Nina Bruni
The University of the West Indies
“Ese gran
pueblo de buena voluntad no cree en ‘el fin de la Historia’,
simplemente porque los pueblos padecen en cada mañana el peso
o el horror de la Historia [...] Estamos ante la necesidad de
un gran viraje cuyas claves aún no se han definido”
|
Abel Posse
[1]
|
INTRODUCCIÓN
EL PERSONERO DE
EFRAÍM CASTILLO CARIBE
Dentro de la extensa narrativa publicada
sobre la Era del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo
(1930-1961), y en especial la del último decenio, El Personero
se distingue como novela coral. Se constituye en un extenso diálogo
donde el lector, interlocutor indispensable, se ve involucrado en
las pasiones, los horrores y las angustias de los últimos diecisiete
años de la tiranía. La historia de amor que enfrenta tácitamente a
Trujillo y a Alberto Monegal, su personero más cercano y enamorado
de su amante favorita, se convierte en la perfecta excusa argumental
para indagar las diferentes teorías sobre el trujillismo, cuya reflexión
está a cargo de esas múltiples voces que se escuchan reiteradamente
como si surgieran de una conciencia histórica colectiva.
La complejidad estilística de la novela
requiere otro análisis minucioso de sus diferentes componentes y de
sus posibilidades de abordaje para discutir su tesis central: ¿se
prefiere la desmemoria a la fecunda discusión sobre el pasado histórico?
Tal caso en relación
con la figura del intelectual
se entrelaza en el texto a partir de un hecho muy simple: la Viuda
de Monegal, luego de una treintena de años, encarga a dos caricaturescos
bibliotecólogos, El Gordo y El Flaco, reabrir la gran biblioteca de
su esposo (la BAM) para limpiarla y entregar los libros al Estado,
clausurada desde el momento de la muerte del personero tras una cruel
agonía impuesta por El Jefe. La BAM, “red espesa de significaciones”,
es el nudo gordiano de varias historias y especulaciones, generalmente
a cargo de El Gordo:
-¡Todo fue parte de la mecánica del extravío,
Flaco! En Monegal se operó, mientras reducía y ampliaba sus desahogos, un estado anímico
similar al de Rommel después de la bomba a Hitler: mujer, hijos, la
familia operaron una presión sobre su vida en el futuro, lo que se
ejercería sobre ellos tras la muerte del protector. En esas circunstancias
los hombres como Rommel y Monegal fundan, en las ataduras de las pistas
dejadas, no sólo su propia reivindicación, sino la de sus familiares.
De ahí, entonces, las pistas dejadas por Monegal, que sabía que la
BAM sería comprada o confiscada por el Estado, no sólo como
un acto de recuperación de la obra del personaje desaparecido, sino
también por los ejemplares de valor incalculable que posee. [267]
Pero este laberinto
de avances y retrocesos “es la pista del país” [267], el pasado, el
presente y el futuro de la República Dominicana, al que Monegal predeterminó
como un postrujillismo de consecuencias funestas [268].
A partir de este puzzle histórico,
van fortaleciéndose las diversas teorías que el ideólogo trujillista
urdió a modo de laberinto para ser interpretadas luego de su desaparición.
En fin, los personajes desmenuzan un sinfín de las teorías convergentes,
esparcidas durante la Era y las dejan a nuestra consideración
para ¿rearmar? los acertijos de la historia que se encadenan inexorablemente
entre sí.
PRESENTACIÓN METODOLÓGICA
Una reflexión sobre el rol del intelectual desde una perspectiva
sociológica, histórica y literaria, exige la aceptación de determinadas
cuestiones de corte filosófico.
Si nos remontamos al inicio de la modernidad, encontramos que
su advenimiento saca a la luz como una característica principal la
figura de los intelectuales y su rol en relación con el poder / saber
conectado con la política que surge o podría resultar de sus posturas.
Tal relación ubica al centro de los acontecimientos a un sector social
intelectual clave en el nacimiento de los tiempos modernos y no menos
relevante en los nuestros.
Aceptamos, pues, la existencia de una sociología de los
intelectuales y adoptamos para la presente exposición la propuesta
de Zygmunt Bauman. El sociólogo de la Universidad de Leeds, analiza
el papel de los intelectuales modernos y la conexión de su trabajo
con el desarrollo de la cultura moderna mediante un estudio de la
esencia de la modernidad y de la posmodernidad en el análisis de la
cultura. Los intelectuales “legislaban” sobre las opiniones del resto
de la sociedad mientras se creyó que se podía determinar la verdad
de las creencias. Pero en nuestro tiempo, el período posmoderno
[2]
, se perdió aquella certeza moderna y se relativizaron
nuestros sistemas de valores y creencias, convirtiéndose los intelectuales
en “intérpretes” de los diferentes puntos de vista. El nuevo rol del
intelectual tiene consecuencias directas para el análisis de la cultura
contemporánea. Delineamos a continuación algunas precisiones a tener
en cuenta:
1.
El
intelectual se autoasigna su objeto de estudio. Al intentar autodefinirse
y otorgarse capacidades traza un límite de su propia identidad que
pasa a ser político pues se concede el poder de incluirse o excluirse
en un contexto social.
2.
Aunque
el hecho de autodefinirse obliga a los intelectuales a enumerar sus
características, no hacen referencia a la relación social que los
distingue del resto de la sociedad porque la categoría de intelectual
emerge como dadora de sentido y no pone en tela de juicio sus propias
condiciones como tales.
3.
También
vale preguntarse cómo y cuándo aparece la figura del intelectual (¿en
un momento histórico preciso?, es una invariante de la condición humana?)
para cuestionarse por su particularidad.
4.
Su
distinción radica en ser una figura específica y singular, moderna
y posmoderna.
Por tal motivo,
ara analizar el rol del intelectual durante la Era de Trujillo en
El Personero, nos basaremos sobre las estrategias del trabajo
intelectual cuyas metáforas son la del papel del “legislador” y la
del “intérprete”.
Si los intelectuales
se asignan un lugar en la sociedad, el campo intelectual necesita
pensarse dentro del campo del poder y en cuanto a las relaciones sociales
donde esta categoría cumple un papel estructural en el desarrollo
social. Del análisis de Bauman, cuya tesis principal es demostrar
la particularidad del intelectual moderno asociado al poder en comparación
con los tiempos premodernos de los sabios y maestros dominantes, tres
aspectos son útiles para profundizar la mirada sobre el tema que nos
compete:
1.
