LETRAS PENSAMIENTO SANTO DOMINGO MIGUEL D. MENA EDICIONES

Pedro Mir
(San Pedro de Macorís, 3 de junio 1913 - Santo Domingo, 11 de julio 2000)

ACERCA DE LAS TENTATIVAS HISTORICAS DE UNIFICACION DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO

La cosa más sorprendente y la que es tal vez la más propia para mostrar el carácter de las dos naciones, es ver del lado oeste del Massacre, establecimientos en los que todo anuncia una industria activa y goces que se extienden hasta objetos de lujo; mientras que del otro lado todo enseña la esterilidad.. Por todas partes se encuentra la miseria, y la miseria más difícil de curar, la que está acompañada por el orgullo...

M. Moreau de Saint-Mery. Descripción de la parte española de Santo Domingo.

Toda la historia de la isla de Santo Domingo o de Haití, como se prefiera llamarla, podría contemplarse a través de un “contrapunteo” entre la industria azucarera y la ganadería. Algo como lo que hizo don Femando Ortiz en Cuba con el azúcar y el tabaco, aunque allá el contrapunteo modulaba en otro tono, puesto que se trataba de una sola nación.

Aquí el ingenio de azúcar y el hato ganadero son los dos grandes carriles de la marcha histórica. Como que a partir de cierto momento la isla sustentará dos países, se verá este contrapunto danzando como un péndulo de un lado hacia el otro. Prosperidad-decadencia, trabajo-ocio, Parte francesa-parte española, tales son los rasgos que esos dos golpes de péndulo van imprimiendo sobre el destino de la isla. El ingenio es la prosperidad a costa del trabajo sobrehumano; su capitán es el grand blanc, francés o americano, imperial o imperialista, según el estilo de la época. El hatero es el capitán de la miseria, siempre dispuesto a enajenar la patria en favor del grand blanc francés, español o americano, según la tesitura de su tiempo. Si la agricultura y la minería hacen esfuerzos por introducirse en el curso histórico, jamás llegan a ser las grandes fuerzas impositivas. El ingenio de azúcar y el ganado silvestre, he ahí las dos grandes coordenadas de la nacionalidad.

Originalmente la isla era un solo país. Ya en 1533, cuando apenas contaba 40 años, que es edad temprana para las criaturas de la historia, se decía de ella en una carta enviada por el arzobispo de Venezuela al emperador Carlos V, que: “ingenio y ganado vacuno son los dos grandes fundamentos que la sostienen..."

Efectivamente, la industria azucarera fue no sólo su aventura mayor en aquellos años iniciales, sino además un regalo que —puesto que fue inventada en la isla— le hizo a toda la humanidad, si se le dispensa el haber rejuvenecido y modernizado la maldición de la esclavitud. Pero el ganado vacuno alcanzó su verdadera expansión hasta principios del siglo XVII, a consecuencia de la devastación de la isla a sangre y fuego y la dispersión del ganado perteneciente a los ingenios. Toda la banda del norte de la isla quedó entonces abandonada. El ganado se crió a todo pasto y a toda leche, originando espontáneamente una riqueza fabulosa que eventualmente —los bucaneros— dio origen a otro país en la parte occidental. Cuando reapareció allí la industria azucarera con sus esclavos y dio su fisonomía, y de paso su idioma —que iban a ser definitivos— a aquella parte occidental, el ganado quedó en la parte oriental y dio a ésta la suya, que también iba a ser definitiva.

Pero el ingenio de azúcar y el ganado son fuerzas complementarias. En los grandes cruces ferrocarrileros que construye el ingenio, siempre se encuentran el maquinista y el boyero.

La caña emigra del cañaveral en la carreta de bueyes y es transferida a los vagones que la conducen al batey. Hay por eso un perpetuo intercambio de sustancias entre el capataz y el mayoral, que son la correspondencia humana, y a veces intelectual, de la locomotora y el buey.

Por ello no podían menos que buscarse y acabar andando juntas, a pesar de las pasiones de los hombres, las dos economías sustanciales de la isla. La parte occidental se había hecho azucarera; la parte oriental ganadera. Y se dieron la mano...

 

1. El año de 1756 fue un buen año para la ciudad de Monte Cristy, una ciudad de la banda del norte de la isla que había arrastrado una vida languideciente desde la devastación general de 1605. Gran número de familias canarias vinieron de España a establecerse en ella. Su puerto reverberaba de actividad. Acudían burócratas y comerciantes y con ellos toda la gama de seres que pulula en derredor de la abundancia.

El fenómeno se debía a que el buen rey de España, en contemplación de la guerra que entonces libraban ingleses y franceses, y animado de las mejores intenciones coloniales, lo declaró “puerto neutral” por diez años. En tal virtud, los corsarios de las naciones beligerantes, que se saqueaban mutuamente, iban a aquel puerto a vender sus presas.

Las mercaderías, entre las cuales figuraba naturalmente el esclavo negro, eran vendidas en el interior del país, pero como la colonia española era decididamente pobre y, en todo caso, la demanda de esclavos no era muy grande, la mercancía se orientó mayormente hacia la parte francesa en dirección del Guarico (Cabo haitiano actual). Esto originó un comercio tan productivo que no sólo llenó de prosperidad a Monte Cristy, y de satisfacción al rey, sino que, según asegura don José Gabriel García —uno de los dioses mayores de la historiografía clásica dominicana—, “sirvió más de una vez para neutralizar proyectos de guerra entre las dos partes”. [1]

Si ése fue el resultado entre unos vecinos que se habían mantenido en constantes trifulcas territoriales desde que se establecieron los primeros franceses en La Tortuga, merece la atención que le dispensaron sus contemporáneos. Nosotros vamos a hacer mención aquí del testimonio de tres de ellos.

Uno es el de don Domingo Delmonte, nativo de la parte oriental, español de cepa que escribió hacia 1800 y publicó en 1832 un alegato bajo el título de Resultados de la cesión de la parte española de Santo Domingo, decididamente hostil a todo tipo de convivencia entre ambas partes y que registra estos hechos para aplicarlos a sus propias conclusiones. Dice así:

La parte española no tiene otros artículos de comercio sino los animales. No sacaba, pues, sino el consumo sobre 200 mil cabezas de ganado vacuno y 100 mil caballos y burros que poseía. En cuanto al excedente, era vendido a la parte francesa, sin que saliera una sola cabeza de la Isla. El interés de las dos partes se encuentra de tal manera reunido en esa rama del comercio, que se hubiera dicho que la parte española era una granja de la Colonia francesa. Este comercio era aun tanto más ventajoso para la Colonia francesa, cuanto que era necesario que ella se viera obligada a desembolsar dinero. Los españoles por su parte tenían necesidad de provisiones y de mercancías secas que la Colonia les proveía... [2]

Esta parte española está destinada por su situación, por su suelo y por el género de vida de sus habitantes, a no producir nada que no sea para la Colonia francesa, y a cambio de todo lo que le es necesario en comestibles y mercancías secas. Es desde este punto de vista, pero solamente desde este punto de vista, que ella puede ser útil a la Francia y a la Colonia... [3]

El Gobierno español inútilmente trató de reglamentar para conservar el comercio local a su metrópoli; inútilmente trató de dictar órdenes; aumentar la vigilancia; duplicar las guardias para poder reprimir el contrabando; las grandes ventajas que éste ofrecía hacían fracasar las medidas que se hubieran tomado para impedirlo. Porque es muy cierto que una Ley que la mayoría tiene interés en eludir, no sirve sino para aumentar el Código de las leyes inútiles... [4]

El siguiente testimonio es del general Antonio Chanlatte, mulato nacido en Puerto Príncipe, general de brigada y comisario del gobierno francés para la parle antes española de Santo Domingo. Procede de un documento denominado “Al Gobierno Francés y a Todos los Amigos de la Soberanía Nacional y del Orden”. Es de 1800 y dice:

 

Casi toda la parte española está inculta, a excepción de algunas factorías inmediatas a la Capital y a la ciudad de Santiago. En las primeras hay azúcar, café y cacao, sin formar ramo de comercio porque su producción es igual a su consumo. Santiago producirá anualmente unos 20 mil pesos en tabaco en hoja. En todo el resto del país hay hatos para cría de ganado, principalmente vacuno y caballar. Esta industria es tan lucrativa que las carnicerías de la parte francesa no tienen otro surtimiento ni sus habitantes otro paraje para la adquisición de mulas y caballos necesarios para la conducción de sus cosechas... [5]

