente
con el apellido, lo trabaja, lo desdobla, lo traduce de paso
a golosina, lo traduce a tolete –miembro viril entre nosotros-,
boccato di cardinale para el poeta gay, y comete de paso harakiri.
A la dulce Aída Cartagena Portalatín, la de “Una mujer está
sola”, le dedica una andanada brutal: “porta la lata y el
lote/ y enverdiabla su latín (...) ¡pardiez qué cacha!/ rompe
la bacinilla si se agacha”. Más adelante añade: “monstrua
que menstrua”, aunque seguramente por envidia.
A Víctor Villegas y Abelardo Vicioso les reserva y obsequia
una parrafada inmemorable: “caín que de villa llega/ con abe
el lerdo y el tardo/ (k b en k de kamarada este cadáver)”.
A Federico Jóvine Bermúdez lo celebra en términos agropecuarios:
“pilodoro que sueña el vermudín/ del jobo vine”.
Los ojos se le van detrás de Tony Raful, “fermoso onán”,
cuyo nombre compone y descompone graciosamente: “aul bedul
ceful turul/ rato de rata en abedul”. En el colmo de la infamia,
para agredir a Abel Fernández Mejía, irrespeta la memoria
de la madre, Abigail Mejía, autora, entre cosas de una novela
llamada Sueña pilarín. A ella le llama “mejigalla”: “mejigalla
del pil ar in”.
El escándalo y la indignación llegaron por supuesto a la
prensa. De hecho poco faltó para que Manuel Rueda no fuese
desplumado o baleado en un lance e incluso llevado a los tribunales.
José Israel Cuello, el entusiasta editor de la preciosa edición
de quinientos ejemplares de la obra, que quizás la había leído
sin entenderla o sin medir sus alcances ni consecuencias,
probablemente insultado en su inteligencia, la recogió y mutiló,
a excepción de ciertos ejemplares (je, je)
que valen un Perú. Tanto bastó para que desde un diario
de derecha sempiterna, El Caribe, una voz autorizada desautorizara
al mutilador en nombre de la libertad de expresión. Emisoras
de radio y televisión, suplementos literarios y mentideros
de patio participaron de lleno en la polémica y el país se
llenó de voces, cartas abiertas y cerradas, incidencias publicas
y privadas. Rueda se defendió con genio, por supuesto, que
le sobraba, argumentando inocencia en cuanto a los términos
procaces que se le atribuían por mal entendimiento. Desde
su despacho en el Listín Diario, el decano de la prensa nacional
de aquel entonces, Don Rafael Herrera, respondió a la falacia
con palabras precisas y solemnes y a mi juicio lapidarias:
“Nosotros vemos un gran porvenir en la literatura cloacal,
como una rebelión contra la moral pequeño-burguesa.
Creemos en la libertad de todas esas exploraciones del espíritu,
pero ¿está uno obligado a que lo embadurnen con el producto,
con el tesoro ganado en esas exploraciones?” [9]
A eso se reduce un poco el pluralismo de Manuel Rueda. Escándalo,
infamia, injuria y un par de poemas maricones. El terreno
quedó abonado, claro, con estiércol.
PCS no digital, 29/ 11/ 2001.