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Pedro Henríquez Ureña

El español en Santo Domingo. Por Pedro Henríquez Ureña. (Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires: Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, t. V.) Casa editora Coni, Buenos Aires, 1940: 301 págs.

M. Romera-Navarro
University of Pennsylvania

 


Un nuevo volumen que viene a enriquecer la notable colección de Dialectología Hispanoamericana que dirige don Amado Alonso. El Sr. Henríquez Ureña, que tan distinguido lugar ocupa en la investigación y crítica literarias, había tratado también de materias lingüísticas relativas a América en varios estudios importantes 1 antes de publicar la presente obra. Sus viajes por los países del mundo hispánico, con largas residen­cias, y su conocimiento directo del habla de muchos de ellos, le capacitan singularmente para salvar el escollo en que han fracasado otros dialectó-logos: el de atribuir a un país particular, como formas típicas de su lenguaje, voces y expresiones que se encuentran también en otras regiones.
Varias veces se ha hecho la división de zonas del idioma español en América. Pero sólo ahora, con bastantes estudios ya de dialectología hispanoamericana, se pueden señalar esas zonas con exactitud. Y es el Sr. Henríquez Ureña quien en el presente libro (págs. 29-30), de manera precisa y razonada, marca la distribución geográfica del español en Amé­rica. Una de esas zonas es la del Mar Caribe (que además de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, incluye gran parte de Venezuela y la costa atlántica de Colombia), y toda la cual "se distingue por el sabor fuertemente castellano de su vocabulario y de su sintaxis, en combinación con una fonética que se asemeja más a la andaluza que a la castellana " (pág. 40). Agrega a continuación que esta zona "coincide, en la base castiza de su léxico y su construcción, con Lima y Bogotá, ciudades que en la zona andina representan el grado sumo del sabor castellano .
Resalta el aire antiguo que caracteriza al español de Santo Domingo, con sus abundantes expresiones tradicionales. Aun se conservan allí en circulación arcaísmos léxicos tales como aína, catar, dizque, y arcaísmos de forma por el estilo de atanto, celebro, dende, etc. Muchas de esas ex­presiones arcaicas subsisten en otros países hispánicos, se encuentran aisladas y sueltas en tal o cual región, pero en ninguna se podrá reunir, según el Sr. Henríquez Ureña, un vocabulario de arcaísmos que iguale en número a los que se oyen normalmente en Santo Domingo. Atribuye muchos rasgos arcaicos, en parte, al hecho de haber sido la primera colonia española de América. Su núcleo de colonizadores, relativamente nume­roso, se formó allí en los quince años que siguieron al descubrimiento. Y este grupo fué el que estableció y mantuvo, frente a los colonizadores que llegaron más tarde de la Península, la base lingüística de la isla. "Así se explica la supervivencia, en Santo Domingo, de palabras o formas medievales que en el siglo XVI eran ya arcaicas o al menos obsolescentes, como el pronombre ge, los sustantivos conocencia o confisión o cris, los verbos catar, creder, veder y crebar, los adverbios aína y atanto" (pág. 41). Señala, como signo del influjo de la cultura colonial en el lenguaje, el uso regular del pronombre y de las formas verbales que lo acompañan, mientras en otros muchos países de América se impuso el vos con acompañamiento irregular de formas pronominales y de formas verbales; también, la supervivencia del futuro de subjuntivo entre la gente culta.
Tratando del sistema fonético de la isla, el autor hace notar curiosamente que, mientras la entonación de los demás hispanoamericanos parece estar, en general, en un registro agudo y con cadencias finales dulces, "la entonación del habla culta en Santo Domingo tiene como característica el registro grave" (pág. 150). Si el vocabulario es predominantemente castellano castizo, con muchas formas arcaicas, la fonética tiene peculiares semejanzas con la de Andalucía. En cuanto a la morfología, apenas se aparta de los usos normales del español, y la sintaxis es la misma. Respecto al influjo del taino, la lengua indígena, en el habla española de la isla, declara que fué muy escaso. La población autóctona se mezcló con la peninsular y abandonó su propio idioma; antes de mediar el siglo XVI ya estaba la lengua indígena a punto de extinguirse.
Junto a la rica documentación del habla actual de Santo Domingo, con largas listas de voces, de expresiones y de formas sintácticas, tenemos también en esta obra un verdadero tesoro de antiguos textos españoles para ilustrar aquellas voces arcaicas o castizas que se conservan aún en el lenguaje de la isla. Y esto redobla naturalmente el interés y la utilidad del libro.   Un completo registro de palabras facilita su consulta.
La obra del Sr. Henríquez Ureña, en verdad notable, podrá servir de modelo a quienes le sigan en estos estudios. Su riqueza de datos y de consideraciones doctrinales sugerirán al lector muchos puntos de vista nuevos, junto a la gran enseñanza que de todo el libro se desprende.