La
pragmática del poder que incluye el campo intelectual genera una aguda
asimetría que provoca un sentimiento de inseguridad en los dominados,
carentes de el conocimiento. El intelectual como sabio asociado
al poder pone en marcha un excelente mecanismo de autoperpetuación
de ese poder / saber que, por supuesto, se apoya en las personas incompletas
y necesitadas del cuerpo social.
2.
El
estado como administrador y regulador de lo cotidiano, de la vida
social y como orden de poder, abre un espacio para el intelectual
quien establece un discurso capaz de generar dicho modelo.
3.
Los
intelectuales se convirtieron en el gozne de la transición en los
tiempos modernos con una visión prospectiva que transformó la incertidumbre
de ese paso en una respuesta respecto de la vida social. Sin embargo,
este intelectual funcional (quizás ideal) sólo garantizó la perpetuación
de un régimen, a la luz de los hechos y textos analizados.
Pero lo más importante
tal vez radique en la toma de conciencia de aquella incertidumbre
que, luego de dos siglos, transmuta en otra como umbral de la posmodernidad
o última etapa de una modernidad inconclusa.
[3]
De todos modos, el lugar cardinal que
Bauman asigna al intelectual en la relación poder / conocimiento,
despeja el camino ascendente del intelectual funcional de visos
gramscianos que, aunque sujeto a un discurso de la razón relativamente
autónomo, se vincula a la reproducción y / o crítica del orden
establecido. Otra cuestión velada es cómo medir la autonomía de
la razón. Probablemente se dé por entendido que el discurso racional,
ligado al Estado, legitimándolo o criticándolo, está determinado por
el poder.
DE LEGISLADORES e INTÉRPRETES
LOS INTELECTUALES: PEQUEÑOS BURGUESES
Los fracasos
recurrentes del liberalismo en relación con la política práctica,
provocan en los intelectuales dominicanos de fines del siglo XIX y
principios del XX una decepción angustiante de corte existencial que
se resuelve en la tragedia de la “inviabilidad de la nación dominicana”.
Este nacionalismo impotente de base rodosiana sumado a la consecuente
incapacidad de las clases gobernantes para formar instituciones estables
propias de un Estado nacional, es la base óptima sobre la cual Trujillo
yergue su régimen. Convirtió al nacionalismo en el credo de redención
sublime que proclama la superación del pasado, falsificándolo, y los
intelectuales, apostando desde su punto de vista a la única posibilidad
de “futuro”, libran acaloradas batallas verbales en el único espacio
público de realización. La historia nos demuestra cómo este estrato
social intermedio se somete por causas socio-económicas al diseño
de proyecto totalitario que llega a conformar un “sistema de significación
mitológica” impuesto a la sociedad como legitimación del poder despótico
[4]
.
Lo cierto es
que este falso “poder del saber” otorgado por Trujillo a sus intelectuales
orgánicos junto con reconocimiento, cargos públicos, manejo
de la prensa y a cambio de absoluta fidelidad, lanza al personaje
más antiteórico de toda la Era al camino exitoso de sus treinta
y un años de tiranía.
Por lo tanto,
aquel fracaso de la materialización de la utopía liberal percibido por los intelectuales como una doble
tragedia (inviabilidad de la nación; la dicotomía ciudad-campo) explica
la facilidad con la que Trujillo neutraliza a los intelectuales tradicionales
o aristocráticos.
Esta falaz ideología
del progreso nacional que el dictador utiliza como columna vertebral
de su régimen, encierra las teorías clave del universo trujillista
que El Personero pone en tela de juicio.
ALBERTO MONEGAL,
LEGISLADOR
La representación del intelectual del
régimen trujillista se centra en el personaje de Alberto Monegal como
el “ideólogo” principal tanto de los aciertos de El Supremo como
de sus más terribles yerros pergeñados a través de sus intrigas.
Las peculiaridades de esta figura se
construyen a partir de múltiples perspectivas en dos líneas temporales:
la del pasado, cuando el mismo Monegal ya en reclusión recuerda sus
vicisitudes como personero y se confiesa en voz alta, y la del presente
a cargo de la Viuda, de los bibliotecólogos que van componiendo las
hipótesis a partir de las huellas dejadas por el amanuense,
y del coro-pueblo, semejante en su función al de la tragedia griega.
Todas las observaciones e interpretaciones
vertidas por los personajes sumadas a los monólogos y a las remembranzas
de Monegal, nos revelan su ánimo ambivalente, con fuertes vaivenes
emocionales, a un muerto en vida; un personero, leal y traicionero,
“Y no debería sorprendernos que Monegal, a la larga, convirtiera su
gran amor, su idolatría por Trujillo, en celos, primero, y en odio
después.” [108]
Como único teórico coherente de la
legitimación del poder despótico, Monegal nos deja como herencia un
legado de “significantes cruciales” [268] para nuestras interpretaciones.
Nos detalla aspectos impensables de la vida del dictador, lo cual
manifiesta el contrapunteo constante destacado en la novela entre
su sentimiento de adoración extrema por El Padre de la Patria
y su amarga y cruda reflexión sobre la verdad de los acontecimientos,
como un rasgo psicológico maquiavélico de quien legitimara la autarquía
de Trujillo, su verdugo (“lo destruyó y bien le pesó” [27])
Aunque Monegal se autodefina como “un
servidor de Trujillo, un personero, un vulgar bufón en la corte de
los lambones” [115] su impronta como quien “esculpió la imagen” y
los mitos trujillistas provoca el debate pues en la novela se entrecruzan
aquellos, impuestos a la sociedad, que realmente construyeron y sostuvieron
al régimen mediante una simbología discursiva que desvirtuó el pasado
y ocultó al sujeto real “para hacer ver a Trujillo como un
resultado de
nuestra historia, haciendo inclusive que el genocidio de los haitianos
se olvidara al paso de dos o tres años...” [104-6]
Como dador de sentido a una “realidad
virtual” que en su asociación con el poder absoluto debía legitimar,
a lo largo de El Personero se interpretan desde todos los ángulos
las teorías primordiales del régimen y que sitúan a Monegal como el
intelectual que se autoasigna el derecho de una posición privilegiada
que, a pesar de su trágica caída, logra con astucia su objetivo durante
la Era trascendiendo a los tiempos posteriores.
