LOS POETAS
DE CHOQUE
El concepto
de la literatura en términos de práctica social, utilitaria, pragmática,
trae aparejado cierto desdén por el buen cultivo de las formas
y a veces –muchas veces- una mala conciencia del oficio. Este
fenómeno se puso de manifiesto a finales de los años 60, cuando
algunos grupos de escritores de versos y machacadores de prosa
intentaron hacerse pasar por poetas y narradores de clase, escudándose
en la necesidad de un arte revolucionario. La mayoría, sin embargo,
fue neutralizada por la crítica intemperante o simplemente colgó
los hábitos. Mientras tanto, el nivel de facturación poética se
mantuvo relativamente alto entre los mejores exponentes de la
nueva poesía, que por cierto se cuentan con los dedos de una mano.
Sobrevino entonces un segundo asalto de poetas con lenguaje de
trinchera, esta vez coronado por el éxito. El éxito consistió
en la instauración del reino de la llamada Joven Poesía, que durante
un largo período tuvo en sus manos el monopolio de la cultura
de barricada. En la década del 70 el grupo se enroscó en el suplemento
literario del diario La Noticia y en la universidad estatal,
y extendió su influencia a los clubes culturales que proliferaban
por esa época en el país. Algunos de sus miembros tuvieron acceso
a posiciones de mando en la Biblioteca Nacional y en el canal
oficial de televisión, y desde allí expandieron aún más su radio
de acción. Por otro lado es notorio que todos, casi todos los
integrantes de la Joven Poesía fueron traducidos al francés, al
inglés, y desde entonces ocuparon y ocupan páginas memorables
en antologías de autores nacionales y extranjeros. Páginas, sin
duda, inmerecidas, en su mayoría, y por eso igualmente memorables.
De hecho, rara vez un grupo de poetas tan poco dotados para la
poesía –salvo excepciones de rigor- recibió tantos galardones,
tanto sentido homenaje. Si no se reconocen aquí sus méritos literarios,
hay que reconocer que los miembros de la Joven Poesía dominaron
las técnicas de promoción, además de los medios de promoción,
y se promocionaron a gusto, a su anchas.
En principio,
el club de la Joven Poesía no se limitaba a la cofradía de La
Noticia: era un nombre genérico para designar a los autores
de posguerra. El nombre, pues, fue objeto de apropiación ilícita
por parte del minúsculo grupo, en el cual, por cierto, se manifestó
desde temprano la tendencia a decrecer. La tendencia se acentuó
con la publicación del “Manifiesto pluralista” (1974) de Manuel
Rueda, que produjo una grave fractura en las menguadas filas de
la Joven Poesía. Algunos de sus miembros más capaces adhirieron
de palabra o de hecho al movimiento, o bien se subscribieron a
técnicas de vanguardia que no eran patrimonio exclusivo del pluralismo,
y empezaron a realizar
una obra de calidad por vía experimental, ajenos al compromiso
de la Joven Poesía con el lenguaje de trinchera. Desde ese momento,
y en cuanto al punto de vista estético-ideológico, el grupo se
redujo al hueso, a pesar de la masa corporal de sus mentores.
Con alguna excepción, prevalecieron
los “poetas de choque”. El eufemismo se le agradece a Claude Couffon,
traductor al francés y antologista, quien lo aplicó inocentemente,
y por cierto en sentido no peyorativo, para elogiar a uno de los
más robustos integrantes de la Joven Poesía.
Aquí se hablará
de los poetas de choque, que son poetas de pose, ya sin comillas,
para distinguirlos de los poetas de vocación, poetas de formación
intelectual. Los poetas de choque son epidérmicos por definición:
aquellos que escriben la palabra “proletario” y se sienten realizados
como el boy scout que realiza su buena acción del día.
Apenas pueden ver el lado chato de las cosas y por eso su visión
es achatada, simétrica, pareja, conforme a un mundo arreglado
a imagen y semejanza de sus estrechos pasadizos mentales. Son
unidimensionales, renuentes como la capa al toro, obstinados como
el toro a la capa. La ignorancia, y no solo la falta de recursos,
tampoco les permite otra cosa. En general no promedian un libro
de lectura al año y exhiben –cuando exhiben- la típica cultura
literaria de folletín, a veces cultura de oído, o un nivel de
información primaria. No es extraño, por obvias razones de analfabetismo,
que muchos hayan pretendido hacer poesía como partiendo de cero,
ignorando a los precursores que, sin embargo, estaban ahí, al
alcance de la mano, casi todos vivos y famosos. En rigor, no podría
llamárseles mediocres a los poetas de choque sin temor de halagarlos.
Sólo la audacia y el verso libre los hace creer poetas. En el
fondo odian la poesía y lo demuestran. Quizás por esto se impone
un ajuste de cuentas al cabo de tantos años de atropello.