La pasión de la agricultura en la parte francesa había cubierto de frutos toda la superficie del suelo y no quedaba un rincón para la cría de animales, de que se originó la necesidad de importar esta necesidad a cualquier precio, y que renovada sin intermisión, hizo de los hatos una lucrativa propiedad, pues no era raro ver dueños de hatos que antes de la guerra tenían 50 mil y 60 mil pesos en animales que les producían anualmente 7 y 8 mil pesos de ganancias... [6]

Para fomentar más este ramo de la Renta Real, el Gobierno español se había formado un sistema que vigilaba con gran cuidado. El primer artículo de estas ordenanzas tan útiles prescribía que no se pudieran vender animales sin permiso del Gobernador, sino después de probar el vendedor que no perjudicaba a la propagación de la especie, pero desde la cesión de la Isla, no ha podido activarse gran cosa esta vigilancia... [7]

 

Y finalmente éste, que parece ser el más interesante, del ordenador Pedrón, funcionario de la metrópoli francesa, en su “Memoria Descriptiva de la Parte Española de Santo Domingo”, también de 1800, en la cual presentaba así la vida económica de la época:

Los artículos de consumo se producen en esta parte en el mismo tiempo y en la misma estación que en la antigua parte francesa y tienen allí más valor porque se consumen totalmente.

Como hay poco lujo en esta parte, cuyos habitantes naturalmente sobrios son por lo general poco ricos y donde muchos son pobres, el comercio no es considerable. Allí se importa café y cacao, un poco de azúcar, telas blancas, grises y crudas de todas calidades, sobre todo bretañas, muselinas, pañuelos e indianas de todas clases; hilos varios; tejidos de lana y tela de seda (principalmente la prunelle, el tafetán negro y el gro de Tours), vino tinto de Burdeos y vino de Málaga.

Lo poco que se consume se paga con tabaco, madera de caoba y el aguardiente que allí se produce, con el precio que los habitantes reciben por los animales que venden, con el monto de los derechos de importación y con los 200 mil pesos que el Gobierno introduce, un año con otro, para pagar las tropas...

Su principal comercio consistía en el abastecimiento del ganado vacuno a la parte francesa. Se pueden calcular en once mil cabezas los envíos que se hacen de esta clase. Cada cabeza, comprendidos los gastos de conducción y de pasaje, valía de 25 a 30 pesos. Los españoles proveían, además, los caballos, mulos, carnes ahumadas, sacos y sogas (hechos con plantas filamentosas), cueros y un poco de tabaco. Todos estos efectos reunidos, formaban un total de tres millones, de los que ellos reservaban una gran parte entre nosotros para pagar los artículos de necesidad y de lujo que compraban. [8]

 

O sea que la única fuente de ingreso de la parte española, fuera de su comercio con la parte francesa, era el situado de México, una suma de 200 a 300 mil pesos que el gobierno español, con alternativas muy desagradables, hacía llegar a Santo Domingo para el pago de las tropas y los empleados públicos. El resto, hasta tres millones, era el producto de estas relaciones comerciales.

 

2. Estas premisas materiales favorecían los contactos e impulsaban la aproximación de ambas partes de la isla. Importa poco si los protagonistas directos eran los comerciantes y si de estas relaciones estaban excluidos los esclavos. Después de todo, el carácter material de tales relaciones acaba por impregnar a toda la sociedad y, en el proceso de los cambios sociales, una clase hereda las prácticas y las tradiciones de las otras. Así, se verá algún día a los esclavos llevar el bicornio de sus amos después de haberles cortado la cabeza. Y con el bicornio, inclusive sus pensamientos. En el marco de esas bases materiales las relaciones entre ambas colonias fueron sorprendidas por unos acontecimientos que conmovieron al mundo.

La Revolución Francesa hizo su entrada en la isla. Ogé y otros nativos del Saint-Domingue colonial, a quienes envolvió el vendabal revolucionario en París, asistían allí a las ardorosas reuniones de la Sociedad de Amigos de los Negros y se apoderaron del mensaje liberador de la revolución para traerlo a su pueblo. La sociedad colonial, empero, estaba tan saturada del fetichismo racial que incluso las más vigorosas ideas emancipadoras vacilaban en sus dinteles.

Estos primeros patriotas eran mulatos, lo que significa que en torno a ellos se levantaba una muralla de prejuicios en todas direcciones. A tal punto era así que Ogé, ya con las armas en la mano, rechazó tenazmente la proposición de Chavanne, su compañero más calificado, en el sentido de que sublevaran las habitaciones de los esclavos negros. El, que venía patrocinado por los “Amigos de los Negros”, portador él mismo de sangre de negros, tal vez la de su madre, resultaba así enemigo de los negros. Era, pues, enemigo de sí mismo...

Debido a esta falla fundamental fueron derrotados y obligados a ampararse en la tradición caballeresca de los españoles, que suponían genuinamente representada al otro lado de la frontera. Tal vez sí, pero no en las autoridades. El gobernador español don Joaquín García entregó los refugiados a sus golosos verdugos. Ogé y Chavanne fueron condenados a la tortura de la rueda y espantosamente ejecutados en presencia del pueblo, como escarmiento y advertencia. Amarrados a la rueda recibieron azote tras azote, que les trituraron los huesos e hicieron estallar sus vísceras hasta que exhalaron el último suspiro.

El martirio no alcanzó su propósito ejemplarizador. Por el contrario, exaltó el sentimiento liberador, dio una lección a los negros de cómo tratar a sus enemigos y puso el sacrificio por garantía y por expresión de esos sentimientos. La revolución se desató inconteniblemente y ahora los negros, que eran la mayoría de la población y para quienes el martirio era la forma cotidiana de existencia, tomaban su causa en sus propias manos. Un esclavo llamado Bouckman pronunció, en el clímax de un imponente ceremonial vudú, las siguientes palabras:

 

El buen dios que ha hecho el sol que nos alumbra desde las alturas, que subleva la mar y hace rugir el trueno; ¡escuchadme bien, vosotros!, este buen dios, oculto en una nube, nos mira. Ve lo que hacen los blancos. El dios de los blancos pide crimen. El nuestro desea bondad. Pero este dios bueno exige venganza. El dirigirá nuestros brazos. Él nos ayudará. Arrojad la imagen del dios de los blancos que tiene sed de nuestras lágrimas y escuchad la voz de la libertad, que habla a nuestro corazón.

 

Esta invocación, donde la chispa revolucionaria aparece en términos de oscurantismo religioso y de fanatismo racial, era más que medianamente suficiente para encender la pradera. El 29 de agosto de 1793 la gigantesca acción popular conquistó la libertad general de los esclavos de la parte francesa, a través de un decreto del “buen dios”, el comisario civil Sonthonax, revolucionario francés que era, por cierto, un dios blanco.

El decreto fue ratificado inmediatamente por los otros comisarios civiles enviados también por Francia para “restablecer el orden”. El historiador Madiou describe así la forma en que fue recibido el decreto de abolición de la esclavitud en la parte francesa de la isla:

 

La proclamación de la libertad general, publicada en todas partes del norte, donde reinaba la autoridad de la República, por oficiales municipales precedidos del bonete rojo en la punta de una pica, hizo nacer en el pueblo emancipado un entusiasmo que llegó al delirio.

Boisrond el joven, hombre de color, miembro de la comisión mediadora, a quien Sonthonax había encargado de hacer estas publicaciones, veía acudir a él de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, a los agricultores reunidos en masa. Estos hombres nuevos e impresionables parecían no creer en tanta felicidad. A su paso levantaban puentes con tablones que habían llevado sobre la cabeza desde una distancia de más de tres leguas, y cubrían la tierra con hojas de árboles.

El nombre de Sonthonax era bendito para ellos. Lo llamaban “Buen Dios”. Desde Port-de-Paix hasta Gros Mourne, Boisrond fue llevado en una silla cargada en brazos de los hombres por un camino en línea recta, abierto en algunas horas a través de los bosques. [9]

 

No era para menos. Aquel decreto produjo una conmoción mucho más honda y más rápida que la que había producidó el descubrimiento del Nuevo Mundo, exactamente tres siglos antes. No olvidemos que los gemidos de los esclavos bajo el yugo, habían arrullado la cuna del capitalismo. Inglaterra, España, desde luego Francia, pero también Portugal, Holanda, y en general todas las grandes naciones del viejo continente, así como los Estados Unidos en éste, no solamente se sintieron sacudidas sino en muchos casos aludidas y consternadas. Algunas se movilizaron abiertamente en contra de esta explosión emancipadora de los esclavos, lo cual comprimió enormemente el proceso histórico de estos pueblos oprimidos. Pero la lucha no se detendría hasta alcanzar una patria, un poco dolorida, pero bastante para morir por ella...