Estas grandes
teorías, transformadas en los mitos recurrentes de la Era
[5]
, fueron articuladas por el intelectual funcional
con la instrumentalidad de lo político: el absurdo adquiere un hálito
de mesianismo que adultera la historia dominicana hasta negarla y
que, en definitiva, convierte a la ideología de la Era en una
gesta épica.
LA HISPANOFILIA:
MADRE DE TODAS LAS TEORÍAS
Lo hispánico, sinónimo de la dominicanidad
El nacionalismo como elemento aglutinante
de los intelectuales de la Era, símbolo de la plena realización
nacional, necesitaba por definición la presencia de un “Otro” amenazante
y bárbaro que la historiografía dominicana desde el siglo XVIII y
la literatura de principios del XX supieron inventar: Haití
[6]
.
Justamente, todas
las referencias sobre lo haitiano en la novela connotan lo negativo
en relación con el vudú [26], la brujería [87] o el rechazo visceral a los negros en pos de mejorar la raza [182;
276]
Aunque definido como “hispanista de
pacotilla” [133] por su viuda quien culpa a España de toda la desgracia
del país desde su posición
pro yanqui, Monegal “soñaba con la utopía de un relanzamiento
gigantesco del país como bastión de la conquista” [133] para salvarlo
de la haitianización “a través de los profundos lazos culturales
que fueran capaces de oponerse al crecimiento geométrico de la agresión
africohaitiana” [168] En consecuencia, lo hispánico debía adquirir
en el sistema educativo de República Dominicana un protagonismo estelar.
Esta visión histórica pensada arbitrariamente
desde la diferencia insalvable que causa la colonización francesa
en Haití, se resuelve en una dicotomía falsa pero efectiva a los fines
perseguidos por el régimen: la dominicanidad como prolongación de
la hispanidad por la naturaleza humanista de la colonización versus
el haitianismo como extensión de un engendro aportado por Francia
y por los esclavos africanos.
La sublimación
disparatada y grotesca de lo hispánico propulsa la aventura intelectual
de la diferencia como la matriz ideológica del régimen contra la “amenaza”
de la desintegración que el amanuense trujillista impidió “heroicamente”
perpetrar, justificando así el genocidio haitiano respaldado por durísimas
políticas fronterizas:
El 37, contrario a lo que muchos creen,
no será recordado como un año de luto y dolor para nuestro país, que
prácticamente ha alcanzado la gloria bajo su dirección, sino como
una fecha ratificadora de la Separación del 44. Esa política
del chapeo deberá erigirse como una constante necesaria, lógica
y nacionalista, si verdaderamente deseamos ser libres como país que
respeta y venera sus ancestros. Nunca he dudado de que en algún rincón
oscuro de la Patria se anide un Moisés que emerja vigoroso
para desear reivindicar lo que los haitianos consideran como suya:
la isla total. Nuestra frontera no puede convertirse, bajo ningún
concepto, queridísimo Jefe, en otra Isla de la Tortuga, que
nos enajene para siempre. Así, la Frontera deberá ser el lugar para
la vigilancia eterna, llevando hasta ella hombres y mujeres puros,
que evadan de sus conciencias todas las tentaciones que la corrupción
del contrabando puede ofrecer. Estas dos variables enriquecerán robustamente
la política intramigratoria y fortalecerán los dos poderosos signos
de nuestra nacionalidad: el mulataje y la lengua. [138]
El mulataje y la mitificación de la Frontera
Si lo racial
define lo cultural, la teoría del mulataje se complementa estratégicamente
con la de la hispanidad y con la consecuente mitificación de la Frontera
pues para concretar el plan de Monegal: “El mulataje
deberá ser la raza del país en cinco generaciones.” [137] Las rutas
sinuosas de la BAM seguidas por los bibliotecólogos, nos revelan las
dos caras de una misma moneda. El amanuense no sólo veía en Trujillo
el alter ego de la hispanidad [106-7] sino la síntesis misma de la
sociedad dominicana. El astuto Monegal “apeló al mulataje que encarnaba
Trujillo para construir su teoría” porque “sabía que erradicar África
de nuestro territorio [deduce el Gordo] era una utopía”. [137] La
política migratoria con Europa y con Japón en los tiempos de posguerra
para llevar a República Dominicana agricultores, sobre todo españoles
que fortalecieran el idioma, y la perpetua vigilancia de la frontera
con Haití son las variables cruciales que fortalecerán ambos rasgos
distintivos de la nacionalidad dominicana: el mulataje y la lengua,
robusteciendo la política intramigratoria. Ya no cabe duda de que
Monegal recupera a favor de “su patrón racial” la doble dicotomía
histórica ya mencionada: el “Otro” enemigo perenne, lo haitiano, y
el “Otro” enemigo interno, el campesinado, reinterpretando a su gusto
los conceptos decimonónicos de civilización y barbarie.
El régimen que no duerme
La utopía de Monegal sostenía una teoría
que denominó “orientación en la orientación” según la cual
este pueblo no podía [...] tener reposo
ni mental ni físico, en virtud de que aún la sangre mulata no había
llegado a su síntesis verdadera. Sostenía el personero que
cuando se produjera el milagro de la simbiosis exacta, en donde la
mulatidad alcanzara ese grado de perfección ideal, entonces
se reinvertiría la orientación hacia las promesas no cuajadas. Monegal
apuntaba hacia una simbiosis en que lo español, como predominio
cultural, aflorara sobre los demás vestigios enrolados en eso que
él llamaba desagradable mejunje de atisbos africanos, indígenas
rezagados y, lo peor, yanquis superpuestos, que se tragarán
todo el ancestro, el inconmensurable ancestro del verdadero ser
dominicano. [226]
Con esta noción
sociológica donde se aduce al concepto de agitación constante, al
régimen no durmiente para mantener a los estamentos sociales en continuo
movimiento, el personero logró que Trujillo comprendiera “que el circo
es parte esencial de los pueblos”, que lo lúdico es parte de esa agitación
constante, una rama de su teoría de la orientación en la orientación,
y que el deporte es “tan afín a la conducta social como la fue la
guerra en el estadio feudal de la civilización.” [226-7]
Los yanquis superpuestos o la contaminación cultural
Si bien presentaremos en otro escrito
las múltiples imágenes cinematográficas de Ciudad Trujillo en relación
con el tema del progreso en términos comparativos del pasado (la Era)
y la presente Santo Domingo, nos compete mencionar los informes de
Monegal, descubiertos e interpretados por el Gordo, que asombran por
su visión futura de la ciudad y sobre los cuales desarrolla su teoría
sobre el turismo.