Permítame ahora su ilustre autor algunas sencillas observaciones. Cuando él habla de "expresiones envejecidas o que van envejeciendo fuera de Santo Domingo" (pág. 57), entendemos naturalmente que se refiere al resto del mundo hispánico.   Y luego en su lista encontramos muchas expresiones que no están envejecidas en España en la acepción con que las registra el autor: agonía, alcuza, alfeñique, alferecía, alifafes, arrapiezo, atajo, atollarse, brete, cabezudo, cansado, cencerrada, derrumbadero, dilatarse, enconarse, escampar, galano, liar, malmirado, memorias, etc., etc —Cuquear "se conoce en España" (pág. 198), en efecto, aunque no la registre el diccionario académico, pero no en la acepción de 'pro­vocar,' como en Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico y Venezuela, sino en la de 'obrar taimadamente.' —¡Cómo no!, afirmación enfática, téngola, contra la opinión del autor (pág. 238), como usual hoy en España.—Y tan corriente como en el habla popular de Santo Domingo es en la popular de España la mala ordenación de los proclíticos me se y te se. Estas combinaciones deben de hallarse, más o menos extendidas, en la lengua infantil y la popular de todo el mundo hispánico. Es tendencia natural, en mi opinión, poner delante el pronombre me o te, el más expresivo, el que más identifica, y detrás el oblicuo o reflejo se Influye además en ello el orden regular de la combinación frecuentísima de dativo y acusativo (me lo dijeron, te la trajeron), de acusativo y dativo (te me encomendó) y de dos acusativos reflejos (te le humillaste).
En el capítulo de la morfología le será difícil al lector frecuentemente saber cuáles formas da el autor por peculiares del español de Santo Domingo o por comunes del español general. Unas veces lo especifica, y otras no. Por ejemplo, cuando en la enumeración de los sufijos -ado, -ada, "los más productivos en Santo Domingo" (pág. 181), señala los sustanti­vos despectivos del tipo españolada: animalada, burrada, caballada, cochinada, pendejada, salvajada, zoquetada, cubanada, dominicada, puerto-rriqueñada, y aneada, etc., no hubiera holgado indicar que los seis primeros vocablos, exceptuando caballada, son corrientes también en España, ya que hace una indicación semejante en otros casos, v. gr., cocada "como en las demás Antillas, Venezuela y Colombia," o abacorado "como en Venezuela."
"Existe la superstición gramatical en Santo Domingo, como en toda América, de que allí se abusa de los diminutivos" (pág. 192). Pero ¿es una superstición? ¿No es una realidad en la mayor parte de América, si no en toda ella, con respecto a Castilla? No creo haber oído jamás en la Península diminutivos como ahorita, apenitas, adiosito, afuerita, etc., etc. La abundancia de diminutivos en gerundios, participios y adverbios paréceme que impresiona a los españoles, en general, como una de las características más distintivas del habla americana.
Plausible hubiera sido un mayor desarrollo, y más abundante docu­mentación, de la influencia africana, la supuesta y la real, en el lenguaje de Santo Domingo. En cuanto al sistema fonético de la isla, admitirá quizás un estudio más extenso y riguroso, pero tal como lo presenta el autor tiene claridad y precisión, y aventaja mucho a cuanto hemos leído anteriormente sobre la pronunciación dominicana.
A la copiosa lista de textos antiguos con que se autorizan expresiones y formas arcaicas o castizas del habla actual de la isla, pueden agregarse los siguientes: adonde, Villegas, Eróticas, Clás. Cast., pág. 128; atapar, Gracián, Crit., II, ix, III, x; defensión, Sancho de Muñón, Celestina, ed. Madrid, 1918, pág. 41; desculpada, A. Hurtado de Mendoza, Obras, ed. Madrid, 1728, pág. 88 d; dispierto, ibíd., pág. 57 d; huiga, Vitrián, Memo­rias de Commines, Amberes, 1643, I, 406, Gracián, Obras, Madrid, 1664, I, 470; húmido, A. H. de Mendoza, op. cit., 86 d; inmoble, Jáuregui, BAE, XLII, 104 a, Cast. Solórzano, Garduña de Sev., Clás. Cast., pág. 82, Gracián, Crit., I, ii, iv, ix, III, viii; niervo, Gaspar de Baeza, Elogios de Jovio, Granada, 1568, fol. 70 r.; pantasma, Espinel, Marcos de Obr., III, vi; pelón, Correas, Vocabulario, pág. 628 b, que explica la voz; pelota (en), Jerónimo de Alcalá, BAE, XVIII, 547 b; pintiparado, Mira de Amescua, BAE, XLV, 95 c; propinco, Gaspar de Baeza, op. cit., fol. 113 r.; retular y retulante, Jerónimo de Alcalá, loe. cit., pág. 495 b; reyéndose, A. H. de Mendoza, op. cit., pág. 37 d; riguridad, Mexía de la Cerda, BAE, XLIII, 400 b, Salustio del Poyo, BAE, XLIII, 478 a, Guillen de Castro, ed. Acad., I, 122 6; talanquera, Gracián, Obras, II, 377 a; vaguear, ibíd., 355 b; vaguido, Guillen de Castro, ed. Acad., I, 124 b, Mira de Amescua, BAE, XLV, 77 a; (vente) trenta, Vitrián, op. cit., I, 347; zurujano, P. Rivadeneyra, BAE, LX, 13 b, 14 a. En la lista de refranes podrán también autorizarse los que siguen: Es más el ruido, etc. (pág. 99), Hernán Núñez, Refranes, Lérida, 1621, fol. 68 v., Oudin, Refranes, París, 1609, pág. 120; Lo que no se va en lágrimas, etc. (pág. 101), variante del que trae Hernán Núñez, fol. 65 r.; El ojo del amo, etc. (pág. 113), Oudin, op. cit., pág. 78.

 

HISPANIC REVIEW: VOL. X, 1942, pp. 68-70.


La lengua en Santo Domingo, en Revista de Libros, Madrid, III (1919); Observaciones sobre el español en América, en RFE, VIII (1921), XVII (1930), XVIII (1931); Sobre el problema del andalucismo dialectal de América, en el Anejo I de la Bibl. de Dialectología Hispanoamericana, Buenos Aires, 1932.