El episodio de Ogé, Chavanne y sus 21 compañeros, fue sin duda la primera y tal vez la más galana manifestación de solidaridad que se haya producido en el seno del pueblo de la parte antes española de la isla, en favor de las luchas o los luchadores de otro pueblo. No podemos omitirla aquí, entre otras razones porque ilustra la disparidad de criterio entre las masas populares y la autoridad colonial, por lo cual no debe adoptarse el de esta última como representativa de toda la nacionalidad.

El gobernador de la parte española era el general Joaquín García, un militarote de mentalidad elemental ultrarreaccionaria hasta el escalofrío. De modo que se frotó las manos de gozo en cuanto los infortunados viajeros traspusieron las fronteras en busca de refugio. Así se desprende de una carta que dirigió al marqués de Casa Calvo donde dice: “Se entraron en nuestro terreno a ver si podían engañár a mis gentes, o a mí, que estoy en acecho observándolos tranquilamente desde hace mucho tiempo..." [10]

El gobernador elevaba la mentira a la categoría de género epistolar. Y de documento histórico. Ogé y sus compañeros no trataron de engañar a nadie toda vez que antes de entrar en territorio español, habían solicitado formalmente la protección de las autoridades españolas, y éstas no solamente la hablan prometido, sino que el propio gobernador García había extendido el pasaporte de lugar, sin el cual no habría sido factible para los refugiados atravesar todo el territorio, desde la frontera hasta la capital, con las armas en la mano, sin experimentar la más mínima molestia.

El arzobispo de Santo Domingo se lo comunicaba así a la Corona en un documento de 1790, sin fecha, muy alambicado pero al fin inteligible. Dice así:

Devía suponer de Zelo, y talento, que tengo bien conocido del Governador, y Gefes de la Ysla, que intentaría por todos los medios posibles, en la Colonia, para hacerse de tan importantes noticias, como havían de dirigir sus providencias de defensa o contemporización. Y así hube de creer que alguna cosa incidente, y para mí desconocida, la daría y precivaría (sic), a la entrega del Gefe de los Mulatos, Ogé, después de asegurado en que disfrutaban la protección de Terreno Español a quien se entrega armado, por haberlo prometido, y dado pasaporte. [11]

 

Fue en verdad una infamia. Y por eso no le resultó fácil la faena oprobiosa al gobernador. Cuando menos le costó estar estropeado con la mds fuerte tarea de un mes, así como otros sinsabores que no refiere en su carta al marqués. Una insospechada ráfaga de solidaridad, de la que bien podría envanecerse cualquier pueblo de nuestros días, levantó un remolino popular que obligó al gobernador a recurrir a la maquinación y al engaño para poder materializar el crimen.

Don Joaquín acudió al asesor general por real nombramiento, don Vicente Faura, solicitando su aprobación para la entrega de los cautivos. Faura no se mostró dispuesto. Alegó que debería escucharse el testimonio de madame Ogé, esposa del principal insurgente, para establecer su supuesta criminalidad. Y puesto que don Joaquín hacía resistencia oponiendo argumentos y más argumentos, Faura optó por negarle tajantemente su aprobación y decirle la verdad. Dado que la opinión popular se mostraba tan intransigente y amenazadora, era preferible asegurar la paz interior antes que la de los vecinos...

El infatigable García se vio obligado entonces a “asegurar sus procedimientos judiciales”, según su propia expresión y terquedad, para lo cual, como lo refiere en la mencionada carta,

 

... he tenido que estar en los calabozos de este cuartel poco menos que ellos para examinarlos por mí, con asesor e intérprete que se necesita. He visto una maleta de papeles, uno por uno copiado, y prueban su criminalidad. He celebrado no haya maquinación contra nosotros, en cuyo caso los hubiera premiado con la horca... Discurra Ud. cuál habré estado yo con tantas faenas al mediodía y por la noche con tanto cortejo... [12]

 

Tan pronto como estuvo listo este trabajo, el gobernador García llevó el caso a la Real Audiencia, de la cual era el presidente. El fiscal titular era Alvarez Calderón, pero no se sabe por qué actuó el oidor Fonserrada, quien tomó el partido del gobernador-presidente y sostuvo una discusión de ¡ocho horas! con el regente José Antonio Urízar, quien tomó el partido de la tradición caballeresca española...

A la mañana siguiente, pero sólo después de otras cuatro horas de discusión, la Audiencia dictaminó ¡en favor de la entrega!

Todavía no fue bastante. La creciente protesta del pueblo, cuyos métodos y cuyas características desgraciadamente no registran los documentos, impedía que se llevara a cabo la entrega de los cautivos, a pesar del dictamen de la Audiencia.

Al fin, y sólo por un artificio no muy limpio, el gobernador encontró una fórmula que, cuando menos, pospuso, si no entibió la indiguación popular: aparentó no estar dispuesto a entregar los prisioneros “a menos” de que sus perseguidores ofrecieran garantías de que sus vidas “serían respetadas”.

Con tal fin convocó al pueblo para que asistiera a la catedral y allí, a la vista de todos, hizo jurar al enviado francés Lignerie, frente al altar mayor de la catedral primada de América, el 21 de diciembre de 1790, que no se atentaría contra la vida de los prisioneros que se le entregaban. Así lo juró el enviado francés y la entrega fue consumada.

La lentitud de las comunicaciones de la época impidió que se conociera el desenlace de aquel desagradable asunto y así se mantuvo la “paz interior” que habla invocado el asesor Faura en defensa de los asilados.

Pero las voces que no llegaron a las calles de Santo Domingo llegaron a las de Europa. Debemos mencionarlo para que se aprecie debidamente la magnitud del esfuerzo popular y la importancia de aquella hermosa batalla.

Robespierre pronunció, en la Asamblea Nacional; un airado discurso que produjo consecuencias históricas. “Perezca la última de nuestras colonias —gritó— antes que sacrificar uno solo de nuestros principios.” [13]

Por su conducta en este caso, la Corona española premió a Faura con un cargo de asesor de la Audiencia de Caracas y con una remuneración de 1,500 pesos, adicionalmente al cargo que tenía ya en Santo Domingo y sin necesidad de abandonar su residencia en esta ciudad. Una reprobación tanto más dolorosa cuanto que el rey de Francia, Luis XVI, recompensó al gobernador García con la Cruz de San Luis. Triste cosa, puesto que la tranquilidad de su conciencia debía partir de que trabajaba para su rey y no para el de Francia. [14]

El pueblo de esta banda no recibió ningún premio en efectivo por esa gallarda manifestación de solidaridad, pero el elevado sentimiento de la confraternidad humana que la inspiró es una medalla de sustancia más imperecedera que el oro. Una sustancia que nadie, ni siquiera los malos historiadores, podrán arrancar de su glorioso pecho.

 

3. La tendencia material, determinada por las premisas económicas y la comunidad del territorio, recibió de la revolución un extraordinario impulso que, paradójica y también dramáticamente, halló su expresión jurídica a través de un instrumento imperial: el Tratado de Basilea de 1795, en cuya virtud cedía a Francia aquella parte que le quedaba de la que había sido su primera posesión y el centro de su difusión cultural en el Nuevo Mundo. Para ello, y sólo por el impacto de la revolución y el miedo a ella, hubo que violar el sacrosanto juramento de Carlos V:

Empeñamos nuestra Real Palabra, por nosotros mismos y los Reyes nuestros sucesores, de que sus ciudades y establecimientos (de la Isla Española) jamás serán enajenados, en todo ni en parte, bajo pretexto alguno, y en favor de quienquiera que sea.

Y en el caso de que nosotros y nuestros sucesores hiciésemos algunos dones o enajenaciones en estos lugares, esas disposiciones serán consideradas como nulas y no celebradas.

(Resolución del 14 de septiembre de 1519) [15]

 

Pero el sistema colonial es consciente de sus objetivos y sus técnicas. La cesión de la isla, cuando ésta estaba ya constituida por dos naciones y la revolución había plantado sus reales en una de ellas, establecía una unidad jurídica que automáticamente arrastraba una unidad popular “conducida por el interés común”, como decía el general Kerverseau, comisario del gobierno francés en Santo Domingo, en un documento, precisamente del año de 1800, tan rico en discusiones de este género. Véase a continuación una muestra importantísima de la argumentación de Kerverseau:

Si el Tratado de Basilea ha mudado este intento de relaciones de las dos porciones de la Isla, la política conducida por el interés común debe, sin embargo, conservar entre ellas una separación tal cual sea necesaria para imposibilitar a la ambición y a la codicia el que la destruya y se unan ambas contra la patria nuestra Madre.