Alberto Monegal
previó las consecuencias del turismo explicándolo en términos de “polos”
que dividen en dos a la isla de norte a sur (Cordillera septentrional
y central al oeste, y Cordillera oriental) y de las estribaciones
con incursiones medioambientalistas en los Haitises. [60] El caso
es que la comparación del Gordo entre el informe de Monegal de los
años ’50 y el ordenado por Balaguer en el ’67 al Estudio H. Zinder
por encargo de la OEA para promover el desarrollo turístico, resulta
en que Monegal había observado a mediados de siglo cuáles serían las
derivaciones “del asalto campesino a la ciudad” [63] hacia fines de
siglo (anticipándose al temor siempre discutido por los bibliotecólogos)
sobre la aparición de “hombres rubios con cámaras, pantaloncitos tipo
Bermudas y nuestras mulatitas a cuestas como cruces encendidas.” [63]
Combatió el turismo
a través de su teoría de la contaminación cultural alertando
a los académicos sobre los peligros de la mezcla de nuestras esencias;
así justifica la necesidad de un dictador como Trujillo, líder único
y mentor de la cultura y de la historia dominicanas. La lógica explica
que la reiterada necesidad de una dictadura se basa sobre determinado
ciclo del ser humano que lo impele a ser guiado. [64]
El remate final, prueba de los vaticinios
de Monegal, lo da el Gordo con su manifiesta preocupación sobre las
implicancias de la invasión turística en un país sin educación como
República Dominicana:
la fuga a la ciudad engalanada de gift
shops, y la multiplicación de las academias para la enseñanza
del inglés, con el empobrecimiento del pobre español. ‘¡Aprended inglés,
el idioma del futuro!’, se imaginó el Gordo que dirían los mensajes
en grandes vallas publicitarias. ‘¡El que no sabe inglés será hombre-hambre, hombre-miseria, hombre-estropajo,
hombre-mierda! [62-3]
PRIMERA CONCLUSIÓN
·
Alberto Monegal
fue mucho más que un intelectual que legitimara el poder despótico
de Trujillo. Durante el proceso polivalente de la constitución de
su figura como el intelectual de la Era, su categoría
emerge como “dadora de sentido” a una realidad (virtual) o, mejor
dicho, a un sistema a un punto tal que transforma la ideología que
legitima racionalmente al régimen en un mito fundamental (¿o fundamentalista?)
en el cual Trujillo es la única verdad superior.
El discurso de
su producción intelectual, pleno de pensamientos, valores y símbolos
capitales en la estructura de la dominación, oculta al sujeto real
Trujillo para identificarlo en su identificación con el discurso de
su gesta nacional donde hasta el mismo Monegal se diluye como intelectual
y curiosamente se reconoce como bufón del carnaval, a pesar de dar
forma y sentido a la tiranía:
Además de personero soy amanuense, mis
escritos son los de él, mis discursos son los de él; me estoy convirtiendo,
poco a poco, en él. [...] Los amanuenses
somos así, nos debemos al patrón, al que nos paga. Además, tengo que
pasear con el Jefe, subir y bajar los escalones, desplazarme
con él a los mítines, a las
inauguraciones. [...] Los que marchamos a la sombra de Trujillo
carecemos de tiempo propio; es más, el país mismo ya no tiene tiempo
propio. [...] El país se ha acostumbrado a respirar, a caminar,
a trabajar con el ritmo del Jefe y estamos dejando de ser nosotros
para convertirnos en él. ¿Qué mejor destino que ése? ¿Qué éramos antes
que él? [92]
Parece ser una constante que la figura
del intelectual emerja como tributaria de la relación saber/ poder
en los momentos de profundas transiciones o crisis. Así como el paso
crítico a la modernidad trajo consigo la incertidumbre sobre el porvenir
que permitió al intelectual aliar su saber al poder del Estado para
legitimarlo o intentar un discurso “relativamente” autónomo que abriera
un espacio de crítica positivo, también parece una constante que estos
amanuenses sean destruidos, como Monegal, por el mismo poder que los
necesita para legitimarse. Tal asociación del intelectual con el poder
parece, paradójicamente, necesaria y eventualmente imposible.
La intelectualidad
dominicana del siglo XIX y principios del XX no pudo propiciar un
espacio de interpelación social con la crisis de la disociación entre
la utopía liberal y la política práctica. Sólo se estigmatizaron con
un denominador común: la inviabilidad de la nación dominicana, prólogo
adecuado para la historia que Trujillo escribiera. La intelectualidad
burguesa que dio el primer impulso a Trujillo y, sobre todo, el ideólogo
del régimen, Alberto Monegal en El Personero
[7]
, en pro del nacionalismo y del progreso, nos demuestran
de qué manera el intelectual se convierte en un cuchillo de doble
filo para quien no sabe tomarlo por el asa.
·
La otra cuestión
es si un intelectual funcional (legislador) como Monegal que
lleva al paroxismo la figura de Trujillo y todos los acontecimientos
de la Era no corre el riesgo de asumir como verdadera la realidad
inventada para el tirano:
-Los
intelectuales de la Era, Flaco, trataban de probar a Trujillo
sus infinitas capacidades, ya no de servir sólo como amanuenses, sino
la de estructurar la realidad como una ficción. Creo que Monegal sabía
que a Trujillo este informe número dos sobre su teoría y práctica
de la intermigración para mejorar la raza, le sería leído al
Jefe desde la plataforma de la anécdota; como una curiosidad
monegalesca de imbricar un poco de sazón a la realidad.
-¿Realidad virtual?
-Un poco más que eso, Flaco. Monegal sólo actuaba en
esos fenómenos que implicaban situaciones antropológicas. [...] ¿Ves
este paquete de papeles marcado con un número tres?
