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MEMORIAS DEL VIENTO FRÍO
I-Poesía de la guerra y la posguerra
Pedro Conde

LA ASONADA PLURALISTA

 

El proceso de involución política de los años setenta,  que corría parejo con el proceso de involución poética de la Joven Poesía, se expresaba en el afianzamiento del régimen balaguerista  por vía del exterminio del movimiento revolucionario y oposicionista en general, y también mediante la ampliación de las capas  medias en función de amortiguador o cojinete. A lo anterior se suma, entre otras cosas, la introducción de la cultura de la droga,  desconocida hasta entonces en el país como fenómeno social, y así también el cohecho, el soborno, la compra de conciencias y el otorgamiento de miles de visas para canalizar hacia el Imperio las energías de la juventud rebelde.                                                         

 Nada tiene de extraño que en pleno auge de ese proceso sonaran las trompetas de la vanguardia pluralista de Manuel Rueda, “frente estético  de la burguesía” al decir de Tony Raful en su época de agitador revolucionario. La etiqueta, obviamente le queda grande al movimiento que fue una estrella fugaz, no un hito histórico de gran envergadura, más bien un mínimo deslumbramiento. No obstante, hay que reconocer que el pluralismo representó y representa de alguna manera un llamado soterrado –implícito- al ausentismo político, al abandono del compromiso y a la idolatría del signo, del signo por el signo.

También hay que reconocer que fue el acontecimiento literario más resonante de la década de los setenta. Muchas cosas cambiaron después que Manuel Rueda introdujera en 1974 el pluralismo, “el último intento vanguardista que hemos tenido, hasta ahora”. [1] La publicación de su obra clave, Con el tambor de las islas. Pluralemas (1975), fue sin duda un acontecimiento, un grave acontecimiento. Independientemente de su importancia histórica, que aún debe ser evaluada, el pluralismo tuvo por lo menos el mérito de sacudir la modorra provincial de nuestras letras, perturbando por cierto el sueño de la Joven Poesía y sirviendo de catalizador a un proceso de reagrupación y actualización de jóvenes y no tan jóvenes.

Como travesura al fin, el pluralismo provocó más escándalo que reflexión, pero no dejó de tener efectos positivos, renovadores, lo que indujo a la temprana adhesión a conocidos artistas de la pluma, el pincel y el teclado. Dicho sea de paso, el pluralismo no arrastró simplemente a grupos de admiradores en pos del maestro inimitable, más bien hizo precipitar inquietudes que estaban en el aire, planteando diversas opciones de búsqueda en el terreno de la práctica de la escritura. Su aporte, es decir, se produce específicamente en este sentido de acicate a la exploración –por vía experimental- de las posibilidades de realización del signo poético. Si no fue tan original ni tan auténtico, el pluralismo fue por lo menos oportuno.

Algunos se sumaron al movimiento buscando en la novedad el impacto que no lograban con obras de calidad. Otros, en cambio, bebieron de las fuentes tenidas por originales, que nunca fueron patrimonio del numen de Rueda, e hicieron su propio camino experimentando con registros que no eran de ascendencia criolla. El pluralismo, como el experimentalismo de esos años, se inserta por el contrario en un proceso continental con claros antecedentes históricos, y contaba con representantes tan señeros como un señor llamado Octavio Paz, quien realizaba por entonces una labor de vanguardia, similar a la que haría Rueda siguiendo un poco sus huellas. En general, y salvando desde luego la distancia y el sentido de las proporciones, todos los proyectos de vanguardia de esa época (dígase concretismo, pluralismo, poesía visual y otros ismos) se presentan como creaciones originales, escamoteando patentes que ya otros habían escamoteado y que en algunos casos se remontan al período de la Grecia Clásica.

De cualquier manera, y a pesar de su origen relativamente espurio, en el plano local el pluralismo fue a la larga una saludable reacción contra el alto nivel de envenenamiento ambiental producido por tanta escritura de vuelo rasante, la misma que ya amenazaba eternizarse en textos de poetas que parecían haber sido viejos desde jóvenes. Bien dice Rueda en “Claves para una poesía plural”, que “El valor primordial de toda empresa vanguardista, tanto de las liberadoras como de las que no lo son, es el sacudimiento sísmico que provocan, prestando un servicio estimable de acomodación a las accidentadas capas geológicas de la cultura.” [2]