Lejos de colocarlas jamás bajo la autoridad de un mismo Gobernador y de unirlas por la identidad del Gobierno, creo al contrario que se debe tratar de conservar a cada una de ellas su fisonomía natural y los rasgos que la caracterizan, de tal modo que continúen en formar dos colonias esencialmente distintas por su cultura, por sus costumbres y por su modo de administración. [16]

 

El clásico divide et impera. Pero estos objetivos, tan claros en su formulación contrarrevolucionaria, presentaban profundas contradicciones en la práctica. Ello es que la cesión es de 1795 y la Francia que recibe este adorno para su corona imperial no es ni más ni menos que la Francia revolucionaria, la Francia que, en esos precisos y preciosos instantes, forjaba la revolución más esplendorosa e influyente que había conocido la historia.

Siendo así, se explica que la adquisición de este territorio por conquista, como resultado de la guerra con España, no se llevara a cabo sin grandes escrúpulos. En verdad, la cesión le fue prácticamente impuesta a aquellos revolucionarios que, como se lo hemos oído gritar a Robespierre, no daban un paso si no era en nombre de los más puros ideales del género humano. España insistía en la entrega mientras que Francia se mostraba renuente a aceptarla. Como reveló el favorito que concibió y llevó a cabo este propósito en sus Memorias... la aceptación de la cesión fue más el resultado de un accidente que de un acto de voluntad por parte de Francia, ya que el coche en que iban las instrucciones para la firma del Tratado, omitiendo la cláusula de cesión, sufrió un percance que le impidió llegar antes de que fuese firmado. Godoy se refocilaba en sus Memorias... de este accidente que le permitió librar a España de una isla que, según su pensamiento y palabras, era “un cáncer agarrado a las entrañas de cualquiera que fuese su dueño”. [17]

Pero éste es el aspecto anecdótico del asunto. Lo importante es que los revolucionarios franceses contradecían sus ideas y sus sacrificios si calan en la práctica de la rapiña colonial. De modo que para librarse de esta tortura moral y armonizar la “libertad”, la “igualdad” y la “fraternidad” con la posesión de colonias, consagraron como precepto constitucional la igualdad absoluta de los ciudadanos de las colonias con los de la metrópoli francesa. El precepto se basaba en una ficción jurídica: Francia y sus colonias formaban un solo territorio. Por consiguiente, quedaban eliminadas las diferencias jurídicas. La libertad, la igualdad y la fraternidad sobrevivían así en el sistema colonial.

Ahora bien, la Constitución del año III, llamada del Directorio, que incorporó la Declaración de los Derechos del Hombre al mismo texto constitucional, consagró esta fórmula en su artículo 6, que dice: “Las colonias francesas son parte integrante de la República y están sometidas a la misma Ley constitucional.”

El artículo 7, que enumeraba cuáles eran esas colonias, comenzaba precisamente con la isla de Santo Domingo (Saint Domingue), y no solamente la parte occidental de ella, a pesar de que la toma de posesión real no se había efectuado aún, ni siquiera se habla cumplido el plazo convenido para la entrega de la otra parte.

La importancia de la declaración constitucional consiste en que incluía a la antigua parte española, con lo cual se establecía, además del hecho de su incorporación a Francia, la igualdad constitucional entre los antiguos súbditos de España con los ciudadanos franceses. Este pensamiento venía consagrado por el primero, y nada menos que por el primero, de los preceptos constitucionales, el cual declaraba solemnemente lo que sigue: “Artículo 1. La República francesa es una e indivisible.”

Este precepto estaba presente ya antes de la República en la primera Constitución francesa, que le fue impuesta a Luis XVI en 1791 en estos términos: “El Reino es uno e indivisible.”

Traducido por la Convención Nacional en su Declaración del 25 de septiembre de 1792 a su formulación republicana, permaneció constante en todas las constituciones de Francia hasta la de 1958, en su artículo 2, que es la que hemos tenido a mano y que, según tenemos entendido, rige en la actualidad, a reserva de una simple verificación que, por lo demás, no afecta en lo más mínimo el hecho fundamental.

Es un hecho que todos los decretos, instrucciones, reglamentos, manifiestos, proclamas y otros documentos oficiales emitidos en París por los diversos organismos de la revolución, el Ministerio de Marina y de las Colonias, la Junta de Salud Pública, la Comisión para las Islas de Sotavento y otros que tuvieron que ver con esta colonia, así como los que provenían de sus agentes, gobernadores o delegados, comenzaban o concluían invariablemente con la fórmula sacramental: “La República Francesa es una e indivisible.”

Rigiendo, pues, para las colonias la misma ley constitucional que para Francia, y siendo ésta una República única e indivisible bajo el patrocinio de la libertad, igualdad y fraternidad, quedaban borradas las diferencias de orden jurídico entre las unas y las otras.

Desde luego, en tiempos de transformaciones políticas tan profundas era difícil que un principio como ése —sin duda inspirado en los más hermosos ideales, y que debía garantizar a los débiles países coloniales la igualdad de sus pueblos con los de la metrópoli— conservara, primero, su vigencia y, segundo, su sentido. Veamos someramente cómo la una y el otro atravesaron las circunstancias históricas que le sirvieron de marco, tanto en la metrópoli como en su colonia americana.

Francia no tardó en despojarlo de su universalidad ni en diluir su contenido, en la misma medida en que el destino de la gran revolución se alejaba de las manos del pueblo. “Hemos pasado rápidamente de la Esclavitud a la Libertad; pasamos ahora más rápidamente aún de la Libertad a la Esclavitud”, decía Loustalot, un revolucionario de la buena época, según cuenta Soboul. [18] El 15 de diciembre de 1799, Napoleón Bonaparte lanzó una proclama en la que declaraba tajantemente: “Ciudadanos: la Revolución ha consagrado los principios que le dieron origen. ¡La Revolución ha terminado..! ” [19]

Como ocurre en la pantalla de cine cuando aparece la palabra fin, los grandes revolucionarios de la época popular, una vez terminado el espectáculo, se fueron a sus casas.

Desde luego, el principio permaneció debidamente instalado en el artículo primero de la Constitución. El giro que sufría su contenido resultaba de dos hechos que se hicieron notorios en la nueva Constitución de 1799. Uno era la desaparición del texto de la Declaración de los Derechos del Hombre; el otro la aparición de un artículo que definía quién era ciudadano francés en los siguientes términos: “toda persona nacida y residente en Francia, inscrita en el registro civil de su jurisdicción comunal y que hubiera permanecido más de un año en el territorio de la República”. De esta manera no podía haber confusión entre este francés y el que, amparado por el principio de la unidad e indivisibilidad del territorio de Francia, cometiera la ligereza de nacer en una lejana colonia ultramarina.

Pues bien, este cambio en la vertiente de las ideas revolucionarias, que no dejó de hacer resistencia a la hora de la firma, se puso de manifiesto a la hora de la ejecución del Tratado de Basilea respecto a la isla de Santo Domingo. La entrega de la colonia antiguamente española se convirtió en un clavo ardiendo, en primer lugar para el gobernador español, el general don Joaquín García, que obstaculizaba por todos los medios la ejecución del tratado, y sentía una aversión patológica por el clima revolucionario de la colonia vecina que levantaba la bandera de la emancipación de los esclavos negros. Si bien manifestaba su disposición de entregar la colonia a Francia, se negaba rotundamente a hacerlo a sus representantes coloniales. La Corona le urgía a efectuar la entrega y después, como decía textualmente el Príncipe de la Paz, “que se maten”. Pero el gobernador le respondía con un torrente de cartas y argumentos. “La Isla en conclusión —decía— quedará en breve en estado de ser, abominable a la España por el contagio e ideas de la perniciosa Libertad... ” Como si después de haberla cedido, la isla debiera seguir siendo amable para España. “Haga la entrega y después no importa que se maten”, le reiteraba la Corona. Pero el gobernador no entregaba.

Mientras tanto, procedía sistemáticamente a desmantelar la colonia y cargar con los esclavos, de modo de hacerla inservible para el futuro.