-Sí, lo estoy viendo.
-Pues creo que con esto mi tesis sobre las teorías de
Monegal y sus conexiones ulteriores alcanzan una amplia apoyatura.
-¡Explícate, Gordo!
-En estos papeles, Monegal plantea a Trujillo
la necesidad de mejorar su ganado. ¿Te das cuenta como el tal Monegal
argüía lo que él consideraba mejoramientos biológicos en todos
los órdenes? ¿Recuerdas la anécdota de Trujillo con Juancito Rodríguez
y de cómo surgió la enemistad entre ambos caciques?
-Algo he oído, Gordo.
-Esa enemistad se debió a asuntos de celos
por el ganado vacuno de Rodríguez de parte de Trujillo. ¡Y oye lo
que recomienda Monegal al Jefe respecto al ganado!: [...] Los
próximos pasos para ganar el respeto total de las naciones del mundo
será la consecución de la raza nacional a través de un mulataje que
imbrique los residuos inmortales de la sangre ibérica con los despojos
de la aborigen y el salpicamiento de la negra; esa negra que llegó
a América sin desearlo, sin pedirlo, sin siquiera soñarlo. A esa yunción
extraordinaria de carne y fluido esencial deberá seguir la creación
del ganado dominicano. Entonces seremos la isla clase aparte,
el país de la utopía ganada, del sueño real. [...] ¿Estás
oyendo, flaco?
-¡Increíble, Gordón! ¡No hay nada más parecido
a Maquiavelo! [143-4]
La interpretación
de la Viuda, en cambio, es mucho más práctica y clave para otro aspecto
insoslayable en El Personero:
¡Mierda para Monegal, Castillo! Ese no era
nada más y nada menos que un poeta disfrazado de historiador. ¡Monegal
todo los metaforizaba... se iba a la lengua de los poetas o, pero
aún, a la lengua de los historiadores, o ambas a al vez, para tamizar,
filtrar los sentidos, las palabras, a veces hasta lo inteligible,
hacia las zonas en donde se regodeaba consigo mismo y con el futuro!
[246]
Estas dos últimas
citas dejan claro que el personero se permite estructurar “monegalescamente”
una realidad como ficción y nos enfoca en todas las alusiones en la
novela sobre su capacidad de novelar, demostrada cabalmente con el
análisis de La Mañosa de Juan Bosch [181] o con la descripción
de la entrada de los camiones que transportaron la primera ola intramigratoria
a la ciudad de San Cristóbal “como si se tratara de probar a Trujillo
que la vida de los pueblos de mueve como una ficción redimida.” [140]
LA NOVELIZACIÓN DE LA HISTORIA
De lo expuesto anteriormente, un análisis
más completo del rol del intelectual en El Personero no puede
rehuir al tema de la ficcionalización de la historia: primero, porque
la novela es una ficción sobre la Era que claramente plantea
las dudas sobre la validez de la novela histórica y cómo hacer historiografía,
y, por otra parte, porque la Era se constituyó sobre la estructura
de un discurso ficcional que llegó a construir una realidad paralela
o virtual.
Sobre los siguientes
temas, emprendemos nuestras consideraciones.
[8]
1.
Cómo
entendemos la Historiografía
Aunque la oscilación
constante entre los dos aspectos clave y supuestamente opuestos que
se van construyendo a partir de las intrigas históricas propuestas
por la BAM –la validez de la investigación histórica y la novela como
un modo de hacer historiografía- se resuelven en apariencia en
el capítulo previo al epílogo de la novela cuando el Gordo y el Flaco
deciden “alimentar los fuegos de la tarde” con los documentos y las
fotografías que hubieran sido parte de una novela, no es más que una
estrategia que pone al descubierto el verdadero interrogante sobre
la Historiografía.
Los quebrados
caminos de interpretación en voz de los verborrágicos personajes que
a lo largo de la extensa novela nos conducen a tomar partido, alternativamente,
por una posición u otra, nos lleva a interpretar la historiografía
como el terreno donde coinciden lo real y las prácticas del discurso
ficcional. Lo interesante es que cuando esta unión no puede ni pensarse
se practica una sutura, base sobre la cual Monegal (léase los intelectuales
de la Era) construyó el sistema de significaciones que dieron
cuerpo al mito que también moldeó el presente de los dominicanos.
No en vano, finalizando la novela, el Gordo coincide en parte con
Castillo, escritor de la novela frustrada, “En que la Era de Trujillo es una novela
que estamos viviendo aún. Las fotografías, cartas, libros y documentos
de esta biblioteca sólo forman parte de un capítulo. Lo bueno podría
estar por llegar.” [421] La Viuda, con su pragmatismo habitual asegura:
“¡Lo que pasa es que como sucede en Alemania con muchos secretos a voces de la tiranía hitleriana, aquí aún El Jefe sigue
mandando!” [362]
Aunque parezca
preferible la memoria histórica a la desmemoria, irónicamente, se
convierte en trampa mortal porque “recordar los horrores del pasado”
obliga a recordar sus virtudes y a reconocer al presente “neotrujillismo
despotricado, vagabundo, mucho más ladrón y enfermizo que la matriz
copiada.” [422]
El coro de personajes
cruciales en la historia relatada supera en cierta media el valor
de los documentos históricos.
-¿Qué sabes de la historia, Martínez?
Lo único que deseo es que te introduzca en ella. Hay cambios muy violentos
en las vidas de los hombres y a ti te ocurrió uno de ellos. A través
de esos cambios se pierden las perspectivas, los ángulos en que el
frente y la parte trasera se confunden. ¿Has pensado en lo de tu hija,
en cómo te reconocerá la historia?
