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ABALORIOS DE LA DOMINICANIDAD

SEGÚN EL COLECTIVO SHAMPOO.
Miguel D. Mena

Hay un principio de felicidad en Santo Domingo, algo así como la vieja utopía de Marx y lo casi infantil de Paul Klee: el que nos plantea el Colectivo Shampoo. Agudeza en la visión, frescura en la imagen, ruptura y trascendencia con respecto a los lenguajes establecidos, conformados en una cotidianidad donde todo es trabajo y vida alternativamente: esas son algunas de las líneas configuradoras del Colectivo.

En el país por excelencia de la queja y de los serruchos, de media humanidad andando detrás del funcionarito de turno, en el Colectivo Shampoo parece que sólo hay tiempo para las celebraciones de lo que somos y el remachamiento de los bordes que nos expresan. Eso: celebración del punto y subrayado de los bordes.

En el Colectivo ha entrado y salido gente valiosa: Mario Dávalos, Juan Dicent, Jaime Guerra, y tangencialmente desde algún vasito de plástico y a la roca, Homero Pumarol. Los pilares están ahí: Maurice Sánchez y Ángel Rosario, junto a las producciones de Miguel Canaán.

Shampoo ha visto y trabajado el elemento por excelencia de la dominicanidad moderna: los medios de transporte. Primero envolvieron una motocicleta en una resina similar al ámbar, para tematizar la manera en que el caballo de antes es el motoconcho de ahora, haciéndole un guiño a esa herencia del trujillato gracias a la cual los dominicanos modernos dominicanos le rinden culto a la monumentalidad y a la neurosis de la trascendencia.

Luego, presentaron el proyecto “Guagua-Tap Tap”, la primera vez que el arte dominicano busca vincular ambas partes de la isla como unidad. Un autobús cumplía aquel sueño de Pedro Mir en “Hay un país en el mundo”: el hilo de la frontera deshaciéndose.

En la Bienal de Artes Plásticas del 2007 han presentado la instalación “Yipetocracia”.

En el paisajística dominicana el motoncho, las guaguas y las yipetas a veces hasta son más importantes que montañas y palmas que la misma gente.

Todo se oculta y se contiene en estos objetos que más que medios, son objetos del deseo, espacios erotizantes, caballos de troyas particulares, constancia de poder, derecho a tener sumisos y a que todo mundo que se quite de delante.

Ahora el Museo de Brooklyn recupera un viejo proyecto del 2003 y presentado al año siguiente en la Trienal Poligráfica de San Juan de Puerto Rico, el de “D’ La Mona Plaza”.

En los tiempos de su primera presentación este trabajo disparó los resortes del escándalo en el patio local. Periódicos y programas de televisión comentaron la inminente construcción de un parador entre el Canal de la Mona que serviría de descanso a nuestros fatigados yoleros, los grandes utopistas, porque el Dominican Dream es una versión macabra del American Dream. Haciendo gala de la tradicional carencia de rigor informativo, la dominicanidad más samurai se dispuso a denunciar algo que en el fondo era una boutade de un colectivo artístico, y en verdad, una aguda reflexión sobre el significado del largarse huyéndole a la realidad económica del solar nativo. La yola de Luis Terror Días y Marcos Lora Read, los salvavidas de Sherezade, todo quedó atrás.

“D’ La Mona Plaza” presenta bajo la máscara de lo arquitectónico, lo inmobiliario y lo publicitario esta esquiza combinación de ultra extra-insularidad y tradicionalidad que nos sulfura. En el primer plano de un paisaje hight-tech de corredores y palmas en forma de boomerang, tenemos los cuerpos apechugados en sus licras y sus gestos en un parapeto miamense.

Léase en Juana Méndez o en el JFK: El dominicano siempre tendrá su salchichón en la maleta.

El dominicano siempre estará preguntando alguna dirección sin saber si va a parte alguna.

El dominicano gesticulará como atrapando moscas o dragones, como queriendo salir de su cuerpo.

El dominicano será peor que el conejo del mago, porque el conejo sólo saldrá del sombrero pero el dominicano lo hará desde cualquier escondrijo.

Ante tanta proliferación, ¿será posible el plano, el concepto de “lo dominicano”?

Aquí estamos frente al genio del Colectivo Shampoo: en esencia es un proyecto artístico, por lo tanto lúdico. No se propone explicar sino algo peor: celebrar. No es que lo dominicano sea únicamente lo festivo, pero es ahí donde más mostramos nuestra conciencia de los límites, en el representarnos públicamente. Shampoo articula una maquinaria de la dominicanidad donde se presentan alternativamente las proto-heroicidades nacionales al lado de sus sustentos de palafitos, que sería algo así como bajar a Gualey o a los Mina con un traje de cuero mientras la llovizna arrecia y los fotógrafos tardan en llegar porque hay un par de yakuzas bajando en helicóptero por el puente de la 17.

“D’ La Mona Plaza” concentra sueños de modernidad extra-insular, siendo el envés de la realidad “real” del buenísimo buen dominicano. Repetimos: la dominicanidad sólo es visible en los límites y los bordes. La mejor habichuela con dulce se comerá bajo la nieve de Washington Hights. La conciencia ante la Cordillera Central se despertará cuando se esté frente al Kilimanjaro o al Yokohama. El Colectivo Shampoo ha montado una máquina trituradora y hacedora de un nuevo relieve insular donde todo puede ser un pilar momentáneo: los letreros en spray de Jackson, la risa de Yaqui Núñez, la creación de Donny Velez como el arlequín de los gobernadores de la mañana y otras perlas.

“D’ La Mona Plaza” ha sido escogida por el Museo de Brooklyn para representar al país, junto a otros artistas dominicanos, en la exposición “Infinite Island”, del 31 de agosto 2007 al 27 de enero 2008.

El Colectivo Shampoo también nos habla de la dominicanidad infinita.

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