Por su parte, Francia no era ajena a esta contradicción. Ella misma, que apenas se había sacudido el polvo de la Bastilla, se resistía a que la entrega de la colonia se efectuara en manos de los revolucionarios, sus antiguos esclavos, y prefería que la recibiesen los representantes especialmente salidos de la propia Francia. Y, a su vez, se mostraba apática para la ejecución del tratado. Seis años transcurrieron en estas contradicciones, durante los cuales la antigua colonia española era sometida a una acción destructiva sistemática, cuyos efectos se sienten todavía, más de siglo y medio después.

En esa virtud, el general Toussaint Louverture, en su condición de delegado del gobierno francés en la parte revolucionaria de la isla, invocó el principio de la unidad e indivisibilidad del territorio consagrado constitucionalmente en Francia y exigió la entrega de la parte antes española. Ante la negativa del gobernador, procedió militarmente y unificó la isla en nombre y en eventual beneficio del imperio francés.

 

4. Con Toussaint el proceso unificador que venía gestándose en estos dos pueblos llegó a su expresión más alta. La revolución que había tenido lugar en la parte francesa y que continuaba su proceso, era un factor que se añadía ahora a la unidad bajo el mismo manto imperial. Toussaint era consciente de las diferencias sociales e históricas entre ambos pueblos. Pero era evidente que estos elementos diferenciales no impedían, a su manera de ver, la unidad territorial en el seno de una nacionalidad común. La historia no se lo discutía. Son numerosos los países que en la actualidad constituyen una nacionalidad integral a pesar de las diferencias étnicas, que en aquella época eran una realidad notoria entre ambas colonias, así como las diferencias sociales e históricas de todo tipo. Suiza, Bélgica, la Unión Soviética y otros países, incluyendo Canadá en este continente, pueden ilustrar la viabilidad del pensamiento de Toussaint.

Orientado por ese criterio, su gestión de gobierno en la parte antes española fue notable, a pesar de su brevedad. En el orden económico tomó una serie de medidas de carácter regional en el sentido de la integración de ambas economías. Organizó la producción agraria, determinó el tipo de los cultivos, suspendió la tala de árboles maderables, principalmente la caoba, unificó la moneda y sistematizó los intercambios de productos entre ambas porciones del territorio insular. Cuando su gestión concluyó pudo vanagloriarse, como lo hizo en sus Memorias..., de haber dejado treinta millones de pesos en las arcas.

 

Algunos testimonios:

Del doctor Alejandro Llenas en un artículo plagado de los prejuicios clásicos:

Después de haber regularizado la Administración y atendido a las necesidades del país, reduciendo los derechos a 6 % y prohibiendo los plantíos de frutos no exportables, el nuevo Gobernador (Toussaint) se retiró por Azua y San Juan, colmado de las bendiciones de los dominicanos, sensibles entonces a sus beneficios...

 

Del historiador José Gabriel García:

Aunque la parte española perdió moralmente (?) con la administración uniforme, tanto ella como la parte francesa ganaron mucho materialmente, porque a la sombra de la protección dispensada al comercio por los Generales Paul Louverture y Clerveaux, en sus departamentos respectivos, se abrieron para ambas medios de comunicación que hasta entonces habían estado privados casi siempre, con cuyo motivo se fomentó un comercio fronterizo tan activo como era posible que pudiera serlo, atendido al estado de decadencia que las emigraciones y la guerra habían dejado a la Isla entera...

 

De Antonio del Monte y Tejada, que integra con el anterior la historiografía clásica dominicana:

Los puertos estaban abiertos al comercio de los ingleses y norteamericanos y había por valor de más de treinta millones de productos coloniales en los almacenes, cuando llegó la expedición francesa; todo lo cual atestigua las excelentes dotes de mando y superior inteligencia de Toussaint...

 

La organización política fue una ocasión más ostensible de su filosofía unitaria. Organizó la colonia en departamentos que formaban un conjunto con los de la parte francesa y cuyos representantes fueron elegidos para la Asamblea Constituyente que debía reunirse ese mismo año en Puerto Príncipe en igualdad de condiciones.

Y sobre todo, la abolición de la esclavitud, que fue su primer gesto histórico. Aunque la población esclava era minoritaria en esta parte y, además, el régimen esclavista no tenía para esos tiempos la severidad que tuvo siempre en la parte francesa, sin duda que esta medida le granjeó el apoyo decisivo de la población de color. Está claro que éste constituía un paso fundamental en el sentido de la unidad entre ambas partes y que debía granjearle el apoyo de la porción más combativa, por la naturaleza de sus intereses, de la parte española.

Pero inclusive la resistencia que opusieron a Toussaint los blancos, españoles o sus descendientes, fue prácticamente nula. Desgraciadamente no podemos describir aquí las peripecias de esta supuesta resistencia cuyo valor ha sido deformado totalmente por los historiadores convencionales. Pero vale la pena mencionar de paso algunos testimonios.

Uno importante es el del propio gobernador García, en carta que le enviaba a su colega de Venezuela cuando llegaba a Maracaibo con su familia, después de la toma de posesión de Toussaint, [20] para informarle de los acontecimientos que le obligaban a desembarcar allí. Acerca de la marcha de Toussaint declara que “aunque se le opuso alguna resistencia de la que resultó alguna sangre, no pudo ser sino con respecto a una cortísima guarnición y ningún apoyo del país... ”

Y agrega: “Falto de auxilio no era prudente el exponerse a una extremidad sangrienta que habría sido inevitable entre los partidos que había que temer y entre una multitud deseosa, de la rapiña. y de hallar motivos a la entrada de la confusion... ”

Sucede que la “confusión” era de tal magnitud que, como refiere en un oficio de 8 de marzo de 1801 a la Corona el subteniente don Manuel Pardo, sargento primero de la Compañía de Granaderos del Batallón Fijo de Santo Domingo, “se pasó a la República y se presentó con pluma y cucarda, en todo al uso de aquellas tropas... ” [21]

Kerverseau mismo informó [22] a su vez a su gobierno en la siguiente forma: “Nosotros sabíamos que la tropa marchaba contra su voluntad, que deseaba el triunfo de Toussaint y que la víspera del encuentro se hablan mantenido entre los soldados las conversaciones más indecorosas en ese sentido...“ Y añade que, al emprender la “huida”, esta gente gritaba que “era la voluntad de Dios que los negros fueran los vencedores y la voluntad del Rey de España que se entregara el país... ”

Por eso don Francisco de Heredia, esclavista emigrado a Cuba y padre del futuro “Cantor del Niágara”, pudo acusar a García de lo que calificó de “insano proyecto de resistir la entrega a Louverture... ” [23]

La culminación de la política de Toussaint no debía ser otra —y eso era lo que planteaba el simple hecho de elaborar una Constitución independiente de la metropolitana— que la independencia de toda la isla con respecto a Francia. Ese paso habría sido también la culminación del proceso unitario. Pero Francia se adelantó a ese desenlace enviando una expedición al mando de su cuñado Leclerc. Esta expedición puso fin al papel histórico de Toussaint en la parte española. De Haití partió para la prisión francesa en que murió, de hambre y frío se decía antes, de tuberculosis se dice ahora.

Aquí nos interesan particularmente los propósitos que esta expedición abrigaba respecto al proceso unificador que hemos dado por tema de estas consideraciones. Para ello basta mencionar un párrafo de las instrucciones secretas que traía Leclerc, su comandante. Dice así:

 

CAPITULO IV

 

Si la mira política de la parte francesa de Santo Domingo ha de ser el desarmar a los negros y hacerlos cultivadores, pero libres, se les debe en la parte española desarmarlos igualmente, pero remitirlos a la esclavitud. Se debe volver a tomar posesión de esta parte, siendo nula y sin efecto la toma de posesión de Toussaint.

La parte francesa está dividida en departamentos y municipalidades. La española debe permanecer dividida en diócesis y jurisdicciones.

Administración, comercio, justicia, todo ha de ser distinto en la parte española que en la parte francesa. No será demasiado adherirnos al principio de que establecer una diferencia de costumbres y hasta una antipatía local, es conservar la influencia de la metrópoli en esta colonia. [24]

 

Como puede observarse a simple vista, este documento recoge punto por punto las ideas que Kerverseau expresaba en su Informe a la Metrópoli y que hemos citado más arriba. Tal vez a ello se deba que Kerverseau —que amaba más al gobierno de Francia que a la humanidad— fuera encargado del mando de las fuerzas que ocuparon la parte española, de modo de asegurar el éxito de esa política, que en definitiva resultó más eficiente y duradera que el propio Kerverseau. Obsérvese que dice “establecer”, y no mantener la “antipatía local”.

