LETRAS     PENSAMIENTO     SANTO DOMINGO     MIGUEL D. MENA     EDICIONES  

MEMORIAS DEL VIENTO FRÍO
I-Poesía de la guerra y la posguerra
Pedro Conde

LOS POETAS DE CHOQUE

 

El concepto de la literatura en términos de práctica social, utilitaria, pragmática, trae aparejado cierto desdén por el buen cultivo de las formas y a veces –muchas veces- una mala conciencia del oficio. Este fenómeno se puso de manifiesto a finales de los años 60, cuando algunos grupos de escritores de versos y machacadores de prosa intentaron hacerse pasar por poetas y narradores de clase, escudándose en la necesidad de un arte revolucionario. La mayoría, sin embargo, fue neutralizada por la crítica intemperante o simplemente colgó los hábitos. Mientras tanto, el nivel de facturación poética se mantuvo relativamente alto entre los mejores exponentes de la nueva poesía, que por cierto se cuentan con los dedos de una mano. Sobrevino entonces un segundo asalto de poetas con lenguaje de trinchera, esta vez coronado por el éxito. El éxito consistió en la instauración del reino de la llamada Joven Poesía, que durante un largo período tuvo en sus manos el monopolio de la cultura de barricada. En la década del 70 el grupo se enroscó en el suplemento literario del diario La Noticia y en la universidad estatal, y extendió su influencia a los clubes culturales que proliferaban por esa época en el país. Algunos de sus miembros tuvieron acceso a posiciones de mando en la Biblioteca Nacional y en el canal oficial de televisión, y desde allí expandieron aún más su radio de acción. Por otro lado es notorio que todos, casi todos los integrantes de la Joven Poesía fueron traducidos al francés, al inglés, y desde entonces ocuparon y ocupan páginas memorables en antologías de autores nacionales y extranjeros. Páginas, sin duda, inmerecidas, en su mayoría, y por eso igualmente memorables. De hecho, rara vez un grupo de poetas tan poco dotados para la poesía –salvo excepciones de rigor- recibió tantos galardones, tanto sentido homenaje. Si no se reconocen aquí sus méritos literarios, hay que reconocer que los miembros de la Joven Poesía dominaron las técnicas de promoción, además de los medios de promoción, y se promocionaron a gusto, a su anchas.

En principio, el club de la Joven Poesía no se limitaba a la cofradía de La Noticia: era un nombre genérico para designar a los autores de posguerra. El nombre, pues, fue objeto de apropiación ilícita por parte del minúsculo grupo, en el cual, por cierto, se manifestó desde temprano la tendencia a decrecer. La tendencia se acentuó con la publicación del “Manifiesto pluralista” (1974) de Manuel Rueda, que produjo una grave fractura en las menguadas filas de la Joven Poesía. Algunos de sus miembros más capaces adhirieron de palabra o de hecho al movimiento, o bien se subscribieron a técnicas de vanguardia que no eran patrimonio exclusivo del pluralismo, y empezaron  a realizar una obra de calidad por vía experimental, ajenos al compromiso de la Joven Poesía con el lenguaje de trinchera. Desde ese momento, y en cuanto al punto de vista estético-ideológico, el grupo se redujo al hueso, a pesar de la masa corporal de sus mentores. Con alguna excepción,  prevalecieron los “poetas de choque”. El eufemismo se le agradece a Claude Couffon, traductor al francés y antologista, quien lo aplicó inocentemente, y por cierto en sentido no peyorativo, para elogiar a uno de los más robustos integrantes de la Joven Poesía.

Aquí se hablará de los poetas de choque, que son poetas de pose, ya sin comillas, para distinguirlos de los poetas de vocación, poetas de formación intelectual. Los poetas de choque son epidérmicos por definición: aquellos que escriben la palabra “proletario” y se sienten realizados como el boy scout que realiza su buena acción del día. Apenas pueden ver el lado chato de las cosas y por eso su visión es achatada, simétrica, pareja, conforme a un mundo arreglado a imagen y semejanza de sus estrechos pasadizos mentales. Son unidimensionales, renuentes como la capa al toro, obstinados como el toro a la capa. La ignorancia, y no solo la falta de recursos, tampoco les permite otra cosa. En general no promedian un libro de lectura al año y exhiben –cuando exhiben- la típica cultura literaria de folletín, a veces cultura de oído, o un nivel de información primaria. No es extraño, por obvias razones de analfabetismo, que muchos hayan pretendido hacer poesía como partiendo de cero, ignorando a los precursores que, sin embargo, estaban ahí, al alcance de la mano, casi todos vivos y famosos. En rigor, no podría llamárseles mediocres a los poetas de choque sin temor de halagarlos. Sólo la audacia y el verso libre los hace creer poetas. En el fondo odian la poesía y lo demuestran. Quizás por esto se impone un ajuste de cuentas al cabo de tantos años de atropello.


> Volver al índice de Memorias del Viento Frío

Ediciones del ciElonaranja