El “Contracanto a Walt
Whitman” del poeta dominicano Pedro Mir fue publicado por
primera vez en Guatemala en 1952, poco tiempo antes de que el coronel
Castillo Armas derrocara al presidente elegido, Jacobo Arbenz, y diera
inicio a la larga y continua agonía de ese país. Yo entonces vivía
en Guatemala; fue allí donde aprendí algo sobre lo que significa nacer
y vivir en América Central y el Caribe. En la larga travesía desde
Amsterdam, habíamos atracado en Ciudad Trujillo, como se llamaba entonces
a la capital de la República Dominicana. Enormes ratas trepaban por
los techos corrugados de los hirvientes atracaderos, y la policía de
Trujillo no nos permitió llegar a tierra porque teníamos nexos con la
Guatemala “roja”.
En
la entonces floreciente Casa de la Cultura de Ciudad Guatemala, conocí
a exiliados de todo el continente, de la isla de Trujillo, de la Cuba
de Batista, de la Nicaragua de Somoza, de la Colombia de Rojas Pinilla,
de la Venezuela de Pérez Jiménez. El posesivo gramatical es, en este
caso, no simplemente un recurso retórico, ya que estos países eran feudos
cuyos dictadores eran usualmente mantenidos en el poder por el apoyo
que les daban los Estados Unidos. Muchos de los exiliados soñaban con
una América Latina emancipada, un lugar donde eventualmente triunfaría
una gran visión de justicia social. En la realidad, lo que siguió a
continuación fue la invasión de Guatemala (1954), de la República Dominicana
(1965), el golpe de estado de los militares brasileños (1964), la desestabilización
y el derrocamiento del régimen de Allende en Chile (1973), sin mencionar
las más recientes intervenciones en Granada y Panamá.
Desde
que el crítico uruguayo Enrique Rodó publicó su “Ariel” en el
año 1900, los latinoamericanos han tendido a ver la frontera entre México
y los Estados Unidos como la división entre dos versiones rivales de
la civilización. Dos grandes contemporáneos de Mir, Pablo Neruda en
su “Canto General” (1950) y Nicolás Guillén en “West Indies Ltd.” (1934),
también se habían expresado en tono desafiante a los Estados Unidos,
para afirmar la diferencia latinoamericana. El hecho de que la obra
de Mir es menos conocida que otras tiene mucho que ver con su lugar
de nacimiento, la República Dominicana — cuya literatura es aún hoy
mucho menos traducida y diseminada que la de otros países caribeños.
También está asociada a su largo exilio de la patria.
Pedro
Mir nació en 1913 en San Pedro de Macorís, mucho más conocida por sus
jugadores de béisbol que por su poeta; era hijo de madre puertorriqueña
y un padre cubano que trabajaba como técnico en una plantación de caña.
Creció durante la larga dictadura del General Trujillo, vivió como exiliado
durante su juventud y retornó a su país en 1968. Su conocido poema
“Hay un país en el mundo” fue publicado en Cuba en 1949. Además de
su poesía, es autor de varios ensayos políticos, un tratado sobre estética
y una aclamada novela, “Cuando amaban las tierras comuneras”. A finales
de los años ’60 y principios de los ’70, la lectura de sus poemas en
la República Dominicana — un país con una rica tradición de poesía popular
— atrajo grandes multitudes. En Latinoamérica, estas lecturas — Neruda
fue uno de los primeros en realizarlas — fueron vistas como una forma
de superar el elitismo de la literatura en países con un alto grado
de analfabetismo y una pobre educación.
El diálogo
de Mir con Whitman pertenece a esta tradición de antaño. Whitman había
sido un ídolo para los latinoamericanos desde que el poeta cubano José
Martí lo oyó hablar en 1887, en lo que sería su última presentación
pública en Nueva York. La descripción de Martí afirmó su imagen como
poeta-profeta elevado sobre los simples mortales. Martí escribió, "[Whitman]
parecía un dios anoche, sentado en un trono de rojo terciopelo, con
su pelo blanco, su barba cayendo sobre su pecho, sus cejas pobladas
como un bosque, su mano descansando sobre un bastón…" Las palabras
de Whitman, de acuerdo a Martí, parecían el murmullo de los planetas.
Pero quizás lo que más atrajo a los latinoamericanos, aún aquellos como
Rubén Darío — quien creía que la democracia estaba enfrentada al arte
— fue su discurso americanista y su aserción de que representaba a un
Nuevo Mundo.
El poema
de Mir es a la vez una celebración de Whitman y una afirmación de diferencias
— una celebración del poeta de la gente común y una denuncia del "destino
manifiesto" de la nación que Whitman había ayudado a construir.
Whitman había reunido a todos los norteamericanos en una voz profética
y coral, "sonora, extensa y final", y ahora era la oportunidad
de la gente que vive fuera de esas fronteras, los marginalizados y anónimos
habitantes de Quisqueya, la isla caribeña hoy dividida entre la República
Dominicana y Haití. De esta manera, Mir sigue a Whitman, a la vez que
difiere de su opinión. Mir acompaña a Whitman en un recorrido a través
de una prístina América y se identifica con el espíritu de sus fundadores,
aún con el Yo whitmaniano — el cual, como una mónada de Leibnitz,
es "el girar de todos los espejos / alrededor de una sola imagen".
Es esta auto-afirmación lo que ha dado nacimiento a los Estados Unidos.
Pero
aquí los dos poetas deben diferir. Algo ha aparecido entre la auto-afirmación
y la satisfacción puras, y este ‘algo’ es el dinero, el simulacro que
reemplaza la realidad y que aliena a los seres humanos de sí mismos.
Mir se aproxima más aquí a la visión de Ernesto Cardenal de una humanidad
caída, encontrando la degeneración del Yo whitmaniano y su resurrección
como egoísmo imperial que ha convertido a Latinoamérica en mercancía
y privado a las naciones del continente de su autonomía. El espíritu
de Whitman sólo puede ser redimido por un nuevo pronombre, el nosotros
de todas esas naciones y pueblos que han sido transformado en "otros".
Con la
posible excepción de Cardenal, pocos poetas hoy pueden ver el futuro
de Latinoamérica con tal confianza en sí mismos. Y es que los tiempos
son diferentes y la poesía parece una vez más alejarse de su función
cívica. ¿Puede la traducción de tal poema hacer algo más que ofrecernos
un elemento perdido del pasado de Latinoamérica? O, ¿puede el poema,
durante este difícil fin de siècle, restaurar una tenue esperanza
— de que el triunfo de la razón cínica sólo puede ser transitorio?
[Traducción de Ivan Araque]
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