Toussaint abandonó rápidamente la parte española y se dirigió a la francesa para afrontar los hechos. Los hechos consistían en 57,545 franceses que desembarcaron en aquella parte y sólo mil que desembarcaron en ésta para cubrir las guarniciones de Monte Cristy y Santo Domingo. La lucha, pues, se planteaba en la parte occidental.

El resultado de esa lucha es de sobra conocido. Bástenos reproducir el estado de las pérdidas francesas de acuerdo con los datos de uno de los protagonistas de esa tragedia, Lemonnier Delafosse:

 

Estado de las Pérdidas del Ejército

(Leclerc)

Muertos

General en Jefe

1

Generales de División (Dugua, Hardy, etc.)

5

Generales de Brigada  (Tolosé St. Martin, Dampierre, etc.)

14

Oficiales de todos los grados

1 500

Oficiales de Sanidad

750

Soldados

35 000

Marineros

8 000

Empleados

2 000

Blancos venidos de Francia

3 000

Total:

50 270 hombres

 

 

Prisioneros por la capitulación del Cabo

7 275 hombres

Guarnición de Monte Cristy y Santo Domingo

1 000 hombres

Número igual al de los llegados

58 545 hombres

 

FUENTE:  J. B. Lemonnier Delafosse. Segunda campaña de Santo Domingo, trad. de Armando Rodríguez, Santiago, República Dominicana, Editorial “El Diario”, 1946, p. 84.

 

 

5. El principal artífice de esa hazaña fue Jean Jacques Dessalines, justamente reconocido como el padre de la patria haitiana y uno de los más destacados luchadores de este continente.

Sin embargo, y contra lo que era de esperar, es con Dessalines con quien concluye el proceso unificador que hemos esquematizado en estas páginas. Y es, por tanto, con él con quien se inicia el proceso acelerado de conciencia popular que, con el advenimiento de la República Dominicana en la parte antes española, dividirá la isla en dos naciones independientes entre sí y ante el mundo. Contra lo que era de esperar, porque la isla era ya, de hecho y de derecho, una realidad unitaria. Pero además una serie de circunstancias predisponía el ánimo de la población de la parte antiguamente española a esta realidad. No puede asegurarse sólidamente que existiese en ese momento un sentimiento nacional definido, ni clase social que fuese portadora de este sentimiento, ni, en todo caso, fuerza material que permitiera ejercerlo. En el seno de las masas populares permanecía latente el hecho de que la “madre patria”, a la que pudo sentirse ligada —o cuando menos la población blanca que era mayoritaria entonces— por el sagrado juramento de sus soberanos, [25] la había cedido de manera despectiva y festinada a Francia. No había, pues, nada qué esperar de España... A su vez, la nueva metrópoli francesa había sido humillada en su orgullo imperial, representado por el ejército más prestigioso del mundo de entonces, por la revolución vecina... Su prestigio de nación dominadora quedaba en una situación demasiado precaria ante la realidad insular. [26]

No había, pues, nada qué esperar tampoco de Francia... Es natural entonces que muchos ojos se dirigieran al caudillo formidable que encarnaba de manera impresionante la única fuerza digna de respeto en la isla, hasta el punto que era la Francia napoleónica la primera en reconocerlo.

Debería tenerse en cuenta, primero, que la tendencia a la unidad era el resultado de un proceso que culminó con la fórmula “una e indivisible”, invocada por Toussaint al llevar a cabo la integración de ambas partes; y segundo, que los fragmentos del ejército expedicionario francés, no mayor de mil hombres repartidos en dos guarniciones, Monte Cristy y Santo Domingo, eran notoriamente impotentes para oponer resistencia válida al ejército “indígena” de Dessalines, que acababa de destrozar un ejército tan eminente, compuesto por casi 60 mil hombres. El destino de la isla entera parecía gravitar, pues, hacia la integración final bajo el pabellón flamante de la independencia.

Pero hay algo que induce a considerar que Dessalines no apreció la situación acertadamente. En primer lugar es sorprendente el abandono que el caudillo de color hizo del principio de la “unidad e indivisibilidad de la isla”, cuando éste constituía un arma política y jurídica formidable. No hay constancia de que fuera invocado durante las conversaciones que antecedieron a la evacuación del Cabo, que selló la rendición de las armas francesas, por lo que las guarniciones de la parte antes española no fueron evacuadas automáticamente. Se dice que Dessalines hizo preguntar a Rochambeau, el comandante en jefe francés que rindió su ejército, si la evacuación comprendía toda la isla. Si fue así se cometió un error. No debió tratarse el problema como cuestión de consulta, sino como cuestión de principio, cuyo fundamento era la Constitución francesa y debía por tanto ser reconocido por el comandante francés. Y está claro que éste no estaba en condiciones de reenviar ese reconocimiento al terreno militar.

Tampoco es invocado este principio en la Declaratoria de la Independencia de Haití, aun cuando sus formulaciones comprendían todo el territorio. Y es notorio porque tal principio tenía ya tradición política en la isla, aparte de que cobraba en esos momentos mayor fuerza respecto a los franceses, aún establecidos militarmente en la parte española, que cuando Toussaint lo invocó frente a las autoridades españolas en 1801. Los españoles no tenían por qué reconocer ese principio, pero los franceses sí, puesto que debían respeto a su propia Constitución.

Lo que hace que resalte la contradicción es el hecho de que es precisamente Dessalines quien le da a este principio consagración constitucional, ¡por primera vez en la historia haitiana!

Nuestro historiador José Gabriel García atribuye a bussaint la invención de ese principio con el propósito de apoderarse de la parte española. Al margen de que esa parte no era ya española sino francesa y que él era el delegado del gobierno francés en toda la isla, el mencionado historiador ignora que el principio era de muy noble y muy antigua prosapia francesa y revolucionaria.

Es cierto que Toussaint lo invoca a la hora de exigir el cumplimiento del Tratado de Basilea, seis años después de la firma. Pero Toussaint no lo consagra en la Constitución que él patrocinó en ese mismo año de 1801. Y se explica.

Esa Constitución estaba toda transida de humores independentistas que, por cierto, irritaron el orgullo imperial de Napoleón. Siendo así, no podía Toussaint calorizar en una fórmula que impulsaba la unidad e indivisibilidad del territorio insular con la metrópoli, dado el sentido colonialista que ya entonces adquiría en Francia. La independencia y aun la autonomía eran incompatibles con ese principio. Toussaint supo usarlo frente al gobernador español García, porque entonces es válido para la isla. Pero no lo consagra en la Constitución porque entonces es válido para Francia. El haber sabido percibir y manejar estos matices pone de manifiesto la agudeza política de Toussaint.

En cambio Dessalines, que omite invocarlo a los franceses durante las conversaciones para evacuación y deja de ponerlo como fundamento de la Declaración de Independencia para cubrir todo el territorio, es quien lo eleva a categoría constitucional por primera vez en Haití.

Efectivamente, en la Constitución promulgada por él el 20 de mayo de 1805, segunda en orden histórico, aparece consagrado en el artículo 15, que declara que: “El Imperio de Haití es uno e indivisible, su territorio dividido en seis departamentos.”

Pero es todavía más curioso el curso que sigue posteriormente esta formulación. Desaparece en las constituciones de 1806, 1807 y 1811 que le siguen. Se le vuelve a encontrar

muy postergado en el articulo 41 de la Constitución de 1816. Y a partir de entonces, cuando ya Francia está eliminada del contexto histórico en lo que a este principio se refiere, inicia un proceso de revalorización constante que puede desconcertar al observador no vinculado a estos procesos. La razón es sin duda la naturaleza de las relaciones políticas entre una y otra parte que comparten el territorio insular. El principio va ascendiendo a los primeros articulados de. acuerdo con el ascenso de las contradicciones nacionales entre ambos países. Así en 1843, cuando la agitación independentista en Santo Domingo se encuentra en su más alto nivel —la independencia es de febrero de 1844—, el principio de la unidad e indivisibilidad de la isla sube en Haití del artículo 41 de la Constitución anterior de 1816, al artículo 5 de la de 1843. En 1846, constituida ya la República Dominicana, sube al artículo 4 y conserva esa posición en la de 1849, que es la siguiente. Pero a partir de la Constitución de 1867, precisamente cuando la independencia dominicana se consolida por la acción popular, y la reconoce Geffrard, después de expulsar del territorio al ejército español, una hazaña que constituye para muchos dominicanos la independencia verdadera, el principio mencionado asciende en la Constitución haitiana, definitivamente, ¡al artículo primero! Esa posición no la abandonará hasta desaparecer. La Constitución actual no lo recoge ya.