-¡Mierda! ¡Lo que dices es pura mierda,
Gómez! ¡La historia es esta que estamos viviendo, aquí, en el Trocadero,
en esta bohemia que nos rodea y deleita! ¿Para qué pensar en el futuro
o en el pasado, o en este mismo presente? El Jefe nos absorbe,
nos guía, nos detiene y adelanta, y él es un faro, Gómez, no lo olvides
jamás! [378]
La inclusión
de extensos diálogos y de las entrevistas a la Viuda de Monegal, a
Marta Martínez, amante de Trujillo y Monegal, al Trepador Martínez,
padre de la muchacha, y a su segunda esposa, expone a los lectores
a la opinión en voz alta y sin intermediaros acerca del significado
de “contar la historia”
Pero, ¡por favor, no anote eso! [ruega
Marta], porque hay decires, palabras que sería mejor que la historia
se las tragase y que nadie, absolutamente nadie en lo por venir, osara
pronunciar. Que hay pasajes, trechos memoriales que deberían quedar
como tumba, como sagrada tumba de lo que se pronunció y desapareció,
y no como huesos o carne, o pulpa de fruta que se lanza a tierra;
[...] porque ¿qué debe y qué no debe anotarse? [378]
El Personero no resuelve la
controversia porque el verdadero objetivo es plantear la duda. Pero
lo cierto es que la polifonía de opiniones y reconstrucciones teóricas
sobre la Era ahondan el punto e vista crítico y provocan una
saludable duda que relativiza cualquier pretensión de imponer una
visión unívoca sobre la realidad como verdadera. Si un intelectual
o los intelectuales orgánicos del régimen construyeron una realidad
como se construye una novela ¿por qué la ficción no puede ser un
modo de abordar la historia y de deconstruir un canon impuesto por
el poder?
2.
Relación
historiografía – poder
No cabe duda
de que Alberto Monegal como el amanuense de Trujillo define a la historiografía
en su directa relación con el poder autoritario. Los intelectuales
de la Era organizaron hasta la exageración la memoria del Jefe
mediante publicaciones masivas y un discurso majestuoso (el mismo
estilo que Monegal utiliza en cada documento dirigido a Trujillo)
que definían al dictador como la “encarnación de la historia” misma.
[106] Los hechos narrados, transformados en los mitos substanciales
que atraviesan la Era resultaron concluyentes para
validar la racionalidad
del sistema en la historia dominicana, proyectados a la sociedad como
verdad única.
Con distintos
matices, el canon de obras y autores del trujillismo libra un combate
verbal con el cual subyugan el pasado (y el presente) utilizando en
su favor los tópicos centrales de textos fundacionales desde período
colonial. Su historiografía consiste en la ficcionalización de la
historia, no para crear una tradición (en conceptos de Eric Hobsbawn)
sino para imponerse como la tradición recurriendo a la deshistorización
del pasado. Monegal pregunta sobre Trujillo: “¿Qué éramos antes sin
él?”
En la novela
se enfatiza la capacidad del amanuense para crear una realidad virtual:
el “como si” de de Certau se convierte en un abismo entre lo real
y lo discursivo.
Por consiguiente,
el nuevo interrogante gira en torno a la definición y el rol de los
historiadores. ¿Son “poetas” [246] que metaforizan la realidad y que
se autoasignan el derecho de configurarla como el autor de una novela?,
¿los poetas son historiadores y críticos que buscan desmontar las
plataformas sobre las que se construyó la Era y cuyas consecuencias
aún se padecen? , ¿O simplemente los intelectuales adoptan una moda?
3.
Cómo
abordamos la historiografía
Todo lo anterior
nos inclina a aceptar la existencia de un punto en común entre la
historiografía y la ficción: ambas parten de una deliberación sobre
lo real. En el caso de la Era, su historiografía se concentra
en los mitos fundacionales que la convierten en un absoluto infranqueable
e impuesto a la sociedad. El Personero suscita múltiples propuestas
de interpretación, reflexión y crítica sobre el mismo período y sobre
el presente dominicano e, incluso, latinoamericano. [cita autores
brujos]
Por lo tanto,
no es absurdo abordar el análisis de la
historiografía o de un período histórico desde las obras de
ficción que lo apropian como materia literaria y filosófica. Quizá
superen a la Historia por las propuestas sobre la Verdad, relativizando
todo concepto y punto de vista, porque la potencial validez de su
contenido radica más en los significados que evoca que en lo factual.
En última instancia,
la tiranía de Trujillo (como cualquier dictadura) se fundó y se perpetuó
al organizar, intelectuales mediante, un sistema social con los patrones
de una estructura narrativa (la del mito) cuyo grado superlativo de
distancia con lo real configuró una dimensión paralela cuyo único
héroe fue el Jefe. De ahí que “la Era es una novela
que estamos viviendo” y que El Personero es otro espacio de
apertura para indagar el pasado y el presente.
4.
Relación
entre la escritura de la Historia y la literatura
En la relación
entre la escritura de la historia y la literatura, Hayden White encuentra
que las obras historiográficas reproducen en sus tramas los arquetipos
de la novela: la comedia, la tragedia y la sátira. Cuando el historiador
aplica inconscientemente –según White- uno de estos patrones, le confiere
a su narración un significado particular. Así es que, desde este modelo,
construye los metarelatos que
dominaron la imaginación histórica en Europa del siglo XIX. Un recorrido
por los trabajos históricos y literarios dominicanos desde el período
colonial al siglo XX
[9]
realza como factor común el predominio del modo
trágico de narrar el pasado dominicano en el sentido de colisión
de fuerzas o elementos irreconciliables en la naturaleza humana y
en la
sociedad, la
figura del “Otro”, en una dicotomía insalvable: lo haitiano como enemigo
acérrimo externo y el enemigo interno, el campesinado o la barbarie.
Este pesimismo
intelectual que hoy día se percibe en muchas novelas de los ’90 sobre
la Era se debilita en El Personero y deja el protagonismo a
una sátira muy sutil como lugar desde donde se interroga sin rodeos
conceptuales ni lingüísticos el quehacer histórico y literario.
Las “historias”
narradas sobre Trujillo [215-6] además de significar un dinero extra
en estos tiempos de escasez, constituyen el modo de recoger las huellas
que la historia inducida [215-16] ha relegado para silenciar complicidades.
Tales vestigios de una memoria silenciada, a los que Monegal había
comenzado a recoger antes de que le sobreviniera su desgracia, muestran
facetas inadvertidas del tirano que deben ser conocidas por las generaciones
posteriores para que “su juicio
acerca de la historia dominicana más reciente sea más completo” [216];
la ficción siempre apoyada sobre la garantía de los hechos “...De
nada nos servirá inventar si deseamos reconstruir un episodio que
sólo será bueno en la medida que probemos que fue verdad y no una
simple ficción.” [102]
Sobran las alusiones
irónicas a la literatura actual publicada sobre el trujillismo “...(porque
ahora todo el que lo desea se destapa con un libro acabando a Trujillo...)”