Rueda define el pluralismo o integracionismo como “un ensayo de simultaneidades, de lecturas y de grafismos integrados en una unidad de lecturas que el poeta llama bloques.” [3] En teoría, “El  bloque poético multidimensional que sustituye aquí al verso en su horizontalidad única abre el espacio a nuevas dimensiones. Leer un bloque significará moverse, no sólo hacia adelante, sino hacia atrás, hacia arriba, hacia abajo y en diagonal, lográndose todas las combinaciones que el ánimo, el capricho o la agudeza del ojo deseen.”  [4] En teoría, “Además, la visión armónica simultánea en la lectura garantiza y facilita la síntesis, ayudando a la comprensión. Es lo que he llamado el acorde poético, el cual fija y sustenta el sentido y la resonancia, generando la frase y la melodía.” [5] En teoría –siempre en teoría- el pluralismo se propone la “Liberación del verso desde lo lineal a lo espacial o multilineal; desde lo unívoco a lo multívoco. Verso vertical, horizontal, en esguince, en diagonal, simultáneo, fragmentado, como si una cámara lo sorprendiera en sus infinitas posiciones de significado frente al lenguaje.” [6] El ambicioso  proyecto contempla, en teoría, la “Consolidación del bloque gráfico-espacial-sonoro como unidad referencial. Dentro de este bloque las simultaneidades harían el papel de modificantes continuas, comentadoras del discurso que quedaría por ello despojado de lo accesorio y expandido en diversas direcciones hacia significados múltiples e imprevistos. El sistema de lectura funcionaría en cualquier dirección en un espacio tiempo circular que se expandiría y retrocedería a voluntad del lector.” [7]

Como puede advertirse, el pluralismo es, en cuanto teoría, una propuesta inteligente, finamente elaborada por un prosista de fuste, músico y poeta de inteligencia brillante, y destinada, por cierto, a personas inteligentes. Ahora bien, en la practica, en la realización práctica, las cosas funcionan de otra manera o mejor dicho no funcionan. Con el pluralismo sucede un poco como en la fábula de Andersen. Dos embaucadores confeccionan, o simulan confeccionar para el emperador un traje maravilloso que las personas tontas no pueden ver. Previamente advertidos, todos los sabios de la corte, y el propio emperador frente al espejo, admiran, por no ser tontos, las cualidades del atuendo inexistente que el emperador lucirá en un desfile. Resultado: el emperador desfila en pelotas ante una multitud de tontos que –por no parecer tontos- fingen deslumbrarse ante la belleza del vestido que no viste, hasta que un niño, imprudente, mete la pata y dice lo que ve, lo que no ve. El emperador está desnudo, simplemente desnudo. Para una persona tonta como el niño del desfile, un pluralema de Manuel Rueda, en general, no es más que un basurero de palabras y símbolos gratuitos. Hay signos, representaciones, ecuaciones, ideogramas, caligrafías, graffiti, círculos, hexágonos que a las personas tontas sólo producen perplejidad o una sonrisa cínica. Mi caso.

Una de las más notables realizaciones del numen de Rueda es “El ojo del presente”, un pluralema mecánico, mecanicista, porque también la mecánica se integra o pretende ser integrada en el ámbito escénico del pluralismo, junto a la música y el álgebra. Aquí encontramos una especie de vástago o “tirilla de papel” que se articula a una doble ranura en la página 78, permitiendo un movimiento fálico, de adelante hacia atrás y viceversa, mediante el cual es posible avizorar la palabra “hombre”. Hombre y hombre, falo y falo. Un ideal estético.

Pero la pieza fuerte del libro es “Canon ex unica”, un pluralema perverso, endiabladamente perverso, y escatológicamente ejemplar, sin duda. Es, quizás, la obra maestra del maestro del pluralismo, la mejor y la peor. En esta ocasión Manuel Rueda prescinde de la parafernalia visual y superflua del pluralismo, y  elabora un pluralema “limitado a su eficacia meramente sonora”, muy sonora, o sea, “un pluralema abstracto y fonético”. [8] Ahora el texto de Rueda  se construye, se concentra y se sustenta en un juego intrincado de palabras que siempre ha sido su fuerte. Juego de palabras que se abre ocasionalmente al entendimiento y permite descifrar ciertas claves terribles. “Canon es unica” se reduce a una embestida rencorosa, aviesa, una emboscada impúdica contra personalidades de las letras dominicanas que simplemente ignoraron, criticaron, se mostraron ajenas o indiferentes al pluralismo o no le rindieron culto al maestro ni reconocieron, por tontos o ingenuos, el genio de su genial creación.