Ahora bien, las consideraciones de carácter subjetivo que hemos hecho en torno a las concepciones jurídicas de Dessalines, se corresponden objetivamente con sus acciones militares frente a la parte este de la isla. Sucede que, fuera de toda consideración subjetiva, el hecho material es que el ejército expedicionario de Leclerc era un solo ejército bajo las órdenes de un solo comandante y constituido por una sola expedición. Al llegar a la colonia este ejército se divide en dos alas, una bajo el mando del propio comandante Leclerc, compuesta por más de 50 000 hombres, que desembarcó en la parte occidental. La otra, al mando de Kerverseau, compuesta por mil hombres, que ocupó la parte oriental, repartida en dos guarniciones, como se ha dicho ya. Se trata, pues, de medidas de carácter estratégico —y si se quiere de carácter administrativo—, toda vez que la isla entera es colonia francesa. Es a

primera vista absurdo considerar que se trata de dos ejércItos distintos en situaciones históricas divergentes.

Si Dessalines admite la rendición del ala que opera en la parte occidental y en consecuencia proclama la independencia, haciendo abstracción del ala que ocupa la otra parte, implícitamente establece que se trata de dos ejércitos independientes y por consiguiente de dos colonias distintas. Dessalines en tal caso pasa por alto que tanto la unidad del ejército como la unidad de la colonia le eran oponibles a Francia en el acto de rendición. Y esto debía acarrear desagradables consecuencias en un futuro que no estaba muy distante.

Dessalines debió exigir en el momento de la rendición francesa la evacuación total e inmediata de toda la isla, sin necesidad de reiniciar operaciones, y en caso de que esa condición no fuese aceptada, marchar inmediatamente sobre el precario ejército francés, si puede llamarse ejército, que permanecía en la parte antes española, comenzando por la guarnición de Monte Cristy al mando del general Ferrand en la proximidad de la frontera. Con su caballería aún ensillada y sus fusiles todavía calientes, Dessalines no hubiera necesitado recurrir a ningún esfuerzo para eliminar una tropa, psicológicamente vencida ya y apenas compuesta por unos mil hombres, para liberar toda la isla del dominio francés y proclamar la independencia de toda la colonia. Entonces el principio de la unidad e indivisibilidad hubiera sido oponible a Francia y justamente consagrado en el acto de Declaración de Independencia y en la Constitución que debía servirle de fundamento.

Pero Dessalines no procedió así. Cuando el general Ferrand se percató del carácter unilateral de la acción de Dessalines, combinó la huida de la zona fronteriza, donde estaba expuesto a una derrota fulminante, con una acción política encaminada a la toma del poder colonial en la parte antes española, desplazando a su compañero de armas, el general Kerverseau, que permanecía en Santo Domingo sin saber qué determinación adoptar, y esperar allí la marcha de los acontecimientos. Esta acción aparentemente absurda le salvó a Francia la parte

oriental, que era la mayor, de una colonia que daba por perdida en su totalidad.

Y no sólo eso. Le creó además a la tierna República de Haití una base de operaciones incalculablemente eficaz, desde donde las potencias europeas podían eventualmente lanzarse contra ella. Este peligro potencial condicionó decisivamente el carácter de las relaciones futuras entre las dos porciones de la isla. A partir de entonces la parte antes española se convirtió en el centro de las acciones defensivas haitianas frente a las amenazas imperiales, sin tener en cuenta los intereses de la población nativa de esta parte. Es claro que en el juego político de cada momento estas acciones no fueran interpretadas —y ni siquiera hoy lo son— sino como acciones dirigidas contra los habitantes de la otra parte y movidas por el interés de apropiarse del territorio y oprimir a su pueblo. Es así como la corriente histórica hacia la unidad se convirtió en corriente histórica hacia la hostilidad. Un solo paso en falso puede convertirse históricamente en una catástrofe...

No carece de base sostener que al momento de la proclamación de la independencia de Haití, pero sobre todo por la victoria sobre las armas imperiales francesas, muchos ojos se dirigieron en la parte antes española hacia el caudillo de la otra parte. Era, sin disputa, la fuerza dominante en el contexto. Y, en efecto, no tardó mucho en organizarse una delegación de cinco personalidades a fin de precisar en una entrevista con Dessalines, el contenido de sus intenciones con respecto a la parte antes española, todavía ocupada por las armas francesas. La delegación fue recibida en el Cabo por el propio Dessalines, quien, después de escucharle, entregó su respuesta en sobre sellado algún tiempo después. Esta respuesta, si hemos de confiar en las afirmaciones de Llenas, [27] no podía ser más sorpresiva para los delegados: ¡condicionaba la liberación de la párte oriental al pago de la suma de 100 000 pesos fuertes!

Importa poco aquí que las cosas hayan sucedido o no de esa manera. De que hubo gestiones de esa naturaleza no cabe duda.

El licenciado Arredondo, miembro que fue de esa delegación, lo refiere detallada aunque deformadamente, en una obra [28] que escribió en Cuba para justificarse después de haber servido a los haitianos. En su “Proclama a los Habitantes de la Parte Española” de mayo de 1804 Dessalines comienza con estas palabras: “Tan pronto como el ejército francés fue expulsado, vosotros os apresurasteis a reconocer mi autoridad, por un movimiento libre y espontáneo de vuestro corazón, os colocasteis bajo mi dominio... ”

Estas palabras parecen confirmar que hubo conversaciones de este tipo y, asimismo, la palabra dominio parece indicar que Dessalines tenía una concepción metropolitana, respecto a las provincias del este, muy distinta de la concepción unitaria, integracional, que parece haber animado el pensamiento de Toussaint.

Estos hechos fortalecieron inmensamente la audaz acción de Ferrand que, en efecto, desplazó a Kerverseau y asumió el gobierno de la colonia en nombre de Francia. Dessalines no debió nunca dar este respiro a sus enemigos mortales. No fue sino ¡ un año después! cuando Dessalines limpió de nuevo los fusiles, llamó a sus soldados dispersos y relajados en la tregua y decidió entrar en campaña contra los franceses. Entonces no invocó el acto de rendición del ejército al que pertenecía la menguada hueste de Ferrand, ni el carácter insular de la independencia proclamada por él en 1804, ni mucho menos el principio de la unidad e indivisibilidad del territorio, consagrado ya constitucionalmente, sino un decreto de Ferrand realmente monstruoso, pero banal y mostrenco, para fundamento de una acción histórica de tal naturaleza. Así lo firma y afirma en su “Alocución al Pueblo, a su Regreso del Sitio de Santo Domingo” en abril de 1805:

provocado por un decreto expedido por Ferrand en fecha 16 Nivoso, Año III (6 de enero de 1805), el cual ordené que os fuera comunicado por vía de la publicidad, resolví ir a apoderarme de la porción integrante de mis Estados y borrar allí hasta los últimos vestigios del ídolo europeo... ” [29]

 

La campaña de Dessalines fracasó por una circunstancia casual que contribuye a ilustrar y tal vez a confirmar las presentes consideraciones. Dessalines sitió a Ferrand en Santo Domingo en forma estranguladora. Sólo una resistencia absurda, sostenida tanto por el valor de los franceses como por la certidumbre del destino que les esperaba en manos de un enemigo implacable, pudo prolongar el sitio. Y en esos momentos, una escuadra francesa que hacía un crucero de rutina por el Caribe —y que no solamente ignoraba la situación de Ferrand, sino lo más importante, la existencia de uua colonia francesa en Santo Domiñgo— llegó a estas costas. Dessalines estimó que se trataba de una expedición enviada al respecto por Francia y levantó el sitio para hacerle frente en su terreno de Haití.

Si a su paso desencadenó el resentimiento y la furia contra los nativos cometiendo atropellos incalificables de los que no deja de solazarse en la mencionada alocución, se comprende aunque no se justifica. Todo este encadenamiento de circunstancias, incluyendo el azar, fue la consecuencia inevitable de una concepción falsa de la realidad, de una apreciación inadecuada de las circunstancias y de un aparente desprecio por el pueblo que ocupaba la parte antes española.