[221] El oportunismo se asocia al dinero y al sensacionalismo “¡Estos papeles de Monegal podrían
hacernos ricos! Podríamos publicarlos, novelarlos, vendérselos a algún
periódico, incluyendo las fotografías. Estamos en una época en que
todo lo que huele a Trujillo es noticia que interesa a la gente.”
[49] o, simplemente, a lo que parecería ser una moda que se confunde
con las intenciones honestas de quienes desean abrir un verdadero
espacio de reflexión sobre Trujillo y su época:
...señora Martínez [...]...se tendría
que contar su historia de manera clara y concisa [...] Podría interpretarlo
usted como una salida maniquea a una época que ya nos ha vendido como
de horror y barbarie, y usted sabe [...] que muchas cosas no acontecieron
como se nos pretende vender. [216]
La crítica al lector de este tipo de
novelas y al público en general también señala oposiciones. Por una
parte se habla de una “generación y media que desea leer... saber
más sobre Trujillo... no obstante todo lo que se ha publicado” [49]
poniendo de relieve otros de los interrogantes abiertos
por la revisión histórica de los intelectuales, aquel de que
si todo tiempo pasado fue mejor:
-¿Era aquello pero que esto que se vive
ahora? Los jóvenes desean saber si la desgracia del trujillismo es
peor que la desgracia de la democracia. Los papeles de Monegal no
van a descubrir la vida total de la dictadura, pero podrían ayudar
a decir a los interesados en sus misterios cómo vivían, cómo actuaban
sus personeros y, más que todo, qué temores sentían del mismo régimen
al que servían. De ahí, que debamos apurarnos en rebuscar, porque,
al parecer, lo más emocionante, gordín, parece estar debajo de todas
esas montañas de libros... [49]
Por otro lado,
no se pasa por alto el gusto común del público porque “¡La gente lo que desea es oír
mierdas, comparar mierdas con la que le toca vivir diariamente!” [421]
y cierra el misterio sustancial de la potencial novela –como el Epílogo
que el escritor Castillo finalmente les deja- echando por tierra toda
la investigación hecha por los bibliotecólogos.
Un lector agudizado ahondaría todos los
significados que envuelven la autoexclusión de Monegal, sus motivaciones
profundas para consumirse en su propia salsa; pero los lectores comunes,
que son quienes sostienen a los escritores, lo que buscan es el misterio,
el drama que rodea a la muerte violenta, Flaco. Si la muerte de Gómez
se queda en el aire puedes apostar el fracaso del libro. ¿No crees?
[411]
Aunque la valoración de un episodio
se base sobre su grado de verdad, la documentación sola no es suficiente:
-¡Pero ahí está el dinero, Gordo! Aún no nos decidamos a publicar la
historia, tenemos un paquete de documentos que vale mucho dinero.
-¡No sueñes, Flaco! Estos documentos,
estas fotos, toda esta vaina sólo podría venderse alrededor de una
historia. Sin una historia, nada en la vida vale. ¿Qué crees tú lo
fue lo más importante de Julio César, aparte de sus conquistas? ¡Cleopatra,
Flaco... Cleopatra! [...] El dinero está en la historia, no en las
cartas, ni en las fotos, ni en las muertes! A lo mejor Castillo
descubrió algún resorte, algún intersticio
por donde la historia podría desvanecerse, diluirse y decidió cerrarla
así. [421]
Lo paradójico viene al promediar la
novela cuando se tensionan al máximo las dos fuerzas opuestas: documentación
histórica y ficcionalización. Se define a El Personero como una novela histórica sobre los últimos
diecisiete años del trujillismo absolutamente distinta de las otras
que se han escrito porque no será exactamente una novela trujillista.
[208-9] Como el proyecto ha sido abandonado por su mismo autor, la
ironía indica que estamos leyendo un documento único sobre
la BAM, la investigación de los bibliotecólogos y de Castillo
porque todo lo que pudiera resultar evidencia de la potencial novela
ha sido quemado [214; 420-1] La explicación se encuentra justamente
en la cuestión de qué debe ser contado y qué no:
-Monegal fue un autorrecluso, un autoexcluído
del movimiento social y mi socio y yo hemos considerado que la memoria
que fabricó para ser recordado debe permanecer tal cual. El Monegal
del amor, ese que lo sacrificó todo por amor, deberá perpetuarse en
la ficción, en la especulación que la literatura creativa otorga a
los seres extraordinarios para acercarlos al mito. [214]
Con atisbos de
desesperanza se decide truncar la escritura de la novela y lo que
se perfilaba como un proyecto absolutamente distinto desemboca, deliberadamente,
en una reflexión sobre la trampa de la memoria histórica. La desmemoria
es nuestro mal mayor (“En cada vuelta que des por el país te tropezarás
con uno, dos, diez, treinta asesinos que te sonreirán como si nada
hubiese pasado, como si los muertos de los treinta y un años no fueran
más que basura.” [421]) Pero el recuerdo del pasado exige reconocer
sus virtudes y, peor aún, revela la deformación del presente. De allí
que el hallazgo impactante de los bibliotecólogos que revelaba una
arista insospechada del régimen es pura basura que debe ser quemada
[423].
Aunque siempre existe el escritor oportunista
que desea sacar provecho de los horrores de la historia, a lo largo
de la novela se sostiene la idea de autoasignarse un espacio diferente
del resto de los intelectuales que distingue a los bibliotecarios
y al propio Castillo, como personaje y como novelista. La propuesta
subyacente estriba en escribir una novela que abra un espacio de crítica
verdadero; en caso contrario conviene desistir
como Castillo.
SEGUNDA CONCLUSIÓN
ALBERTO MONEGAL
y EFRAÍM CASTILLO, INTÉRPRETES
Como ya se viera, hemos asignado
al personero
Monegal el rol del
legislador
–siguiendo la clasificación de Bauman-
porque pone en existencia y sostiene toda una Era de horror
y de legitimación del absurdo. Sin embargo, puede argüirse que al
dejar las huellas históricas en su biblioteca de lo que la historia
oficial no cuenta, Alberto Monegal se atribuye también la capacidad
de prefigurar un futuro a pesar de su muerte: ¡Monegal todo los metaforizaba [...]para
tamizar, filtrar los sentidos, las palabras, a veces hasta lo inteligible,
hacia las zonas en donde se regodeaba consigo mismo y con el futuro!