El pluralema se abre con una especie de invocación, salutación homérica a las musas, en el más despectivo sentido de la palabra, y la primera musa (presumiblemente), la primera víctima es Ramonina Brea de Céspedes, alias Monina: “analiza la mona lisa/ se viste de seda y lisa se queda/ y mona se queda/ y ano se queda”. Después le toca el turno al feliz consorte, Diógenes Céspedes: “se hizo en el césped/ buscando su pedo con su linterna”. Lo que sigue a continuación deja de ser gracioso y se convierte, a ratos, en un diluvio de imprecaciones soeces: “( vicio visible : pedorrea fonomatorroidea/ lapsus culingüe por irritación/ ventrílocua)”. El poetiso arremete como toro, ciego de ira, sin reparar en honras ni reputaciones. Difama, injuria, hiere. El texto asume en pleno la dimensión escatológica, y es tal la riqueza cloacal, excrementicia, que el propio autor  sale embarrado.  

Lo curioso del caso es que en las pocas páginas que cubre este glorioso engendro, Manuel Rueda no parece advertir o sufrir sus contradicciones, o bien prefiere ignorarlas por vía del descaro. Su propia mordacidad lo traiciona, lo delata, lo envenena, lo pierde, lo desnuda, lo deja en cuatro patas, “en veinte uñas”, como diría y dijo el poeta Jóvine Bermúdez a propósito de otro personaje de nuestras letras. Para zaherir a la gentil Doña Marianne de Tolentino, juega golosamente con el apellido, lo trabaja, lo desdobla, lo traduce de paso a golosina, lo traduce a tolete –miembro viril entre nosotros-, boccato di cardinale para el poeta gay, y comete de paso harakiri.

A la dulce Aída Cartagena Portalatín, la de “Una mujer está sola”, le dedica una andanada brutal: “porta la lata y el lote/ y enverdiabla su latín (...) ¡pardiez qué cacha!/ rompe la bacinilla si se agacha”. Más adelante añade: “monstrua que menstrua”, aunque seguramente por envidia.

A Víctor Villegas y Abelardo Vicioso les reserva y obsequia una parrafada inmemorable: “caín que de villa llega/ con abe el lerdo y el tardo/ (k b en k de kamarada este cadáver)”.

A Federico Jóvine Bermúdez lo celebra en términos agropecuarios: “pilodoro que sueña el vermudín/ del jobo vine”.

Los ojos se le van detrás de Tony Raful, “fermoso onán”, cuyo nombre compone y descompone graciosamente: “aul bedul ceful turul/ rato de rata en abedul”. En el colmo de la infamia, para agredir a Abel Fernández Mejía, irrespeta la memoria de la madre, Abigail Mejía, autora, entre cosas de una novela llamada Sueña pilarín. A ella le llama “mejigalla”: “mejigalla del pil ar in”.

El escándalo y la indignación llegaron por supuesto a la prensa. De hecho poco faltó para que Manuel Rueda no fuese desplumado o baleado en un lance e incluso llevado a los tribunales. José Israel Cuello, el entusiasta editor de la preciosa edición de quinientos ejemplares de la obra, que quizás la había leído sin entenderla o sin medir sus alcances ni consecuencias, probablemente insultado en su inteligencia, la recogió y mutiló, a excepción de ciertos ejemplares (je, je)  que valen un Perú. Tanto bastó para que desde un diario de derecha sempiterna, El Caribe, una voz autorizada desautorizara al mutilador en nombre de la libertad de expresión. Emisoras de radio y televisión, suplementos literarios y mentideros de patio participaron de lleno en la polémica y el país se llenó de voces, cartas abiertas y cerradas, incidencias publicas y privadas. Rueda se defendió con genio, por supuesto, que le sobraba, argumentando inocencia en cuanto a los términos procaces que se le atribuían por mal entendimiento. Desde su despacho en el Listín Diario, el decano de la prensa nacional de aquel entonces, Don Rafael Herrera, respondió a la falacia con palabras precisas y solemnes y a mi juicio lapidarias:

“Nosotros vemos un gran porvenir en la literatura cloacal, como una rebelión contra la moral pequeño-burguesa.

Creemos en la libertad de todas esas exploraciones del espíritu, pero ¿está uno obligado a que lo embadurnen con el producto, con el tesoro ganado en esas exploraciones?” [9]

A eso se reduce un poco el pluralismo de Manuel Rueda. Escándalo, infamia, injuria y un par de poemas maricones. El terreno quedó abonado, claro, con estiércol.

 

PCS no digital, 29/ 11/ 2001.


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