Está por demás decir que la herida que infligió Dessalines sobre un pueblo al que no eran imputables estas calamidades, quedó en manos de los enemigos, no sólo de Haití, sino del propio pueblo dominicano y en general de la confraternidad humana, como una bandera de odio que cada día se agitó desde la infancia sobre el rostro de cada uno de los dominicanos. Y aun cuando han cambiado los tiempos, las situaciones y los intereses de ambos pueblos, hasta el punto de reanimar el espíritu fraternal y la conciencia de la unidad ante los enemigos y los problemas comunes, no será fácil borrar las cicatrices. No hace mucho el Ayuntamiento de la Capital de Santo Domingo propuso elevar un monumento a cada uno de los libertadores de América. El revuelo que causó la idea de que entre esos libertadores figurara “el autor del Degüello de Moca”, fue tan grande que el trabajo de los intelectuales más distinguidos y el peso de sus argumentos, así como la pureza de sus fuentes documentales, no pudo impedir el fracaso del proyecto.

Esto es así en momentos en que el ascenso de la conciencia popular se eleva notoriamente, en que el desplome de los prejuicios ancestrales es notorio, cuando el prestigio de los viejos figurones de la intelectualidad reaccionaria se desmorona. Lo que quiere decir que la tarea que tienen por delante los espíritus más esclarecidos de ambas naciones no puede cumplirse sin una depuración a fondo de los problemas históricos.

Afortunadamente, es posible asegurar con todo énfasis que existen en el seno de nuestro pueblo fuerzas nuevas y que el espíritu de solidaridad con el hermano pueblo de Haití siguen latentes, como se evidenció en la famosa matanza trujillista de 1936. Muchos niños haitianos que fueron salvados por familias dominicanas con riesgo de su propia liquidación total, fueron criados en el seno de esas familias, recibieron su apellido y educación profesional, aunque, naturalmente, bajo la nacionalidad dominicana y la ocultación de sus orígenes. Son, sin embargo, conocidos y estimados.

Esto creó en el país una imagen nueva del general Ferrand, lo que le permitió aglutinar en su alrededor los despojos de la antigua clase dominante en la parte española y organizar una sociedad en términos de fuerte tensión clasista desconocida hasta entonces en el país.

Como ló describe José Gabriel García, la división a nivel social e histórico es planteada por Dessalines, consagrada por Ferrand y ejecutada por Sánchez Ramírez.

Pero la gravedad de estas consecuencias no se deriva, como lo plantean los historiadores convencionales y los sectores más retrógrados de nuestro país, que se sirven de ellos o que a ellos sirven, del hecho de que Dessalines cometiera tales o cuales acciones brutales e innecesarias. Aquéllos eran tiempos de extrema violencia y la situación e inclusive las provocaciones que vinieron de esta parte —principalmente las de Serapio Reynoso, un nativo de color que servía a los franceses—, pueden muy bien explicar y cohonestar estas acciones. Los estudiosos que se libran de la pasión y de la subjetividad no suelen ser tan condenatorios ni tan inquisidores a la hora de juzgar a Dessalines desde la parte española.

La gravedad de estas acciones se deriva del hecho fundamental de que pusieron de manifiesto que el caudillo haitiano no era tan poderoso ni la Francia metropolitana tan débil, como pareció en el momento de la victoria y de la proclamación de la independencia. La retirada de Dessalines y la llegada de recursos franceses, cambiaron bruscamente la imagen épica del caudillo haitiano y expresaron que no era él la fuerza indiscutible y decisiva en los destinos de la isla. Semejante cambio en la situación hacía inevitable que automáticamente cambiara la actitud de los habitantes de esta parte.

 

 

 

CONCLUSIONES

 

 

1.        La corriente unitaria que a partir de cierto momento del siglo XVIII se establece entre las dos colonias de Santo Domingo, tenía por bases materiales:

a)      La comunidad territorial;

b)      La situación de mutua dependencia económica;

c)       Los contactos que imponía la naturaleza clandestina de las operaciones comerciales fomentadas entre ambas partes.

2.      Las diferencias de idioma, de régimen social y de metrópoli, etcétera, por su naturaleza estructural, se subordinan a las anteriores.

3.       La revolución haitiana impulsa al más alto grado la tendencia unitaria encarnada en Toussaint.

4.      El carácter unilateral de la independencia proclamada por Dessalines es el punto de partida del declive de esta corriente en mayor grado que los efectos, sin duda dignos de consideración, de sus acciones en el Santo Domingo antes español.


5.       La acción tardía y no debidamente fundamentada de Dessalines fortaleció el programa ultrarreaccionario de Ferrand y levantó la moral de las antiguas clases dominantes de Santo Domingo.

6.      El sentimiento de confraternidad respecto a la parte de origen francés sobrevive en el pueblo del Santo Domingo antes español, debido a las raíces históricas aquí contempladas, que han atravesado todos los periodos históricos.

7.       El sentimiento de odio sobrevive en las clases dominantes entroncadas históricamente con el régimen de Ferrand, y su bandera propagandística y agitadora del chovinismo a ultranza es, precisamente, la imagen que Dessalines creó en su acción política y militar en Santo Domingo.

8.      Insistir en este aspecto del problema constituye un arma que sólo sirve a los enemigos comunes de ambos pueblos. Sin embargo, una dilucidación histórica del conflicto que representa el hecho de que el más grande enemigo que las clases dirigentes consideran que tuvo históricamente nuestro país, sea también el padre de la patria haitiana, significa la eliminación del principal obstáculo que encuentra la lucha por la solidaridad y la confraternidad entre ambos países.

9.      Los intelectuales progresistas y revolucionarios de ambos países deben concentrar sus esfuerzos en limar las asperezas que la ignorancia, por una parte, y los intereses más oscuros, por la otra, interponen entre estas dos naciones, cuyo destino es paralelo tanto en sentido histórico como en la dirección del futuro.

 

 

Tomado de   Charles, Gerard Pierre et al: Problemas domínico-haitianos y del Caribe. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 145-178.


<![endif]>

[1] Gabriel García. Compendio de la historia de Santo Domingo, Santo Domingo, Imprenta de García Hermanos, 1893, p. 210.

[2] E. Rodríguez Demorizi. La era de Francia en Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, Nueva Serie, vol. II, p. 40.

[3] Ibidem, p. 46.

[4] Ibidem, p. 40.

[5] Ibidem, p. 219.

[6] Ibidem, p. 220.

[7] Ibidem, p. 219.

[8] Ibidem, p. 172.

[9] Thomas Madiou, fils. Histoire d'Haiti, Port-au-Prince, 1847.

[10] Antonio del Monte y Tejada. Historia de Santo Domingo, 3ra. edición, 1953, cap. IX, p. 169.

[11] Documentos para estudio, Buenos Aires, Colección de J. Marino Incháustegui. Academia Dominicana de la Historia, volumen VI, 1957, p. 547.

[12] Del Monte y Tejada, op. cit.

[13] Ibidem.

[14] José Gabriel García, op. cit., p. 238.

[15] Vertido al castellano moderno por el autor.

[16] Demorizi, op. cit. p. 234

[17] Manuel Godoy. Memorias del Príncipe de la Paz, París, 1834. Ver también Lepelletier de Saint Remi, Etude et solution nouvelle de la question haitienne, Paris, 1846.

[18] V. Soboul. Precis d’histoire de la Rbolution Française.

[19] Ibídem.

[20] 24 de febrero de 1801, a don Manuel de Guevara y Vasconcelos, Capitán General de Venezuela. En Demorizi, op. cit., Santo Domingo, 1955, p. 228, trabajo de Utrera.

[21] En Demorizi. Cesión de Santo Domingo a Francia. Los documentos se localizan por su fecha en esta obra.

[22] Este informe aparece completo en francés en la Historia de Santo Domingo de G. A. Mejía, vol. III, p. 26.

[23] En Demorizi, Invasiones haitianas... op. cit., p. 166.

[24] V. E. R. Demorizi. La era de Francia en Santo Domingo. Contribución a su estudio, Academia Dominicana de la Historia, 1955, p. 9. (El subrayado es nuestro.)

[25] El juramento.

[26] Tomasa de la Cruz.

[27] Alejandro Llenas. “Invasión de Dessalines”, en E. R. Deniorizi. Invasiones haitianas, op. cit., p. 189.

[28] Gaspar Arredondo y Pichardo. “Memoria de mi salida de la Isla de Santo Domingo el 28 de abril de 1805”, en E. R. Demorizi, Invasiones haitianas, op. cit.

[29] Ibidem, p. 105.

© Ediciones del Cielonaranja 2002