[246]
Se instituye
como el primer intelectual crítico de la tiranía, adelantándose a
todos los intérpretes. He aquí la fina ironía de la novela: también
se ha transformado en un documento histórico, crítico y ficcionalizado
en torno a la figura del ideólogo del régimen Trujillista al que en
verdad Efraím Castillo decidió no escribir.
EFRAÍM CASTILLO
EN RELACIÓN CON LA INTELECTUALIDAD DOMINICANA
La problematización de los equívocos
y de la incertidumbre de los intelectuales dominicanos con el pensamiento
del siglo XIX y con la historia dominicana en general, está a cargo
de los intelectuales que luego de la muerte de Trujillo se incorporaron
tardíamente a las
corrientes del
pensamiento universal que el tirano había sepultado. Llegaron a República
Dominicana “las ideas del pensamiento social que habían germinado
en el mundo americano en los años veinte [...] y hasta una nueva visión
de la historia comenzó a propagarse [...] estremecidos todos por la
gran movilidad social que caracterizaba la época”. De esta gran movilidad
surgen fuertes movimientos reaccionarios contra la interpretación
de la historia, el arte y la literatura para desarticular controvertidamente
la historiografía tradicional. Los intelectuales, luego de la muerte
de Trujillo, comenzaron “lo que es hoy una visión total del proceso
histórico dominicano, desde una intelección que se basa no sólo en
la búsqueda de las fuentes documentales tradicionales, sino en el
cotejo de fuentes diversas en el testimonio de la oralidad y en la
interpretación.”
Los intelectuales que clausuran el
siglo XX con una prolífera producción novelística sobre la Era
de Trujillo, se autoasignan el rol del intelectual intérprete
o posmoderno, entendiendo a la posmodernidad no como un ciclo
que reemplazaría al moderno sino como el período de “radicalización
de esa modernidad” donde se problematizan esos vínculos equívocos
con el quehacer social y la cultura y que, a su vez, permite
al intelectual construir un punto de vista exterior, relativo y crítico
(es decir, posmoderno), que percibe a los distintos proyectos o épocas
históricos como contingentes y no totales.
En tal sentido, el intelectual se ubica
como mediador e intérprete del cambio social y deja abierto el espacio
para su autocrítica y, en particular, Efraím Castillo se sitúa a sabiendas
en la línea de fuego cruzado mediante tres rasgos cardinales de las
prácticas culturales modernas (muy en relación con las prácticas de
los medios): la ironía, la distancia crítica y la reelaboración lúdica.
¿Por qué se distingue Efraím Castillo como intelectual?
·
Desmonta
los mitos de la ideología trujillista e implanta la duda sobre la
historiografía oficial y sobre la reconstrucción de la Historia, tan
enigmática, intrincada y paradójica como la BAM, como la misma novela.
Es decir: revierte drásticamente a través del testimonio oral y de
la coralidad aquel proceso domesticador de la barbarie que consistió
en la incorporación de la oralidad a la escritura
que los intelectuales dominicanos de fines del siglo XIX y
principios del XX preconizaban y que los revisionistas de la historia
deconstruyen. En consecuencia, El Personero se articula fundamentalmente
sobre el testimonio –con la incorporación de la entrevista como género
literario- de quienes fueron protagonistas silentes de
la Era y que en el presente interpretan, también, las luces
y las sombras de tal proceso, superando el valor de la documentación
escrita.
·
Desde la
línea temporal del presente de la novela, abre un espacio público
de crítica social –centrado principalmente en la dicotomía trujillismo
versus actual democracia-, de crítica literaria en torno a las causas
de la aparición de tanta literatura sobre la Era y de autocrítica
como novelista-personaje que probablemente tenga su base en los comentarios
actuales sobre su obra. [214; 277]
·
Hace de El
Personero un lugar común de transgresión que propone visiones
desenmascaradoras o alternativas (recurriendo a las estrategias de
los medios masivos) en conjunción con el desparpajo expresivo y la
verborragia organizada como huellas significantes. Todas las estrategias
literarias están al servicio de la interpelación de los órdenes establecidos
históricos, sociales, literarios desde la perspectiva del presente.
·
Nos demuestra
que ni Trujillo, ni Monegal (entiéndase intelectuales de la Era)
fueron figuras que cerraron a la sociedad sobre sí misma a pesar de
los horrores de la tiranía. Lo antes prohibido se piensa ahora. En consecuencia, el ser social toma forma de
una interrogación constante que diluye toda certidumbre con respecto
a un orden establecido y obliga a ejercer una sensibilidad nueva –posmoderna
en el sentido ya señalado- hacia lo diferente, hacia la historia,
hacia los conceptos de nación y democracia, siempre articulados con
un discurso. El riesgo fue –de hecho- es y será la tentación de un
discurso suturante, totalitario en el contexto del pesimismo intelectual
crónico.
·
En la pluma
de Andrés L. Mateo, aunque los intelectuales dominicanos tuvieron
su revancha contra la historia dominicana y contra el trujillismo,
siguen “pesimistas en la mayoría de los casos. Atrincherados y humillados
pretendiendo dar cuenta de la posfactualidad del poder. Amanuenses,
ancilares de palacio o burdos apologistas de lo que sea. Escudriñadores
silentes del devenir, o parias rencorosos.”
El Personero, como excepción a la regla,
interpela hasta la propia imagen de su autor y desecha por completo
el manto trágico que envuelve a la mayoría de las narraciones de esta
última década sobre la Era. Si Efraím Castillo busca la resonancia
de su palabra en un espacio público a ser también redefinido, lo hace
desde la ironía superlativa probablemente para que su discurso sea
polémico y abierto, para autodefinirse y diferenciarse como intelectual
en una posición determinada y, quizá, para que en el futuro vuelva
a escribirse que “en la aventura espiritual de la dominicanidad, nada
hay más parecido a la patria que sus intelectuales” pero esa vez con
el fin de resaltar que como sector social diferenciado y funcional
han concretado –o están realizando- la utopía de la modernidad inconclusa.
NOTAS